A
ver qué tengo para hoy. Ni un solo espacio en blanco. Hasta los domingos me los
tuercen:
el comité, la defensa, el trabajo voluntario, la guardia. Ni me acuerdo de
cuándo
fue la última vez que llevé a Aimée al zoológico, menos mal que ahora con
la
escuela se entretiene bastante. Y de contra Mario: te veo muy nerviosa,
trabajas
demasiado,
necesitas vacaciones. Como si yo pudiera cogerlas cuando las necesito,
como
las coge él, que las coge cuando le convienen. Cuando me tocan a mí, a
meterme
en la casa con el trajín de Aimée y la tele por las noches. ¡Qué bonito!
Claro,
su trabajo es tan diferente: viajar, en encuentros, conferencias, seminarios,
hospedarse
en los buenos hoteles, comer buena comida, y sin ninguna preocupación
familiar:
nada de cocinar, fregar, limpiar, lavar, planchar, y todo lo demás. Y menos
mal
que cuando está aquí se encarga de las compras, que si no. Pero qué le vamos
a
hacer. ¡Ay! La monotonía me tiene al borde del ingreso. Déjame seguir con la
agenda.
Miércoles, día atravesado. ¿O es el jueves? Yo creo que para mí todos los
días
son atravesados. Bueno, ya. Miércoles 15: a las 8 reunión del colectivo. Cuando
termine,
llevar los stencils al mimeógrafo. Después devolver el libro de Africa a la
circulante,
a ver si ya está disponible el de las culturas africanas de la antigüedad,
ejemplar
único y siempre circulando. A las 2 junta de año. A las 4 despacho con la
vice-decana.
Y si salgo temprano, terminar de pasar el informe de evaluación que
me
pidieron ayer por la mañana. Y no tengo tique para el almuerzo, así que a hacer
la
cola después de la una a ver si alcanzo. Casi nada. ¿Cómo no me va a gustar
quedarme
un rato arrebujada cuando suena este maldito despertador? A esta hora
que
es cuando la cama está rica de verdad, con ese airecito que se filtra por la
madrugada.
¡Ay, carajo! La misma rutina de todos los días: tender la cama, asearme,
lavarme
la cara, cepillarme los dientes, colar café, ir a buscar la leche de Aimée,
preparar
el desayuno, y lo más complicado: despertar a la niña, esa sí es dura, con
lo
remolona que es, que a veces tengo que zarandearla para que se mueva. Yo
creo
que esta niña nació cansada. ¿Serán así todos los niños? Debería dejar el radio
conectado,
despertarse con música es tan agradable. Como quedarse dormida
con
esos instrumentales de Radio Siboney. No sé por qué me da por apagarlo
cuando
me estoy rindiendo, como sólo tengo que estirar el brazo, yo creo que ni me
doy
cuenta. Dice Mario que para qué regalarle la música al silencio.
Decididamente
carece de imaginación. Total, si apenas gasta y él ni se entera.
Ahora
que está de viaje me siento más relajada, pero así y todo siempre tengo que
correr.
Cuando termine con Aimée a enfrentarme
con la incógnita de la parada:
que
si viene la guagua, que si se demora, que si está que no cabe ni un gatico, que
si
para cerca o lejos de la P, y los pocos taxis que van a la Universidad pasan
cada
tres
horas y coger una botella se está poniendo de anjá. Nada, un fenómeno. Me
arreglo
bien, me arreglo muy bien, me emperifollo, y cuando me desmonto en el
crucero
parece que acabo de salir de un cañaveral. ¡Ay! Deberíamos comprar un
aire
acondicionado, pero Mario no quiere, dice que me voy a tullir, muchacha, con
lo
friolera que eres y pensando en un aire, estás de ingreso. ¡Qué gracioso!
Siempre
se
hace lo que él dice. Y después soportar el teque de la igualdad. Igualdad
mierda.
Yo que soy la mujer trabajo mucho más que él, la casa y Aimée corren por
mi
cuenta, porque él lo único que hace es llevarla a Coppelia y a casa de su hijo
de
visita,
y si acaso echarme una manito aquí, y eso si se lo pido, porque siempre me
está
diciendo que no tiene mucho tiempo para estos trajines domésticos, es que tú
pierdes
mucho tiempo, nené, no me explico por qué tienes que estar tanto rato
preparando
un arroz con picadillo de soya, esa es la que me suelta. Sí. ¡Quién lo
viera!
Bueno, ¿para qué martirizarme, si todo eso ya está establecido? Levántate,
Marnia,
arréglate, olvídate de los problemas, que esa es la fórmula ideal para
resolverlos.
Ya lo creo que sí: lo que se olvida es como si no existiera, ¡ja! Pues manos
a
la obra. A fin de cuentas yo no soy Enma Bovary. ¡La agenda! ¡El portafolios!
El
fenómeno
vigueta. Me estoy pareciendo a los esquimales: todo al alcance de la
mano.
Dice Mario que eso es haraganería. Quién sabe. A este portafolios no le cabe
ni
una citación de la FMC. Esa es otra. Bueno, a las 8 reunión del colectivo. Ja.
Creo
que
todavía no hace un mes desde la última reunión. ¿Qué tiñosa me lanzarán en
ésta?
Son especialistas en inventar tareas y soltárselas a una de ahora para luego y
después
quieren que una se apure, que lo deje todo para dedicarse a ellos. Y estas
reuniones
son todas iguales: citan para las 8 y a las y media no ha llegado ni la mitad
de
los profesores. Y siempre discutimos los mismos problemas. Y además la baraúnda
de
informes, planes, análisis, evaluaciones,
mil directivas del Ministerio que
languidecen
en las gavetas, chequeo del comportamiento de la metodología, qué
nombrecito
ese, es como para intoxicarse. Y la fumadera, porque casi todos fuman y
tengo
que dispararme el humo como si yo también tuviera el vicio, y eso que la vice-
decana
planteó en la última reunión que sería mejor dar un receso cuando reparten
el
café para que los fumadores se fueran con su humo a otra parte, pero qué va:
son
mayoría los viciosos. El mejor día aquello va a coger candela. Odio las
reuniones,
los
cigarros, el humo. ¡Por Dios! Si yo fuera gobierno dedicaría toda esa tierra a
la
siembra
de viandas, que por cierto no están tan abundantes. ¡Ah!, qué tonta soy.
Estoy
pensando como el que quiere arreglar el mundo. A ver qué más. Llevar los
stencils
al mimeógrafo, estoy atrasada con eso, tengo que entregarlos el lunes. Estos
compañeritos
del mimeógrafo siempre están sobrecargados de trabajo. Mire,
compañera,
venga, compruébelo usted misma: ¿usted cree que podemos sacar
todo
esto en un día? Y es verdad, no pueden. Una vez me dijo el jefe del taller que
iba
a pedir una reunión con la Administración Central para plantear este problema,
porque
al mimeógrafo llevan hasta citaciones de colectivos que sólo tienen cinco
profesores.
Pues entonces, a buscar quien me tire estos stencils, y dónde, y cuándo,
que
no es fácil, porque el que más y el que menos tiene papeles para un título
Huracán.
No digo yo. Papeles para las cucarachas y los ratones en las rinconeras
donde
van a parar todos. Y si se mojan, por favor. Si tengo tiempo antes del
almuerzo
llegaré a la biblioteca a entregar este libro de Africa, a ver si devolvieron
el
dichoso
ejemplar ese. Hasta hace poco aquí nadie se acordaba de ella. Bueno. El
libro
ese, siempre que voy a sacarlo alguien lo tiene, van a tener que repartir
pretiques.
Allí hay más títulos que los taxis de socios. ¡Ay, esta agenda! ¿Quién habrá
inventado
las agendas? Seguro que alguien que no tenía nada que hacer. Y total,
para
llenarlas de reuniones y de tareas que lo único que hacen es lograr que una
pierda
el poco tiempo que tiene para vivir, porque la vida se ha convertido en eso:
reuniones,
tareas, corre corres, un fenómeno. ¿Y lo demás qué? A ver qué tiran hoy
en
la tablilla del comedor. Nunca me acuerdo de sacar el tique, normal en mí, por
eso
tengo que apuntarlo todo en esta agenda de mierda. Qué cosa. A comer
sorpresa,
la cola de los sin tiques, y sin techo para cobijarse del sol del mediodía Por
favor.
Luego Mario con sus sermones: si sigues así te veo en la sala T, porque a veces
tengo
que volar el turno, qué remedio, y como él no pierde una comida ni por lo
que
dijo el cura, no puede comprender que yo tenga que perder algunas por falta
de
tiempo, y es cierto que he rebajado unas libritas, pero no es para tanto.
Después
dicen
que las mujeres somos exageradas. Ni siquiera podré pasar el informe para el
Decanato
antes del almuerzo, a no ser que se lo dé a la Secretaria de la Facultad,
que
siempre está detrás del palo, cuando una entra en su oficina casi no la ve por
los
montones de papeles que tiene encima del buró. Un pollo picando maíz, dice
Oscar.
Como que aquí cualquiera es secretaria, no digo yo. No sé en qué pedacito
del
día podré sentarme a darle tecla a este informe. Vamos a ver. Bueno, el
almuerzo,
si la suerte me acompaña, y la imprenta, y la biblioteca, y todo lo demás.
Tendré
que salir con el último bocado, sin pasar por el baño para verme la cara, a
buscar
un lugar y una máquina de escribir para sentarme tranquila y sin que nadie
me
interrumpa, cosa muy difícil. Qué manera de joder con estos informes de
mierda,
que todos dicen lo mismo, y casi todos los días piden alguno, y yo creo que
nadie
los lee, siempre están en China con lo que se les comunica por escrito.
Cualquiera
se obstina. Y antes de las 2, porque a las 2 es la Junta de Año, y esa
junta
se las trae, hay una profesora que planteó que iba a discutir la indisciplina
de
ese
grupo de periodismo al que yo le doy clases. ¿Qué indisciplina? Será con ella,
porque
conmigo nada de eso. Es que nos hemos vuelto quejosos e hipercríticos,
como
dice la Secre del Partido del Departamento, la muy enérgica doña Elvira:
compañeros,
no se puede tener una actitud hipercrítica ante los problemas, lo que
hay
que hacer es resolverlos. Cómo no, resolverlos dando muela como ella. Así que
a
las 2. A las 2 y media, si acaso. La última junta comenzó cuarenta minutos
después
de
la hora fijada. Qué poco se respeta el tiempo ajeno, como si una no tuviera mil
cosas
que hacer. Se ha perdido el rigor. Como ya todo el mundo está
acostumbrado
a que las reuniones comiencen media hora después, todo el mundo
llega
una hora después y eso es un círculo vicioso. Pero no me voy a atormentar por
eso,
no señor, si a las 2 y media no ha comenzado, adiós Lolita, que bastantes cosas
tengo
que hacer para estar allí sentada esperando las conduermas de los citantes y
de
los rezagados, que son la mayoría. Y que la jefa de ese grupo me llame a
contar,
porque
la voy a poner gira. ¡Ay, madre mía! Voy a aprovechar para llevarle a la vice
este
resumen de las investigaciones del grupo de Historia del Arte. Dios me ampare.
Y
que no sé ni dónde diablos lo he metido. Aquí en el portafolios no lo veo.
Siempre
me
pasa lo mismo, carga para aquí, carga para allá, ni un ómnibus de flete. De
tanto
revisar la agenda le paso por encima a las anotaciones y ni me doy cuenta de
lo
que dicen. ¡Qué barbaridad! ¿Y qué querrá la vice? No es muy amiga de estarla
citando
a una por cualquier bobería. No tiene tiempo, siempre está atarugada. Pero
eso
sí, para decirme que prepare las maletas,
que me voy la semana que viene
para
Italia, seguro que no es. Esa suerte la tienen otros, que viajan al extranjero
casi
todos
los cursos. Así que la junta de año y el despacho con la vice. ¿A qué hora
saldré
hoy de la Universidad? Ayer llegué aquí cuando se estaban terminando los
muñequitos,
suerte que Aimée pudo verlos en casa de Mariela, que si no, ¿quién la
aguanta?¡Ay!
¿Cuándo voy a tener un día desahogado?... Bueno, creo que eso es
todo
por hoy. Lástima fuera. A las 4, sí, y que esa sí es puntual, llegas cinco
minutos
después
y te echa una descarga, y yo no estoy para descargas de nadie, ya con las
que
me echa Mario aquí tengo de sobra. Después de eso salir de allí como un
cohete,
la parada se pone a esa hora que parece una cola de blumers. Yo no sé de
dónde
sale tanta gente. Y mañana lo que tengo es mucho: nada menos que el
claustro
de carrera. ¡Dios me coja confesada!, como dice mami. Pero no, desde
ahora
no voy a sufrir, no señor. Hoy es hoy, mañana será otro día. Va y se derrumba
el
edificio y no hay claustro ni carrera ni nada, y Marnia entre escombros, ¡huy,
qué
horror!
Las cosas que se me ocurren. Dígame usted. Salir a las 5 de la tarde, y pararse
allí,
a pleno sol, que con la hora de verano el sol de las 5 es el de las 4, cuando
más
caliente
está. Parada, cansada, al sol, después de diez horas metida en ese
laberinto,
con ganas de llegar aquí y tirarme en una cama, y a esa hora Aimée, el
fogón,
el fregadero, el copón bendito. Y esta noche quiero ver ese serial español
que
está interesante, después de tanto bodrio de producción casera, y luego dicen
que
somos extranjerizantes. ¡Ay! Diez libras de papeles en este portafolios, lo
menos.
Papeles,
mamotretos, folletos metodológicos, mierda. Déjame no encenderme la
sangre,
yo sola no voy a componer ningún entuerto. Todavía no me he levantado y
ya
estoy extenuada, se me cierran los ojos, lo que me pide el cuerpo es una horita
más
aquí, con la musiquita suave, y esperar. Y pensar que todo va a salirme al
quilo,
que
llegando a la parada va a pasar una guagua vacía, que en el comedor van a
servirme
rápido, caliente y bueno, que Aimée se va a portar divinamente... Estoy
soñando.
A luchar con la burocracia. Yo creo que la burocracia es inmortal, como
las
cucarachas, también resistiría una guerra nuclear. Treinta años apuntándole con
la
mirilla telescópica y no acabamos de darle el tiro decisivo. Como dice esa
encuesta
de ALMA MATER, que todos los días gastamos demasiado tiempo, esfuerzo
y
humor improductivamente, que las reuniones, la mayoría innecesarias, que las
colas,
que las esperas del transporte, que las citaciones para las más disímiles
tareas,
sin
mencionar la atención en los servicios y la carencia de ellos muchas veces...
no
no
no, una barbaridad... Ya casi no nos dejan tiempo para la familia, el hogar, y
todavía
hablan del tiempo libre y hasta quieren planificarlo. Esto tengo que
contárselo
a Mario, coño, ¿cómo no se me había ocurrido? El tampoco lee Alma
Máter.
¡Huy! Mira qué hora es ya. Este reloj se desboca a esta hora y yo aquí
elucubrando,
devanándome los sesos, husmeando en el portafolios. Levántate,
Marnia,
no bobees más. A ponerme los patines, que si sigo así voy a llegar tarde otra
vez.
Menos mal que el viernes tengo clases con los alumnos de Periodismo. La única
tarea
que me gusta de verdad: dar clases. Lástima que no sea eso lo que tenga que
hacer
todo el tiempo...
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)