Se puede estar solo rodeado de
gente: en la calle, en una cola, en un centro
comercial, en el aeropuerto
cuando sales o cuando entras. Yo diría que
precisamente cuando más solo
estás es cuando estás rodeado de una multitud
que no te dice nada, porque la
soledad es más un estado mental que material o
físico. Sentirse solo es síntoma
de muchas cosas y todas negativas, pero hay dos tipos
de soledades: la deseada y la no
deseada. Y hay quien tiene las dos. El ser humano
no siempre desea estar solo ni
siempre desea estar acompañado. Pero la soledad
perpetua, esa es otra cosa. No es que te sientas solo porque
tu novia te dejó o se
fue con otro, esa soledad es
pasajera. Tampoco porque se haya muerto la persona
con la que vivías, esa también
es pasajera. No, Mamerto, hay otra soledad que
es mucho peor: la permenente,
esa en que no importa que vivas en una pensión
donde vivan trescientas
personas, ni que estés en la Plaza Central concentrado
para protestar por cualquier
cosa junto a más de mil gritones, ni que te salga todo
bien con aquellos con los que te
relacionas diariamente, sean familiares, amigos,
compañeros de trabajo, vecinos,
perros o gatos, etc. No. Te sentirás solo si tu ánimo
está solo y no estás para nadie
y esa soledad es la que termina acabando contigo y
convirtiéndote en un amargado,
en un relegado, en un aislado, a veces en un
marginado de la sociedad. ¡Ah! Y
en mi caso yo no sé qué soledad es la que me ha
tocado en los últimos años. Por
eso prefiero pensar que es la soledad del oficio de
escritor, porque alguien dijo
que el oficio de escritor es el más solitario. Y tenía razón:
el escritor siempre desea estar
solo con su obra como única compañía. Que no lo
molesten, que no lo distraigan,
que no espanten su musa, que no le toquen a la
puerta, que no le susurren al
oído cariño, ¿quieres una tacita de café? No señor: si
estás escribiendo y el
intríngulis te está saliendo bien, cualquier cosa te estorba. Pero
terminas (por ahora) y entonces
te entra la corcomilla de entablar conversación
con alguien sobre lo que has
creado con tu cerebro primotor o sobre lo solo que te
sientes al final de la página
que ya no está en blanco.
--La soledad no es patrimonio
exclusivo de los escritores, querido. Conozco infinidad
de personas que no saben quién
era Cervantes que están solas todo el tiempo y sin
embargo no se mueren por eso.
--No se mueren aparentemente,
porque morirse no es sólo dejar de existir
físicamente. Y a mi edad la
soledad ya comienza a molestar un poco.
--Pero tú estás solo porque
quieres, porque nada te impide estar acompañado.
--No me digas.
--¿Por qué no te lo voy a decir?
Claro que a mí la soledad me
gusta un pocotón, pero cuando la deseo, y da la
casualidad de que cuando la
deseo no me sirve de mucho, pues leo y escribo y me
parece que todo lo que leo y
escribo es como hacer de idiota en una obra
mediocre: cultura general, ¿y
qué?, si aquí el más pinto que casi no sabe ni escribir
su nombre es el que triunfa, y
escribir y escribir cuentos y novelas ¿para qué?, si no
voy a publicar ni hostias y en
caso milagroso de que pudiera publicar algunas
paginitas narrativas, ¿quién
carajo va a leerlas?
--Yo creo que para decidirse a
estar solo y a vivir así, sin ni siquiera un loro que le
repita buenos días, viejo, hay
que tenerlos grandes. Vamos, y en tu caso es un mérito
mayor, porque además de vivir
solo estás lejos de tus seres más queridos. Por eso te
admiro.
--Bueno, la mayoría de la gente
que conozco no quisiera estar sola, pero volviendo
al tema, cuando el almanaque te
cae en la cabeza ya no deseas tanto seguir solo,
y entonces es cuando no puedes,
al menos en mi caso, estar acompañado.
Acompañado por la gente que tú
quieres, no por cualquier pelmazo. Cuando yo
era un adolescente no soportaba
estar solo ni siquiera un par de horas. Después me
dio por esta tontería de
escribir y entonces no soportaba estar con alguien. Ahora en
la tercera edad me estoy
comiendo el cable de la soledad, porque cuando deseo
no estar solo la compañía brilla
por su ausencia.
--Eso quiere decir que no
quisieras seguir solo, ¿verdad? Pues búscate una
compañía, qué carajo. No creo
que sea tan difícil.
--¿No crees que sea tan difícil?
¿Conoces a alguna que desearía de todo corazón
unirse a un tipo de sesenta y
cinco años que no tiene ni un vale de compra en el
bolsillo?
El ser humano siempre está
deseando tener lo que no tiene, pero cuando lo tiene,
comienza a desear otra cosa, y
así vive ignorando que la parca lo espera cuando
menos se acuerde de que ella
existe. Yo me he sentido solo en muchas ocasiones
en las que he estado entre
muchas personas que hablan, comen, beben, oyen
música, hasta gritan, y yo ni
las oigo. Y en esas ocasiones la soledad es más real, más
golpeadora que cuando nadie
rodea mi poco espacio disponible. Pero la soledad,
cuando se adueña de uno, lo
aprisiona de tal modo que uno termina por aislarse de
lo que lo rodea, del mundo
circundante, de la gente, y cuando ya no puede
regresar a su estado social de
ser social, se refugia entre cuatro paredes y trata de
compensar la falta de la
cercanía humana con sus cosas materiales y con sus
recuerdos, que esos nunca faltan
ni nunca se borran.
--Si tú no fueras apriorístico
podría contestarte que sí, que conozco no a alguna, sino
a muchas, que al igual que tú no
tienen ni para un café con leche, pero que desean
vivir y desean disfrutar de la
vida en lo que puedan disfrutarla, que no es poco. Lo
que te pasa es que tú mismo te
has ido aislando y ya no te interesa conocer a
nadie. Ya no te interesa el ser
humano. Y así, querido mío, no se puede vivir.
--¿Y si te dijera que yo conozco
a alguien que sí pudiera salvarme del abismo?
--Tú no estás en el abismo
todavía, pero al paso que vas... Pero bien, ¿quién es esa
persona que conoces?
--Qué pregunta, Selene. ¿Quién
va a ser? ¡Tú misma!
--¡Ay ay ay! Volvemos a tocar
campanas sin ser hora de misa.
--Hablo en serio, mujer. Tú y yo
nos entendemos muy bien, y a ti no te interesa que yo
no tenga una cuenta bancaria de
seis cifras. Además, sé que te caigo bien. Como
tú a mí. Lo que nos coloca en
una posición de acoplamiento favorable.
--Déjame no hacerte caso. Ya yo
no sé cuándo estás hablando en serio. Pero mira:
yo vivo sola desde hace no sé
cuántos años y ya ves que no me quejo de mi
situación. Y como dice el
refrán, mejor sola que mal acompañada.
--Ese es un refrán pesimista,
pues excluye la posibilidad de encontrar una buena
compañía. Y gracias por lo que
me toca.
--No me refería a ti, listillo,
pero dime una cosa: ¿tú crees que en esta época es fácil
encontrar una buena compañía?
--No es fácil, pero como dijo el
Quijote, la felicidad no está en la venta sino en el
camino.
--Lo que quiere decir que
estarías dispuesto a pasarte la vida buscando, aun
sabiendo que no vas a encontrar.
--Lo que quiere decir,
rubicunda, es que esta vida, que ya de por sí es una mierda,
apestaría mucho más si no tienes
algo que te impulse a seguir.
--Te confieso que en eso soy yo
la pesimista. Yo no cuento ya con muchas cosas que
me impulsen a seguir, como tú
dices. Y a mis años no creo que aparezca el príncipe
azul o de cualquier otro color.
En el fondo yo opinaba lo mismo,
sólo que siguiendo la norma me autoengañaba
como todos los seres humanos que
se prometen cosas que saben que no van a
cumplir. Aunque sin esa manía de
autoengañarse no creo que pueda resistirse la
bazofia que te encuentras en
cualquier lugar a donde vayas. Se puede vivir en
soledad, incluso se puede vivir
en absoluta soledad, lo que no sé por cuánto tiempo,
que no creo que sea demasiado.
Resistir solo como Robinson Crusoe (hasta que
apareció Viernes) no es un
coctel de frutas como postre de banquete. Además, no
vivimos en la Luna ni en Marte
(todavía), ni siquiera en el polo ni en una cueva del
Aconcagua y aunque lo deseemos,
tenemos que aceptar la compañía de
montones de personas de todos
los colores con las que quisieras no toparte, e
incluso a veces tienes que
dispararte a cada uno que le traquetea la pichona. Es
que los seres humanos no somos
dueños de nuestras pobres existencias: nos manejan
los hilos de lo que los
creyentes llaman el Destino y de lo que yo llamo poderes,
Intereses, gente que se ocupa de
jodernos para justificar un malsano placer o un
salario indispensable que
defienden por encima de tu situación y tus necesidades de
atención y justicia. Por eso me
alegro de estar solo y de sentirme solo. Cuando salgo
a la calle y me enfrento a tanta
porquería, rabioso e impotente, me digo ¿para qué
salir? ¿Para qué relacionarme?
¿Para qué comprobar una vez más lo que ya sé sin
coger calle?
--¿Por qué no escribes algo
sobre la soledad? No me negarás que el tema tiene.
--No. Decidí dejar el tema el
día que me convencí de que mejor que escribir sobre
ella era vivirla como la estoy
viviendo, mal que me pese en ocasiones desear
compañía.
--Pues a mí déjame aquí, metida
en mi habitación, sola como un poste de la luz, que
así no tengo que soportar los
problemas de otro. Ya con los míos me basta.
--Pues no sé, querida. Es triste
vivir solo a mis años, pero es más triste conocer la
antesala de la muerte rodeado de
nada por todas partes, como dijo Gerónimo, en
aquella pieza teatral del
Cabildo en Santiago de Cuba.
Sí, se ha escrito demasiado
sobre la soledad. En pro y en contra.
Sólo que quienes
han escrito en pro no se han
visto apoyados en un hombro extraño para dar unos
pasos o inclinados ante una mano
amiga que le pase un papel por el ojo del culo
embarrado de mierda, porque
ellos no pueden hacerlo, o abriendo sus bocas para
recibir la cucharilla con el
purecito que les embute la enfermera de turno. En fin,
majete, que tienes que joderte,
porque naciste para joderte y de esto no te salva ni
el Chichiricú Mandinga con sus
gallinas prietas y sus nueve velas encendidas. Me
dice Leila que ella conoce a más
de uno que pasa de ochenta y están lúcidos y se
mantienen con autonomía general
para todo: ¿por qué pensar que cuando
llegues a esa edad vas a estar
como un bebito al que hay que darle la papilla
cantándole un arrorró?, me dice.
Acepto que la soledad me preocupa, pero mucho
más me preocupa imaginarme solo
viejo, con más problemas y más impedimentas
que tendré que afrontar. Si a
los ochenta (tomando como base el cálculo de Javier)
pudiera mantenerme lúcido y
autónomo (como esos que menciona Leila) y con
buena salud, la vejez en soledad
y viceversa no sería tan horripilante. No. Lo malo
de esta revertera es llegar a
esa edad sin lucidez, sin autonomía, sin salud, y sin la
compañía del loro que me repita
diariamente buenos días, viejo. ¡Ah, Catana!
--De todos modos en tu caso y en
el mío, que no estoy tan lejos como crees, lo único
que puede hacerse es esperar en
calma y mantenernos activos, que eso ayuda
bastante. Y oye, querido, a
juzgar por como luces a estas alturas, creo que podrás
llegar a los ochenta y algo más
hecho un toro de lidia.
--¿No es a esos toros a los que
liquidan en los ruedos?
--No empieces con tus
suspicacias. Mejor tómate un té que voy a prepararte ahora
mismo, especial para ti y como a
ti te gusta, para que no te quejes más.
--Selene, tú tienes la culpa.
--¿La culpa de qué?
--De que yo te haga la cortre. Y
de que insista. ¿No dicen que quien persevera
triunfa?
Augusto Lázaro
(continuará)
@augustodelatorr
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