Los milagros existen y en este caso
dobles: ha pasado un dia entero sin que el alba y el
vigi se insulten (eso no sucede en el
Congreso de los Diputados) y además han hablado
conmigo de otros asuntos. "Ya estoy
hasta las narices de la tele: anuncios y más anuncios
y política y más política y ahora con las
elecciones no hay quien la aguante", me dice el
albañil saliendo de su cuarto y
dirigiéndose hacia la puerta de la calle para coger fresco
después de manejar el mando inútilmente
buscando algo en la pantalla chica que no
fuera ninguna de esas dos cosas. Ese
aparato ha dejado de ser la caja tonta para ser la
pantalla de los anuncios y el chismorreo
de los políticos, y un mueble de adorno que
dentro de poco nadie perderá su tiempo en
fijar sus ojos en él, pues dice el alba que
cuando se le rompa no piensa ni arreglarlo
ni mucho menos comprar otro, "no me gasto ni
un euro en otro de estos aparatos de
mierda". Y le falta señalar que también ese aparato
se encarga de la idiotización masiva de la
población, lo que conviene a los políticos, pues
así la dominan más fácilmente. Yo estoy
por inventar alguna tecla que elimine los
anuncios para cuando esté viendo la
película de las diez, que es lo único que veo en la
tele. El vigilante no se queda atrás, pero
con otra perorata, pues el hombre, como tenía
que mostrar algo positivo, es un lector de
libros (dice él), de periódicos (eso sí), de revistas
y suplementos que colecciona por toneladas
y está bastante bien (?) informado de
cuanto ocurre en el planeta verdiazul que
está a punto de reventar por tanto desatino de
sus moradores. "Dice aquí que el
nivel cultural de los universitarios está por el suelo
comparado con otros países de la Unión
Europea", me dice, con un diario en las manos.
"Estamos a la cola en muchas cosas,
pero en esto de la educación y del coeficiente
intelectual ni siquiera llegamos a los
pelos del rabo", añade, y vuelve a concentrarse en
el periódico. Y yo vuelvo a mi espacio a
concentrarme en que no le envío ni un puñetero
euro a mis hijos desde que llegué aquí,
porque no tengo ni puedo, y sólo les he enviado
baratijas que quizás no les hayan gustado,
pues para gustos los hijos. Pero eso no lo
comprenderán, como yo no comprendía por qué mis padres no me compraban algunas
cosas que yo les pedía (entonces yo no
sabía que eran caras y que estaban por
encima
de sus posibilidades económicas, ¡ah!, qué
injustos y qué crueles pueden ser los niños).
Por eso y como esto no hay santo que lo
arregle, mejor es meneallo como dijo don
Mario.
--Ultimamente te veo muy serio, querido,
ya no sueltas tanto aquellos chistes, aquellas
anécdotas que me entretenían tanto y que
llegaron a serme imprescindibles. Estás muy
serio, sí. No quiero decir que estés
triste, porque la tristeza en ti es tan natural que el día
que te desprendas de ella dejarás de ser
tú. Pero tan serio...
--Pues no sé. Motivos me sobran para estar
así tan serio como dices, o algo tristón
a veces.
¿Sabes lo que pasa? Que cada día cuando me
despierto me acuerdo del filósofo que
exclamaba todas las mañanas un día más, un
día menos, y me veo aquí sembrado sin
poder abrazar a mis hijos otra vez, a mis
amigos, sin ver a mi patria una vez más antes del
fin, y eso, como quiera que lo pongas,
queda mal puesto. Tú puedes comprenderme
mejor que nadie, tu situación es la misma,
o parecida. Tú has sentido el dolor del exilio
como yo y en ambos casos el exilio ha sido
demasiado duro, aunque en tu caso al menos
tienes la esperanza o la posibilidad de
regresar a lo tuyo, yo ni eso. Y tengo que cargar
con esta cruz y el reloj es una máquina
maldita que jamás se detiene.
--Bueno, tampoco vamos a clavarnos ahora
un puñal en el pecho y a llorar de lo lindo,
con eso empeoramos el ánimo y no vamos a
ninguna parte. Nos tenemos ahora el uno al
otro y eso ayuda.
--Nos tenemos, sí. ¿Realmente nos tenemos,
Selene? A veces cuestiono esa tenencia. No
es fácil afirmar que se tiene a una
persona. Esa condición tiene muchos factores.
--No te pongas más pesimista de lo que
siempre has sido y alegra esa cara de Cristo en la
cruz, que a ti nadie va a crucificarte.
--Físicamente no.
--Ni de otra forma si no eres tú mismo
quien te clava los clavos, querido. Ríete, cuéntame
algo de tu amigo Marcelo, o de Cuquito el
del papalote que se fue a volina, o de la tal
Nereida con sus dicharachos filosóficos.
Anda, hombre, que de todos modos la vida es
una mierda. Ya me has convencido de eso. Y
de muchas otras cosas.
--La vida es una mierda, sí. Y yo dentro
de ella me estanco hasta el límite. Ahora mírame y
dime: ¿qué puedo esperar? Pues no puedo
esperar nada. Seguir gestionando, seguir
esperando, y mantenerme así sin ningún
cambio positivo hasta que llegue la pelona.
--¿Y yo no cuento en esa vida estática que
dices que tienes?
--¡Querida mía! Perdóname. Claro que
cuentas, fíjate si cuentas que gracias a ti no me he
tirado del puente de Segovia... ¡coño! Si
hasta me has hecho reír.
--Eso está mejor. Mucho mejor. Y vas a mejorar,
porque mira: si te conceden ese piso que
has solicitado... ¿cómo se llama eso?
--Piso tutelado.
--Pues eso, piso tutelado. Si te lo
conceden no tendrás que volver a mudarte, y eso de las
mudanzas para ti ha sido como una patada
en los... sí, en los huevos, ¿eh? Pues eso, que
al menos es un problema serio que vas a
resolver definitivamente. Y el alquiler. Y todas
esas gestiones de buscar una habitación,
llamadas, visitas, etc.
--Eso si no te convenzo antes de que nos
establezcamos juntos bajo un mismo techo.
--Ya hemos hablado de eso y mucho. Mejor
continuamos así. Tú me has contado que tus
matrimonios no han durado, en parte porque
vivir juntos bajo el mismo techo las 24 horas
del día no es un cuento de hadas.
--No, no lo es, es verdad. Y mira este tabloide,
mira lo que escribe aquí Carmen Rigalt:
“cuando cambian de casa no lo hacen para
ganar metros sino para perder recuerdos.
Los que tienen buenas relaciones con su propio pasado siempre permanecen en el
mismo nido”. Me retrató, carajo, como si
me hubiera tomado de modelo.
Y me pongo a pensar en lo que sería mi
vida a mi edad con Selene en el mismo lugar
las 24 horas de cada día y me doy cuenta
de que soy un hombre lleno de
contradicciones y de que en realidad no
atino a convencerme de qué es lo que yo
quiero en realidad: cuando estoy solo
deseo compañía pero cuando estoy acompañado
deseo soledad y esto me ocurre con más
fuerza en ambas direcciones a medida que me
pongo más viejo. Por tanto, mi vida
continuará como hasta ahora, pendiente del tiempo y
nada más, y mientras, a seguir las
palabras de Selene, continuar así como estamos cada
uno vkiviendo su vida rutinaria y monótona
porque somos incapaces de arriesgarnos a
convivir en lo que yo tanto he añorado
cada vez que lo he perdido: un hogar.
--Querido, ojalá todo fuera tan fácil en
la práctica como en la teoría, ojalá que con los
buenos deseos pudiéramos resolver tantos
problemas que se presentan ante dos personas
que tan bien se comprenden porque no están
juntas todo el tiempo, pero tú y yo
sabemos que en la realidad las cosas no
son como nos las imaginamos y mucho menos
cuando se tienen tantos años como tú dices
en las costillas. Y en cuanto a mí... ¿qué
quieres que te diga?, o ¿qué quieres que
haga para complacerte? A nuestra edad hay
que pensar muy bien cada paso que se da.
Yo tampoco tengo mucho que esperar: mi
vida tampoco va a mejorar y en lo que me
queda de ella no creo que ocurra un milagro
que me salve de esta mecánica. Y como no
puedo o no podemos hacer nada, porque
ya hemos hecho demasiado por cambiar la
perspectiva, creo que mejor que ponernos
a llorar es, creo que ya te lo he dicho,
disfrutar mientras podamos de lo que podamos
disfrutar, y lo demás al cesto.
--Me has soltado el sermón de carretilla.
¿No te sientes sofocada?
--Así es mejor. Vamos, vuelve a ser aquel
señor que una mañana me dio los buenos días y
se me quedó mirando como si yo fuera un
bichejo, ¿te acuerdas? Y que después
comenzó con sus refranes y sus dicharachos
y me alegró un poco la mecánica aburrida
del hostal y de sus huéspedes. ¿Te
acuerdas de aquellos primeros días?
--Me acuerdo y no me arrepiento de haberte
conocido, sino todo lo contrario, pero daría
la mitad de los años que me quedan por
vivir por volver a ser niño, por volver a ser aquel
niño que fui, pobre y feliz, sin siquiera
imaginarme que pudiera existir tanto horror.
Me acuerdo de mis padres, sobre todo de mi
madre en sus últimos años de soledad sin
el único hombre que conoció y amó y con el
que compartió más de cincuenta años de
vida en común. Ya no existen esos grandes
amores que sostenían la convivencia a pesar
de sus más y sus menos, porque en lo que
fue mi hogar siempre reinó la armonía, y de esa
armonía yo aprendí a desear una vida igual
o al menos parecida a la de mis padres... El
casero se ha ido después de prometernos
una limpieza total en el piso y de presentarnos
al pintor que va a encargarse de aplicarle
una lechada a las paredes para que mejoren
su aspecto. Entro en mi cuarto y me pongo
a pensar y a recordar, las dos constantes que
en los últimos años no me dan un respiro,
porque haga lo que haga y esté donde esté los
pensamientos y los recuerdos se mantienen
pegados a mí como la hiedra a la pared en
tempos húmedos. ¡Ah, Catana! Mis amigos
hace tiempo que no me procuran, ni yo a
ellos. Es cierto que la soledad y la vejez
dan a veces esa sensación de que todo lo que
se haga es inútil y que es mejor que te
refugies en tu mundo interior alejado de todo lo
que te rodea, hasta que vuelvas a sentir
una brisa de necesidad de otros que te haga
salir a buscar compañías de amigos. Radhis
no me escribe desde hace muchos meses
y mis hijos no me envían correos ni de vez
en cuando como antes, telegramáticos, sí,
sintéticos, cómo no, pero así me mantenían
al tanto con sus opiniones escuetas. Tengo
una nueva asistenta social que se llama
Marina, una señora ya mayor, amable y
sonriente, que se toma muy en serio este
asunto del piso tutelado. Y como para otro
asunto cualquiera, salgo otra vez a
gestionar papeles, que a eso se limita mi vida desde
hace ocho años, casi nueve: de gestión en
gestión y de papel en papel, y lo demás,
como dice Selene: la mecánica.
--Me gusta esa palabrita. La voy a
incorporar a la novela. Mecánica. Es exacta.
--Es exacta porque nuestra vida lo es.
--Y nuestra vida no va a mejorar, ¿no?
--No va a mejorar con una solución
ficticia que quizás al principio saborearíamos como
un tazón de miel de abejas pero que
enseguida nos aplastaría en la repetición de esas
situaciones que tanto tú como yo, pero
sobre todo tú, ya estás cansado de experimentar.
Piénsatelo.
--Me lo pensaré. Quizás tengas razón,
quizás no seamos cobardes sino realistas. Las
mujeres casi siempre son más prácticas.
Nosotros nos dejamos arrastrar por la pasión y
por el romanticismo engañoso y
traicionero.
--Voy a darte un beso, querido. Te lo has
ganado.
--Muy bien, pero no aquí. Aquí pueden
sorprendernos tus huéspedes. Mejor nos metemos
en tu habitación. ¿Ok?
--Pues claro. Has tenido una idea
estupenda. Venga, vamos allá.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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