Sí,
te lo han dicho, pero te niegas a aceptarlo. Te lo han dicho Adita, Violeta, y
hasta
Lidia,
que se sonríe maliciosa cada vez que te recuerda lo que tú no quieres
recordar.
--Lo
que te pasa a ti es lo que le pasa al marido engañado: es el último que se
entera.
--¡Ay,
Lidia!
Pero
cada vez que te encuentras a solas con Ernesto, en algún lugar de la
Universidad,
el hombre te suelta algunos cabos que tú, aunque con reticencias, vas
atando.
--Tus
ojos me distraen tanto que cuando los estoy mirando y me llaman no oigo.
Y
todas las mañanas, cuando llegas al Departamento y te sientas en tu mesa de
trabajo,
encuentras una flor, al parecer acabada de cortar de algún jardín cercano,
metida
en un pequeño bucarito, y a veces con un papelito que dice algo así como
"para
una mirada azul capaz de convertir la angustia en miel" y recoges el
papel, lo
lees,
piensas que es bonito o picúo, según como te sientas ese día, hueles la
flor
(siempre
la hueles), y te sorprendes suspirando, pensando que te gustaría que Mario
tuviese
ese gesto alguna vez, como lo tenía al principio de tu relación con él, que
era
todo delicadeza, amabilidad, ternura, y a la vez pasión, calor, deseo, y aunque
todavía
queda algo de aquello, piensas que ya no es igual, porque ahora esas
pequeñas
ternezas que tanto unen a la pareja humana, han quedado postergadas
para
momentos especiales, demasiado espaciados a causa de la impronta que
rodea
la vida de todos en la isla. No obstante la carga de tareas, Ernesto busca un
tiempo
y de pronto se aparece con una postal y te la entrega, sorprendiéndote.
--¡Ay,
Ernesto! Tú siempre con tus cosas.
Tomas
la postal: es una vista de la bahía de Santiago de Cuba desde El Morro. La
vuelves
y lees lo que te escribió: "comparado con tus ojos, este mar pierde por
puntos...
y por muchos puntos". Eso te gusta. Te sonríes. Le agradeces. Y él se
sienta
frente
a ti, sonriéndose también, y clavándote los ojos como si quisiera penetrar tu
piel
y descubrir tu interior y ver cómo corre la sangre por tus venas. Entonces te
dice
lo
que no esperabas oírle:
--Esta
tarde vamos a casa de Mirna a celebrar el cinco que le dimos por su Trabajo
de
Diploma. Te invito.
--¿Quiénes
son los que van?
--Pocos.
Los miembros del tribunal y un par de estudiantes amigos de Mirna. Dice que
quiere
brindarnos una bebida que prepara su mamá, y a la vez agradecernos la
ayuda
que le dimos para su trabajo. ¿Vienes?
--Pero
Mirna no me invitó a mí.
--No
hay problemas, tú vas conmigo. Además, tú la conoces, le has dado clases,
con
ella no hay problemas.
De
pronto te das cuenta de que en ningún momento has rechazado la idea de ir
con
él a ese motivito con alcohol que te atrae. No quieres pensar que es Ernesto
quien
te atrae, y te dices ¿por qué no? Para cambiar de ambiente, para luchar
contra
la vida rutinaria de la Universidad. Miras a Ernesto, no dices sí ni no, miras
la
postal
y la guardas en el portafolios junto a otras cosas de Ernesto que conservas en
un
sobre, y de otros compañeros de trabajo que te han regalado por el fin de
curso,
por
tu cumpleaños, por cualquier otra cosa. "Tengo que mejorar mis relaciones,
ya
casi
nunca me acuerdo de tener esas delicadezas con ellos", meditas, mientras
Ernesto
se pone de pie, acerca un brazo, y con la mano te acaricia el pelo, sólo
unos
segundos, pero a ti te gusta, y él te dice "entonces, a las cuatro nos
vemos aquí
mismo",
y antes de que tú reacciones se vuelve y se va... Y al salir del motivito en la
casa
de
Mirna, donde casi has permitido que Ernesto, bailando contigo, te acaricie y te
estremezcas
al leve contacto, con algunas copas del ponche que la madre de Mirna se
esmeró
en hacer para tal ocasión, meditas en que últimamente te estás dejando llevar
por
el instinto y no piensas que tus deslices pueden poner en peligro tu
matrimonio... y
todo
vuelve a ser la misma realidad de siempre: estás despierta, reaccionas, te das
cuenta,
miras el reloj, piensas en Mario, en tu casa, pero... ¿qué hago yo aquí a esta
hora?,
¿cómo ha podido pasarme esto?, ¿por qué tuve que venir? Miras a Ernesto que al
ver
tu reacción se ha quedado como hipnotizado y no sonríe. Te separas totalmente,
oyes
la
música muy bajito, miras a los demás que todavía bailan sin notarte,
embelesados,
das
unos pasos hacia la puerta de la calle y dices algo así como señores, se me ha
hecho
muy tarde y debo irme, perdónenme, y casi sin despedirte recoges tu
carpeta
y sales a la calle, y te pierdes en esa penumbra, porque la calle está a
oscuras,
mientras Ernesto y los demás se vuelven sombras dentro de la casa... En la
calle
miras el reloj y no quieres creer que esa es la hora, ¿y ahora qué?, ¿qué le
dirás
a
Mario cuando llegues? ¡Ah! Tienes los nervios de punta, sudas, pero te olvidas
del
principal
detalle que delatará tu culpa, y sólo te das cuenta cuando llegas a tu
casa,
abres la puerta, te encuentras con el rostro de Mario que observa tu cara
descompuesta
y te roza los labios con su nariz dispuesta a descubrir el olor a bebida
que
no puedes ocultar.
--No
me vas a decir que eso es un pru que te tomaste en la esquina.
--¡Ay,
Mario! Mira... lo que pasó fue que...
Y
te decides a contarle la verdad y afrontar la situación y las consecuencias de
tu
error,
a reconocer tu grave error, y a reconocer ante ti misma que si te hubieras
quedado
unos minutos más en la casa de Mirna no sabes lo que hubiera ocurrido.
"Soy
débil, sí, me dejo convencer como una tonta, Ernesto se ha aprovechado de
esa
debilidad que él conoce, y yo por poco caigo, si no es que ya caí". Mario
en
silencio,
moviendo la cabeza, pensando, preguntándose cómo es posible que su
mujercita
se dejara engatusar tan fácilmente. Los dos en silencio sin saber qué decir
ni
qué hacer, tú pensando que esta vez has ido demasiado lejos, pero contrario a
lo
que
esperas con temor, Mario no te dice nada, se deja caer en una butaca y se
acomoda,
mirando hacia el balcón, distraído en sus meditaciones, y tú apenas
caminas
unos pasos, todavía algo mareada, comprendiendo que tienes que hacer
algo
que no sabes qué es, porque si sigues como vas un día caerás en la infidelidad
y
eso, que en esta época en que se vive no es algo tan grave, Mario no te lo
perdonaría.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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