sábado, 21 de junio de 2014

EL AULA SUCIA 28

Sí, te lo han dicho, pero te niegas a aceptarlo. Te lo han dicho Adita, Violeta, y hasta

Lidia, que se sonríe maliciosa cada vez que te recuerda lo que tú no quieres

recordar.

--Lo que te pasa a ti es lo que le pasa al marido engañado: es el último que se

entera.

--¡Ay, Lidia!

Pero cada vez que te encuentras a solas con Ernesto, en algún lugar de la

Universidad, el hombre te suelta algunos cabos que tú, aunque con reticencias, vas

atando.

--Tus ojos me distraen tanto que cuando los estoy mirando y me llaman no oigo.

Y todas las mañanas, cuando llegas al Departamento y te sientas en tu mesa de

trabajo, encuentras una flor, al parecer acabada de cortar de algún jardín cercano,

metida en un pequeño bucarito, y a veces con un papelito que dice algo así como

"para una mirada azul capaz de convertir la angustia en miel" y recoges el papel, lo

lees, piensas que es bonito o picúo, según como te sientas ese día, hueles la flor

(siempre la hueles), y te sorprendes suspirando, pensando que te gustaría que Mario

tuviese ese gesto alguna vez, como lo tenía al principio de tu relación con él, que

era todo delicadeza, amabilidad, ternura, y a la vez pasión, calor, deseo, y aunque

todavía queda algo de aquello, piensas que ya no es igual, porque ahora esas

pequeñas ternezas que tanto unen a la pareja humana, han quedado postergadas

para momentos especiales, demasiado espaciados a causa de la impronta que

rodea la vida de todos en la isla. No obstante la carga de tareas, Ernesto busca un

tiempo y de pronto se aparece con una postal y te la entrega, sorprendiéndote.

--¡Ay, Ernesto! Tú siempre con tus cosas.

Tomas la postal: es una vista de la bahía de Santiago de Cuba desde El Morro. La

vuelves y lees lo que te escribió: "comparado con tus ojos, este mar pierde por

puntos... y por muchos puntos". Eso te gusta. Te sonríes. Le agradeces. Y él se sienta

frente a ti, sonriéndose también, y clavándote los ojos como si quisiera penetrar tu

piel y descubrir tu interior y ver cómo corre la sangre por tus venas. Entonces te dice

lo que no esperabas oírle:

--Esta tarde vamos a casa de Mirna a celebrar el cinco que le dimos por su Trabajo

de Diploma. Te invito.

--¿Quiénes son los que van?

--Pocos. Los miembros del tribunal y un par de estudiantes amigos de Mirna. Dice que

quiere brindarnos una bebida que prepara su mamá, y a la vez agradecernos la

ayuda que le dimos para su trabajo. ¿Vienes?

--Pero Mirna no me invitó a mí.

--No hay problemas, tú vas conmigo. Además, tú la conoces, le has dado clases,

con ella no hay problemas.

De pronto te das cuenta de que en ningún momento has rechazado la idea de ir

con él a ese motivito con alcohol que te atrae. No quieres pensar que es Ernesto

quien te atrae, y te dices ¿por qué no? Para cambiar de ambiente, para luchar

contra la vida rutinaria de la Universidad. Miras a Ernesto, no dices sí ni no, miras la

postal y la guardas en el portafolios junto a otras cosas de Ernesto que conservas en

un sobre, y de otros compañeros de trabajo que te han regalado por el fin de curso,

por tu cumpleaños, por cualquier otra cosa. "Tengo que mejorar mis relaciones, ya

casi nunca me acuerdo de tener esas delicadezas con ellos", meditas, mientras

Ernesto se pone de pie, acerca un brazo, y con la mano te acaricia el pelo, sólo

unos segundos, pero a ti te gusta, y él te dice "entonces, a las cuatro nos vemos aquí

mismo", y antes de que tú reacciones se vuelve y se va... Y al salir del motivito en la casa

de Mirna, donde casi has permitido que Ernesto, bailando contigo, te acaricie y te

estremezcas al leve contacto, con algunas copas del ponche que la madre de Mirna se

esmeró en hacer para tal ocasión, meditas en que últimamente te estás dejando llevar

por el instinto y no piensas que tus deslices pueden poner en peligro tu matrimonio... y

todo vuelve a ser la misma realidad de siempre: estás despierta, reaccionas, te das

cuenta, miras el reloj, piensas en Mario, en tu casa, pero... ¿qué hago yo aquí a esta

hora?, ¿cómo ha podido pasarme esto?, ¿por qué tuve que venir? Miras a Ernesto que al

ver tu reacción se ha quedado como hipnotizado y no sonríe. Te separas totalmente, oyes

la música muy bajito, miras a los demás que todavía bailan sin notarte, embelesados,

das unos pasos hacia la puerta de la calle y dices algo así como señores, se me ha

hecho muy tarde y debo irme, perdónenme, y casi sin despedirte recoges tu

carpeta y sales a la calle, y te pierdes en esa penumbra, porque la calle está a

oscuras, mientras Ernesto y los demás se vuelven sombras dentro de la casa... En la

calle miras el reloj y no quieres creer que esa es la hora, ¿y ahora qué?, ¿qué le dirás

a Mario cuando llegues? ¡Ah! Tienes los nervios de punta, sudas, pero te olvidas del

principal detalle que delatará tu culpa, y sólo te das cuenta cuando llegas a tu

casa, abres la puerta, te encuentras con el rostro de Mario que observa tu cara

descompuesta y te roza los labios con su nariz dispuesta a descubrir el olor a bebida

que no puedes ocultar.

--No me vas a decir que eso es un pru que te tomaste en la esquina.

--¡Ay, Mario! Mira... lo que pasó fue que...

Y te decides a contarle la verdad y afrontar la situación y las consecuencias de tu

error, a reconocer tu grave error, y a reconocer ante ti misma que si te hubieras

quedado unos minutos más en la casa de Mirna no sabes lo que hubiera ocurrido.

"Soy débil, sí, me dejo convencer como una tonta, Ernesto se ha aprovechado de

esa debilidad que él conoce, y yo por poco caigo, si no es que ya caí". Mario en

silencio, moviendo la cabeza, pensando, preguntándose cómo es posible que su

mujercita se dejara engatusar tan fácilmente. Los dos en silencio sin saber qué decir

ni qué hacer, tú pensando que esta vez has ido demasiado lejos, pero contrario a lo

que esperas con temor, Mario no te dice nada, se deja caer en una butaca y se

acomoda, mirando hacia el balcón, distraído en sus meditaciones, y tú apenas

caminas unos pasos, todavía algo mareada, comprendiendo que tienes que hacer

algo que no sabes qué es, porque si sigues como vas un día caerás en la infidelidad

y eso, que en esta época en que se vive no es algo tan grave, Mario no te lo

perdonaría.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com

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