domingo, 10 de mayo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 17

Mayra parece un pajarito. Siempre está saltando de un lugar a otro, camina muy

rápido, habla sin respirar, y no se cansa de saltar, de caminar, de hablar. Siempre

en el parque Céspedes. A veces trae un niño con ella, un niño como de diez años,

y cuando lo trae lo agarra por los brazos y de aquí para allá y de allá para acá. Lo

tiene al trote, a remolque, como si ese niño en vez de un niño fuera un artículo de

uso. Es que Mayra no sabe qué hacer con él. La madre está presa, dice. El niño

siempre tiene un juguete en las manos. Mayra siempre le está comprando cosas,

dice que a ella todavía le gustan los juguetes. Cuando yo vivía en casa de mi

padrastro no tenía ninguna muñeca para adornar mi cuarto, por eso siempre estaba

tristona, porque a mí me gustan las muñecas. Y dice que por eso ella siempre

andaba callejeando, porque cuando se quedaba en su cuarto y se ponía a mirar lo

pelado que estaba le daban deseos de llorar y para no llorar salía a dar vueltas por

ahí. No quería bañarme, ni vestirme, ni comer, ni hacer nada que no fuera llorar.

Desde que yo y Mayra nos hicimos amigas venimos al parque Céspedes casi todos

los días. Ahora que Aurelia se llevó a Bertica para el Internado tengo mucho tiempo

libre y estoy más aliviada de la carga de la casa. Cómo estará ahora mi ardillita en

ese Internado. Menos mal que los fines de semana puedo tenerla conmigo, aunque

si fuera por Aurelia la niña siempre la tuviera ella. Ja. Una abuela chocha. Pues yo y

Mayra venimos por las noches y nos sentamos aquí a conversar y a ver pasar la

gente, pero enseguida ella se va a conversar con unos marineros y con unas

muchachas que conoce, y me deja sola, sentada en el banco. Me acuerdo de la

primera vez que Mayra me trajo al parque Céspedes, que ese día ella estaba con el

niño. Lo primero que hizo fue acercarse a los marineros y decirles ¿quién me da un

cigarro? como si eso fuera un saludo. Al poco rato regresó a donde me había

dejado con el niño y me dijo: este es un sobrino postizo que me he echado,

cuídamelo un rato, que yo ahora estoy en otra cosa. Me acuerdo de todo. Y ahora

estoy sentada aquí otra vez, y es como si me estuviera sucediendo lo mismo que me

sucedió la primera vez que vine aquí con Mayra. Mayra me ha presentado a

cantidad de muchachas y de gente que ella conoce y a unos cuantos marineros de

ésos, que no sé de qué país serán, porque no hablan español. Gente chévere, dice

Mayra. Pero enseguida se va con ellos y me deja sola con el niño. Y ellos van a

pensar que yo soy la niñera. Esos marineros siempre están empapados de sudor, por

eso no me gustan, porque sudan demasiado y parece como si estuvieran sucios. Yo

no soporto el olor a sudor, y ni hablar de la gente cochina. Y qué manera de sacar

cigarros, cajas de todo tipo y de todos los colores, y más bonitas que las que se

venden aquí. Le brindan a Mayra y a las otras muchachas. Aj. Que no vengan a

brindarme a mí, porque yo ni loca me pongo un cigarro en la boca, me da un asco.

Esas muchachas fuman todas y esos marineros echan el humo hasta por las orejas.

Tienen unos bigotes enormes y el pelo muy largo y las camisas medio abiertas. Sí. 

Parecen osos que caminan y hablan como las personas. Dice Mayra que si fueran

cubanos ya la policía los hubiera recogido. Son bastante sueltos y algunos bien altos,

o será que Mayra es tan rebijía que cuando ella se sienta entre ellos es como si se

encogiera o quizás que ellos aumentaran de tamaño. Y cada vez que se me acerca

me dice lo mismo: Tú qué boba eres, lo que te estás perdiendo, manita, esta gente

es tremenda, vamos, ven con nosotros. Pero yo no me muevo, porque es que a mí

no me acaban de gustar los marineros esos. La primera vez que hablé con uno de

ellos tuve que hacerle muchos gestos con las manos y muchas murumacas, porque

el marinero no entendía ni jota de lo que yo le decía. Me reí cantidad. Enseguida se

fue con Mayra por la esquina de Santo Tomás y yo, como siempre, me quedé con el

niño. Yo creo que Mayra me trae aquí para que le cuide al niño y así poderse ir con

esa gente. Sí. Aquella noche un marinero joven haló a Mayra por un brazo y le dijo

algo en el oído. Mayra se rió a carcajadas, lo besó, y el marinero le enseñó un

montón de cosas que sacó del bolsito que le colgaba del hombro. Mayra usa

pitusas desteñidas como ellos, de esas que parece que se han lavado setecientas

veces o que se han usado muchísimos años. No sé de dónde los saca si no tiene ni

un quilo prieto según dice. Yo lo veía todo desde el banco, pero no podía oír nada

de lo que hablaban. No sé cómo Mayra se entiende con ellos si no hablan español.

Mayra parece una gitana, tiene los dientes parejos y blancos, a pesar de la

fumadera, y se pone un pañuelo en la cabeza y todo eso. Una gitana. Tiene

muchísimos pañuelos que dice que le han regalado esos marineros amigos de ella.

A mí me regaló uno muy bonito, pero yo nunca me lo pongo, porque a mí lo que

me gusta ponerme en la cabeza es una flor, y siempre que puedo me robo alguna

de algún parque y me la pongo. Mayra está delgada cantidad, parece una

anguila, yo creo que por eso gusta tanto, porque tiene la cara como una muñeca

de linda y a los extranjeros les gustan las muchachas delgadas, no como a los

cubanos que les gusta la masa, aunque a mí me dicen cosas cantidad y yo de

masa ni la ilusión. Pero Mayra también es muy sata, se ríe con cualquier guanajada

que le sueltan. Ja. Yo a veces quisiera ser un poco así y no tener tanta pena por

todo, pero qué van a pensar los hombres si me ven así tan desenvuelta, riéndome

de cualquier cosa con ellos, dejándome tocar por ellos, aceptándoles cigarros,

pañuelos, regalos. Qué va. Ni muerta. Pero Mayra insiste en que me espabile. Bueno,

ya empiezo a aburrirme aquí sin hacer nada. Le voy a preguntar a este niño por qué

no va a jugar con esos otros niños que están retozando en el medio del parque...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

www,facebook.com/augusto.delatorrecasas


http://laenvolvencia.blogspot.com

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