A
María Elena, con cariño y respeto
Te
despides de tus amigos en el corredor y te quedas mirándolos atravesar la calle
y
dispersarse
en distintas direcciones. La cuadra está tranquila: apenas el ruido de los
pocos
vehículos que pasan interfiere el silencio. Muy pocas personas circulan por la
acera.
Miras a todas partes: ya no ves a ninguno de los que hasta hace unos pocos
minutos
estuvieron aquí, en tu casa, reunidos contigo. Haces una mueca y repasas
con
la vista las flores que cuidas con esmero en el jardín. Las disfrutas una vez
más.
La
calma se nota en todas partes. Es una mañana como otra cualquiera, variada
solamente
por esta reunión celebrada en tu casa, en la que tus amigos y tú han
conversado
un par de horas sobre la situación del país y durante la cual tú les has
leído
una carta, más bien un documento que piensas dirigir al Primer Secretario del
Partido,
pidiéndole, no sólo a nombre tuyo, sino también a nombre de estos que
estuvieron
aquí y que aprobaron el contenido de ese documento: cambios,
reformas,
y una amnistía general que ponga en libertad a los miles de presos
políticos
que colman las cárceles del país. Intentas sonreír, pero otra mueca
deforma
tus labios. Recuerdas que uno de esos amigos que apoyaron tu proyecto
te
dijo que aunque estaba dispuesto a firmarlo no confiaba en obtener ningún
resultado
de esa gestión que él calificó de inútil. A esta hora los vecinos comienzan
sus
gestiones y trajines culinarios: la calle sólo se anima cuando llega algo al
mercadito,
a la carnicería, a la bodega. Vuelves a mirar tus flores. Su olor te llega
a
veces hasta dentro de la casa, por eso las cuidas con esmero, y porque dan un
toque
de colorido que hace acogedores el jardín y la casa. Entras. Cierras la puerta
y
pasas el cerrojo. Es una medida de precaución que tomas sólo por complacer
a
tu mamá, que tantas veces te lo ha rogado. Te diriges a la cocina y viertes un
resto
de café de un termo viejo en una taza. Todavía está caliente. Te tomas el
café
y te acercas a la ventana del fondo, desde donde puedes ver el movimiento
de
un grupo de personas, los hombres sin camisa, con picos y palas, abriendo una
trinchera
a unos pocos metros de la calle lateral. En todas partes se abren, y se
abren
huecos y pozos y refugios bajo tierra, porque el enemigo puede lanzar una
invasión
contra la isla en el más inesperado momento: hace más de treinta años
que
los medios de difusión masiva controlados por el gobierno repiten lo mismo y
hay
que estar preparados para lo peor. Regresas al fregadero y te pones a
limpiar
los
vasos y los platillos que dejaron tus amigos. Entonces sientes murmullos
que
te llegan desde el frente de tu casa: seguro llegó algo, pero irás a comprarlo
más
tarde, ahora estás cansada y debe haber mucha gente en la cola. Además,
debes
preparar el almuerzo para tu hija y para ti: tu hija está al llegar y como
siempre
debe traer un hambre atroz, según ella misma te dice cada vez que le
abres
la puerta. Tú también tienes hambre, pero no mucha. Estás sola: tu mamá
se
fue a ver a su hermana en las afueras y no regresará hasta por la noche. No te
gusta
estar sola, y menos como están las cosas, tu mamá te lo repite diariamente:
no
te quedes sola en la casa, cualquier cosa puede suceder, pero tú no le haces
caso
y aunque no te gusta, casi siempre estás sola, a no ser cuando vienen tus
amigos
del pequeño núcleo opositor pacífico que tú misma creaste y que insiste
desde
hace algún tiempo en lograr mejorías sin disponer de espacio para
proclamar
sus planes, sus ideas, sus objetivos. Te das cuenta de que los murmullos
han
aumentado, de que son ya voces de gente que parece estar frente a tu casa
o
en los alrededores. Caminas hasta la sala y te asomas a las persianas. Y en
efecto,
en la acera y en la calle ves un grupo de personas que mira la fachada de
tu
casa, conversando, señalando, pronunciando palabras y frases que no puedes
descifrar,
pues casi todos las pronuncian al mismo tiempo. Sin dudas, esa gente
viene
a buscar algo aquí, en tu casa. Pero ¿qué? A buscarte a ti quizás. ¿Para
qué?
¿Por qué tantos? Porque pasan de treinta a ojos vista. Te quedas frente a las
persianas,
apenas separadas para poder ver sin que te vean, y comienzas a
elucubrar
al tiempo en que hasta tus oídos llegan ya las primeras palabras más o
menos
entendibles: gusana... ajo, que salga la... de su madre... trai... salga ya esa
gusana,
cabrona... y cosas por el estilo. Ahora el murmullo se ha convertido en una
algarabía
desorganizada que sube de tono por segundos. Te pones en tensión
cuando
dos hombres corpulentos abren la cerquita del jardín y cruzan, y detrás de
ellos
comienzan a entrar los demás y atropellan las flores, pisotean los helechos,
gritan,
llegan hasta la escalera del portal... Cierras las persianas y te quedas como
en
éxtasis. ¿Qué es esto?, ¿qué quiere esa gente?, ¿qué se propone hacer aquí en
mi
casa, conmigo? Las preguntas, las dudas, te sobrecogen de momento, porque
ya
no ves lo que sucede detrás de las persianas y presientes que algo muy malo
puede
sucederte. Ahora sólo oyes palabrotas, gritos, ofensas, y no ves cómo afuera
algunos
transeúntes se han detenido a mirar y se han situado en la acera del frente
mientras
los conductores de vehículos motores que pasan miran con curiosidad,
pero
siguen de largo. Varios vecinos se asoman a sus puertas y ventanas, pero se
quedan
esperando sin decir ni hacer nada. Ya casi todo el grupo se ha colado en
el
jardín, algunos han subido al corredor y uno de ellos les pide silencio y en
voz
alta
dice que estamos aquí para repudiar la actitud negativa de esta gusana
traidora
y vendepatria que le está haciendo el juego al enemigo y... te tapas los
oídos
para no seguir oyendo esas voces aclamando al que habla, sus gritos
posteriores,
sus pasos que se acercan a la puerta, y al dejar libres tus oídos sientes
golpes
en la puerta, golpes fuertes, seguidos, resonantes, y palabras: sal de ahí,
so
gusana de mierda, que te vamos a dar un escarmiento. La puerta se quiebra,
se
raja, se rompe, vamos, hija de puta, da la cara, y ves cómo salta el picaporte,
el
cerrojo, cómo se despedazan los listones de madera, te llegó la hora, so puta,
y
ya no tienes dudas: se trata de una de esas turbas que se ven últimamente y que
están
organizadas por el Partido, conocidas como "brigadas de respuesta
rápida",
que
siempre aparecen en el momento preciso, en el lugar preciso, o como ahora
cuando
menos se las espera, y siempre arremeten contra los opositores del régimen.
La
bulla de esa gente furiosa no te deja concentrarte en alguna salida posible, en
alguna
fórmula milagrosa que te salve de esa avalancha de odio y violencia que
se
apresta a penetrar tu reino. Ahora sólo sientes miedo. Y piensas cómo ha ido
cambiando
el panorama de este tipo de amedrentación: antes sólo usaban las
palabras,
le salían al paso a comentarios, opiniones y quejas de la población en
las
colas, en las terminales, en las calles, ahora se atreven a mucho más: la
palabra
es
seguida por la acción, la ofensa, los golpes. Te descuidaste: te creíste a
salvo, no
le
hiciste caso a tu mamá, citaste a tus amigos para que aprobaran y firmaran ese
documento
que has dejado sobre la mesita de la sala, ahora olvidado, porque
todo
esto pasa por tu mente en segundos: los golpes, los gritos, ya la puerta cede,
ya
se desbarata, y no sabes qué hacer, el miedo te mantiene inmóvil en el medio
de
la sala, sientes las gotas de sudor resbalar por tus mejillas, por tus axilas,
por todo
tu
cuerpo, das unos pasos, miras a todos los rincones de la sala, ¿buscando qué
cosa?,
no atinas, qué cosa, qué es lo mejor que pudieras hacer, y miras la puerta
desvencijada
que ahora se desploma: la han echado abajo y por fin los ves: los
tienes
frente a ti, hombres y mujeres con caras sudadas, con ojos de furia, con
marcadas
intenciones de arremeter contra ti, de destrozarte. Pero se detienen y te
miran
desafiantes. Entonces tu miedo desaparece de un tirón. Los miras, tú también
desafiante
y furiosa, pero no tienes tiempo ni siquiera para pronunciar alguna
palabrota,
una frase de defensa, de ataque, porque varios de ellos se adelantan,
te
toman por los hombros, te zarandean, te gritan insultos asquerosos y amenazas
mientras
tú no puedes ni siquiera balbucir: una mano gruesa te aprieta la boca,
otra
te coge por los cabellos y te hala, algunas mujeres te empujan y curiosean en
la
sala, otras se meten en los cuartos, en la cocina, en el baño, mírenla, qué les
parece,
pendeja, ahora vas a ver, so pendeja, so puta, y los gritos, gusana de
mierda,
los empujones, vendepatria, asquerosa, puta, y casi no puedes respirar, pero
muerdes
muy fuerte la mano que te tapa la boca y entonces también gritas,
vociferas,
ofendes, abusadores, desgraciados, maricones, con una mujer sola, hijos
de
puta, y el primer bofetón te rompe el labio superior, sientes gotas de sangre
correr
entre las comisuras, y una de ellas te grita de pronto, pero qué maricona,
miren
lo que encontré, y te vuelves, ella está leyendo el documento, algunos se le
acercan,
otros te sujetan y te vuelven a tapar la boca, miren esto, ¡qué cabrona!,
y
esa mujer lee en voz alta, los gritos se interrumpen y el documento llega a los
oídos
de
toda esta gente que ya casi no cabe en la sala de tu casa... Cuando la mujer
termina
de leer el documento se te acerca y te escupe en la cara, puta mala,
pendeja,
gusana, vamos a entregarla a la policía, no, primero se va a comer esto,
y
entre dos hombres fuertes te aprietan la nariz y la mujer te introduce en la
boca
la
carta, te la empuja, tratas de escupirla, pero tienes que respirar y abres la
boca,
sientes
sus dedos penetrar en tu boca con el papel estrujado y ya húmedo, y te
meten
bien adentro el papel, sientes náuseas, ahora te vas a tragar este papel,
hija
de puta, y otros mueven tus labios, tu mandíbula, te empujan el papel, algunos
trozos
pasan por tu garganta, los sientes con asco, arqueas, vas a vomitar, pero
logras
contenerte, no, ahora no, aquí no, delante de esta gente no, vamos, vamos,
compañeros,
vamos a sacarla de aquí, vamos a llamar a la policía, y en un
descuido
de quienes te sujetan escupes los restos de la carta en el suelo, gritas,
lloras,
hablas, pero ya es inútil, tus fuerzas te abandonan, otro bofetón te aturde, te
tambaleas,
y entre varios te sacan al corredor, te caes, la mujer que leyó el
documento
te toma por los cabellos sueltos, desgreñados, y te arrastra por encima
de
las flores despedazadas de tu jardín. Mientras, en la calle y en algunas casas
muchos
ojos curiosos observan en silencio. Desfalleces, casi no puedes oír los gritos
y
las cosas que te dicen. Allá dentro de la casa algunas mujeres tiran tus cosas,
tus
adornos,
sobre el piso, destrozándolo todo: tus cristales, tus lámparas, tus muebles,
y
después salen todos y te sacan al jardín y a la calle, donde te sujetan con
esfuerzo
porque
ya no puedes mantenerte en pie. Una de ellas te golpea otra vez con toda
su
fuerza, para que aprendas, maricona de mierda, so gusana, ahora te vas a cagar
en
tu madre, y vamos a coger a todos tus amiguitos también, ya verás, y la sangre
te
cubre el mentón, algunas gotas caen en tu blusa, casi no puedes ver ni oír,
pero
ves
horrorizada a tu hija en la esquina que se ha detenido como en una foto fija
cinematográfica.
Entonces se lanza a correr hacia la turba, suéltenla, cobardes,
abusadores,
suéltenla, pero ya casi no la oyes, ya sólo llegan hasta tus oídos
palabras
mutiladas por tu desvanecimiento, y no alcanzas a ver cómo detienen a
tu
hija a media cuadra, cómo la empujan y la sujetan para que no llegue hasta
aquí,
y no puedes oír cómo una de esas mujeres enfurecidas grita bien alto, ante
las
miradas de los transeúntes y de los vecinos congregados y asomados a las
puertas
y ventanas, algunos de los cuales se preguntan, comentan en voz baja sin
hacer
nada más, bien alto para que todos oigan, que le sangre la boca, que le
sangre,
esta ciudadana es una gusana descarada y agente del enemigo, véanla
todos,
así se van a ver todos los vendepatrias, y ya todo es oscuridad, silencio, paz,
no
has resistido este empuje violento, te has desmayado a tiempo, este horror ha
sido
demasiado para tus nervios destrozados como tu casa, tu jardín, tus cosas, que
le
sangre la boca, este horror de pesadilla, que le sangre, que no debe, que no
puede
ser cierto, que le sangre, pero “para el horror basta un ojo de asombro”,
que
le
sangre la boca, y las voces se alejan, se disuelven, se desvanecen, que le
sangre,
que
le sangre, que le sangre...
Augusto
Lázaro
@lazarocasas38
Santiago
de Cuba, en los 90...
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