Los
primeros quince días que pasé en la nueva patria fueron como para subirse otra
vez
en el avión y regresar. Todas las noches sacaba las fotos de mis hijos de la
mesita
de noche de mi habitación en el hostal, las colocaba en la cama, estaba
horas
enteras mirándolas, y a llorar se ha dicho. Y por supuesto sin dormir, o a
veces
durmiendo
ratitos con sobresaltos y súbitos despertares del sopor sudoroso. La Rusa
fue
un bálsamo en aquellos días, pues Cecilia lo único que hacía era entrar en mi
cuarto
cuando yo no estaba y ejecutar el paripé de limpiar, recoger y ordenar. Lo
recuerdo
ahora y me parece que nada de eso ocurrió realmente, y que yo no estoy
en
el país que desde allá se idealiza hasta el límite, porque desde allá se
idealiza
hasta
un islote de marabú, con tal de largarse. Pero desde aquí, una vez pasado el
primer
golpe de ilusión, se convence el más pinto de que no es más que un tonto
que
se creyó que esto era el paraíso terrenal donde encontraría los más finos
frutos
de
la tierra de Jauja. Alguien dijo que el nombrecito era la onomatopeya de una
risa
sarcástica: jau ja jau ja jau ja, riéndose de nuestra ingenuidad que nos hizo
venir
en busca del becerro de oro donde sólo encontramos una cabra montañesa
cubierta
sólo por su piel curtida. Ahora recuerdo las palabras de Cortázar: "todo
lo
que
se escribe hoy y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia".
¡Qué
tipo!
Tan gran escritor como tan buen amigo, aunque se dejó engatusar por las
ideas
"luminosas" de los nuevos césares isleños, como si en la historia
hubiera habido
una
sola revolución que no convirtiera la tierra en que triunfó en algo peor que lo
que
desbancara del poder.
--¿Y
por eso usted está en contra de las revoluciones?
--Pues
claro, las revoluciones siempre son movimientos de extrema izquierda o filos
que
generan terror y cometen más barbaridades que los gobiernos contra los cuales
se
hacen. Mire usted misma: en su país, ¿qué fue lo primero que hizo el comisario
jefe
al
tomar el poder? ¡Ah! Pues mandar a asesinar a toda la familia real, incluyendo
a
los
muchachos que no eran culpables de nada. Una verdadera mafia.
--Usted
está bien informado, porque en este país casi nadie conoce ese aspecto
de
la llamada gran revolución socialista de octubre.
--Pues
claro que conozco el paño, no en balde sufrí una revolución durante más de
treinta
años. Pero aquí la gente desconoce la historia, aunque hay muchos que se
hacen
los que la desconocen, pues no les conviene conocerla. Además, señora mía,
la
historia cuenta lo que ha sucedido según el punto de vista del historiador, y
cada
historiador
tiene su propia versión de la historia, así que cuando se enseñe en las
escuelas
dependerá del maestro que la enseñe y del autor por el que se guíe para
enseñarla.
--Vaya,
todo un profesional. Usted podría dedicarse a enseñar. Habla con un total
convencimiento
y con una total seguridad, y aunque no diga la verdad los que lo
escuchen
se la creerán.
--No,
señora, no voy a caer en lo mismo que tanto critico. Allá cada cual con lo que
pueda
o quiera entender y conocer. En cuanto a mí, yo no me dejo engatusar por
nadie,
bastante que he hecho el idiota en mis seis décadas y media. ¿Revoluciones?
Para
implantar el terror y enviar la guillotina a América, para apropiarse de todos
los
medios
y ahogar la libertad, para tachar de personas no gratas a quienes no piensen
de
la misma forma que sus dirigentes endiosados, para hacer guerrillas que
combatan
gobiernos
democráticos o no, y secuestrar, chantajear, amenazar, masacrar... ¡no
me
jodan!
--¡Huuuy!
De verdad que está usted bien despachado con las revoluciones. Mejor no
diga
lo que piensa de ellas, pues en este país hay una gran cantidad de personas
que
se sienten revolucionarias o son simpatizantes de las revoluciones.
--Eso
ya lo he notado, pero gracias por el consejo. Sí, lo mejor es no hablar mucho,
que
mi padre decía que quien mucho habla mucho yerra.
Pero
como todo en la vida, aquellos primeros días pasaron vertiginosamente, y con
ellos
yo fui superando el adagio adaptante de mi nueva situación, hasta que me
resigné
a que no me quedaba otro remedio que vivir como extranjero en una nueva
patria,
porque la mía ya la había perdido quizás para siempre. Y ya hace ocho años
que
estoy convenciéndome cada nuevo día de que me tocó bailar con la más
fea,
y como no creo en que después de ésta haya otra vida mejor ni peor, pues a
esperar,
nené, que si te descuidas te sorprende la de la guadaña sin que tú te des
cuenta
de tan macabra visita. Para evitar eso lo que tienes que hacer es estar muy
preparado,
siempre preparado para lo peor, y así, si lo peor te llega no te coge en el
aire,
y si no llega, felices pascuas y recuerdos a las muchachitas.
--Usted
es el hombre de los dicharachos... ah, perdone un momento.
--Ese
teléfono es chillón e impertinente. Siempre suena en el momento menos indicado
y
menos mal que si suena por la madrugada yo ni me entero, aunque mi habitación
está
aquí mismo, casi junto a él.
La
Rusa se desenvolvía con soltura y atendía a todos sus huéspedes, sobre todo a
los
que
según me contó se hospedaban allí con carácter permanente, porque no tenían
familia
o porque no querían irse a una residencia de desamparados o de viejos
cañengos,
o porque quién puede saberlo. Con la suya y la mía eran cinco las
habitaciones
ocupadas seguras (la mía al menos hasta que me avisaran sobre la
llamada
admisión a trámite o algo parecido), y además tenía alquiladas otras
cuatro.
Pero había varias habitaciones vacías, porque el negocio andaba mal. En el
mismo
edificio había tres hostales y en la acera del frente de la calle Valverde
había
más
de diez, uno casi al lado del otro. Mucha oferta y la demanda no era muy de
fiar
según opiniones de varios propietarios, porque acudían muchos inmigrantes
esteuropeos
y de otras tierras migratorias que no inspiraban ni una pizca de confianza.
--Pero
usted me ha dicho que los inmigrantes le ayudan a mantener el hostal.
--Me
ayudan algunos, sí, no voy a negárselo, pero últimamente no vienen en bandadas
y
cuando llega alguno me pongo nerviosa. Por eso le dije a Cecilia que cuando
llegara
uno
de esos tipos lo mirara bien y le exigiera la documentación en regla, y si no
le
gustaba,
¡pum!, a la calle, está todo lleno, señor, o señora, lo sentimos mucho. Y no
dude
usted de que gracias a ese sistema me he librado de muchos problemas.
Una
noche La Rusa me contó cómo había conocido a su esposo, la relación que con
él
tuvo, y su boda, el nacimiento de sus hijos y cómo crecieron y estudiaron,
hasta que
uno
de ellos se ganó una beca para estudiar en Inglaterra y el otro, envidiosillo,
se
quemó
las pestañas hasta que también se fue a especializarse fuera del país. Un poco
llorosa
me contó sobre la muerte de su esposo, en un accidente automovilístico, y
cómo
ella se salvó y después tuvo que hacerle frente a su nueva y complicada
situación
administrando el hostal, tarea de la que no sabía ni hostias, hasta hoy. Esa
noche
la admiré muchísimo y en reciprocidad le hablé de mi azarosa vida, de mis
malogrados
matrimonios, de mis hijos. Ella me enseñó algunas fotos y yo le mostré las
que
me hacían llorar de madrugada cuando me levantaba a contemplarlas
todavía,
presintiendo primero y convenciéndome después de que ya nunca los
volvería
a ver.
--¿Sabe?
Es que la añoranza de lo que se ha querido mucho y se ha perdido duele
más,
Por eso a mí me duele mucho más el estar separado de mis seres queridos,
sobre
todo de mis hijos, que son los seres más queridos que me quedan allá.
--Lo
comprendo, a mí me sucedió algo parecido, sobre todo con mis padres y con
mi
marido, ya que mis hijos, aunque los tengo lejos, puedo verlos una o dos veces
cada
año, y estar con ellos sin sentir ese malestar que siente usted de que los ha
perdido
para siempre.
--De
todos modos yo siempre he estado condenado a separarme de las personas que
más
quiero, eso me ha sucedido en mi propio país y ahora me sucede con mucha más
fuerza.
Es la vida: para unos es un jardín de rosas como usted me dijo, para otros es
un
pantano lleno de fango y mal olor. A algunos les sale bien el baile, gozan y
disfrutan
y
tienen el dinero necesario para disfrutar del lado bueno de las cosas. ¡Ah!
Pero para
otros,
ni el baile ni el gozo ni el disfrute, y mucho menos el dinero dichoso y maldito
sin
el cual la vida no es muy agradable que digamos.
Hoy
me parece que todo ha pasado como en un relámpago. Ya hace mucho tiempo
que
dejé de llorar ante las fotos de mis hijos, incluso he recibido muchas otras
fotos de
ellos
gracias a Ana que de vez en cuando se
da una vueltecita por la isla perdida y me
trae
noticias, cartas y fotos. El tiempo endurece, me lo dijo Leila cuando yo iba a
su
casa
de soltera a lagrimear con ella y a soltarle la nostalgia que amenazaba con
pulverizarme.
Ella fue mi primera gran ayuda, después Ana se encargó de aliviarme
las
dificultades inherentes al exilio, y al final Selene ha colmado mi esperanza
rescatada
del
fondo de un pozo totalmente oscuro donde imaginé que caería en picada y
terminar
mi vida sin poder realizar ninguno de mis pocos sueños. Y aquí estoy, como
siempre,
esperando a ver si ocurre algo que estremezca mi cuerpo y renueve mi
cerebro,
ya que en el alma no creo ni en muchas otras cosas que en un tiempo tuve
por
veraces y fehacientes, ¡ay de mí! (como en los coros griegos).
--Lo
único que puede darme hoy un poco de alegría es que vengas conmigo al
planetario
o a algún lugar extraño que se salga de lo cotidiano y aburrido. No puedes
negarte,
Selene.
--Está
bien, lamentoso, no me negaré. Dime dónde quieres ir, iré contigo a cualquier
sitio
si eso alegra un poco esa cara de doliente sin muerto que tan poco me gusta.
--Eres
un ángel. Creo que siempre lamentaré no haberte conocido treinta años atrás.
--Treinta
años atrás yo era una jovencita que no sabía nada de la vida, querido.
Quizás
entonces te hubieras decepcionado a los tres días.
--Así
y todo, creo que me hubiera gustado haber corrido el riesgo.
--Venga
ya, dejémonos de cosas tristes y vámonos por ahí a ahogar las penas
aunque
sin emborracharnos como hacen los que creen que las penas no saben
nadar.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
No hay comentarios:
Publicar un comentario