domingo, 7 de mayo de 2017

UNA MINIMA PIEZA

Entraron en el lobby: un espacio limpio decorado con gusto cuyos muebles

despertaron la admiración del joven por lo cómodos que se veían o quizás por el

cansancio que sentía tras el largo recorrido, y donde la muchacha exclamó ¡brrr!,

cruzando sus brazos sobre el pecho, por el impacto que le produjo el aire

acondicionado que estremeció su cuerpo. El colocó la mochila en el suelo, mirando

al portero, como disculpándose. Ya habían discutido lo que debían decir y después

del primer golpe de vista a aquel acogedor salón se dirigieron hacia la carpeta.

"Buenas tardes". La carpetera se volvió y les regaló una sonrisa en todo su esplendor.

"Buenas tardes", respondió. Sus dientes eran tan blancos y parejos que parecían

postizos. O quizás lo fueran. Después de preguntarles "¿qué desean?" miró de

soslayo a su compañera de turno, haciéndole una mueca que los jóvenes no

vieron. "Por favor, queremos saber si en este hotel se pueden hospedar cubanos".

La carpetera puso cara de asombro, miró a su compañera y después los miró, y otra

vez sus labios se ensancharon. Ahora la amabilidad se le notaba a cien metros de

distancia. "Pero compañeros -hizo un gesto de consternación y a la vez de sorpresa-,

¿cómo no van a poder hospedarse cubanos aquí? ¡Por supuesto que sí!". Entonces

el muchacho lanzó su segunda pregunta una vez más: "Y... dígame, por favor,

¿tienen ustedes alguna habitación disponible?". La carpetera hizo otro gesto, como

de condolencia ante un doliente, y les dijo en voz muy baja, acercando su cabeza

por encima del mostrador: "¡Ay, compañero, cuánto lo sentimos, pero en este

momento no tenemos ninguna habitación disponible!"...



Un mes antes habían decidido pasar unos días en la capital, que ella no conocía, y

se dirigieron a la oficina central de turismo en Santiago de Cuba. "Sí, compañeros,

desde aquí se puede reservar para La Habana, con cuarenta y cinco días de

anticipación, pero sólo para los hoteles NEW YORK e ISLA DE CUBA". Aunque el joven

había estado en la capital en varias ocasiones, esos nombres no le dijeron nada.

Pero no le fue difícil encontrar a alguien que conociera esos hoteles, pues quien

deseara hospedarse en aquella ciudad por los trámites oficiales para la población

a través de Turismo, solamente tenía esas opciones. "Pero... y tantos buenos hoteles

que hay en La Habana -le preguntó a su tío que viajaba con frecuencia- ¿por qué

no se puede reservar para ellos?". Porque su tío le había dicho que no se le ocurriera

llevar a su novia a ninguno de esos tugurios, como los llamó, donde -según una

experiencia recordada con mucha amargura- las ratas se paseaban por los pasillos

como si fueran las propietarias del inmueble. "¿New York? ¿Isla de Cuba? Ni te

atrevas, jovencito, esas pocilgas las tiene Turismo para los infelices que no tienen

dólares. Olvídate de ellos". El muchacho compró un mapa turístico de La Habana

y se sentó con su novia en un parque a planear dónde les gustaría hospedarse. "Si

nada más son unos días -le dijo, sonriéndole y acariciándole el áspero cabello-, no

veo por qué tiene que ser tan difícil. ¿Por qué no nos lanzamos y allá en la misma

capital hacemos la gestión, directamente en los hoteles?".



Caminaron despacio, tomados de las manos, rumbo al malecón: el mar salpicaba

los bancos formados por el muro, pero sus olas no impedían que numerosas parejas

se sentaran a descansar o a dejar que el tiempo les corriera por el ocio de sus

cuerpos mientras la ciudad se desplazaba hacia el sur, como escapando a un

destino de agua y salitre que en los últimos años había dejado su huella en las

descascaradas paredes de los edificios que se alzaban frente al inmenso azul. Se

detuvieron ante el muro: estaban sudados, cansados y sucios, pero oyendo el golpe

de las olas en los arrecifes se miraron y sonrieron, besándose súbitamente: sí, eso

tenían a su favor: eran jóvenes y estaban enamorados. ¿Qué más necesitaban?

"Mira, sólo nos queda aquél". Señaló la fachada del hotel Deauville que contrastaba

en su azul con el mar que casi lo tocaba al llegar al malecón. Se sentaron en el

muro. Ella comenzó a hojear una revista española que llevaba en sus manos y se

detuvo mirando una foto de un par de extranjeros algo gordos y rechonchos que

reposaban en una tumbona junto a la piscina de algún hotel de lujo. "¿Leíste esto?",

le preguntó, colocándole la revista sobre las piernas y poniendo su índice sobre el

pie de foto: El turista protegido. Su novio dijo "sí" y volvió la cabeza, pero ella leyó

con atención:



              Gozando de los privilegios que las autoridades le confieren, el turista

               puede en Cuba comprar en tiendas especiales todo tipo de artículos,

               equipos y alimentos sin ninguna restricción, obviar las colas, no sufrir

               los apagones, conducir a gran velocidad y disfrutar de los más

               paradisíacos lugares de la isla, con sólo mostrar su carta de

               presentación ante el buró de Cubatur más cercano: el dólar.



"¿Y ahora qué hacemos?" -la joven cerró la revista y la guardó en la mochila. Si no

podían resolver una habitación les esperaba una noche incierta y larga, pues no

conocían a nadie de confianza a donde ir a carenar. "Bueno... -él señaló un zaguán

oscuro en los bajos de un edificio del frente- en último caso... -y miró a su novia con

cautela mientras se rascaba la cabeza- en último caso allí creo que hay una

posada... una noche se pasa como quiera, ¿verdad?". La muchacha hizo una

mueca y se puso muy seria: la idea de pasar una noche en "semejante sitio" le

parecía tan absurda que no pudo imaginarse que fuera una broma. "No es

gracioso", le dijo, virándole la cara. El muchacho sacó una agenda vieja donde

había anotado cuidadosamente los lugares visitados durante todo el día, obviando

cualquier nueva alusión a la posada. Ella lo miró, resignada a pasar una noche en la

terminal de ómnibus, pues a esa hora y sin haber resuelto nada, ya no tendrían otra

cosa que hacer que regresar a su ciudad, frustrados, olvidándose de su ilusión de

pasar unos días en La Habana en una especie de microvacaciones añoradas. Y por

supuesto, apuntarse en la lista de espera, en la terminal, significaba eso: una noche

cuando menos en vela, tirados en el piso, rodeados de gente dormitando,

conversando, fumando, de llanto de niños, de calor... pero qué remedio: tampoco

se le ocurría nada. "A ver la lista -le dijo, tomando la agenda y repasando uno por

uno los hoteles-. En éste -señaló el primero que habían visitado temprano en la

mañana- nos preguntaron si éramos extranjeros, ¿te acuerdas? -y no pudo evitar

una sonora carcajada que enseguida desapareció de su boca para convertirse en

mueca. Había sido en el hotel Victoria: cuando llegaron a la capital tomaron un

taxi, dirigiéndose al Vedado para comenzar por los lugares que él le había dicho

que eran los mejores para una grata estancia en la ciudad-. "Sí -dijo el joven

también resignado, y también molesto-, nunca me voy a olvidar de todo este

peregrinaje..."



Había sido su debut más de diez horas antes: el mismo espacio, el mismo decorado,

los mismos muebles, y sobre todo la misma sonrisa esplendorosa de la carpetera que

después recibirían en los demás hoteles, y que al verlos entrar dubitativos y nerviosos

al lobby comentó muy bajito con su compañera de turno: "¿De qué país serán estos

negritos?, porque no parece que tengan muchos dólares". Y siguieron ocho hoteles

más, por el orden que él había escrito en su agenda, según el mapa que compró en

Santiago: primero los mejores del Vedado, más tarde, alejándose de la zona menos

sucia de la capital, los más aceptables del centro, hasta llegar muy cerca de la

ciudad vieja, recibiendo en todos la amable negativa que los condujo al malecón,

a este muro donde ahora estaban descansando y meditando qué podían hacer, y

observando de soslayo el edificio del último hotel que les quedaba por visitar. La

lista era un tesoro de respuestas anotadas con rigor por quien fuera, allá lejos, al

oriente de la isla, un alumno eminente de las ciencias exactas: "No, compañeros,

este hotel es solamente para turistas extranjeros" (hotel Presidente)... "No, lo siento

mucho, pero no hay habitaciones disponibles" (hotel Capri)... "Aquí no tenemos

ninguna, pero miren: lléguense al Colina, dos cuadras más arriba, a lo mejor allí

encuentran alguna habitación" (hotel Habana Libre)... "Qué va, el hotel está lleno...

¿ustedes son turistas?" (hotel Colina)... "No, no hay ninguna disponible ahora, pero

vengan mañana a ver... vengan mañana por la mañana a ver si hay alguna lista

o alguna cancelación" (hotel Vedado)... "¿Una habitación disponible? Figúrense

que Cubatur nos mandó unos cuarenta uruguayos que llegaron en una delegación

ahí que... figúrense cómo está esto" (hotel Saint John)... "No, no tenemos. ustedes

son... ¿de qué país, por favor?" (hotel Inglaterra)... "¡Ay, compañero, cuánto lo

sentimos!, pero en este momento no hay ninguna habitación libre" (hotel Lincoln)...

y sólo les faltaba ese que ella estaba mirando, todavía con alguna muy remota

esperanza, pero sin decírselo a su novio, que parecía ensimismado, con la mirada

perdida en un punto indescifrable de la distancia azul... Entonces la muchacha

recordó, con una media sonrisa de ironía, aquella vez que se había destacado en

su aula de noveno grado, allá en Santiago, analizando el poema Tengo de Nicolás

Guillén, como parte del estudio de Literatura Cubana, en la que siempre había

obtenido notas de sobresaliente:



Tengo, vamos a ver,

que siendo un negro

nadie me puede detener

a la puerta de un dancing o de un bar

o bien en la carpeta de un hotel

y gritarme que no hay pieza,

una mínima pieza y no una pieza colosal,

una pequeña pieza donde yo pueda descansar...



"¡Oye!" -la voz del muchacho la sacó de su éxtasis. "¡Ay, Joaquín! Si tú supieras en lo

que estaba pensando"... Pero no se lo dijo. Estaba pensando en que le hubiera

gustado ver al poeta nacional recorriendo con ellos las calles de la Habana, en su

peregrinar infructuoso por esa maravilla de colores, limpieza, climatización, perfume

y bombillos fluorescentes, uniformes impecables, etc., en el que habían intentado

ejecutar sus versos sin ningún resultado positivo. "Sí, Joaquín, estaba en el limbo", fue

lo que le dijo, evitando desconsolarlo aún más. "Si esto sigue así -le dijo él,

guardando su agenda y dándose palmadas en las rodillas-, dentro de poco vamos

a poder hacer lo que hacen esos millonarios jactanciosos de las películas

americanas". "¿Qué cosa?" "Encender un cigarro con un billete... claro que con un

billete de diez pesos cubanos, o de cincuenta, porque en definitivas, ya casi no nos

sirven para nada", y entre ambos jóvenes se produjo un silencio de recordación y de

añoranza: ellos sólo conocían la realidad de los años que habían vivido en esta

geografía, y estaban acostumbrados a la impronta de la Revolución, pero

últimamente el panorama que desfilaba ante sus ojos era muy distinto a lo que

sus maestros les habían recalcado: ahora ellos se maravillaban con sus ojos de

asombro: playas de arena limpísima, ron de alta calidad Havana Club, Banco

Internacional de Comercio, Varadero, hoteles cinco estrellas, Suchel, Iberostar en el

Caribe, Eau de Parfum Alicia Alonso, Rent-a-car, Cosmo-service, Viajes Divermez,

Guitart, La Bamba discoteca, Meliá, Cayo Coco, Asis Tours, Summer in Havana, Photo

Service, Cubacel, Esicuba, Tauro carnes, Copiadores y equipos de fax, Servi Cupet,

Habaguanex S. A., tiendas duty free, Espacio para todo y para todos, La Bodeguita

del Medio, El Floridita, Havanatour, Stadt Bag's S. A., Confort sobre ruedas, Easy

shopping, Tecun, Rumbos, Cubamar, Marina Hemingway, Etecsa, Transgaviota,

Imagen tours, Cubanacán S. A., Clínica dental "Cira García", Servimed, Havanautos,

Cohíba, Tropicana, La Maison, Ventas a bordo, Habano for men, Cubalse,

Perfumería Mariposa, Colonia Nao, Jugos de frutas Tropical Island... y todo un

universo encantado que sumía a los jóvenes de la isla en una especie de sopor ante

el inacabable desfile de nombres, títulos, letreros, anuncios, fachadas, equipos,

dibujos, pinturas, vallas, carteles comerciales, en fin, que los dejaban como

hipnotizados sin saber a ciencia cierta qué estaba pasando para que se vieran

envueltos en ese mundo fastuoso de colores, luz y brillo que crecía en Cuba y que

ellos sólo podían observar pasivamente desde la distancia, sin traspasar los límites

marcados por esos billetes que los millonarios jactansiosos usaban para encender sus

puros en las películas americanas que diariamente pasaban por los dos canales de

la televisión nacional...



"La peor gestión es la que no se hace", dijo el joven. "Tienes razón", dijo la muchacha,

y se pusieron de pie, se arreglaron sus ropas, se pasaron las manos por la cabeza y a

falta de espejo, con los dedos trataron de quitar cualquier gramo de suciedad que

pudieran tener en sus rostros. El se colgó al hombro la mochila y ella le cruzó el brazo

por la cintura. Entonces se dirigieron a su última esperanza.



Entraron en el lobby: un espacio limpio, decorado con gusto, cuyos muebles

despertaron la admiración del joven por lo cómodos que se veían o quizás por el

cansancio que sentía tras el largo recorrido, y donde la muchacha exclamó ¡brrr!

cruzando sus brazos sobre el pecho, por el impacto que le produjo el aire

acondicionado que estremeció su cuerpo. El colocó la mochila en el suelo, mirando

al portero como disculpándose. Ya habían discutido lo que debían decir, y después

del primer golpe de vista a aquel acogedor salón, se dirigieron hacia la carpeta...



Augusto Lázaro

Santiago de Cuba, en los años interminables del período especial...

http://laenvolvencia.blogspot.com








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