PRIMERA PARADA. MENDEZ
ALVARO. En un tren de cercanías. Regreso para rescatar
de los recuerdos mis nueve
meses de estancia en aquel centro de acogida que fue
mi mejor época dentro de
estos casi nueve años de exilio.
--Si tienes que usar gafas
deberías llevarlas siempre puestas, como yo. Mi oculista me
lo recomendó cuando tuve que
empezar a usarlas: "no se los quite nunca, sólo para
bañarse y para dormir, así su
hipermetropía avanzará más lentamente". ¿Sabes
cómo se les llama a las gafas
en mi país?
--Me imagino que una de esas
palabritas rimbombantes.
--No, mujer, no tanto. Se les
llama espejuelos. Sustantivo masculino plural.
Selene padece astigmatismo.
Le gusta leer, pero con el trabajo del hostal tiene una
excusa para hacerlo poco. Yo
no tengo ninguna, leo constantemente, así se me va
el tiempo. Con gafas parece
más joven, contradictoriamente. Ahora las lleva
puestas para ver el paisaje.
--¿Nunca has estado en esa
villa?
--Pues no, fuera de la
capital sólo he estado en varios pueblos donde conozco a
algunos ex-huéspedes, porque
aquí no tengo familia. Ni aquí ni en ningún otro
lugar.
--Pues verás dónde viví
durante nueve meses. Lo que no sé es si podremos entrar
en el piso o si todavía
estará usándose como centro de acogida de solicitantes
de asilo.
--No importa, nos vamos a
divertir si no te pones triste.
SEGUNDA PARADA. DOCE DE
OCTUBRE. Las manos de Selene son finas y sus dedos
largos. A veces se pinta las
uñas, pero a ella no le gusta pintarse. Sólo lleva un reloj
pulsera diminuto, unos
pendientes muy discretos, y un collar con la foto de sus
padres.
--Una confesión: contigo
entré por primera vez en el Planetario y en el cine IMAX. Y
oye esto: cuando estábamos
dentro de la sala oscura disfrutando del filme me sentí
como en aquellos años en que
yo iba al cine, en plena adolescencia, con mis
primeras noviecitas. Eran
noviecitas de besitos furtivos, ¿me entiendes?
--¿Y en algún momento
pensaste que yo era una de aquellas chicas con las cuales
ibas al cine a... a ver
películas?
--Te confieso que durante
toda la función estuve imaginándomelo. Pero no tuve el
valor de hacer algo más que
darle rienda suelta a mi imaginación.
Me gustan sus manos a pesar
de que están algo gastadas por el tiempo y por el
trabajo. Sus manos dicen casi
tanto como sus ojos azulísimos. Me hubiera gustado
verla cuando era una
jovencita, en persona, pues en fotos la he visto muchas veces.
--Hiciste muy bien en no
hacer algo más. ¿No te parece que ya estamos pasaditos
de edad para esas cosas?
Quien nos viera en algo pensaría que somos dos viejos
que no hicieron nada parecido
cuando podían hacerlo.
--Te preocupa demasiado el
qué dirán, querida. Suelta esa lacra, por favor, que
nada en la vida está
condicionado por la edad, a no ser el esfuerzo físico pesado
que los viejos no pueden
hacer. Lo demás, no es más que un prejuicio.
TERCERA PARADA: ORCASITAS.
Casualmente aquí radica el comedor donde
actualmente cubro mis
necesidades alimentarias. Le tomo una mano a Selene y
me quedo mirándole los dedos
y las uñas. Me la acerco a la boca y la beso
superficialmente. Ella sólo
sonríe y la retira.
--¿Y vienes a comer aquí
todos los días?
--De lunes a viernes. Para el
fin de semana nos dan bolsas con enlatados y esas
cosas, conservas, etc.
--Pero desde donde tú vives
tendrás que utilizar varios transportes.
--Si vengo directamente desde
casa un autobús hasta Atocha y de allí en este
mismo tren. Me gusta el lugar
y la comida es muy buena.
Mientras atravesamos la
llanura pelada me pongo a pensar que es una lástima que
este país tenga que cargar
con las plagas del terrorismo, la delincuencia, la pésima
aplicación de la justicia, el
desempleo... porque podría ser un lugar ideal para vivir.
--Siempre terminamos hablando
de cosas desagradables. ¿No podremos olvidarnos
nunca de comentar desgracias?
Y luego tú dices que los telediarios sólo informan
desgracias.
--Precisamente, criatura: eso
se pega, ¿comprendes? En este país dondequiera que
tú vayas y cualquier cosa que
veas, oigas, leas, se refiere a las desgracias. La
influencia es mucha.
CUARTA PARADA: PUENTE
ALCOCER. Es curioso que aquí casi no existan calles, plazas,
villas, con números, como en
otras ciudades o en otros países como el mío, donde
hay repartos enteros cuyas
calles todas tienen nombres numéricos. Un día me voy a
poner a investigar.
--¿Ya te sientes mejor?
Porque cuando salimos tenías una cara...
--Contigo me siento bien a
cualquier hora, pero a veces se me sale la situa.
--¿La situa? ¿Quieres decir
la situación? Vaya, hombre, que para entenderte hay
que pasar un máster.
--Ya tú estás acostumbrada a
mi fraseología, no creo que te resulte demasiado difícil
entenderme. Al principio a mí
también me costaba trabajo entender aquí a la
gente. Y ya ves.
Pocas veces se pone un
vaquero (en mi país les llaman pitusas, aunque vaquero ya
se ha asimilado). Es delgada,
pero a mí siempre me han gustado las delgadas. La
masa
compacta ni en mujeres ni en política.
--¿Terminaste el libro que te
di?
--Todavía. Estoy con la
novela que... ya tú sabes. Quiero terminarla cuanto antes, el
primer pase, porque después
viene el trabajo más duro, que es aplicar la tijera,
como decía Hemingway.
--O sea, cortar todo lo que
no sea imprescindible.
--Exacto. Por cierto, ¿has
leído algo de Hemingway? Tiene dos novelas que se
refieren a este país.
--Creo que hace muchos años
leí la del pescador solitario. ¡Hala! Que se parece a ti.
QUINTA PARADA: VILLAVERDE
ALTO. Selene sonríe. Yo sonrío. El pesimismo no es del
todo gratuito, como el ser
humano tiene su nacimiento, su formación, su adultez y su
afianzamiento en la vejez
cuando ésta es lúcida.
--Yo pudiera haber sido
músico. Desde niño me apasionó la música, sin embargo, mis
padres se empeñaron en que
estudiara Economía, lo que no me ha servido para
nada, pues la que estudié en
mi país ya caducó y la de aquí y de ahora la
desconozco totalmente. Y con
las letras ya ves lo que he podido conseguir.
--Las letras aquí no caminan,
querido. La cultura no interesa, porque no vende.
--Ya me lo dijo Leila. Venía
todas las semanas a buscarme y nos íbamos a comer a
una fondita que tenía las
paredes cargadas de cuadros taurinos. ¡Ah! Aquellos
tiempos no se van a repetir.
Y mientras ella mira por la
ventanilla rayada del vagón yo recuerdo aquellos viajes
de un lugar a otro con Leila,
adaptándome a una nueva realidad que poco a poco
Iba golpeándome y
arrancándome la venda de los ojos. Pero demasiado tarde.
--Increíble, ¿verdad? Con
tantísimos años en este país y nunca había pasado por
aquí.
--Pero ya estás pasando y me
alegro, porque esto te hará recordarme aunque un
día te arrepientas de haberme
conocido.
--Anda ya, que tu pesimismo
es incurable, hombre.
--Puede ser, pero tú podrías
curarlo. Y sabes cómo.
SEXTA PARADA. ZARZA QUEMADA.
Aquí, en la tienda Alcampo, me compré mi
primer vaquero en una oferta
con un pulóver enguatado, cuando yo vivía en el
centro de acogida. Entonces
me entregaban una cantidad de dinero semanal
para mis gastos generales.
--Desde que te conozco mi
vida ha cambiado como no me imaginé que algo o
alguien podría cambiarla. No
sé si será bueno o malo, sólo sé que me he olvidado
un poco de cómo yo vivía y he
abandonado bastante mi trabajo en el hostal, y eso
sí sé que no es bueno.
--Y tan fácil como te sería
convertir lo malo en bueno.
--Ya basta, que contigo nunca
puedo estar segura de que no sigas insistiendo. Te
chiflan las cosas difíciles.
--Vaya vaya... dos tiros
certeros a mi haber. Mira, tesoro, un gran poeta de mi país
dijo que sólo lo difícil
es estimulante. Lezama Lima, no sé si lo conoces...
--No.
--...y el otro tiro: ya no
dices imposible, sino difícil, o sea, que poco a poco, con
muchos esfuerzos de mi parte,
te estás... digamos... ablandando.
Por las ventanillas pasan
hacia atrás tierras no cultivadas y tierras cultivadas, pero
esta zona tiene muchas
edificaciones, talleres, almacenes, empresas, carreteras,
puentes, pasos a nivel,
árboles medianos, y sobre todo, gente. Gente en todas
partes.
--¿Falta mucho?
--Sólo tres paradas. Cálmate,
que no vamos a descarrilarnos.
SÉPTIMA PARADA. LEGANES.
Selene me mira fijamente, sin moverse. Como si se
preguntara qué está haciendo
aquí conmigo, tan lejos de sus ocupaciones y tan
cerca de renovar su vida
rutinaria y monótona como la mía y la de tantos que viven
tan mecánicamente.
--¿Y piensas llevarme a comer
a esa fondita donde comías con Leila?
--No, querida mía, esa
fondita pertenece a los recuerdos de Leila y además, yo con
ella no tuve ningún vínculo
erótico.
--Conmigo tampoco lo tienes.
--Pero contigo no pierdo la
esperanza de tenerlo. Y pronto.
--Eres engreído, atrevido,
machacoso, puntilloso, perseverante... yo no sé...
--Te faltaron algunos
calificativos como imposible, imprevisible, insoportable, ¿se te
han olvidado? Me los decías en
el hostal en casi todas nuestras conversaciones.
--Pues tengo otros que ahora
no me vienen, pero que ya conocerás. Y pronto.
Dentro de dos minutos
llegaremos. Selene está nerviosa. O excitada. Es casi un
milagro que yo haya podido
convencerla de que me acompañara en este viaje
alrededor de los recuerdos.
Por fin está saliendo de su conservadurismo estático.
A ver si continúa o
retrocede.
--Qué callada estás.
Prepárate para descender y para caminar.
--Y para comer, que tengo
hambre.
--¿Te ha dado ahora por la
gula? A propósito: tienes que confesarme cuántos
pecados capitales has
cometido desde que dejaste la inocencia infantil.
--No me gusta esa palabra:
tienes.
--Está bien, entonces debes
confesarme tus pecadillos como yo te he confesado
los míos.
--Me confesaste algunos,
estoy segura de que no todos, y también estoy segura
de que has cometido muchos
más que yo.
OCTAVA PARADA: LA SERNA. Algunos jodedores le dicen La Sarna, no sé
por qué
razón, porque he caminado por
sus calles y no he visto ningún perro sarnoso.
Esta es la puerta de esa
ciudad a donde no había vuelto desde que salí de ella
con el carné de asilado.
--Algunos jodedores, sí...
seguro que tú entre ellos.
--Pero Selene...¡qué opinión
tan fea tienes de mí!
--Tan fea como tan real. Como
si no te conociera.
--Pues te juro que yo no
tengo nada que ver con ese nombre tan injusto.
Le riego el pelo que hoy
lleva suelto, aunque no está bastante largo. Es rubia como
una moneda de oro de ley y
muy blanca. Se ve que nunca coge sol. Tendría que
llevarla a la playa o en todo
caso a una piscina, pero para ambas cosas hay que
tener pasta.
--Tengo que arreglarme este
pelo. Parece una fregona.
--Ahora que hablas de eso, yo
tengo que pelarme, como decimos allá. Cortarme
el pelo, es que me lo corto
cada cuatro meses, al tres, para ahorrar.
--Eres un gran ahorrador. No
en balde estudiaste Economía.
La tomo por el brazo y la
levanto, porque se ha quedado inmóvil, como si el tren
no se hubiera detenido en
nuestra última parada. Bajamos al andén, atravesamos
la estación totalmente
renovada, y salimos al fresco: aquí fuera nos espera
Fuenlabrada...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)