Entro
en el baño y me encuentro un papel pegado a la pared que dice: ya cansas
con
la ventana, vete para tu trabajo y déjanos dormir en paz, dejas el piso frío y
hay
corrientes
de aire.
No tiene firma, pero hasta el gato de angora del vecino sabe que
es
del vigilante que cierra dirigido al albañil que abre puertas y ventanas. El
mismo
cuento
de todos los días. Y como lo comento con las personas con las que tengo
más
confianza, recibo opiniones muy curiosos y dispares, lo que me reafirma en mi
convicción
de que en el mundo no existen dos personas que piensen igual. "El perro
y
el gato", dice Ana. "El aceite y el vinagre", dice Leila.
"Se odian mucho o se quieren
mucho",
dice Manuel. Y así mis coinquilinos ponen una pincelada de ambientación
a
la monotonía rutinaria (o viceversa) que impera en este sitio donde me hago la
idea
de que vivo.
--Ya
te lo dije: tremendos personajes.
Selene
se divierte y se ríe con los cuentos de mis susodichos, que casi no varían,
porque
sus acciones de abrir y cerrar puertas y ventanas y sus candangas por ese y
por
otros motivos similares, se repiten mecánicamente día a día, y hay que oírlos
cuando
se encuentran tras una de esas acciones puerteras o ventaneras para
darse
cuenta de lo reducida que es la verborrea de los seres humanos: "anda ya,
hombre,
que nos vas a asfixiar aquí encerrados con esta peste a muerto",
"quita ya,
que
tú lo que quieres es que me dé una pulmonía", "vete a que te zurzan,
cerdo", "lo
único
que haces es joder abriendo puertas y ventanas, como si el frío no entrara por
ahí",
"pues si tienes frío abrígate y si no te jodes", "claro, como tú
te vas y yo me
quedo,
yo tengo que joderme, asqueroso", y comienzan los piropos cuando la
sangre
aumenta de vapor: "si me encuentro esa toalla cochina en el baño la voy a
tirar
a la basura", "tú sí eres guarro, eres un tipo repugnante y además
estás loco,
vete
a ver al siquiatra, anda", "qué hijo de puta, mira cómo has dejado el
baño,
puerco",
"y tú que lo único que haces es quejarte, porque te molesta todo, eres
indeseable,
eres un jodido indeseable", y así sucesivamente.
--¿Y
tú qué pintas en esos encuentros cariñosos?
--Yo
no soy pintor, querida, yo sólo observo, oigo y callo.
--¿Y
nunca intervienes?
--Nunca.
¿A favor de quién voy a ponerme?
--Pues
pensándolo mejor, mejor no voy a visitarte, por si acaso.
--Es
una idea sabia. Aunque no creo que te despedazaran si te vieran en aquel
paraíso.
Lo de ellos es lo de ellos, a mí los dos me excluyen de sus batallas orales.
--Pero
ten cuidado, un día pueden pasar de las palabras a los hechos.
--No
lo creo. Mira, el albañil habla conmigo normalmente, sólo que su único tema
de
charla es el otro, y el otro apenas habla. En lo suyo, que es manosear los
periódicos
y dejar las cosas tiradas en todos los rincones. Ah, y el uno abriendo
puertas
y ventanas, y el otro cerrándolas, así entretienen su tiempo de estancia. En el
fondo
son simpáticos, no creas, y lo mejor de todo, que conmigo no se meten,
porque
me mantengo al margen.
Una
mañana se aparece el casero con su cuñado a inspeccionar. La inspección
consiste
en echar un vistazo y comprobar que los montones de periódicos siguen
apilonados
encima del sofá, en la vitrina del salón, en cajas de cartón, en el pasillo
que
da a la salida, en los clósets de la cocina, junto al frigorífico, en el
trastero,
encima
de la lavadora, en los closets del accesorio, encima de esos closets, y
supongo
que en el cuarto del vigilante no quepa ni un aviso del banco. Pues bien: el
casero
recorre el espacio, mira y calla, le dice al cuñado que aquello no puede
continuar
así, y coloca papeles en la puerta del cuarto del vigilante, al lado del
espejo
del baño, y sobre el fregadero de la cocina, advirtiéndole por enésima vez
que
tiene que eliminar las toneladas de periódicos viejos y que según el albañil
despiden
un olor a moho mezclado con mierda que no hay cuerpo que se lo
dispare.
Acto seguido, ambos visitantes salen en busca de nuevos horizontes,
después
de haber cumplido con su sagrado deber de atender sus propiedades, y
el
piso vuelve a la normalidad, o sea: silencio, soledad, periódicos por todas
partes,
ropas
tiradas encima de butacas y sillas y mesas y colgadas en la tendedera del
patio
(las permanentes) y aquí paz y en el cielo un sol de rajapiedras a pesar de lo
que
anunciaron las predicciones del meteosat. Lo demás, Nicasio, a esperar nuevos
rounds
lingüísticos (y lengüísticos) a ver en qué para la batalla verbal de mis dos
coinquilinos.
Cuando coinciden un día completo en la casa, hay candanga. Yo
callado,
en mi cuarto, leyendo o escribiendo o grabando algún DC (en español)
hasta
que siento las exclamaciones y aprieto el botón de parada (también en
español)
para imitar al lobo de la Caperucita que tenía las orejas tan grandes
"para
oírte
mejor". Pero el pasado ya no es lo que fue cuando para mí era presente:
ahora
la
Caperucita es "la señora de Feroz" y quién sabe si dentro de poco se
convertirá en
la
adúltera por corrérsela con el hijo de uno de los cazadores que la mira con
mucha
indiscreción. Cómo cambian los tiempos, Venancio, etc.
--Suerte
que los dos trabajan y así por lo menos te quedas tú solo en el piso.
--A
no ser a la hora de la condumia que tengo que salir al comedor, porque las
gestiones
las he tirado a lo que son y ya me da lo mismo una cita que una entrevista.
--Es
que le estás cogiendo el pulso a este país, mi viejo... oye, eso de mi viejo es
de
cariño,
no te vayas a creer que te estoy diciendo viejo de verdad, aunque lo seas
de
verdad, o... ¡ay!, tú me envuelves hasta en la gramática...
--Pues
acaba de llamar a las cosas por su nombre: soy viejo, o estoy viejo, o las dos
cosas,
que para el caso es lo mismo.
--No
iba a decir eso, listillo, y entérate, para mí viejo no es una mala palabra.
--Te
estás volviendo jodedora como dices que soy yo. ¡Cuidado! Quien escupe hacia
arriba
se llena de saliva.
Y
Selene me mira detenidamente y creo que está pensando, pobrecilla, que yo soy
un
pobrecillo que tengo que aguantar a dos tipos que yo no escogí, porque cuando
uno
va a alquilar una habitación el dueño se la enseña y si acaso una vista de
pájaro
a las áreas llamadas colectivas, y la tomas o la dejas y sigues buscando para
que
pases por lo mismo. Los inquilinos, como no están en el momento en que tú
llegas
y el casero te muestra lo que puede que sea tu hogar no sabes por cuánto
tiempo,
tendrás que conocerlos cuando ya estés instalado, y si te gustan bien y si no,
a
joderte, mulato.
--¿En
cuántos lugares has vivido desde que llegaste, querido? No me acuerdo que
me
lo hayas dicho.
--¿No?
Pues por si acaso te lo repito: en siete. Mal número. Me he mudado seis veces
en
menos de diez años. Es casi un Guinnes.
Un
día quizás me decida a escribir algo sobre estos dos personajes de no ficción.
Mis
amistades
(las que los conocen por referencias verbales) coinciden en que se
prestan
para la ficción. Ya lo dijo Oscar Wilde, que la vida imita mucho más al arte
que
el arte a la vida, y no entrecomillo porque no estoy seguro de que sea sic. En
fin.
El
caso es que de los siete sitios en que he tenido el placer de vivir en estos
casi diez
años
de estancia en el país ibérico, exceptuando el CAT que fue mi tiempo de
bonanza
en el exilio y de eso hace ya ni sé cuánto, el que ahora habito, a pesar de
las
candangas de mis encantadores coinquilinos, viene siendo como el mejorcito:
calefacción,
baño grande y cómodo, cocina muy buena que casi no uso, gas al
natural,
patio donde colgar la ropa, lavadora funcionando 3 semanas y rota otras 3,
y
el frigo para los frescos, además de un salón amplio repleto de periódicos
viejos
que
ninguno usa, y mi cuarto, que aunque parece un desahogo (realmente lo es: en
él
suelto mis penas a las cuatro paredes, al suelo y al cielo raso), tiene una
ventana
que
da a una calle arbolada, y lo demás silencio y tranquilidad cuando mis
acompañantes
no entran en combate. ¿Qué más puedo pedir?
--Eso
digo yo: ¿qué más puedes pedir? Mírame a mí: una habitación y nada más,
porque
el resto del espacio pertenece a los huéspedes, y casi todo el espacio está
dedicado
a las habitaciones, así que en eso tú me ganas, querido.
--De
ahí que te reitere mi invitación. ¿No has oído tú que en la unión está la
fuerza?
--¿Y
tú no has oído que es insoportable la soledad de dos en compañía?
--Sí,
pero ¿has oído que la soledad es mala consejera?
--Contigo
es inútil, mejor seguirte la corriente...
Augusto Lázaro
(continuará)
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