--Rubia,
descubrí algo en la biblioteca que puede interesarte.
--Tú
siempre estás descubriendo cosas, pero ahora tengo que ir a ver el problema
que
tiene Isolina con el lavabo de su habitación.
--¿Y
tú eres fontanera?
--Muy
gracioso, como siempre. Yo soy la dueña del hostal y cuando un huésped me
llama
por algún problema tengo que acudir a ver qué le pasa y qué remedio tiene.
Selene
me presentó a los 3 huéspedes que tiene con carácter permanente, ya que
los
demás entran y salen a discreción. Los fijos son: don Anselmo, el viejo
majadero,
doña
Isolina, la señora que llama dando gritos, porque es medio sorda, y el ilustre
don
Emeterio Santovenia, cuyo nombre he tomado para mi literatura sin permiso
suyo
ni de Selene. Para mí que la doña Isolina oye mejor que nosotros, sólo que,
como
Buñuel, lo que le conviene oír. Por lo demás, todo marchaba a pedir de boca,
pues
me dedicaba sólo a eso: a pedir por esta boca a las instancias a donde tenía
que
acudir para intentar resolver lo irresoluble. Selene se quejaba de que a veces
le
entraban
los deseos de acabar de una vez, y en esas ocasiones yo asumía el papel
de
animador con inclinaciones a consolador, pero ella no dejaba que la sangre
alcanzara
la ribera del río.
--Pero
tendrás que reconocer que yo soy el mejor huésped que has tenido.
--¿Estás
seguro de eso?
--Alguien
dijo que lo único cierto es la duda. Creo que fue Carlos Marx.
--Lo
que me faltaba: oírte citando a Carlos Marx.
--De
todo el mundo puede sacarse algo provechoso. Las personas no son máquinas
ni
tampoco animales.
--Es
verdad: son peores.
Esa
tarde había ingresado en el hostal una chica de unos veinte años con algunos
morados
en la cara y Selene estaba muy cabreada por lo que la chica le contó.
--Otro
caso. Ya aburren. Dice que el marido le pega con frecuencia, pero que esta
última
vez por poco la mata.
--¿Y
por qué ella lo ha aguantado hasta ahora? No me vas a decir que está
desquiciada
por
el tipo.
--Hay
muchos casos. Yo he conocido varios, de mujeres que han caído aquí por unos
días
hasta
que su situación se ha resuelto de algún modo, o han podido largarse de esta
ciudad.
Incluso algunas se han largado del país.
--Pero
insisto: ¿por qué esas mujeres aguantan que un hijo de puta las golpee como si
ellas
fueran punching-bags de boxeadores? ¿Es que están obligadas a aguantarlos?
--No,
querido, no lo están, es que hay muchas que no quieren romper su matrimonio,
unas
por los hijos, otras porque el hombre las amenaza, otras por otras razones que
yo no
domino.
El caso es que eso se ha hecho costumbre, y ¿sabes quién tiene la culpa?
--Menos
yo, cualquiera.
--No
te burles, que el asunto es serio. Pues mira, yo creo que la culpa la tienen
los jueces.
Porque
déjame decirte que muchas de esas mujeres denuncian los maltratos que
reciben,
las amenazas, las golpizas que les dan sus salvajes compañeros, y... resulta
que
el
juez de turno no hace nada, y cuando el tipo acude al tribunal lo dejan en
libertad
para
que continúe dándole palizas.
--Perdóname,
pero yo creo que parte de la culpa la tienen las propias mujeres. Repito
mi
pregunta: ¿por qué aguantan las palizas? ¿No tienen familia, no hay
instituciones
que
puedan ayudarlas?
--Sin
dudas las hay, pero no funcionan como debieran, y cuando intervienen, a veces
ya
es demasiado tarde. Mira, hay mujeres de ésas que hasta han ido a la televisión
a
denunciar
malos tratos, golpizas, amenazas, hasta puñaladas, pidiendo protección, y
nada.
Una vez vi a una que pronosticó que el hombre la iba a matar. ¡Y la mató! Y
nadie
hizo nada por evitar que eso sucediera. A veces son exmaridos o exnovios
celosos
o yo no sé, que no se conforman con que sus exparejas no quieran volver
con
ellos o tengan nuevas parejas. Es una vergüenza, pero esta sociedad se ha
acostumbrado
a eso.
En
este país usted puede cometer infracciones, contravenciones, delitos, hurtos,
robos,
asaltos,
atracos, y cuenta con la oportunidad de salir de ellos totalmente impune o
cuando
menos con una sanción que daría risa si no fuera una desvergüenza. ¿Cómo?
Pues
muy fácil. Siga las siguientes orientaciones:
--Diga
que ignoraba que lo que usted hizo está prohibido por la ley.
--Explique
que usted no se explica cómo ha ocurrido eso, porque usted jamás...
--Alegue
que es la primera vez que lo hace y que nunca más volverá a hacerlo.
--Jure
que está arrepentido de su acto condenable y que pide perdón, porque, su
señoría,
de verdad que me siento abochornado, se lo juro por mi santa madre, yo...
--Declare
que usted está en el paro, que es padre de cuatro pequeños que no tienen
qué
comer, que su esposa está enferma en cama, y que esto, y que lo otro, y...
--Búsquese
un buen abogado (aunque sea el de oficio) que presente papeles nada
auténticos
(el juez no se va a molestar en comprobar su veracidad) de que usted, en
el
momento en que cometió su acto criminal no estaba conciente de lo que estaba
haciendo,
porque usted padece de psicosis, de paranoia, de esquizofrenia, o mejor
de
alcoholismo y drogadicción, que eso en este país es un atenuante (hablo en
serio,
borracho
y drogadicto son considerados ATENUANTES), de manera que el Señor Juez
sólo
podrá condenarlo, en caso extremo, a un centro de rehabilitación del que saldrá
en
muy poco tiempo por buen comportamiento y por haber demostrado su plena
disposición
a reintegrarse en esta sociedad para servirla en el camino del bien y...
Eso,
si lo capturan, claro, cosa que no siempre ocurre. ¿Ve qué fácil? Vamos,
hombre,
anímese
a delinquir. Si esto se está convirtiendo en el edén de los malos, hombre.
--¿La
jungla de asfalto? Creo que ahora eres tú el que exagera, querido.
--Puede
ser. Pero a juzgar por lo que leo en los periódicos... hay tipos que son
detenidos
una
y otra vez por atracar joyerías y los sueltan, los tipos siguen atracando
joyerías y los
siguen
soltando, y esto es un relajo. La gente no respeta las leyes.
--Porque
las leyes no se hacen respetar, ahí es donde está el problema.
--Bueno,
y a nosotros ¿qué demonios nos importa la ley ni el respeto a la ley? Mira, lo
nuestro
es lo nuestro y no lo de los demás. Alberto Cortez lo cantó: “nosotros somos
los
demás
de los demás”.
--Bueno,
¿qué fue lo que encontraste en la biblioteca?
--Te
lo voy a enseñar, espérate... aquí tengo el recorte.
--¿Te
atreviste a romper un periódico de la biblioteca?
--¿Nunca
has hecho algo así?
--Mejor
enséñame el recorte, ladronzuelo. Un día te van a coger y... ¡qué vergüenza!
--Toma.
Es un artículo de un periodista que se llama...bueno, como se llame. Eso es
para
que conozcas a los periodistas.
--A
ver, a ver... ¡ah, no! ¿Más sobre la guerra de Iraq? No señor, no quiero oír ni
leer una
sola
palabra más sobre esa maldita guerra.
--Precisamente,
Selene, para que te enteres de cómo se manipula la información sobre
la
guerra, o sobre las guerras, porque hay muchas, aunque aquí se proteste
solamente
por
la de Iraq. Lee.
--Es
de un tal Martín Quijano. Pero mejor dime de qué se trata, que no tengo mucho
tiempo.
--Nada,
es una crítica, un enjuiciamiento que hace sobre los periódicos, como se
merecen
según
este periodista, y sin pelos en la pluma.
--¡Ah!
Otra vez Isolina. Está bien, déjame el artículo, lo leeré después por no oírte
la lengua.
Cuando
regreses te daré mi opinión.
--Si
Isolina te da un respiro.
--Veta
a la... anda ya, ladrón de biliotecas. Ojalá te pesquen un buen día.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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