--La
Secretaria está reunida.
Fue
como si le dieran una bofetada: las mismas palabras que siempre repetían, la
justificación
omnipotente, la mágica excusa. Con qué facilidad se quitaban de
encima
a un ser humano, independientemente del problema que fuera a tratar. Y
eso
en todas partes y a todos los niveles. Tenía los minutos contados, pero decidió
que
su problema no podía prolongarse más. Tenía que esperar. "Esperar se ha
convertido
en la acción cotidiana más normal: esperar para ver a un funcionario,
esperar
un ómnibus en una parada, esperar para comprar las viandas racionadas
en
el mercadito, esperar en la cola del cine". Y el que espera desespera,
pensó en
ese
momento en el que le soltaron a manera de saludo: la Secretaria está reunida.
La
muchacha le sonrió y le dijo siéntese, compañera, indicándole una butaca
pullman
color rojo, una butaca como para permanecer en ella un largo rato,
cómoda,
esperando. Pensó también que debía haber comprado una revista en
el
estanquillo. No tenía nada con qué entretenerse y la espera podía ser larga.
La
muchacha concentraba su atención en unos fails que tenía sobre el buró y
apenas
notaba su presencia. "Para ella sólo soy alguien que viene a pedir algo
o
a plantear algún problema, porque es verdad que nadie viene a agradecer o
a
felicitar. El hombre se siente más tocado por sus penas que por sus
alegrías".
Pero
ella tenía que ocuparse de sus propias penas: no podía aliviar ni mucho
menos
evitar las penas de la humanidad. Por eso había acudido y por eso había
decidido
esperar una vez más, a pesar de la cita concedida después de mucha
insistencia
telefónica. Una voz desde dentro llamó a la muchacha. A los pocos
minutos
ésta regresó.
--Compañera,
ya puede pasar.
"¿Dónde
se meterían los demás?", se preguntó al entrar en el despacho y no ver a
ninguno
de los presuntos reunidos. El despacho estaba limpio y ordenado aunque
con
los mismos aditamentos de todos los despachos que ella conocía: fotos de
dirigentes,
cortinas tupidas, aire acondicionado, una mesita con un VEF 206 y por
supuesto
papeles, fails y los consabidos teléfonos. "¿Por qué la gente hablará
tanto
por
teléfono?". Miró hacia los aparaticos, uno rojo y otro negro. "Una
conversación
impersonal,
como si uno estuviera hablando con una grabadora", meditó.
--Siéntese,
compañera.
Las
mismas palabras de la recepcionista. Se preguntó por qué la gente se habría
vuelto
tan monótona. Se sentó en otra butaca también pullman y también color
rojo.
Observó en silencio. Esperó. La Secretaria dejó sus documentos y le clavó los
ojos
como si la descubriera en ese momento. Entonces ella le explicó que era la
compañera
que optaba por una plaza de profesora de literatura, que había leído
la
convocatoria en el periódico, se había presentado, y su clase comprobatoria
resultó
bien acogida por los miembros del Departamento que la presenciaron, y
que
después habían pasado días y semanas y no le habían informado nada.
--Y
eso me preocupa, pues el curso está a punto de comenzar y...
Se
quedó callada. Recordó las veces que había ido a la Facultad a averiguar,
donde
sólo le habían dicho que esperara, que ese trámite siempre se demoraba,
que
allí todo siempre se demoraba. Ese silencio había generado en ella una
ansiedad
que se fue convirtiendo en angustia en los últimos días, hasta que pidió
la
cita y hoy por fin llegó hasta aquí, al más alto nivel, a la mata, como le
había
sugerido
Mario comentando su preocupación. Pero eso no lo dijo. "¿Qué puede
importarle
a ella mi ansiedad, mi angustia?". ¿Qué podía importarle? Ella, la
Secretaria
del Partido, tenía muchas otras cosas en que ocupar su tiempo.
--Conozco
su caso, compañera -la Secretaria sonrió y se acomodó en su silla
giratoria-.
No hay ningún problema. Lo que sucede es que revisando su expediente
notamos
algo que nos llamó la atención.
--¿Algo?
Siempre
había algo, como siempre había un pero, pero en esta ocasión ella estaba
segura
de que no le faltaba ningún dato, ningún documento, ni un solo detalle.
"No
me
explico. Si ha habido algo, sea lo que sea, ¿por qué no me lo han notificado?
¿Por
qué me hacen esperar y esperar y me tienen así, preocupada, sin saber a qué
atenerme?".
¡Algo! Había algo, pero ¿qué podía ser? Recorrió uno por uno todos los
detalles,
los documentos, los papeles solicitados. No encontró nada que pudiera
faltar,
que pudiera estar mal. ¿Qué había hecho entonces que se le pudiera
señalar?
Ella no aspiraba a presidenta de la república, no: era una simple plaza de
profesora
de literatura en la Universidad. ¿Por qué tanto misterio?
--Sí,
compañera. Mire -la Secretaria buscó en una gaveta del buró, extrajo un fail y
sacó
un memorando que leyó para sí, moviendo la cabeza-: esto, precisamente
Cuadros
nos remitió su expediente, aqui está todo -y le mostró el memorando muy
rápidamente
para que ella lo viera sin poder leerlo-: lo que nos llamó la atención
fue
que no encontramos en ningún lugar su integración a la defensa de la patria.
Eso
nos extrañó, y más en una persona joven como usted.
"¿Así
que era eso?". Pensó en las múltiples gestiones que tuvo que hacer para al
fin
trasladarse a la cabecera de la provincia con su hija cuando decidió casarse
con
Mario, cómo tuvo que batallar por su baja en Cultura, donde trabajaba allá
en
el municipio donde antes vivía. Pensó en los viajes, en las visitas a
funcionarios
de
distintas dependencias, en los papeles. "Un país de papel", le había
dicho Mario
la
primera vez que se acostó con él, pasando del epílogo erótico a la actual
situación
del país, tema muy difícil de eludir incluso en momentos de placer como
aquellos
que pasaba con él en su casa, antes de casarse. Pensó en el tiempo que
le
había dedicado a las explicaciones, los informes, las solicitudes, los trámites
para
poder
trasladarse con todas sus cosas en regla a esta ciudad donde había decidido
establecerse.
No era fácil: se necesitaba de dos virtudes que a ella no le sobraban:
paciencia
y aguante. Y sobre todo se necesitaba de sangre de cangrejo para
poder
soportar a ciertos funcionarios que malamente sabían dar respuestas
programadas
a las preguntas de cualquier ciudadano. Pero pensó especialmente
en
su preparación para la clase comprobatoria desde que ella y Mario habían
convenido
en que se presentara por la oferta del periódico local. "Pero nada de
eso
importa. Lo que importa realmente es mi integración a la defensa". Algo
que se
decía
tanto y tan solemnemente que perdía su fuerza en el abuso. Como tantas y
tantas
consignas que se repetían hasta el aburrimiento. "¿Cómo pude olvidarme,
precisamente
ahora cuando la provincia está con esa efervescencia de declararse
lista
para la defensa?". Había fallado. Y eso la molestaba más.
--Por
eso fue que el Partido decidió congelar su proceso, hasta que esto se aclarara.
¿Comprende?
Pero
ella no podía comprender. A ella nadie le había informado de que su proceso
estuviera
congelado, ni siquiera podía imaginarse semejante situación. "¡Qué
palabrita!
Está de moda. Pero también pasará, como tantas que han quedado en la
historia
sin ninguna trascendencia". Se acordó de sus tiempos de estudiante... ella
se
había
incorporado a las milicias desde que comenzó sus estudios superiores. Cómo
olvidarse
de las caminatas, de las prácticas de tiro, de los fusiles que tuvo que armar
y
desarmar y limpiar tantas veces, de las clases teóricas sobre la guerra
moderna,
de
los simulacros de combate con supuestos enemigos. Y se acordó muy bien de las
horas
vividas entre viejas y nuevas amigas, entre compañeros de verdad con los
que
había compartido sacrificios, chistes verdes y latas de conservas. No, aquellos
tiempos
ella no podía olvidarlos. Quizás fueron los tiempos que más la marcaron,
que
más gratos recuerdos le dejaron para siempre en la memoria. Y todo eso ella lo
había
hecho por conciencia, voluntariamente, sin que nadie la embullara, la
presionara,
la obligara. Eso era precisamente lo que tenía de hermoso tanto y tanto
sacrificio,
sudor y vigilia. Y ahora esto otro que no podía comprender. Ella se había
alejado
de las milicias, pero ella misma no sabía por qué. Quería creer que el tiempo
apenas
le alcanzaba para tanto corre corre, para buscar un trabajo que la
acomodara
a su nueva residencia en la ciudad, para atender a su hija, a su mamá
que
padecía una enfermedad molesta desde hacía muchos años. Quizás por
eso
no se había preocupado por tener un carné que indicara que ella pertenecía a
una
unidad determinada. "Es curioso cómo los carnés se han convertido en una
tabla
rasa de categoría en las definiciones: si los tienes no hay problemas, hagas lo
que
hagas, si no los tienes enseguida empiezan las dudas, las sospechas, las
esperas..."
--No
obstante -la voz de la Secretaria cortó tajantemente sus pesquisas-, teniendo
en
cuenta
sus buenas referencias, su expediente, todo eso, yo creo que su problema se
puede
resolver fácilmente -la Secretaria escribió algo en un papel y se lo entregó.
sonriéndole-.
Mire -agregó, poniéndose de pie-: vaya allí a Cuadros con este papel
y
entrégueselo a la compañera Kelly, de mi parte. Ella le va a dar una planilla
que
usted
debe llevar al área de atención de su zona con su carné y su inscripción en la
unidad
militar donde usted se incorpore. Allí la firman, le ponen un cuño y entonces
me
la trae a mí directamente. ¿Comprende?
Marnia
se puso de pie, tomó el papelito y lo guardó en su bolso.
--Comprendo
-dijo.
Le
dio las gracias a la Secretaria del Partido y salió del despacho, sonriéndole a
la
recepcionista.
Su cuerpo chocó con el calor de fuera. El cielo se había nublado
totalmente...
Augusto
Lázaro
@lazarocasas38
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