Mayra
parece un pajarito. Siempre está saltando de un lugar a otro, camina muy
rápido,
habla sin respirar, y no se cansa de saltar, de caminar, de hablar. Siempre
en
el parque Céspedes. A veces trae un niño con ella, un niño como de diez años,
y
cuando lo trae lo agarra por los brazos y de aquí para allá y de allá para acá.
Lo
tiene
al trote, a remolque, como si ese niño en vez de un niño fuera un artículo de
uso.
Es que Mayra no sabe qué hacer con él. La madre está presa, dice. El niño
siempre
tiene un juguete en las manos. Mayra siempre le está comprando cosas,
dice
que a ella todavía le gustan los juguetes. Cuando yo vivía en casa de mi
padrastro
no tenía ninguna muñeca para adornar mi cuarto, por eso siempre estaba
tristona,
porque a mí me gustan las muñecas. Y dice que por eso ella siempre
andaba
callejeando, porque cuando se quedaba en su cuarto y se ponía a mirar lo
pelado
que estaba le daban deseos de llorar y para no llorar salía a dar vueltas por
ahí.
No quería bañarme, ni vestirme, ni comer, ni hacer nada que no fuera llorar.
Desde
que yo y Mayra nos hicimos amigas venimos al parque Céspedes casi todos
los
días. Ahora que Aurelia se llevó a Bertica para el Internado tengo mucho tiempo
libre
y estoy más aliviada de la carga de la casa. Cómo estará ahora mi ardillita en
ese
Internado. Menos mal que los fines de semana puedo tenerla conmigo, aunque
si
fuera por Aurelia la niña siempre la tuviera ella. Ja. Una abuela chocha. Pues
yo y
Mayra
venimos por las noches y nos sentamos aquí a conversar y a ver pasar la
gente,
pero enseguida ella se va a conversar con unos marineros y con unas
muchachas
que conoce, y me deja sola, sentada en el banco. Me acuerdo de la
primera
vez que Mayra me trajo al parque Céspedes, que ese día ella estaba con el
niño.
Lo primero que hizo fue acercarse a los marineros y decirles ¿quién me da un
cigarro?
como si eso fuera un saludo. Al poco rato regresó a donde me había
dejado
con el niño y me dijo: este es un sobrino postizo que me he echado,
cuídamelo
un rato, que yo ahora estoy en otra cosa. Me acuerdo de todo. Y ahora
estoy
sentada aquí otra vez, y es como si me estuviera sucediendo lo mismo que me
sucedió
la primera vez que vine aquí con Mayra. Mayra me ha presentado a
cantidad
de muchachas y de gente que ella conoce y a unos cuantos marineros de
ésos,
que no sé de qué país serán, porque no hablan español. Gente chévere, dice
Mayra.
Pero enseguida se va con ellos y me deja sola con el niño. Y ellos van a
pensar
que yo soy la niñera. Esos marineros siempre están empapados de sudor, por
eso
no me gustan, porque sudan demasiado y parece como si estuvieran sucios. Yo
no
soporto el olor a sudor, y ni hablar de la gente cochina. Y qué manera de sacar
cigarros,
cajas de todo tipo y de todos los colores, y más bonitas que las que se
venden
aquí. Le brindan a Mayra y a las otras muchachas. Aj. Que no vengan a
brindarme
a mí, porque yo ni loca me pongo un cigarro en la boca, me da un asco.
Esas
muchachas fuman todas y esos marineros echan el humo hasta por las orejas.
Tienen
unos bigotes enormes y el pelo muy largo y las camisas medio abiertas. Sí.
Parecen
osos que caminan y hablan como las personas. Dice Mayra que si fueran
cubanos
ya la policía los hubiera recogido. Son bastante sueltos y algunos bien altos,
o
será que Mayra es tan rebijía que cuando ella se sienta entre ellos es como si
se
encogiera
o quizás que ellos aumentaran de tamaño. Y cada vez que se me acerca
me
dice lo mismo: Tú qué boba eres, lo que te estás perdiendo, manita, esta gente
es
tremenda, vamos, ven con nosotros. Pero yo no me muevo, porque es que a mí
no
me acaban de gustar los marineros esos. La primera vez que hablé con uno de
ellos
tuve que hacerle muchos gestos con las manos y muchas murumacas, porque
el
marinero no entendía ni jota de lo que yo le decía. Me reí cantidad. Enseguida
se
fue
con Mayra por la esquina de Santo Tomás y yo, como siempre, me quedé con el
niño.
Yo creo que Mayra me trae aquí para que le cuide al niño y así poderse ir con
esa
gente. Sí. Aquella noche un marinero joven haló a Mayra por un brazo y le dijo
algo
en el oído. Mayra se rió a carcajadas, lo besó, y el marinero le enseñó un
montón
de cosas que sacó del bolsito que le colgaba del hombro. Mayra usa
pitusas
desteñidas como ellos, de esas que parece que se han lavado setecientas
veces
o que se han usado muchísimos años. No sé de dónde los saca si no tiene ni
un
quilo prieto según dice. Yo lo veía todo desde el banco, pero no podía oír nada
de
lo que hablaban. No sé cómo Mayra se entiende con ellos si no hablan español.
Mayra
parece una gitana, tiene los dientes parejos y blancos, a pesar de la
fumadera,
y se pone un pañuelo en la cabeza y todo eso. Una gitana. Tiene
muchísimos
pañuelos que dice que le han regalado esos marineros amigos de ella.
A
mí me regaló uno muy bonito, pero yo nunca me lo pongo, porque a mí lo que
me
gusta ponerme en la cabeza es una flor, y siempre que puedo me robo alguna
de
algún parque y me la pongo. Mayra está delgada cantidad, parece una
anguila,
yo creo que por eso gusta tanto, porque tiene la cara como una muñeca
de
linda y a los extranjeros les gustan las muchachas delgadas, no como a los
cubanos
que les gusta la masa, aunque a mí me dicen cosas cantidad y yo de
masa
ni la ilusión. Pero Mayra también es muy sata, se ríe con cualquier guanajada
que
le sueltan. Ja. Yo a veces quisiera ser un poco así y no tener tanta pena por
todo,
pero qué van a pensar los hombres si me ven así tan desenvuelta, riéndome
de
cualquier cosa con ellos, dejándome tocar por ellos, aceptándoles cigarros,
pañuelos,
regalos. Qué va. Ni muerta. Pero Mayra insiste en que me espabile. Bueno,
ya
empiezo a aburrirme aquí sin hacer nada. Le voy a preguntar a este niño por qué
no
va a jugar con esos otros niños que están retozando en el medio del parque...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
www,facebook.com/augusto.delatorrecasas
http://laenvolvencia.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario