domingo, 18 de agosto de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 31

Los primeros quince días que pasé en la nueva patria fueron como para subirse otra

vez en el avión y regresar. Todas las noches sacaba las fotos de mis hijos de la

mesita de noche de mi habitación en el hostal, las colocaba en la cama, estaba

horas enteras mirándolas, y a llorar se ha dicho. Y por supuesto sin dormir, o a veces

durmiendo ratitos con sobresaltos y súbitos despertares del sopor sudoroso. La Rusa

fue un bálsamo en aquellos días, pues Cecilia lo único que hacía era entrar en mi

cuarto cuando yo no estaba y ejecutar el paripé de limpiar, recoger y ordenar. Lo

recuerdo ahora y me parece que nada de eso ocurrió realmente, y que yo no estoy

en el país que desde allá se idealiza hasta el límite, porque desde allá se idealiza

hasta un islote de marabú, con tal de largarse. Pero desde aquí, una vez pasado el

primer golpe de ilusión, se convence el más pinto de que no es más que un tonto

que se creyó que esto era el paraíso terrenal donde encontraría los más finos frutos

de la tierra de Jauja. Alguien dijo que el nombrecito era la onomatopeya de una

risa sarcástica: jau ja jau ja jau ja, riéndose de nuestra ingenuidad que nos hizo

venir en busca del becerro de oro donde sólo encontramos una cabra montañesa

cubierta sólo por su piel curtida. Ahora recuerdo las palabras de Cortázar: "todo lo

que se escribe hoy y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia". ¡Qué

tipo! Tan gran escritor como tan buen amigo, aunque se dejó engatusar por las

ideas "luminosas" de los nuevos césares isleños, como si en la historia hubiera habido

una sola revolución que no convirtiera la tierra en que triunfó en algo peor que lo

que desbancara del poder.

--¿Y por eso usted está en contra de las revoluciones?

--Pues claro, las revoluciones siempre son movimientos de extrema izquierda o filos

que generan terror y cometen más barbaridades que los gobiernos contra los cuales

se hacen. Mire usted misma: en su país, ¿qué fue lo primero que hizo el comisario jefe

al tomar el poder? ¡Ah! Pues mandar a asesinar a toda la familia real, incluyendo a

los muchachos que no eran culpables de nada. Una verdadera mafia.

--Usted está bien informado, porque en este país casi nadie conoce ese aspecto

de la llamada gran revolución socialista de octubre.

--Pues claro que conozco el paño, no en balde sufrí una revolución durante más de

treinta años. Pero aquí la gente desconoce la historia, aunque hay muchos que se

hacen los que la desconocen, pues no les conviene conocerla. Además, señora mía,

la historia cuenta lo que ha sucedido según el punto de vista del historiador, y cada

historiador tiene su propia versión de la historia, así que cuando se enseñe en las

escuelas dependerá del maestro que la enseñe y del autor por el que se guíe para

enseñarla.

--Vaya, todo un profesional. Usted podría dedicarse a enseñar. Habla con un total

convencimiento y con una total seguridad, y aunque no diga la verdad los que lo

escuchen se la creerán.

--No, señora, no voy a caer en lo mismo que tanto critico. Allá cada cual con lo que

pueda o quiera entender y conocer. En cuanto a mí, yo no me dejo engatusar por

nadie, bastante que he hecho el idiota en mis seis décadas y media. ¿Revoluciones?

Para implantar el terror y enviar la guillotina a América, para apropiarse de todos los

medios y ahogar la libertad, para tachar de personas no gratas a quienes no piensen

de la misma forma que sus dirigentes endiosados, para hacer guerrillas que combatan

gobiernos democráticos o no, y secuestrar, chantajear, amenazar, masacrar... ¡no

me jodan!

--¡Huuuy! De verdad que está usted bien despachado con las revoluciones. Mejor no

diga lo que piensa de ellas, pues en este país hay una gran cantidad de personas

que se sienten revolucionarias o son simpatizantes de las revoluciones.

--Eso ya lo he notado, pero gracias por el consejo. Sí, lo mejor es no hablar mucho,

que mi padre decía que quien mucho habla mucho yerra.

Pero como todo en la vida, aquellos primeros días pasaron vertiginosamente, y con

ellos yo fui superando el adagio adaptante de mi nueva situación, hasta que me

resigné a que no me quedaba otro remedio que vivir como extranjero en una nueva

patria, porque la mía ya la había perdido quizás para siempre. Y ya hace ocho años

que estoy convenciéndome cada nuevo día de que me tocó bailar con la más

fea, y como no creo en que después de ésta haya otra vida mejor ni peor, pues a

esperar, nené, que si te descuidas te sorprende la de la guadaña sin que tú te des

cuenta de tan macabra visita. Para evitar eso lo que tienes que hacer es estar muy

preparado, siempre preparado para lo peor, y así, si lo peor te llega no te coge en el

aire, y si no llega, felices pascuas y recuerdos a las muchachitas.

--Usted es el hombre de los dicharachos... ah, perdone un momento.

--Ese teléfono es chillón e impertinente. Siempre suena en el momento menos indicado

y menos mal que si suena por la madrugada yo ni me entero, aunque mi habitación

está aquí mismo, casi junto a él.

La Rusa se desenvolvía con soltura y atendía a todos sus huéspedes, sobre todo a los

que según me contó se hospedaban allí con carácter permanente, porque no tenían

familia o porque no querían irse a una residencia de desamparados o de viejos

cañengos, o porque quién puede saberlo. Con la suya y la mía eran cinco las

habitaciones ocupadas seguras (la mía al menos hasta que me avisaran sobre la

llamada admisión a trámite o algo parecido), y además tenía alquiladas otras

cuatro. Pero había varias habitaciones vacías, porque el negocio andaba mal. En el

mismo edificio había tres hostales y en la acera del frente de la calle Valverde había

más de diez, uno casi al lado del otro. Mucha oferta y la demanda no era muy de

fiar según opiniones de varios propietarios, porque acudían muchos inmigrantes

esteuropeos y de otras tierras migratorias que no inspiraban ni una pizca de confianza.

--Pero usted me ha dicho que los inmigrantes le ayudan a mantener el hostal.

--Me ayudan algunos, sí, no voy a negárselo, pero últimamente no vienen en bandadas

y cuando llega alguno me pongo nerviosa. Por eso le dije a Cecilia que cuando llegara

uno de esos tipos lo mirara bien y le exigiera la documentación en regla, y si no le

gustaba, ¡pum!, a la calle, está todo lleno, señor, o señora, lo sentimos mucho. Y no

dude usted de que gracias a ese sistema me he librado de muchos problemas.

Una noche La Rusa me contó cómo había conocido a su esposo, la relación que con

él tuvo, y su boda, el nacimiento de sus hijos y cómo crecieron y estudiaron, hasta que

uno de ellos se ganó una beca para estudiar en Inglaterra y el otro, envidiosillo, se

quemó las pestañas hasta que también se fue a especializarse fuera del país. Un poco

llorosa me contó sobre la muerte de su esposo, en un accidente automovilístico, y

cómo ella se salvó y después tuvo que hacerle frente a su nueva y complicada

situación administrando el hostal, tarea de la que no sabía ni hostias, hasta hoy. Esa

noche la admiré muchísimo y en reciprocidad le hablé de mi azarosa vida, de mis

malogrados matrimonios, de mis hijos. Ella me enseñó algunas fotos y yo le mostré las

que me hacían llorar de madrugada cuando me levantaba a contemplarlas

todavía, presintiendo primero y convenciéndome después de que ya nunca los

volvería a ver.

--¿Sabe? Es que la añoranza de lo que se ha querido mucho y se ha perdido duele

más, Por eso a mí me duele mucho más el estar separado de mis seres queridos,

sobre todo de mis hijos, que son los seres más queridos que me quedan allá.

--Lo comprendo, a mí me sucedió algo parecido, sobre todo con mis padres y con

mi marido, ya que mis hijos, aunque los tengo lejos, puedo verlos una o dos veces

cada año, y estar con ellos sin sentir ese malestar que siente usted de que los ha

perdido para siempre.

--De todos modos yo siempre he estado condenado a separarme de las personas que

más quiero, eso me ha sucedido en mi propio país y ahora me sucede con mucha más

fuerza. Es la vida: para unos es un jardín de rosas como usted me dijo, para otros es

un pantano lleno de fango y mal olor. A algunos les sale bien el baile, gozan y disfrutan

y tienen el dinero necesario para disfrutar del lado bueno de las cosas. ¡Ah! Pero para

otros, ni el baile ni el gozo ni el disfrute, y mucho menos el dinero dichoso y maldito

sin el cual la vida no es muy agradable que digamos.

Hoy me parece que todo ha pasado como en un relámpago. Ya hace mucho tiempo

que dejé de llorar ante las fotos de mis hijos, incluso he recibido muchas otras fotos de

ellos gracias a Ana que de  vez en cuando se da una vueltecita por la isla perdida y me

trae noticias, cartas y fotos. El tiempo endurece, me lo dijo Leila cuando yo iba a su

casa de soltera a lagrimear con ella y a soltarle la nostalgia que amenazaba con

pulverizarme. Ella fue mi primera gran ayuda, después Ana se encargó de aliviarme

las dificultades inherentes al exilio, y al final Selene ha colmado mi esperanza rescatada

del fondo de un pozo totalmente oscuro donde imaginé que caería en picada y

terminar mi vida sin poder realizar ninguno de mis pocos sueños. Y aquí estoy, como

siempre, esperando a ver si ocurre algo que estremezca mi cuerpo y renueve mi

cerebro, ya que en el alma no creo ni en muchas otras cosas que en un tiempo tuve

por veraces y fehacientes, ¡ay de mí! (como en los coros griegos).

--Lo único que puede darme hoy un poco de alegría es que vengas conmigo al

planetario o a algún lugar extraño que se salga de lo cotidiano y aburrido. No puedes

negarte, Selene.

--Está bien, lamentoso, no me negaré. Dime dónde quieres ir, iré contigo a cualquier

sitio si eso alegra un poco esa cara de doliente sin muerto que tan poco me gusta.

--Eres un ángel. Creo que siempre lamentaré no haberte conocido treinta años atrás.

--Treinta años atrás yo era una jovencita que no sabía nada de la vida, querido.

Quizás entonces te hubieras decepcionado a los tres días.

--Así y todo, creo que me hubiera gustado haber corrido el riesgo.

--Venga ya, dejémonos de cosas tristes y vámonos por ahí a ahogar las penas

aunque sin emborracharnos como hacen los que creen que las penas no saben

nadar.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

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