domingo, 6 de octubre de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 38

Los milagros existen y en este caso dobles: ha pasado un dia entero sin que el alba y el
vigi se insulten (eso no sucede en el Congreso de los Diputados) y además han hablado
conmigo de otros asuntos. "Ya estoy hasta las narices de la tele: anuncios y más anuncios
y política y más política y ahora con las elecciones no hay quien la aguante", me dice el
albañil saliendo de su cuarto y dirigiéndose hacia la puerta de la calle para coger fresco
después de manejar el mando inútilmente buscando algo en la pantalla chica que no
fuera ninguna de esas dos cosas. Ese aparato ha dejado de ser la caja tonta para ser la
pantalla de los anuncios y el chismorreo de los políticos, y un mueble de adorno que
dentro de poco nadie perderá su tiempo en fijar sus ojos en él, pues dice el alba que
cuando se le rompa no piensa ni arreglarlo ni mucho menos comprar otro, "no me gasto ni
un euro en otro de estos aparatos de mierda". Y le falta señalar que también ese aparato
se encarga de la idiotización masiva de la población, lo que conviene a los políticos, pues
así la dominan más fácilmente. Yo estoy por inventar alguna tecla que elimine los
anuncios para cuando esté viendo la película de las diez, que es lo único que veo en la
tele. El vigilante no se queda atrás, pero con otra perorata, pues el hombre, como tenía
que mostrar algo positivo, es un lector de libros (dice él), de periódicos (eso sí), de revistas
y suplementos que colecciona por toneladas y está bastante bien (?) informado de
cuanto ocurre en el planeta verdiazul que está a punto de reventar por tanto desatino de
sus moradores. "Dice aquí que el nivel cultural de los universitarios está por el suelo
comparado con otros países de la Unión Europea", me dice, con un diario en las manos.
"Estamos a la cola en muchas cosas, pero en esto de la educación y del coeficiente
intelectual ni siquiera llegamos a los pelos del rabo", añade, y vuelve a concentrarse en
el periódico. Y yo vuelvo a mi espacio a concentrarme en que no le envío ni un puñetero
euro a mis hijos desde que llegué aquí, porque no tengo ni puedo, y sólo les he enviado
baratijas que quizás no les hayan gustado, pues para gustos los hijos. Pero eso no lo
comprenderán, como yo no comprendía  por qué mis padres no me compraban algunas
cosas que yo les pedía (entonces yo no sabía que eran  caras y que estaban por encima
de sus posibilidades económicas, ¡ah!, qué injustos y qué crueles pueden ser los niños).
Por eso y como esto no hay santo que lo arregle, mejor es meneallo como dijo don
Mario.
--Ultimamente te veo muy serio, querido, ya no sueltas tanto aquellos chistes, aquellas
anécdotas que me entretenían tanto y que llegaron a serme imprescindibles. Estás muy
serio, sí. No quiero decir que estés triste, porque la tristeza en ti es tan natural que el día
que te desprendas de ella dejarás de ser tú. Pero tan serio...
--Pues no sé. Motivos me sobran para estar así tan serio como dices, o algo tristón  a veces.
¿Sabes lo que pasa? Que cada día cuando me despierto me acuerdo del filósofo que
exclamaba todas las mañanas un día más, un día menos, y me veo aquí sembrado sin
poder abrazar a mis hijos otra vez, a mis amigos, sin ver a mi patria una vez más antes del
fin, y eso, como quiera que lo pongas, queda mal puesto. Tú puedes comprenderme
mejor que nadie, tu situación es la misma, o parecida. Tú has sentido el dolor del exilio
como yo y en ambos casos el exilio ha sido demasiado duro, aunque en tu caso al menos
tienes la esperanza o la posibilidad de regresar a lo tuyo, yo ni eso. Y tengo que cargar
con esta cruz y el reloj es una máquina maldita que jamás se detiene.
--Bueno, tampoco vamos a clavarnos ahora un puñal en el pecho y a llorar de lo lindo,
con eso empeoramos el ánimo y no vamos a ninguna parte. Nos tenemos ahora el uno al
otro y eso ayuda.
--Nos tenemos, sí. ¿Realmente nos tenemos, Selene? A veces cuestiono esa tenencia. No
es fácil afirmar que se tiene a una persona. Esa condición tiene muchos factores.
--No te pongas más pesimista de lo que siempre has sido y alegra esa cara de Cristo en la
cruz, que a ti nadie va a crucificarte.
--Físicamente no.
--Ni de otra forma si no eres tú mismo quien te clava los clavos, querido. Ríete, cuéntame
algo de tu amigo Marcelo, o de Cuquito el del papalote que se fue a volina, o de la tal
Nereida con sus dicharachos filosóficos. Anda, hombre, que de todos modos la vida es
una mierda. Ya me has convencido de eso. Y de muchas otras cosas.
--La vida es una mierda, sí. Y yo dentro de ella me estanco hasta el límite. Ahora mírame y
dime: ¿qué puedo esperar? Pues no puedo esperar nada. Seguir gestionando, seguir
esperando, y mantenerme así sin ningún cambio positivo hasta que llegue la pelona.
--¿Y yo no cuento en esa vida estática que dices que tienes?
--¡Querida mía! Perdóname. Claro que cuentas, fíjate si cuentas que gracias a ti no me he
tirado del puente de Segovia... ¡coño! Si hasta me has hecho reír.
--Eso está mejor. Mucho mejor. Y vas a mejorar, porque mira: si te conceden ese piso que
has solicitado... ¿cómo se llama eso?
--Piso tutelado.
--Pues eso, piso tutelado. Si te lo conceden no tendrás que volver a mudarte, y eso de las
mudanzas para ti ha sido como una patada en los... sí, en los huevos, ¿eh? Pues eso, que
al menos es un problema serio que vas a resolver definitivamente. Y el alquiler. Y todas
esas gestiones de buscar una habitación, llamadas, visitas, etc.
--Eso si no te convenzo antes de que nos establezcamos juntos bajo un mismo techo.
--Ya hemos hablado de eso y mucho. Mejor continuamos así. Tú me has contado que tus
matrimonios no han durado, en parte porque vivir juntos bajo el mismo techo las 24 horas
del día no es un cuento de hadas.
--No, no lo es, es verdad. Y mira este tabloide, mira lo que escribe aquí Carmen Rigalt:
“cuando cambian de casa no lo hacen para ganar metros sino para perder recuerdos.
Los que tienen  buenas relaciones con su propio pasado siempre permanecen en el
mismo nido”. Me retrató, carajo, como si me hubiera tomado de modelo.
Y me pongo a pensar en lo que sería mi vida a mi edad con Selene en el mismo lugar
las 24 horas de cada día y me doy cuenta de que soy un hombre lleno de
contradicciones y de que en realidad no atino a convencerme de qué es lo que yo
quiero en realidad: cuando estoy solo deseo compañía pero cuando estoy acompañado
deseo soledad y esto me ocurre con más fuerza en ambas direcciones a medida que me
pongo más viejo. Por tanto, mi vida continuará como hasta ahora, pendiente del tiempo y
nada más, y mientras, a seguir las palabras de Selene, continuar así como estamos cada
uno vkiviendo su vida rutinaria y monótona porque somos incapaces de arriesgarnos a
convivir en lo que yo tanto he añorado cada vez que lo he perdido: un hogar.
--Querido, ojalá todo fuera tan fácil en la práctica como en la teoría, ojalá que con los
buenos deseos pudiéramos resolver tantos problemas que se presentan ante dos personas
que tan bien se comprenden porque no están juntas todo el tiempo, pero tú y yo
sabemos que en la realidad las cosas no son como nos las imaginamos y mucho menos
cuando se tienen tantos años como tú dices en las costillas. Y en cuanto a mí... ¿qué
quieres que te diga?, o ¿qué quieres que haga para complacerte? A nuestra edad hay
que pensar muy bien cada paso que se da. Yo tampoco tengo mucho que esperar: mi
vida tampoco va a mejorar y en lo que me queda de ella no creo que ocurra un milagro
que me salve de esta mecánica. Y como no puedo o no podemos hacer nada, porque
ya hemos hecho demasiado por cambiar la perspectiva, creo que mejor que ponernos
a llorar es, creo que ya te lo he dicho, disfrutar mientras podamos de lo que podamos
disfrutar, y lo demás al cesto.
--Me has soltado el sermón de carretilla. ¿No te sientes sofocada?
--Así es mejor. Vamos, vuelve a ser aquel señor que una mañana me dio los buenos días y
se me quedó mirando como si yo fuera un bichejo, ¿te acuerdas? Y que después
comenzó con sus refranes y sus dicharachos y me alegró un poco la mecánica aburrida
del hostal y de sus huéspedes. ¿Te acuerdas de aquellos primeros días?
--Me acuerdo y no me arrepiento de haberte conocido, sino todo lo contrario, pero daría
la mitad de los años que me quedan por vivir por volver a ser niño, por volver a ser aquel
niño que fui, pobre y feliz, sin siquiera imaginarme que pudiera existir tanto horror.
Me acuerdo de mis padres, sobre todo de mi madre en sus últimos años de soledad sin
el único hombre que conoció y amó y con el que compartió más de cincuenta años de
vida en común. Ya no existen esos grandes amores que sostenían la convivencia a pesar
de sus más y sus menos, porque en lo que fue mi hogar siempre reinó la armonía, y de esa
armonía yo aprendí a desear una vida igual o al menos parecida a la de mis padres... El
casero se ha ido después de prometernos una limpieza total en el piso y de presentarnos
al pintor que va a encargarse de aplicarle una lechada a las paredes para que mejoren
su aspecto. Entro en mi cuarto y me pongo a pensar y a recordar, las dos constantes que
en los últimos años no me dan un respiro, porque haga lo que haga y esté donde esté los
pensamientos y los recuerdos se mantienen pegados a mí como la hiedra a la pared en
tempos húmedos. ¡Ah, Catana! Mis amigos hace tiempo que no me procuran, ni yo a
ellos. Es cierto que la soledad y la vejez dan a veces esa sensación de que todo lo que
se haga es inútil y que es mejor que te refugies en tu mundo interior alejado de todo lo
que te rodea, hasta que vuelvas a sentir una brisa de necesidad de otros que te haga
salir a buscar compañías de amigos. Radhis no me escribe desde hace muchos meses
y mis hijos no me envían correos ni de vez en cuando como antes, telegramáticos, sí,
sintéticos, cómo no, pero así me mantenían al tanto con sus opiniones escuetas. Tengo
una nueva asistenta social que se llama Marina, una señora ya mayor, amable y
sonriente, que se toma muy en serio este asunto del piso tutelado. Y como para otro
asunto cualquiera, salgo otra vez a gestionar papeles, que a eso se limita mi vida desde
hace ocho años, casi nueve: de gestión en gestión y de papel en papel, y lo demás,
como dice Selene: la mecánica.
--Me gusta esa palabrita. La voy a incorporar a la novela. Mecánica. Es exacta.
--Es exacta porque nuestra vida lo es.
--Y nuestra vida no va a mejorar, ¿no?
--No va a mejorar con una solución ficticia que quizás al principio saborearíamos como
un tazón de miel de abejas pero que enseguida nos aplastaría en la repetición de esas
situaciones que tanto tú como yo, pero sobre todo tú, ya estás cansado de experimentar.
Piénsatelo.
--Me lo pensaré. Quizás tengas razón, quizás no seamos cobardes sino realistas. Las
mujeres casi siempre son más prácticas. Nosotros nos dejamos arrastrar por la pasión y
por el romanticismo engañoso y traicionero.
--Voy a darte un beso, querido. Te lo has ganado.
--Muy bien, pero no aquí. Aquí pueden sorprendernos tus huéspedes. Mejor nos metemos
en tu habitación. ¿Ok?
--Pues claro. Has tenido una idea estupenda. Venga, vamos allá.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)

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