Quemé
todas las fotos que había en la casa. Todas. Las saqué de las cajas donde
las
tenía guardadas mi mamá, desarmé los portarretratos, levanté los cristales de
las
mesitas
de noche y de las cómodas, y me llevé las fotos para el patio, las apilé sobre
la
hierba y allí mismo les prendí fuego. Qué manera. Aleida se asomó por el muro y
me
gritó muchacha, pero qué haces, apaga eso, que nos vamos a achicharrar,
estás
de ingreso. Ah, pero cuando cogí la manguera no quedaba una foto que
pudiera
verse. Las quemé porque creía que con ellas quemaba mis recuerdos, pero
ahí
no paró la cosa. Me deshice de todo lo viejo que quedaba, de todo lo que
oliera
a antes, a pasado, a lo que yo quería olvidar. La casa patas ariba. No dejé
una
sola rinconera ni un solo objeto que pudiera traerme algún recuerdo. Pero
como
siempre pequé de inocente, de ingenua, de tonta, los recuerdos y el pasado
no
se pueden borrar, están metidos en la cabeza y de ahí no hay quien los saque.
Creo
que moriré con esa estúpida inocencia y eso me traaerá infinitos sufrimientos,
porque
en este perro mundo sólo los fuertes, los insensibles, los inescrupulosos, son
los
que
triunfan. Mi casa se volvió otra casa, materialmente, pero los recuerdos y las
vivencias
y el pasado estaban allí, incrustados en las paredes, pegados a los
mosaicos,
sembrados en las yerbas del patio. Nuevas cortinas, nuevos colores,
nuevos
cuadros, pero todo lo que yo había vivido seguía allí, en el aire, en el olor,
en
el
vacío, porque ahora mi casa estaba llena de vacío y más sola, más hueca, más
sin
vida que antes. Ni siquiera animales. Sólo lo absolutamente necesario. Una sola
cama,
un par de sillas, un par de butacas, un sofá, una mesa en la sala y otra en la
cocina,
un armario, un cubo, una balleta, una escoba, el tanque de agua, el radio
viejo,
utensilios de cocina y algunas otras cosas de muy poco valor como toallas,
fundas,
sábanas, mi ropa, mis zapatos, las cosas de la niña. Y ahora me siento como
si
estuviera metida en una jaula nueva, como si yo fuera un pajarito, un pajarito
que
no
tiene dónde posarse ni deseos de cantar ni nada y alguien se acerca y lo mira
atentamente,
abre la puerta de la jaula, le pone agua y alpiste, le coloca un palito
atravesado
entre las varillas, y unas manos enormes tratan de atraparme mientras
me
dicen canta, pajarito, mécete, refréscate, pero el pajarito no tiene deseos de
cantar
ni de mecerse ni de refrescarse, no, ni siquiera de volar en el reducidísimo
espacio
de su enclaustramiento. No, yo no tengo deseos de cantar, no tengo
hambre,
no quiero hacer nada, no quiero pensar ni acordarme de nada, Dios mío,
no
quiero ni siquiera acordarme de mi hija, de que debo ocuparme de ella más de
lo
que me ocupo, dónde estará ahora, qué estará haciendo, ¿preguntará por mí?,
¿con
quién jugará?, ¿a quién le estará pidiendo dulces, caramelos, helados,
juguetes?
¡Ah!
Yo debí darle candela a esta maldita casa y quemarme con ella cuando mis
padres
se fueron del país y me dejaron sola, pero ahora no puedo hacer eso para
que
Bertica se quede sin madre y cuando el degenerado de Tony salga de la cárcel
se
la lleve y la desgracie. Y por lo que veo mi destino parece que será quedarme
aquí,
morirme aquí, sola, metida entre cuatro paredes en esta casa con olor a viejo,
con
sabor a recuerdos, a sinsabores, gritos, llantos, sufrimientos, dolores,
¡aaayyy!
Necesito
que venga alguien. Hoy mismo, ahora mismo, que me llamen, que me
toquen
a la puerta, que griten mi nombre en la acera, Tania, Tania, un rato nada
más,
un minuto, sí, pero alguien que me entretenga, que me haga sentir que no vivo
en
un desierto, hace tiempo que no viene nadie a visitarme y yo necesito que
vengan
mis amigos, los necesito, coño, que no me dejen sola, que no me
abandonen,
vengan a verme, no sean tan crueles, vengan a pasar unas horas
conmigo,
vengan... Pero qué estoy pensando... Ay, mi cabeza. Tengo que
tranquilizarme,
tengo que calmarme, tendré que tomarme dos pastillas otra vez. Los
nervios
me van a joder de verdad. Ah, qué terrible es la soledad. Y en la casa de
Aleida
no hay nadie a esta hora. Pero no, no puedo dejarme vencer por los nervios.
Voy
a inventar algo que atraiga a mis amigos. Algo. Una fiesta, ¿por qué no? Eso,
una
fiestecita familiar, íntima, con muy poca gente, con gente de confianza. Es
verdad
que esta casa parece un cementerio y yo un muerto sin dolientes. Sola,
siempre
sola y en silencio, porque ni el radio enciendo. Y lo peor, siempre hablando
de
calamidades y desgracias, siempre descargosa y llorona y eso a nadie le gusta.
Tampoco
tengo nada que brindarle a nadie, a los jóvenes les gusta el alcohol y yo
ni
del de reverbero. Pero sí señor, una fiesta. El remedio santo que acabe con mi
soledad.
Borrón y cuenta nueva. Si te he visto no me acuerdo, que ya por ahí me
están
llamando la muchacha de la tristeza perpetua o algo así, ¿por qué no te ríes si
no
te falta ningún diente?, tu sonrisa es muy bonita, Tania, ríete, niña, que la
risa es el
remedio
infalible como dice una revista vieja que ya aquí no circula, vamos, que la
vida
no es un dolor de cabeza, mira cómo se te ponen los ojos cuando te ríes, se te
pierden,
se desvanecen con tu sonrisa que llena de luz a los ojos que te miran, me
dicen
todas esas boberías mis amigos cuando me los encuentro de casualidad y
hasta
Juan me ha dicho cosas parecidas, y Aleida ni se diga. El sábado. Sí, el
sábado
voy a organizar la fiesta, es el mejor día. Y vamos a ver. Sí, a lo mejor me
sale
bien
la cosa. El sábado, sí. Por la noche, claro. No digo yo. Una fiestecita bien
sabrosa,
con buenas cintas, conseguiré la grabadora, y un buen ponche con algo
de
alcohol, no mucho, sólo para entonar a los muchachos, Aleida puede echarme
una
mano en la preparación del ponche, y Aurelia puede traerme croquetas y
papas
rellenas para la picadera, ya lo creo que sí, pero nada de borracheras ni de
vomiteras,
que me ensucian la casa y al día siguiente tengo que joderme yo sola
limpiando
en la resaca, y no, de eso nada. Nada de ron, el ponche y ya. Las
borracheras
siempre traen problemas, miren lo que pasó con Tony. No. Todo muy
organizado,
muy controlado, muy bien preparado. Unos tragos y a bailar, a divertirse
y
nada más. Buena música, poca gente, oscurito, todo con mucha onda. Y que las
vecinas
hablen hasta por los codos, que me limpio las nalgas con lo que digan esas
putas.
Lengualargas, entrometidas, breteras, por eso yo no voy a sus reuniones del
comité
y de la federación. La gente se ha maleado, como dice Miguelito, por eso
yo
no creo en nadie. Me he dado cuenta de que hay gente que puede hacerme
daño
y cuando menos yo lo espere. Bonito mundo este. He sido una cretina
confiando
en la gente. Y soy demasiado joven todavía, tengo que disfrutar de la
vida
como disfrutan otras muchachas que conozco, porque en cualquier momento
me
llama la pelona o me cae alguna enfermedad incurable o una revuelta
callejera
o qué sé yo, y chirrín chirrán, se acabó Tania, y la muerta al hoyo y los vivos
al
pollo. Tengo que divertirme, tengo que hacer infinidad de cosas que no he
hecho.
Nunca he ido a un cabaret, nunca me he hospedado en un hotel de lujo, ni
siquiera
he volado en avión, no sé lo que se siente cuando se está allá arriba entre
las
nubes, nada de eso, a mí nadie me ha mandado una postal de fin de año,
ningún
muchacho me ha hecho un regalo por el día de los enamorados, nada,
coño,
yo creo que todas las personas que conozco se olvidan de mí al poco tiempo,
parece
que no soy capaz de despertar amor en ningún ser humano, a pesar de que
me
entrego de verdad y cuando soy amiga de alguien lo soy de verdad, por
encima
de todo, sin condiciones, y no le pregunto a nadie lo que piensa, lo que
cree,
lo que hace, si trabaja, si estudia, si no se dedica a nada, si es homosexual,
si
no
lo es, si es creyente o ateo, dónde vive, cómo vive, de nada me ha valido,
amiga
de
verdad y miren cuántas amistades verdaderas tengo, por encima de todos los
defectos
que pueda tener una persona yo me he entregado a ella, así de lleno,
incondicionalmente,
dispuesta a hacer lo que sea por esa persona, porque no hay
una
sola persona que no tenga defectos o que esté libre de pecados, como dijo
Cristo,
bastantes defectos tenemos todos los seres humanos, aunque muchos los
nieguen
o no se den cuenta de que los tienen, pero qué coño importa eso, la
gente
es como es y no como una quisiera que fuera, a la gente hay que aceptarla
como
es o no aceptarla, pero nunca hay que tratar de acomodarla a como una
es,
eso es una estupidez, y además eso es imposible, porque nadie cambia. Me voy
a
poner dura como una roca viva, no me voy a preocupar por nadie más, no voy a
pensar
en nadie más, no voy a padecer ni una pizca por ningún ser humano ni por
ningún
problema. Esa va a ser mi consigna en lo adelante. Al carajo la gente, que se
vayan
a la mierda todos, y ojalá que se olviden de mí. Ojalá que yo perdiera la
memoria
y también me olvidara de todos. Ah... madre mía, ya no sé qué carajo
estoy
pensando, pensando en la fiesta para que vengan mis amigos y renegando
de
ellos y de todos. Como dice Aleida, estoy de ingreso. Pero de veras que me
gustaría
perder la memoria, olvidarme de los vecinos, de la gente, de todo.
Olvidarme
de mi pasado, de todo lo que he sufrido, de mis carencias, de mis
necesidades,
de mis sueños imposibles, de mis deseos, de que no he tenido nunca
una
oportunidad, una posibilidad, un golpe de la suerte, y de que quizás nunca voy
a
tenerlo, nunca, en los años que me queden por vivir, que no sé cuántos serán y
que
tal vez no sean muchos...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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