No
se le quitaba con ningún calmante y comenzó a desesperarse, hasta que ella
y
Mario decidieron ir al cuerpo de guardia del hospital de Sueño. Allí le
pusieron una
inyección
y le indicaron acudir a su médico de cabecera para que éste determinara
la
causa del dolor. Su médico diagnosticó una cervicitis agudizada, ordenando un
tratamiento
medicinal que podría resolver la situación, pero las medicinas no
aparecían
en ninguna farmacia. A los pocos días fue a visitarla una compañera de
trabajo
que le recomendó que fuera a ver al doctor Julio César, en el hospital
oncológico
-la palabra puso en tensión a Marnia-, que la había operado a ella de lo
mismo
y era un gran especialista en ese tipo de patologías.
--Yo
le tengo mucha confianza a Julio César. Es de lo mejorcito que hay en ese
campo,
si
tú quieres yo hablo con él.
Cuando
Julio César la examinó le planteó sin miramientos que debía prepararse
para
una operación urgente dentro de una semana, y le ordenó una biopsia,
después
de un sin fin de preguntas y de análisis que llevaron a Marnia al borde de
una
crisis nerviosa. "Y nada de medicamentos, por ahora", porque Julio
César
conocía
muy bien la escasez y la inutilidad de los intentos.
--¿Una
biopsia, doctor? -Marnia apenas podía hablar-. ¿Eso quiere decir que tengo
cáncer?
A
pesar de la justificación que le dio el médico para la biopsia, a partir de ese
momento
Marnia cayó en una crisis depresiva inevitable. "¡Una biopsia!", se
repetía
sin
cansarse, martirizándose con esa idea fija, acostada en su cama, esperando el
demasiado
lento caminar del tiempo que la separaba de la anunciada y temida
operación.
Mantenía los ojos clavados en el cielo raso, sin ánimo para levantarse a
cocinar,
a comer, a bañarse, a atender a su hija y a Mario, que hacía esfuerzos
inútiles
para quitarle del cerebro lo que él mismo intentaba quitarse. No tenía que
ser
eso, precisamente, le decía, ¿por qué siempre pensaba lo peor? Pero no pudo
resistir
mucho tiempo y a los pocos días fue a ver a Julio César para convencerse de
una
vez. Pero Julio César no pudo sacarlo de la duda. "Yo tengo por costumbre
ordenar
una biopsia ante un caso de cervicitis como el de su esposa. Es una medida
preventiva,
¿comprende? No hay por qué alarmarse". Mario regresó a la casa con
la
alarma sedada, pero viva. Sí, era una medida preventiva, eso estaba muy bien,
pero...
todo cabía dentro de las posibilidades. ¿Y si fuera...? No, ¿para qué pensar
eso?
¿No le censuraba a ella que siempre pensara lo peor? El no podía caer en la
desesperación,
ahora que su mujer lo necesitaba en plena forma. Le contó su
conversación
con el especialista, pero Marnia continuó desesperada.
--Tendré
que pedirle a mi papá que me consiga por allá la donación de sangre,
porque
tú ya donaste hace tres meses.
--Bueno,
no hablemos más de eso. Y cambia esa cara.
--Cómo
no, cambia esa cara. ¿Tú te imaginas? Una operación así, de rampampán,
y
con posibilidades de tener un tumor allá dentro, y tú me dices que cambie esta
cara.
¿Te imaginas? Que cambie esta cara -y comenzó a llorar.
--Vamos,
cariño, no...
--¿Y
tú qué quieres? ¿Que me ponga a cantar un happy birthday?
Mario
sabía que ese llanto era lógico, que era lógico que Marnia se dejara aplastar
por
su problema, con el egoísmo natural de
quien piensa que está condenado,
mientras
los demás que lo rodean gozan de salud y van a vivir mucho tiempo. Para
ella
en esos días no existía nada que no fuera eso, esa terrible posibilidad de un
cáncer
que le echaría a perder la poca vida que pudiera quedarle, de ser cierta la
sospecha.
Esos días fueron lágrimas y sobresaltos, dolores y tensión, y sobre todo,
pensar,
pensar, pensar... ¿Por qué la vida tenía que tratarla así? Su vida, que hasta
ahora
había sido tranquila, se transformaba por días, por horas, por minutos. ¿Y la
niña?
¿Qué iba a ser de su hija? Porque Julio César le había planteado que después
de
su operación debería guardar reposo durante treinta días. "Casi
absoluto", había
enfatizado.
No tenía opción: enviar a su hija a la casa del padre, donde estaría
separada
de ella por treinta kilómetros, y Mario no podía hacerse cargo de ella, de
la
niña, de la casa y de todo lo demás él solo. No. Su hija estaría en otra casa a
la
que
no estaba acostumbrada, en otra escuela, en otro ambiente, en otra ciudad.
¿Se
la traerían para que pasara un rato junto a ella después de la operación?
¿Estaría
bien allá en la casa de su padre y su madrastra? ¿Se acordaría de ella? Y
esa
idea surgida de pronto la fulminó del todo: ¿se acordaría de ella en caso de
que...
ella muriera?... La despedida de la niña casi aniquiló sus ya poquitas fuerzas.
Marnia
no pudo contenerse y comenzó a llorar.
--¿Y
a mami qué le pasa?
La
esposa del padre de la niña, que había ido a recogerla, le contestó que su
mamá
tenía dolor de estómago, la cogió por un brazo y casi la arrastró hasta la
puerta.
La niña comenzó a llorar también. Después el silencio. Y el llanto. Y los días
y
las
noches solas, con la única presencia de Mario haciendo esfuerzos casi
sobrenaturales
y a la vez inútiles para darle ánimos, y cuya cercanía se fue
reduciendo
a caricias en el pelo y frases muy cortas de dulce consuelo: él también
dudaba,
aunque en el fondo tenía una esperanza. Y mientras Mario se mantenía en
constante
ajetreo dentro de la casa, Marnia pensaba, todo el tiempo acostada en
su
cama: la biopsia, la carita de su hija que se le perdía en la distancia, el
hospital en
penumbras
como un fantasma amenazante, donde vagaban cuerpos deformes
que
se le acercaban con sus rostros cuarteados y sus muecas repugnantes, hasta
que
ella reaccionaba y volvía a ver el rostro de la niña en todo su esplendor. ¿Y
si no
volvía
a verla? Pero no, ¿por qué siempre pensar lo peor?, como le repetía Mario,
aunque
la posibilidad de lo peor no se pudiera descartar. En cuestión de minutos su
vida
se había transformado: su hija, su trabajo, su hogar, sus salidas, sus amigos,
su
participación
en la vida social y cultural de la ciudad, todo eso interrumpido y ella
teniendo
que aceptar la posibilidad hasta ahora ignorada en su totalidad: el
cáncer,
la imponente presencia de la muerte.
--¿Por
qué no haces un esfuerzo, amor? Vamos, come un poco, esto te va a hacer
bien.
Pero
Marnia apenas probaba la comida que ahora preparaba su marido, que
también
había abandonado su trabajo, sus responsabilidades y su vida normal. Ella
no
tenía espacio para pensar en él: su problema absorbía su tiempo de vigilia, y
la
desesperación
estuvo a punto de cargar también con Mario, "tienes que comer,
tienes
que hacer un esfuerzo, así vas a llegar allí sin..." y se callaba cuando
se daba
cuenta
de que recordándole lo que no era necesario recordarle la atormentaba
mucho
más... El día señalado para la operación ambos llegaron a la puerta del
oncológico
cuando comenzaban a apagarse las luces de neón en las calles. La
ciudad
amanecía como otro día más igual al anterior: todo en orden, todo normal,
sin
nada que alterara aquel paisaje urbano. Pero Marnia no había dormido esa noche.
Iba
a enfrentarse a la verdad, al desenlace de una tragedia que apenas podía
concebir
por
la rapidez con que se había desarrollado. Antes de la operación el doctor Julio
César
tendría
que darle el resultado de la biopsia, por lo que ambos se enfrentaban a dos
circunstancias
anormales para sus vidas. No pronunciaron una sola palabra. Cuando llegó
su
hermana, Marnia se puso muy nerviosa, pero la tensión llegó a su clímax cuando
la
llamaron.
--Negativo
-dijo Julio César, sonriéndose.
La
noticia fue un respiro para Mario y Mercy, que esperaban en la sala, aunque
continuaron
vacilantes al notar que Marnia no mostraba signos de alegría.
--De
todos modos dice Julio César que debo operarme, más adelante, y así salgo
de
eso de una vez.
Julio
César le recetó varios medicamentos que desde ese momento Mario y su
cuñada
se dedicaron a buscar en toda la ciudad, en toda la provincia, sin
resultados
positivos, pues el mismo especialista había recomendado a Marnia óvulos
de
sábila y flores de vicaria para hacer con ellos un preparado casero que en
parte
supliera
la escasez de medicinas, ya alarmante, que dejaba a la población
indefensa
ante posibles epidemias, virus y en general cualquier enfermedad común.
Los
facultativos acudían a la medicina verde como la solución posible. Marnia
volvió
a
refugiarse en su reciente soledad, quizás pensando con un poco de calma en su
futuro.
Pero al desechar por fin su principal temor se dio cuenta de que seguía
sintiendo
aquel primer dolor ventral, y que ese dolor se hacía más intenso en el curso
de
los días. Hasta que una tarde, conversando con su hermana que había ido a
visitarla,
el dolor fue tan punzante que casi no lo resistió, y su hermana la llevó
corriendo
al cuerpo de guardia, donde la pusieron en observación desde las cuatro
de
la tarde. Era una sala muy pequeña, aunque ventilada, y era una nueva
experiencia
para ella, allí acostada, rodeada de pacientes que se quejaban,
algunos
gritando, mientras ella permanecía inmóvil, pensando. Esperando y
pensando:
¿y ahora qué más hay? Su hermana llamó a Mario, ya al anochecer, y le
informó
que el médico había decidido remitir a Marnia a un hospital especializado en
semejantes
dolencias, a quince kilómetros de la ciudad, donde la someterían a un
riguroso
examen, así como a su correspondiente tratamiento. Mario ni siquiera probó lo
que
se había preparado. Pensó en esa nueva situación que se aparecía cuando creía
que
lo peor había pasado. Echó en un bolsito lo más imprescindible para su mujer y
sin
mirarse
en el espejo se fue a pie hasta el hospital. Mercy lo recibió a la entrada
de
la sala de observación. No era mucho lo que le había sacado a los médicos:
"por
eso
la envían allá, hay que hacerle chequeos y análisis para ver lo que le provoca
el
dolor,
porque me garantizaron que ese dolor no tiene nada que ver con la
cervicitis".
A medianoche, Marnia seguía esperando sin probar alimentos desde el
mediodía.
Mario había despedido a Mercy, acordando con ella turnarse a partir del
día
siguiente para ir a aquel hospital tan lejano y difícil de acceder. Mario se
sentó
junto
a Marnia a esperar. Cerca de la una apareció la ambulancia que llevaría a los
pacientes
destinados para aquel otro centro de salud. Tras una espera más, Marnia y otros
seis
pacientes se marcharon en la ambulancia. Mario permaneció de pie frente al
cuerpo
de guardia, a la salida, hasta que aquel vehículo se le perdió de vista en la
tranquila
noche. Comenzaba para ellos un nuevo capítulo, quizás más tenso, en la
carrera
de Marnia hacia la recuperación de su salud. El primero de julio de 1992,
Marnia
ingresaba, por primera vez en su vida por problemas de salud, en un centro
hospitalario...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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