--Siempre
te toca los fines de semana.
--No
exageres.
Era
sábado. Marnia tenía guardia en la Universidad. Al terminar la comida -esa
tarde
muy
temprano por ese motivo-, Aimée se fue a los altos a jugar con su amiguita, y
Mario
se quedó solo en la mesa, fumando, mientras ella se preparaba para salir.
Tenía
que contar con el transporte, y debía estar en la Universidad a las ocho, hora
en
que comenzaba la guardia.
--Cuando
vengas ya se terminó la primera película y comenzó la segunda, o sea,
que
no vas a ver ni la una ni la otra.
La
guardia terminaba a las once y a esa hora Marnia debía regresar en un ómnibus
que
recogía a los empleados de ese turno y los repartía por toda la ciudad.
--A
lo mejor estoy aquí antes de que haya empezado la segunda, querido. No te
preocupes
tanto y disfruta de tu soledad.
Marnia
salió a las 7.05. En la parada, el gentío amontonado le hizo desechar el
transporte
oficial. Se encaminó hacia la Plaza de Marte y se detuvo ante la
intersección
de las calles Plácido y Escario. Por allí, a veces, pasaban taxis que
podían
llevarla a su destino, y en último caso, apelaría a lo que ya se estaba
haciendo
en ella un hábito: la botella. Claro que un sábado al anochecer sería más
difícil,
pero se había preparado sicológicamente para cualquier eventualidad.
Cuando
estaba a punto de perder su presencia de ánimo pasó una moto, le hizo
señas
a quien la conducía, y éste frenó a tiempo y se detuvo junto a ella. Eran
las
7.44.
--¿Me
puede dejar cerca de la Universidad, por favor?
--Se
puso dichosa, voy cerca de allí. Suba.
--¡Cuánto
se lo agradezco! Ya casi llego tarde.
Por
suerte el hombre no se propasó. Intercambiaron algunas frases y en diez minutos
estaban
a tres cuadras de la entrada principal del plantel. Ahora sólo tenía que
cruzar
la avenida Patricio Lumumba y ya estaría allí. Ese tramo siempre estaba
solitario
y ella se asustaba a veces, pensando que podrían asaltarla. Pero nunca la
habían
asaltado. Mario le sugería que anduviera siempre en grupo, nunca sola, pero
esa
noche no había ningún grupo y ella decidió arriesgarse. Cuando llegó al
Rectorado
pasaban de las ocho. Allí se encontró a María.
--¿Y
tú qué haces aquí? Mi guardia era con Elvira. Nada menos que con Elvira.
--Elvira
me llamó para cambiarla, me dijo que no se siente bien.
--¡Qué
casualidad! Pero me alegro, contigo la guardia será más llevadera. ¿Tú te
imaginas?
Tres horas con doña Elvira.
--No
me digas nada, que ya he pasado por eso, y no es fácil.
La
guardia consistía en sentarse en un buró y atender las llamadas telefónicas o a
cualquier
visitante que se apareciera preguntando por algo o por alguien, y resolver
algún
problema que tuvieran los becados que no habían salido de pase, aunque
por
ser sábado noche esas eventualidades casi nunca ocurrían. Había un vigilante
encargado
de las rondas y de toda la zona, que debía darles una vuelta cada hora.
--Y
lo buenas que deben estar las películas. Dos suspensos, imagínate.
--Oye,
Marnia, nadie me entregó la guardia cuando yo llegué. El turno anterior falló.
--Déjame
buscar el plan de guadias a ver quién fue la graciosa que se comió la
guásima.
--No,
deja, ya lo busqué, es una profesora de Idiomas, y es extraño, porque en este
turno
de fin de semana nadie falla.
--¿Y
cómo entraste?
--Eso
es otra cosa, la puerta no estaba cerrada en firme.
María
sacó un termito con café y las dos tomaron. Marnia pensó en Mario, en su
casa,
en lo bueno que hubiera sido quedarse esa noche y disfrutar de las películas, y
después
acostarse los dos de madrugada y levantarse el domingo cuando les
viniera
en ganas, pues era el único día de la semana en que el despertador se
mantenía
en silencio. A Marnia no le gustaba faltar a las guardias. Era algo que se
vigilaba
mucho y por lo que se exigían responsabilidades ante cualquier
incumplimiento.
--¿Y
tu marido?
--Lo
dejé enredado con una partitura que no acaba de cuadrar.
--Yo
dejé a Mario allá solo, leyendo, como siempre, y con una cara... hasta que
empiecen
las películas. Aunque a él de vez en cuando le gusta estar solo, pero
como
siempre vemos esas películas juntos...
--Sí,
ya me imagino.
--Oye,María,
cuando tú llegaste viste al vigilante de guardia?
--No
lo vi, pero me dijo el ujier que estaba dando vueltas por allá por Becas. Así
que
vamos
a confiar en que no estamos solas e indefensas.
Generalmente
las guardias transcurrían sin complicaciones, pero cuando el vigilante
no
se encontraba en el área, las mujeres se ponían nerviosas: estaban indefensas
ante
cualquier delincuente que lograra colarse en el plantel. Una vez se había dado
un
caso: una profesora de Filosofía que hacía la guardia fue atacada por un
maleante
que se le acercó de pronto mientras ella hablaba por teléfono: no tuvo
tiempo
de esconderse y el asaltante casi logró violarla, pero en ese momento
llegaron
dos becados de la ciudad y lo hicieron huir, aunque sin lograr su detención.
Marnia
no le contó nada a Mario, pues éste le pondría muchos reparos para
continuar
con sus guardias nocturnas y eso a ella no le convenía. A las once
debía
llegar el ómnibus a recoger a todos los que estaban de guardia. Ese ómnibus
nunca
fallaba.
--Las
diez y media ya. Y el dichoso vigilante no aparece.
--Debe
estar entretenido con las becadas. Como los fines de semana se quedan dos
o
tres nada más...
--De
todos modos debería darnos una vuelta, ¿no?
--Claro.
Pensar que estamos aquí solas a expensas de que nos ocurra cualquier cosa.
--No
empieces a autosugestionarte, que no nos va a ocurrir nada.
A
las once menos diez llegó Oscar, que debía relevarlas y quedarse hasta las ocho
del
domningo.
--Qué
bueno que llegaste, muchacho. Ya estábamos rajando de ti.
--¿Qué,
cómo la han pasado?
--Bueno...
-Marnia miró a María con una mueca áspera en los labios- aparte del
humo
de acá lo demás muy tranquilo. Ah, no hemos visto al vigilante, aunque nos
dijeron
que estaba por Becas. Y el radio no funciona.
--Muy
bien... -Oscar sonrió, se tomó el último buchito que quedaba en el termo,
"lo
guardé
especialmente para ti", y encendió un cigarro con cara desacostumbrada-.
Pero
tengo que darles una mala noticia.
Marnia
y María se miraron en silencio. Oscar se sentó en el sofá de la sala de estar y
las
miró con lástimna.
--Me
llamaron por teléfono a la casa. La guagua se rompió en Cuabitas, así que esta
noche
tendrán que irse las dos por su cuenta... por su cuenta y riesgo.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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