Suena
el timbre de la puerta de la calle. Nadie responde. Suena otra vez. El albañil
no
se inmuta, el vigilante no se inmuta, yo no me inmuto. Suena por tercera vez.
Es
el
casero. Tiene esa costumbre de tocar 3 veces antes de abrir con su llave y
entrar
en
el piso que tenemos alquilado los tres mosqueteros a un precio exorbitante que
no
podemos rechazar ni decirle señor casero, esto está un poquito caro, ¿no le
parece?,
porque la ley es así y el inquilino tiene que joderse y pagar si no quiere ir a
dormir
a la calle solitaria y fría si es invierno y además sin llavín. Y yo no quiero
ir a
dormir
a la calle ni siquiera con llavín ni aunque no sea invierno. El casero es una
persona
decente, amistosa, comprensiva, a pesar del alquiler tan elevado. Ese es
su
negocio y él tiene que defenderlo. Si yo fuera casero puede que cobrara igual,
porque
"no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio" y esto no es
mío,
pero
no sé de quién carajo es. Y me suena, quién sabe si lo dije ya, pero eso qué
importa,
la literatura tiene que repetirse, si no, se acaba pronto el tema. Y sí, la
literatura
actual es el arte de buscar dinero repitiendo lo que otros han dicho, y
mejor.
Y en eso estoy. Pues bien, amiguete, como te iba diciendo, el casero trae
(no
faltaba más) a su cuñado, que es a la vez una especie de secretario, ayuda
de
piso, colaborador en decisiones difíciles, llevaitrae y correveidile, aprendiz
de
todo
y maestro de nada, pues lo mismo destraba un tornillo mohoso que se
carga
la lavadora si ésta funciona bien. El cuñado es un tipo simpático, a veces
viene
un poco borrachín y entonces habla que te habla, otras veces viene muy
sobrio
y entonces silencio en la noche, aunque sea de tarde, pero siempre viene
con
un paquete de pitillos estrujado del cual saca uno de ellos cada 5 minutos.
Como
ninguno de nosotros (los 3 inquilinos) fuma (por suerte, porque con tanto
periódico
almacenado y disperso por todo el espacio esto se hubiera ido al
carajo
ya hace mucho rato con nosotros dentro) tenemos que aguantar el
humo
y la peste a tabaco y lo demás. Pero hoy el casero y su cuña vienen con
un
señor alto y delgado que se parece al cobrador del frac y más serio que una
tusa
de maíz viejo. Este es el inspector, nos dice el casero (ya los 3 hemos salido
de
nuestros cubículos privados porque es inútil fingir que no estamos presentes)
sin
aclarar de qué o de quién es inspector, y añade que viene a hacer una
visita
de chequeo habitual aunque los 3 sabemos que no se trata de ningún
chequeo
habitual ni la mona de Tarzán sino de que los vecinos de quejaron de
las
discusiones entre el alba y el vigi y aquí está el hombre para ver, oír y
callar.
Así
que el casero, el cuñado del casero, el inspector, el albañil, el vigilante y
un
servidor recorremos el piso sin prisa a paso lento, deleitándonos con el
paisaje
encantador de los montones de periódicos colocados a la bartola en
todas
las áreas colectivas sin dejar una sola libre de la papirolagia, y por lo
tanto
inutilizándolas para su uso también colectivo por tener abarrotados
sus
espacios de la prensa escrita nueva, vieja y prehistórica. Además, el hombre
se
deleita ídem de lienzo con una docena de piezas de ropa sucia tirada
encima
de los periódicos y de las partes de los muebles que quedan libres de
ellos,
o sea, sillas, mesas, butacas, así como de toallas malolientes colgadas
en
el baño y en la tendedera del patio, papeles estrujados y húmedos en la
ventana
del baño, en la cocina y en el espacio entre la lavadora y el frigo,
pedazos
de trapos multicolores, manchas en el suelo, revistas, separatas,
suplementos,
tabloides, folletos, propaganda, en la mesita del salón y encima
de
los closets, latas vacías y medio llenas de alimentos, pomos sin nada en
su
interior, una maleta vieja hinchada dentro de una vitrina, 3 mecheros en
el
aparador, vasos con líquido y sin líquido, sandalias en la escalerita que da al
patio,
calcetines tirados en la escalera plegable del patio, cajas de cartón
vacías
o con restos de telas y papeles, y no sigo enumerando porque mi
cerebro
no es un IBM PC, que si no... El inspector está, aparentemente claro,
tan
asombrado, que no sabe qué decir, y por eso no dice nada. El albañil
suelta
su perorata y dice que aunque él todos los días tira en la basura todo
lo
que ahora estamos viendo, al día siguiente el vigilante lo llena otra vez
de
porquerías y es el cuento del gallo capón y ya está bueno, coño, que está
hasta
los cojones, y se los toca, de pasar por celador del mierda de piso este,
y
no va a aguantar más y etc. etc. etc. El vigilante interviene para aclarar
que
no todo lo que hemos visto es obra suya, pues el otro (el otro es el
albañil,
por supuesto) es el verdadero cerdo, ya que jamás pasa la escoba
y
la fregona no existe para él, y etc. etc. etc. Yo callado, pues Nereida, mi
amiga
limosnera de La Covadonga, aunque es limosnera tiene dotes de
sabiduría
callejera y dice (creo que esto también lo dije) que mejor es ver,
oír
y callar, como está haciendo el supuesto inspector ahora y aquí. Pues
eso,
que al cabo de una media hora de acusaciones, desmentidos, ayes, oes,
insultos,
chillidos, nerviosismo y demás, el albañil se larga y nos deja, ¡ay!, en los
tímpanos
el tremendo portazo que da, el vigilante se mete en su cuarto, y yo me
quedo,
por educación, atendiendo a la visita que no hace más que tomar nota de
todo
cuanto ve y oye, que no es poco. Cuando se retiran los 3 villalobos tras darnos
apretones
de manos y desearnos un buen día, etc., yo cierro la puerta y me quedo
en
el salón pensando que a pesar de esta baraúnda de objetos visibles
identificados (ovi)
este
piso es de lo mejorcito que he encontrado para sentarme a esperar una de dos:
1) el
carrito,
2) el piso tutelado que mi asistenta social quedó en esforzarse (sic) en
conseguirme.
--Mi
viejo, si aquello está como me lo has descrito, no quiero ver los demás pisos
donde
has
estado viviendo.
--Bueno,
aparte de las molestias para mí pequeñas, pues como me paso el día metido en
mi
cuarto no me estorban los periódicos ni las otras cosas desparramadas en los
espacios
colectivos
como dice el casero, por lo demás el piso tiene todo lo que puede tener un
piso
para un viejo exiliado y sin cartera porque sería inútil por desuso... así que
ojalá no
tenga
que mudarme otra vez a no ser para el piso tutelado si es que me lo conceden,
que
según me dijo Ascensión hay mil solicitudes por cada cien plazas. Aunque...
tengo
otra
opción, que es la que más felicidad me proporcionaría...
--¿Qué
quieres, que te pregunte cuál es esa otra opción? Si ya lo sé, listillo, ya...
--¡Bingo!
Eres genial, querida mía: has acertado. Mi mejor opción es venirme a vivir aquí
contigo,
si al fin no caes ante mis asedios tempestuosos, en una habitación de esas que
nunca
se completan, pero cobrándome lo que me cobra mi casero. ¿Qué te parece?
--Eres...
sí, eso mismo, eres insostenible como el desarrollo de los países pobres.
--¿Y
por qué no me sostienes tú? O mejor dicho, ¿por qué no nos sostenemos
mutuamente?
Mira, cariño, tú no te imaginas lo que yo podría ayudarte en el hostal.
Pondríamos
esto que en 3 meses tendrías una cola allá abajo esperando que se
desocupara
alguna habitación.
La
idea del inspector fue del casero: a ver si así este hombre se asusta y se
enmienda,
me
dijo cuando fui a pagarle a la bodega-bar donde siempre está atendiendo a sus
clientes,
lo que me reafirma en mi idea de que a) no conoce al hombrín, o b) lo conoce
bien
y hace este numerito para quedar bien con el otro (el otro es el albañil,
naturalmente),
que se pasa la santa vida (cuando no está en su trabajo o mirando la tele)
exigiéndole
que exija al vigilante que se ponga para la cosa, o sea, que elimine de una
vez
los sacrosantos periódicos viejos y los demás enseres inservibles que tiene
ocupando
espacios
que pertenecen, como dice y repite, a todos los que aquí vivimos con envidiable
armonía.
Pero nada, Ambrosía, que desde que alquilé la habitación que ocupo, como
decía
Daniel Santos (el inquieto anacobero), “el cuartito está igualito” y a pesar de
los
cambios
en el país y en el mundo, los dos personajes no van a cambiar. Estoy seguro de
que
si cambiaran se morirían de nostalgia.
--¿Pensaste
en lo que te propuse, luna lunera?
--Hombre,
esa es nueva, menos mal que no te repites esta vez.
--Bueno,
estoy seguro de que sabes que Selene significa luna.
--Tú
estás seguro de muchas cosas y yo de otras muchas, así que formamos una pareja
ideal...
para aburrirnos cuando la vejez nos golpee.
--Más
de lo que nos está golpeando querrás decir, por lo menos en mi caso.
--Como
quieras, querido. Y pensándolo más objetivamente, tú serías un buen hostalero
si
te
decidieras a dedicarte al giro. Lo que pasa es que tú no tienes interés en
dedicarte a
ningún
giro.
--Ya
te dije y te reitero que aquí en el hostal, lo que tú digas, querida, como
dicen los
maridos
que dicen las últimas palabras en sus casas haciéndose creer los muy tontos que
ellos
son los que mandan.
--De
todos modos me gustaría que me contaras qué ideas se te han ocurrido para hacer
de
este chollito un buen negocio, porque tal como está y como yo lo veo, dentro de
dos
o
tres meses esto se va a ir a volina como el papalote de... de Cuquito. Coño. Me
acordé
del
nombre. ¿Ves que no todo lo tuyo lo olvido? ¡Ah!, y me acordé del dicho ese de
se va
a
ir a volina. Anda, que me estás atiborrando de tus dicharachos trasatlánticos.
--Ya
veo que estás progresando, queridísima. Pero mucho más progresarías si
atendieras a
mis
solicitudes bienintencionadas. Mira, ahí viene don Anselmo.
--Seguro
que a pedirme el periódico para leer los comentarios del partido de anoche.
--¡Salve,
dios del futbol!, que sin ti no hay vida en esta tierra madre.
A
don Anselmo lo carterearon hace unos días en el Metro. “Por eso nunca salgo,
porque
esto
se está convirtiendo en el paraíso de la delincuencia”, dice Selene que le dijo
cuando
llegó con la cara más tristona que un sueño con hambre. A doña Isolina le
arrebataron
el bolso una mañana lluviosa en el mercado de la esquina y ella sólo pudo
gritar
y pedir el auxilio que no llegó a tiempo de impedir que el caco saliera a la
calle y se
perdiera
con su bolso entre la multitud indiferente. Don Emeterio se ha escapado de
estos
raterismos,
pues no sale a la calle ni con una pareja de guardias civiles bien armados
custodiándolo
(la comida y lo demás se lo trae Selene). A Selene la han querido atracar y
estafar
varias veces, pero esteuropea al fin ha podido escaparse, pues se las sabe
todas.
A
mí nunca, no sé si porque he tenido la suerte que dicen que es loca o porque
soy tan
quisquilloso
que siempre estoy tocándome los bolsillos y apretando el portafolios cuando
salgo
con él y cuando entro en el Metro estoy a cuatro ojos más las gafas, el tacto,
el olor
y
el oído a millón por si acaso. Pero es cierto que como van las cosas, ahorita
vamos a
tener
que comprarnos pistolas para defendernos de tanto malandrín que hay suelto por
ahí.
Un día interrogué a un policía en el parque: ¿por qué ustedes no aplican mano
dura
con
los delincuentes?, le pregunté, respetuosamente. El agente se me quedó mirando
con
lástima como pensando ¿de qué montaña se habrá bajado este tipo? Y al ver mi
consternación
por su silencio y su mirada, me dijo, muy bajito: ¿para qué vamos a
detenerlos
si al día siguiente el juez los suelta?
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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