Esta
noche voy a vivir una pesadilla. Lo presiento. Lo sé. Me lo dice el corazón y
el
corazón
nunca me engaña. Sé todo lo que va a sucederme y sé que no voy a
poder
evitarlo. Mi mamá ingresada y mi padre con los cabroncitos esos por ahí. Y
yo
aquí sola. Mi padre nunca sale conmigo, ni siquiera me lleva al hospital a ver
a
mi
mamá, y yo tengo que ir a verla con Aleida cuando Aleida tiene un chance y me
hace
el favor de acompañarme. Mi padre no me quiere, lo suyo son los varones, y
cada
vez que va a salir con ellos y yo le digo que me lleve me repite el mismo
sonsonete:
¿con esa barriga?, ni lo sueñes, no pensaste en esto cuando dejaste que
te
la hiciera el muerto de hambre ese, y mis hermanos se ríen a carcajadas. Monos.
Idiotas.
Desgraciados. Por eso, después que ingresaron a mi mamá, lo normal para
mí
es pasarme el día sola. Y a veces las noches, porque mi padre y mis hermanos no
calientan
la casa. Sola, y a mí la soledad no me gusta ni un poquito así. A veces me
pongo
a hablar conmigo misma, cuando me canso de oír los mismos discos que me
sé
de memoria o cuando me aburro de lo que pasan por la tele, que siempre es lo
mismo
también. Y entonces me pongo a hablar con los cuadros, con las fotos, con
los
adornos, no me puedo quedar con las ganas de decir todo lo que siento y se lo
digo
a las paredes, a los muebles, a los gatos que se tiran en el patio. Y esta
noche
estoy
sola, pero esta noche va a ser la noche de la pesadilla, de una pesadilla que
después
yo trataré de borrar de mi memoria, pero que la llevaré clavada en el
recuerdo
hasta que muera, como llevo clavadas tantas cosas que quisiera olvidar.
Ah,
qué bueno sería olvidar, qué bueno sería que una pudiera olvidarse de todo lo
malo
que le ha sucedido. Sí, qué bueno, qué fenomenal sería eso. Lo primero que yo
borraría
de mi memoria serían las peleas de mis padres y las palizas que me daba mi
padre
y los golpes que me daba Tony, y todo lo que me ha sucedido con Tony, que
maldita
sea la hora en que lo conocí. Y por supuesto, borraría lo que me va a pasar
esta
noche que estoy sola en el silencio sobrecogedor de esta maldita casa, sin
saber
qué hacer, nerviosa, angustiada, esperando que toquen a la puerta... Y
tocan.
Entonces me paralizo, mirando a la puerta. Son unos golpes desesperados
que
me dejan en el medio de la sala sin poder moverme. ¿Quién es?, pregunto,
sabiendo
bien quién es, pero lo digo tan bajito que yo misma casi no lo oigo. Me
lleno
de valor y repito quién es en alta voz, y la respuesta no es otra que la voz de
Tony,
aquella voz que yo escuché en el parque de Ferreiro la primera vez que fui a
encontrarme
con él, y que oía después en cada nueva cita, cuando nos veíamos a
escondidas
y a mí no me importaba otra cosa que no fuera oír aquella voz que me
llenaba
los oídos de una música suave, y yo me olvidaba de la escuela, de mi casa,
de
mi familia, de todo, remontada muy alto, como si yo estuviera en una nube azul
que
regara las plantas y las flores del jardín más hermoso que yo hubiera conocido
en
los cuentos que me hacía mi mamá... Entreabro la puerta y vuelvo a escuchar
aquella
voz, déjame entrar, cosita, déjame, que quiero hablar contigo, anda, no
seas
tan rencorosa, que el rencor es malo y amarga el corazón, y miro a Tony y me
parece
que él no puede estar ahí parado a menos de un metro de mí, déjame
entrar,
chica, que me he pasado todo este tiempo pensando en ti, en ti, vamos, en
nosotros,
te lo juro, no te me quitas del cerebro ni un solo minuto, de verdad, oye,
mira,
estoy arrepentido de haberte tratado tan mal, de verdad, Tony pidiéndome,
rogándome,
suplicándome que lo deje pasar, mira, Tania, yo pienso que nosotros
podemos
arreglarnos, volver a estar juntos, ¿por qué no?, olvidarnos de todo y
comenzar
de nuevo, Tony frente a mí, cabizbajo, arrepentido, transformado, sí, y
mira,
cosita, estoy haciendo una gestión ahí, en mi trabajo, para que me den una
casa
para nosotros dos, un lugar donde podamos vivir tú y yo solos y ser felices,
muy
felices,
sin que nadie nos moleste, y así no vamos a tener ningún problema, tú y yo,
con
el niño cuando nazca, anda, déjame entrar, cosita, te lo pido por lo que más
quieras,
y esa seguidilla de la voz de Tony no la puedo resistir, quito el seguro de la
puerta,
la abro de par en par, y Tony entra, y enseguida que entra trata de tocarme,
de
besarme, de abrazarme, y yo no me dejo tocar ni besar ni abrazar, porque
reacciono
y no lo creo, cómo voy a creerlo después de todo lo que me ha hecho...
Me
separo, me siento en una butaca y él también se sienta. Parece que él sabía
que
yo estaba sola, no se hubiera atrevido si no. Estoy nerviosa y excitada. Nos
quedamos
frente a frente. Creo que él ha bebido, siento ese olorcillo a ron que
no
se le quitaba últimamente. Y entonces nos decimos todo lo que tenemos que
decirnos,
un montón de barbaridades, y yo le digo mucho más, porque el muy
canallita
ha seguido molestándome después del divorcio, ah, sí, ha seguido
persiguiéndome,
con la pituita de volver conmigo y todo eso, mira, Tony, yo no te
creo
ni una pizca de lo que me estás diciendo, y él me dice cosita, y me dice
muchas
cosas que yo apenas entiendo. Ah, pero cuando oí su voz al otro lado de la
puerta
me estremecí y se me olvidó todo lo malo, sentí un airecito que me subía
desde
la boca del estómago y por eso fue que lo dejé pasar, pero ahora en frío no
puedo
creer nada y se lo digo, no me vas a convencer, Tony, de ninguna manera,
pero
él se levanta, cierra la puerta de un tirón, se me acerca, y... ven, Tony, ven,
acércate,
salvaje, cógeme por los hombros y sacúdeme, bien fuerte, grítame,
golpéame
otra vez, como me golpeabas cuando yo te decía algo que no te
gustaba,
vamos, no lo pienses más, porque eso es lo que quieres hacerme, bórrame
definitivamente
esos pocos recuerdos agradables que todavía me quedan de
cuando
te conocí, de los primeros días, de nuestros encuentros en el parque de
Ferreiro,
vamos, dime todas las suciezas que vas a decirme, pégame duro, anda, no
te
detengas, no, desgraciado... Tú verás lo que te voy a hacer, so mona. Intento
defenderme,
pero en menos de un minuto ya me estás golpeando otra vez
como
antes, con toda tu fuerza, so bruto, forcejeamos un poco, pero ya tú eres el
mismo
de los últimos meses y me sacudes con violencia, me tiras en el suelo, te me
encaramas
encima como un perro con rabia, me aprietas, me manoseas, y ¡ay!,
suéltame,
Tony, suéltame te digo, animal, si no me sueltas me voy a poner a dar
gritos,
suéltame, coño, y tú me zarandeas, si te pones a dar gritos te mato, so puta,
y
me enseñas una navaja que sacas del bolsillo de atrás de la pitusa desteñida
que
traes
puesta, y me voy a estremecer de la rabia, pero tú te afincas sobre mí, encima
de
mi barrigona, de tu hijo, so bestia, ¿no te das cuenta de que estás aplastando
a
tu
hijo?, y siento olor a ron y me dan ganas de vomitar, pero ¡ah!, entonces todo
sucede
demasiado rápido: te desabrochas la portañuela y empiezas a tocarte ahí,
a
manosearte, y empiezas a hacer cosas que yo nunca te había visto hacer, que ni
siquiera
me había imaginado que pudieras hacer, me la restregas en los ojos, en la
boca,
en toda la cara, so bruto, hasta que siento, repugnada, con los ojos cerrados
y
temblando de miedo, que ese líquido tibio me rueda por los párpados, por las
mejillas,
por la boca, por el cuello... Dios mío. Me quedo en el suelo, rígida, sin poder
comprender
por qué me está sucedieno todo esto, aquí mismo, en la sala de mi
propia
casa, en el estado en que me encuentro, sola, ¡ay!... No sé cuánto duró ese
momento
de horror, no sé cuántas cosas me pasaron por la cabeza en un segundo,
hasta
que por fin el asqueroso se levantó, se abrochó, me miró, largó un eructo y
comenzó
a reírse a carcajadas, hasta que salió dando un portazo... Yo seguiré un
rato
más en el suelo, tirada como una perra muerta, casi sin respirar, con mi bata
de
casa
hecha ripios, con los ojos cerrados porque no querré abrirlos, con deseos de
vomitar,
sudada, aterrorizada, arrepentida de mi ingenuidad, y después que me
vaya
calmando comenzaré a llorar desesperada, a llorar, a llorar, a llorar... A
veces
me
pregunto si todo esto no sería otra de mis pesadillas, porque no puedo entender
cómo
es posible tanta humillación, tanto dolor, cómo es posible conocer el horror
en
sólo unos pocos minutos... cómo, Señor, en una muchacha que todavía no ha
cumplido
quince años...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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