Me
siento bien aquí, mirando la gente, los músicos de la banda que están poniendo
sus
instrumentos para dar una retreta, los viejos que conversan en los bancos,
pobres
viejos,
que eso es lo único que pueden hacer ya. Quisiera saber qué esperan de la
vida
esos viejos, pero no quiero ni pensar en cuando yo sea vieja, si es que llego a
esa
edad. No. Sería mejor no llegar. Aquella parejita tan acaramelada en la esquina
de
Heredia es todo lo contrario, esos no tienen tiempo para conversar, toqueteos,
apretadera,
besuqueo, mírenlos, si parece que ellos creen que nunca serán viejos. Y
yo,
¿cómo seré yo si llego a vieja? Me horroriza pensarlo. Porque los viejos
siempre
estorban,
como dice Aurelia, nadie los quiere, nadie se ocupa de ellos. Aunque yo
quiero
a Aurelia, porque Aurelia se porta muy bien conmigo, pero siempre me está
diciendo
eso, que los viejos sólo sirven para cuidar nietos y para hacer mandados.
Qué
cosa. Mejor ni pensar en eso. Ojalá muriera joven, no resistiría ser un estorbo
para
nadie. En fin, que estoy bien en el parque. Los músicos, los niños, la gente,
sí,
entretenerme
y olvidarme de todo lo demás. Sábado por la tarde. Las luces se
están
encendiendo. Hay muchas muchachas en el parque regando su perfume
como
si tuvieran atomizadores, creo que se dice así. El diccionario, casi no lo uso
ya.
Mi mamá me ponía perfume en el pelo, en las orejas, y en el cuello, cuando
terminaba
de bañarme, cuando yo era una niña. Mi mamá me decía que las niñas
siempre
deben oler bien y estar muy limpias, por eso me quedó esa quisquilla por la
limpieza,
porque yo seré regada, seré desordenada, lo reconozco, pero eso sí, no
soporto
que algo esté sucio. ¿Cómo tú te llamas? Me saca de mi ensimismamiento
la
voz del niño, que ya se me había olvidado que lo tengo sentado aquí conmigo.
Me
llamo Tania, ¿y tú? ¿Yo? Manolito. ¿Tú vienes mucho al parque, Manolito?
Mi
tía me trae algunas veces, pero siempre se va con uno de ésos y me deja solo.
¿Siempre
se va con quién? Con uno de ésos. Manolito me señala los marineros que
están
conversando con Mayra y me doy cuenta de que también me había
olvidado
de ella, a la que el niño llama su tía. Por fin habló algo, porque desde que
lo
conocí ha estado más callado que una
babosa. Oye, Manolito, ¿y siempre hay
tantos
marineros de ésos por aquí? No, siempre no, cuando llega algún barco es
que
ellos vienen. Los estudiantes de la
Secundaria que está en Heredia dicen que
esos
marineros son de un barco que llegó ayer a Santiago, pero todos no son
amigos
de mi tía. ¡Ah! ¡Así que son de un barco!... Me quedo callada unos minutos y
pienso
cuántas cosas verán esos marineros que viajan en los barcos, que seguro que
han
visto cantidad de ciudades distintas, de países distintos, de lugares que yo
nunca
podré ver, y seguro que también han visto la nieve... y cierro los ojos y me
pongo
a pensar en todas esas maravillas de los viajes y me veo caminando por las
calles
de una ciudad que no conozco, una ciudad muy extraña, estoy perdida, le
pregunto
a los que pasan por mi lado, pero ellos me miran y me hablan en un
lenguaje
que yo no comprendo, entonces llego a un recodo solitario donde no veo
una
sola persona, un parquecito con varios bancos de madera rodeados de nieve,
con
árboles cubiertos de nieve, todo está cubierto de nieve, todo es blanco y sólo
puedo
ver los banquitos de madera, tiemblo de frío, me siento en un banco, no oigo
nada
ni veo a nadie, hasta los edificios que rodean el parque están cubiertos por la
nieve,
¡ah!, qué paz, qué silencio, qué tranquilidad, me pregunto dónde está la
gente
y siento que me halan por el brazo y la voz de Manolito me llega suavemente
a
los oídos hasta que se hace clara... y eso que tienen puesto se llama
poliestre, me
lo
dijo mi tía, que a ella le dieron un pedazo de poliestre. Ah, ¿sí? Sí. Dicen
los
estudiantes
de la Secundaria que esos marineros nada más que son pelo, sudor y
poliestre.
¿Los estudiantes dicen eso? Sí. Y dicen que mastican chicles y tienen
cadenas
colgadas del pescuezo y marcas en los brazos y mil cosas. Tienen de todo,
pero
dice mi tía que esos estudiantes lo que son es unos envidiosos. ¿Tú no masticas
chicles?
Mayra me está haciendo señas de que se va con uno de los marineros por
Santo
Tomás y de que me quede aquí cuidando a Manolito. Se va mi tía, mira, se va
mi
tía... Manolito se levanta y corre en dirección a Mayra, pero yo lo alcanzo y
lo
detengo.
Manolito, ven, vamos a esperar aquí a tu tía, que ella viene enseguida.
El
niño se me queda mirando como si presintiera que lo estoy engañando y esa
mirada
suya me sacude el estómago. Mayra desaparece de mi vista mientras yo
me
siento con Manolito, hasta que él se va tranquilizando, muy pegadito a mí,
acurrucándose,
y me vuelve a preguntar si yo no mastico chicles. Le acaricio la
cabeza
y le digo que no, que yo no tengo chicles. Nos quedamos así unos minutos
mirando
la gente, sin decirnos nada, sentados en el banco, quietos, mirando y
oyendo,
pues ya los músicos de la banda comienzan a tocar y la gente se va
arremolinando
alrededor...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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