--Aquí
tienes la resolución.
Le
entregó dos hojas de papel gaceta mecanografiadas cuyo encabezamiento
decía:
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANISTICAS
y
más abajo: RESOLUCION DECANAL # 25/92.
--Lee,
lee.
La
Resolución exponía entre sus porcuantos que la licenciada Marnia Brauet Infante
hubo
de violar la disciplina laboral con el siguiente hecho: faltar
injustificadamente
al
trabajo durante 57 días lectivos desde el 24 de agosto hasta el 10 de noviembre,
fecha
en que se dicta la presente
y
argumentaba que en las investigaciones previas se había podido comprobar que
la
procesada había solicitado licencias sin sueldo por problemas de salud,
no
amparadas
por certificados médicos, por lo que no le fueron concedidas, y a pesar
de
las gestiones realizadas para informarle que sus solicitudes no tenían validez,
la
procesada -y repetía esa palabra
que lo hizo fruncir el ceño- no había tenido una
acción
consecuente para esclarecer su situación... etc.
--¿Procesada?
¿Es que te estaba juzgando algún tribunal?
--Sigue
leyendo.
En
el último porcuanto se planteaba que esta conducta violatoria del inciso (b)
del
artículo
27 capítulo VI del Reglamento Ramal de la disciplina del trabajo en la
actividad
educacional y por el tiempo prolongado de su ausencia al trabajo ha
tenido
repercusión negativa en el colectivo de trabajadores y en el proceso
docente
de la Facultad, lo que ha sido valorado por todos los factores...
La
miró, imaginándose el resto de la Resolución.
--Termina
de leer.
Y
a regañadientes leyó que como consecuencia de todo lo expresado, ella
quedaba
separada definitivamente de la Facultad de Ciencias Sociales y
Humanísticas,
y se le notificaba que de no estar conforme con la medida impuesta
podía
establecer Recurso de Apelación y...
--Pero...
¿separación definitiva?
Volvió
a leer, moviendo la cabeza, como si no creyera que realmente la Resolución
planteara
aquello que había leído.
--Eso
mismo, querido. Me botaron, ¿te das cuenta? ¡Me botaron de la Universidad!
Se
desplomó en la cama con las hojas de papel en las manos mientras ella se
cambiaba
de ropa. Mirándolo a través del espejo de la cómoda, le dijo "sé lo que
estás
pensando, pero tú todavía no conoces a esa gente". Tras un silencio
prolongado,
él insistió:
--Pero
óyeme... es que una separación definitiva... esa es la última medida que se
aplica
a cualquier trabajador -levantó los brazos, abriendo los ojos al tope- digo, a
no
ser que se trate de un problema político -y miró la Resolución una vez más,
moviendo
la cabeza-, pero aquí no se menciona nada de eso.
Colocó
los papeles encima de la cómoda, estirando el brazo. Ella se sentó en la
cama
junto a él.
--Esa
es la última medida -la miró como si se tratara de una broma de mal gusto-.
Yo
creo que, incluso aceptando que tú hubieras cometido esa falta, primero tenían
que
haberte hecho una amonestación en privado, después una en público, y más
adelante
un traslado a un puesto de inferior categoría, por un tiempo... eso, en caso
de
probarte la falta, y si después tú reincidías, ¿no? -hizo una mueca y carraspeó
la
garganta-.
¿No es eso lo que está establecido?
Ella
sacudió la cabeza y lo miró con benevolencia. "Todavía cree", pensó,
y le dijo
que
iba a colar un poco de café. El la siguió hasta la cocina.
--¿Y
tú no habías presentado pruebas de tu situación? Me refiero a los certificados
médicos
y... ¿eso no sirvió de nada?
--Sí,
me sirvió. Ya lo creo que me sirvió. Cuando se me vencieron los certificados
comencé
a pedir licencias sin sueldo, ¿no te acuerdas? Pero ya tú leíste la
Resolución.
--Sí,
pero yo no entiendo una cosa: ahí dice que las licencias no estaban amparadas
por
certificados médicos... a ver si es que estoy en el limbo o qué: si tú
presentas un
certificado
médico no tienes que presentar ninguna solicitud de licencia, ¿no es así?
Porque
esos certificados son sin sueldo, con un porciento del salario, ¿no es así?
Pues
bien,
por el contrario, si pides una licencia se supone que es porque no tienes
ningún
certificado
médico y necesitas faltar al trabajo por algún motivo que...
--Sí,
cariño, es así como tú dices, pero...
-vertió el café en una tacita y tomó un sorbo
pasándole
el resto-. ¡Ah!, déjame decirte que ahorita pasé por el tribunal municipal y
¿sabes
lo que me dijeron? Pues óyeme bien -él se tomó el café y puso la taza en
el
fregadero-: me dijeron que una mujer trabajadora con una hija menor tiene
derecho
a solicitar hasta once meses... ¡once meses! ¿Me estás oyendo? Once
meses
de licencia sin sueldo. ¿Qué te parece?
Se
quedaron en silencio. El encendió un cigarro mientras ella comenzaba los
trajines
de
la cocina.
--Mejor
dejamos eso, muchacho. No vale la pena -le dijo.
Marnia
colocó una olla con arroz sobre la hornilla encendida. Quería olvidarse de
todo
manipulando cazuelas, potes, jarros, cartuchos y paquetes, pero la Resolución
Decanal
se le había pegado en el cerebro. No podía apartarse de esa idea fija: ¿y
ahora
qué? Porque una separación definitiva del centro de trabajo, y más siendo
ese
centro la Universidad, significaba que todas las puertas se le cerrarían a
partir de
ese
momento. ¿Dónde acudir ahora? ¿Qué otro empleo conseguir? ¿A qué podía
aspirar?
Estaba marcada: dondequiera que buscara un trabajo tendría que
presentar
su expediente laboral sellado, en el que habría una copia de la
Resolución,
y ella sabía muy bien cuál sería la reacción del posible empleador:
"bueno,
compañera... en estos momentos...", o "mire, venga la semana que
viene
a
ver si... ", o "la verdad que lo sentimos mucho, compañera, pero por
ahora no
disponemos
de ninguna plaza", y toda esa cadena de frases programadas, de clisés,
de
excusas y justificaciones que tendría que oír si acudía a cualquier centro en
busca
de un nuevo trabajo: siempre el patrón sería el mismo. Estaba marcada para
toda
su vida. La habían estigmatizado. La habían condenado a aspirar solamente a
esos
tipos de labores que oficialmente se denominaban penosos o altamente
peligrosos,
a los que eran destinados los trabajadores que presentaban problemas
políticos
o indisciplinas laborales de carácter grave. "Botada, humillada,
desprestigiada",
se repetía mentalmente, observando el vapor de la olla....
--¿Y
qué piensas hacer? -la voz de su marido la hizo reaccionar.
--¿Qué
pienso hacer?
Marnia
pensó en ese momento en su hija de sólo nueve años, en sus padres, en su
familia,
en sus amistades. ¿Qué pensarían cuando se enteraran? Porque además de
lo
que eso significaba, que ya era bastante, tenía la desventaja de ser una sola
persona
contra todo un aparato organizado que controlaba todos los empleos, las
acciones,
los medios, las ideas, y aparte de su posible versión de los hechos a
alguien
que se dignara a escucharla, ya en la Universidad y en toda la ciudad se
estaría
comentando su separación y en todos esos grupos que podían comentar,
analizar,
juzgar incluso, ella no estaría presente. Sólo conocerían la versión oficial
de
su salida de ese centro al que con tanto amor se había dedicado en los últimos
cinco
años. ¿Qué pensaba hacer? No lo sabía. Cuando colocó el arroz en el
mármol
de la cocina se dio cuenta de la ausencia de Mario. Su marido se hallaba
en
la sala, sentado en una silla, con los ojos fijos en la Resolución. Apenas se
movía.
Entonces
Marnia se acordó de aquella tarde... de aquella tarde única en que por
primera
vez sintió el dolor...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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