Mi
padre me lo dijo y más de una vez. En eso fue tajante: hijo, estudia siempre,
supérate,
gradúate de algo importante, hazte de un buen título, de un nombre, de
un
lugar en la sociedad, y sobre todo, huye de la pobreza, porque el hombre pobre
de
pobre hombre nunca pasa. Y me describió sin tapujos los muchos avatares que
la
pobreza podría hacerme sufrir. Hizo bien en morirse antes de verme en estos
trances
de apátrida tonto exiliado y subsidiado quizás por lástima con una miseria de
estipendio
que apenas me permite no caer en la indigencia y tener que apuntarme
en
el escalafón de los mendigos que piden limosnas a la entrada de iglesias y
centros
comerciales. Porque hasta para eso hay que llenar un formulario. Nereida
me
alertó al respecto: "¿qué tú te crees, que eso es llegar así con un
gorrito y un
letrerito
y ponerte a pedir como si estuvieras en un maratón? ¡Ay, muchacho! No te
enteras.
¿Tú no sabes que para pedir limosnas tienes que anotarte y esperar que
alguno
de nosotros la palme y así te toque el turno?" Pues sí señor. Siempre
buscando
(la búsqueda de los que no tienen patria es eterna e insustituible), siempre
esperando
algún empujoncito que me permita continuar la senda de la
sobrevivencia
(aunque yo diría mejor la subvivencia, pero hay que esperar que la
Academia
acepte esa palabra). Y lo más alentador: rodeado de carencias por los
cuatro
puntos, que ésas no te van a faltar, las vas a tener en abundancia y sin
libreta
de
racionamiento. Pero no te quejes, vas a disfrutar de una enorme ventaja: si no
tienes
ni dónde caerte muerto no tienes por qué preocuparte, pues el entierro y lo
demás
corren por cuenta del Estado. ¿Ves qué fácil, Ñiquín? Sin problemas, sin
preocupaciones,
sin responsabilidades, nada más que pensando en comer, mear,
cagar
y dormir, que para eso están las organizaciones encargadas y también las
parroquias,
y por la ropa no hay por qué engurruñarse: te lo darán todo para que no
te
tullas cuando el termómetro esté pegado al cero, así que cambia esa cara,
negro,
que esto es un puñetero paraíso.
--Como
si tú fueras el único pobre de La Tierra. Vamos, hombre.
De
que esta vida es un vacilón no hay quien lo dude y el que dude que se lo
pregunte
a Cosme Carnecruda a ver cómo la pinta. A él no le va mal, lo que le dan
las
damas apostólicas y los caballeros de la Orden del Altruismo Practicado en la
Covadonga,
le alcanza hasta para pagarse los dos paquetes de pitillos que se
dispara
cada día, contando con los que pica, que llegan casi a un tercer paquete.
Debe
tener los pulmones como un trapo quemado, el pobre.
--Ah,
ya sé por qué traes hoy esa cara: necesitas un préstamo.
--Adivinaste,
propietaria, pero no tuyo por supuesto, sino del Banco, y si voy al banco
y
pido el dinerito lo que me van a dar es...
--¡Mierda!
--¡Selene!
Qué sucia se te ha puesto la boca.
--Gracias
a ti, cariño, que te has encargado de enseñarme el diccionario completo
de
las malas palabras, porque antes de conocerte, jamás las pronunciaba.
--Y
yo que pensé, cuando te vi aquella mañana en el hostal, tan seriecita y tan
modosa,
que eras una solterona rica y recatada.
--Solterona
no soy, sino viuda, desgraciadamente. De rica no tengo ni la chequera
de
la pensión, porque no me la dan por tener este hostal, y recatada... lo era
hasta
tu
llegada.
Hay
muchos tipos de pobres (¿en cuál encajaré?) pero me llama la atención ese
llamado
pobre de solemnidad. ¿Es que la pobreza puede ser solemne? El que es
pobre
es pobre y a joderse, del tipo que sea, y la pobreza no atrae, no llama, no
interesa,
no entusiasma a nadie que no sea idiota o un fanático del altruismo
religioso,
que por cierto, cada vez quedan menos. Ya lo decía mi padre. Ser pobre
en
esta sociedad (y creo que en todas) lo único que inspira es lástima o rechazo.
Esas
ninfas que ostentan esos cuerpos capaces de levantarle la picha a un
nonagenario
chenene con sólo pasarle por el lado en verano caliente, y que en su
mayoría
carecen de materia gris, si se fijan en un pobre (porque hay otra cosa: la
pobreza
no puedes disimularla, siempre alguna arista te descubre) es para hacer
una
mueca, una arqueada, un gesto de cuidado, tía, que si éste te roza te pega el
aroma,
o en la mejor y la menos común de las veces echarle (no darle) una
moneda
en el gorro churroso que tienen en el suelo pelado. Los hay que jamás
permiten
que la gente note su pobreza. Como yo. Y salen a la calle con la cabeza
inclinada
hacia las azoteas para que la gente no crea que están tratando de
encontrarse
dinero en la acera. Lo confieso, ricura: me importa el qué dirán, sobre
todo
el qué verán, por eso me esfuerzo en afeitarme cada día, en echarme unas
gotas
de desodorante en las axilas, en tener mi ropa lo más limpia posible, porque
pienso,
como el lord Henry de El retrato de Dorian Gray que "sólo los
superficiales no
juzgan
por las apariencias" a pesar de que dice el refrán que "las
apariencias
engañan",
Olegario, ya lo creo que sí, a los que se dejan engañar por ellas. ¡Ja! Estoy
con
Lombroso. El caso es que le zumba caminar por una acera y embriagarse con el
olor
de un horno bollerístico y no poder comprarse un pedazo de tarta de manzana, y
peor
aún, conocer a Inma, compenetrar verbalmente con ella, caerse mutuamente
bien,
y no poder invitarla ni a un café cortado porque en el bolsillo sólo tienes un
billete
sucio
y de poca monta. ¡Qué bonita es la pobreza! ¿A quién no le gusta ser pobre?
--Tú
deberías relacionarte un poco más, no con los organismos y las organizaciones
esas
donde vas a resolver tus problemas, no, con la gente, con los seres humanos,
asistir
a actividades culturales, no sé, es que te encierras en ti mismo y...
--Disfrutar
con creces con el bolsillo en crisis. Te voy a traer un poema de Emilio
Carrere,
La musa del arroyo. Te vas a extasiar con la dulcificación de la
pobreza.
Y
Selene se queda en silencio. Pues eso, que no me citen más a Cristo, a
Schweitzer,
a
la madre Teresa, que el 90% de la humanidad no es como ellos ni lo quiere ser.
Ni
yo
tampoco.
--Te
veo muy solo y a veces muy triste, aunque lo disimules enseñándome los dientes.
Y
no me digas que tu oficio es de solitarios, porque hasta los escritores yo creo
que
de
vez en cuando deberían echar una canita al aire.
--Claro
que sí, mujer, echar una canita al aire gratis, que abundan, o en todo caso
que
sea ella la que siempre pague, o en última instancia a chulear mujeres como
esos
famosetes de la tele que viven de contar sus indecencias al público idiota que
los
ve y hasta los aplaude.
--Perdóname,
querido, pero no he querido insinuarte nada de eso. Yo...
--Tú,
sí, esa es la cosa, criatura: ¿por qué no me ayudas a echar esa canita al aire?
--¿Yo?
No sé cómo.
--Pues
muy fácil: siendo tú la otra parte, porque para echar una canita al aire debe
haber
dos por lo menos.
--No
te mando a la mierda porque... ¿quién diablos será ahora?
--Un
día voy a arrancar el cable de este teléfono que siempre nos interrumpe en lo
mejor
de la conversación.
--Paciencia,
pulgas, que la noche es larga, como dijo el filósofo.
--No
fue el filósofo el que dijo eso, sino Juanjo el Escuálido, que se lamentaba de
no
estar
tan bien alimentado para sus pulguitas.
--Hostal
Odessa, dígame... ponte a hacer algo, ¿quieres?
--No,
mejor te dejo, querubín, después te cuento sobre el Juanjo.
--Sí,
sí, dígame... adiós, hombre, y tómate algo por ahí... para que te refresques...
Augusto Lázaro
(continuará)
http://laenvolvencia.blogspot.com