Entraron
en el lobby: un espacio limpio decorado con gusto cuyos muebles
despertaron
la admiración del joven por lo cómodos que se veían o quizás por el
cansancio
que sentía tras el largo recorrido, y donde la muchacha exclamó ¡brrr!,
cruzando
sus brazos sobre el pecho, por el impacto que le produjo el aire
acondicionado
que estremeció su cuerpo. El colocó la mochila en el suelo, mirando
al
portero, como disculpándose. Ya habían discutido lo que debían decir y después
del
primer golpe de vista a aquel acogedor salón se dirigieron hacia la carpeta.
"Buenas
tardes". La carpetera se volvió y les regaló una sonrisa en todo su
esplendor.
"Buenas
tardes", respondió. Sus dientes eran tan blancos y parejos que parecían
postizos.
O quizás lo fueran. Después de preguntarles "¿qué desean?" miró de
soslayo
a su compañera de turno, haciéndole una mueca que los jóvenes no
vieron.
"Por favor, queremos saber si en este hotel se pueden hospedar
cubanos".
La
carpetera puso cara de asombro, miró a su compañera y después los miró, y otra
vez
sus labios se ensancharon. Ahora la amabilidad se le notaba a cien metros de
distancia.
"Pero compañeros -hizo un gesto de consternación y a la vez de sorpresa-,
¿cómo
no van a poder hospedarse cubanos aquí? ¡Por supuesto que sí!". Entonces
el
muchacho lanzó su segunda pregunta una vez más: "Y... dígame, por favor,
¿tienen
ustedes alguna habitación disponible?". La carpetera hizo otro gesto, como
de
condolencia ante un doliente, y les dijo en voz muy baja, acercando su cabeza
por
encima del mostrador: "¡Ay, compañero, cuánto lo sentimos, pero en este
momento
no tenemos ninguna habitación disponible!"...
Un
mes antes habían decidido pasar unos días en la capital, que ella no conocía, y
se
dirigieron a la oficina central de turismo en Santiago de Cuba. "Sí,
compañeros,
desde
aquí se puede reservar para La Habana, con cuarenta y cinco días de
anticipación,
pero sólo para los hoteles NEW YORK e ISLA DE CUBA". Aunque el joven
había
estado en la capital en varias ocasiones, esos nombres no le dijeron nada.
Pero
no le fue difícil encontrar a alguien que conociera esos hoteles, pues quien
deseara
hospedarse en aquella ciudad por los trámites oficiales para la población
a
través de Turismo, solamente tenía esas opciones. "Pero... y tantos buenos
hoteles
que
hay en La Habana -le preguntó a su tío que viajaba con frecuencia- ¿por qué
no
se puede reservar para ellos?". Porque su tío le había dicho que no se le
ocurriera
llevar
a su novia a ninguno de esos tugurios, como los llamó, donde -según una
experiencia
recordada con mucha amargura- las ratas se paseaban por los pasillos
como
si fueran las propietarias del inmueble. "¿New York? ¿Isla de Cuba? Ni te
atrevas,
jovencito, esas pocilgas las tiene Turismo para los infelices que no tienen
dólares.
Olvídate de ellos". El muchacho compró un mapa turístico de La Habana
y
se sentó con su novia en un parque a planear dónde les gustaría hospedarse.
"Si
nada
más son unos días -le dijo, sonriéndole y acariciándole el áspero cabello-, no
veo
por qué tiene que ser tan difícil. ¿Por qué no nos lanzamos y allá en la misma
capital
hacemos la gestión, directamente en los hoteles?".
Caminaron
despacio, tomados de las manos, rumbo al malecón: el mar salpicaba
los
bancos formados por el muro, pero sus olas no impedían que numerosas parejas
se
sentaran a descansar o a dejar que el tiempo les corriera por el ocio de sus
cuerpos
mientras la ciudad se desplazaba hacia el sur, como escapando a un
destino
de agua y salitre que en los últimos años había dejado su huella en las
descascaradas
paredes de los edificios que se alzaban frente al inmenso azul. Se
detuvieron
ante el muro: estaban sudados, cansados y sucios, pero oyendo el golpe
de
las olas en los arrecifes se miraron y sonrieron, besándose súbitamente: sí,
eso
tenían
a su favor: eran jóvenes y estaban enamorados. ¿Qué más necesitaban?
"Mira,
sólo nos queda aquél". Señaló la fachada del hotel Deauville que
contrastaba
en
su azul con el mar que casi lo tocaba al llegar al malecón. Se sentaron en el
muro.
Ella comenzó a hojear una revista española que llevaba en sus manos y se
detuvo
mirando una foto de un par de extranjeros algo gordos y rechonchos que
reposaban
en una tumbona junto a la piscina de algún hotel de lujo. "¿Leíste
esto?",
le
preguntó, colocándole la revista sobre las piernas y poniendo su índice sobre
el
pie
de foto: El turista protegido. Su novio dijo "sí" y volvió la
cabeza, pero ella leyó
con
atención:
Gozando de los privilegios que
las autoridades le confieren, el turista
puede en Cuba comprar en
tiendas especiales todo tipo de artículos,
equipos y alimentos sin ninguna restricción, obviar las colas,
no sufrir
los apagones, conducir a gran
velocidad y disfrutar de los más
paradisíacos lugares de la
isla, con sólo mostrar su carta de
presentación ante el buró de
Cubatur más cercano: el dólar.
"¿Y
ahora qué hacemos?" -la joven cerró la revista y la guardó en la mochila.
Si no
podían
resolver una habitación les esperaba una noche incierta y larga, pues no
conocían
a nadie de confianza a donde ir a carenar. "Bueno... -él señaló un zaguán
oscuro
en los bajos de un edificio del frente- en último caso... -y miró a su novia
con
cautela
mientras se rascaba la cabeza- en último caso allí creo que hay una
posada...
una noche se pasa como quiera, ¿verdad?". La muchacha hizo una
mueca
y se puso muy seria: la idea de pasar una noche en "semejante sitio"
le
parecía
tan absurda que no pudo imaginarse que fuera una broma. "No es
gracioso",
le dijo, virándole la cara. El muchacho sacó una agenda vieja donde
había
anotado cuidadosamente los lugares visitados durante todo el día, obviando
cualquier
nueva alusión a la posada. Ella lo miró, resignada a pasar una noche en la
terminal
de ómnibus, pues a esa hora y sin haber resuelto nada, ya no tendrían otra
cosa
que hacer que regresar a su ciudad, frustrados, olvidándose de su ilusión de
pasar
unos días en La Habana en una especie de microvacaciones añoradas. Y por
supuesto,
apuntarse en la lista de espera, en la terminal, significaba eso: una noche
cuando
menos en vela, tirados en el piso, rodeados de gente dormitando,
conversando,
fumando, de llanto de niños, de calor... pero qué remedio: tampoco
se
le ocurría nada. "A ver la lista -le dijo, tomando la agenda y repasando
uno por
uno
los hoteles-. En éste -señaló el primero que habían visitado temprano en la
mañana-
nos preguntaron si éramos extranjeros, ¿te acuerdas? -y no pudo evitar
una
sonora carcajada que enseguida desapareció de su boca para convertirse en
mueca.
Había sido en el hotel Victoria: cuando llegaron a la capital tomaron un
taxi,
dirigiéndose al Vedado para comenzar por los lugares que él le había dicho
que
eran los mejores para una grata estancia en la ciudad-. "Sí -dijo el joven
también
resignado, y también molesto-, nunca me voy a olvidar de todo este
peregrinaje..."
Había
sido su debut más de diez horas antes: el mismo espacio, el mismo decorado,
los
mismos muebles, y sobre todo la misma sonrisa esplendorosa de la carpetera que
después
recibirían en los demás hoteles, y que al verlos entrar dubitativos y nerviosos
al
lobby comentó muy bajito con su compañera de turno: "¿De qué país serán
estos
negritos?,
porque no parece que tengan muchos dólares". Y siguieron ocho hoteles
más,
por el orden que él había escrito en su agenda, según el mapa que compró en
Santiago:
primero los mejores del Vedado, más tarde, alejándose de la zona menos
sucia
de la capital, los más aceptables del centro, hasta llegar muy cerca de la
ciudad
vieja, recibiendo en todos la amable negativa que los condujo al malecón,
a
este muro donde ahora estaban descansando y meditando qué podían hacer, y
observando
de soslayo el edificio del último hotel que les quedaba por visitar. La
lista
era un tesoro de respuestas anotadas con rigor por quien fuera, allá lejos, al
oriente
de la isla, un alumno eminente de las ciencias exactas: "No, compañeros,
este
hotel es solamente para turistas extranjeros" (hotel Presidente)...
"No, lo siento
mucho,
pero no hay habitaciones disponibles" (hotel Capri)... "Aquí no
tenemos
ninguna,
pero miren: lléguense al Colina, dos cuadras más arriba, a lo mejor allí
encuentran
alguna habitación" (hotel Habana Libre)... "Qué va, el hotel está
lleno...
¿ustedes
son turistas?" (hotel Colina)... "No, no hay ninguna disponible
ahora, pero
vengan
mañana a ver... vengan mañana por la mañana a ver si hay alguna lista
o
alguna cancelación" (hotel Vedado)... "¿Una habitación disponible?
Figúrense
que
Cubatur nos mandó unos cuarenta uruguayos que llegaron en una delegación
ahí
que... figúrense cómo está esto" (hotel Saint John)... "No, no
tenemos. ustedes
son...
¿de qué país, por favor?" (hotel Inglaterra)... "¡Ay, compañero,
cuánto lo
sentimos!,
pero en este momento no hay ninguna habitación libre" (hotel Lincoln)...
y
sólo les faltaba ese que ella estaba mirando, todavía con alguna muy remota
esperanza,
pero sin decírselo a su novio, que parecía ensimismado, con la mirada
perdida
en un punto indescifrable de la distancia azul... Entonces la muchacha
recordó,
con una media sonrisa de ironía, aquella vez que se había destacado en
su
aula de noveno grado, allá en Santiago, analizando el poema Tengo de
Nicolás
Guillén,
como parte del estudio de Literatura Cubana, en la que siempre había
obtenido
notas de sobresaliente:
Tengo, vamos a ver,
que siendo un negro
nadie me puede detener
a la puerta de un dancing o de un bar
o bien en la carpeta de un hotel
y gritarme que no hay pieza,
una mínima pieza y no una pieza colosal,
una pequeña pieza donde yo pueda descansar...
"¡Oye!"
-la voz del muchacho la sacó de su éxtasis. "¡Ay, Joaquín! Si tú supieras
en lo
que
estaba pensando"... Pero no se lo dijo. Estaba pensando en que le hubiera
gustado
ver al poeta nacional recorriendo con ellos las calles de la Habana, en
su
peregrinar
infructuoso por esa maravilla de colores, limpieza, climatización, perfume
y
bombillos fluorescentes, uniformes impecables, etc., en el que habían intentado
ejecutar
sus versos sin ningún resultado positivo. "Sí, Joaquín, estaba en el
limbo", fue
lo
que le dijo, evitando desconsolarlo aún más. "Si esto sigue así -le dijo
él,
guardando
su agenda y dándose palmadas en las rodillas-, dentro de poco vamos
a
poder hacer lo que hacen esos millonarios jactanciosos de las películas
americanas".
"¿Qué cosa?" "Encender un cigarro con un billete... claro que
con un
billete
de diez pesos cubanos, o de cincuenta, porque en definitivas, ya casi no nos
sirven
para nada", y entre ambos jóvenes se produjo un silencio de recordación y
de
añoranza:
ellos sólo conocían la realidad de los años que habían vivido en esta
geografía,
y estaban acostumbrados a la impronta de la Revolución, pero
últimamente
el panorama que desfilaba ante sus ojos era muy distinto a lo que
sus
maestros les habían recalcado: ahora ellos se maravillaban con sus ojos de
asombro:
playas de arena limpísima, ron de alta calidad Havana Club, Banco
Internacional
de Comercio, Varadero, hoteles cinco estrellas, Suchel, Iberostar en el
Caribe,
Eau de Parfum Alicia Alonso, Rent-a-car, Cosmo-service, Viajes Divermez,
Guitart, La Bamba discoteca, Meliá, Cayo Coco, Asis
Tours, Summer in Havana, Photo
Service,
Cubacel, Esicuba, Tauro carnes, Copiadores y equipos de fax, Servi Cupet,
Habaguanex
S. A., tiendas duty free, Espacio para todo y para todos, La Bodeguita
del
Medio, El Floridita, Havanatour, Stadt Bag's S. A., Confort sobre ruedas, Easy
shopping,
Tecun, Rumbos, Cubamar, Marina Hemingway, Etecsa, Transgaviota,
Imagen
tours, Cubanacán S. A., Clínica dental "Cira García", Servimed,
Havanautos,
Cohíba,
Tropicana, La Maison, Ventas a bordo, Habano for men, Cubalse,
Perfumería
Mariposa, Colonia Nao, Jugos de frutas Tropical Island... y todo un
universo
encantado que sumía a los jóvenes de la isla en una especie de sopor ante
el
inacabable desfile de nombres, títulos, letreros, anuncios, fachadas, equipos,
dibujos,
pinturas, vallas, carteles comerciales, en fin, que los dejaban como
hipnotizados
sin saber a ciencia cierta qué estaba pasando para que se vieran
envueltos
en ese mundo fastuoso de colores, luz y brillo que crecía en Cuba y que
ellos
sólo podían observar pasivamente desde la distancia, sin traspasar los límites
marcados
por esos billetes que los millonarios jactansiosos usaban para encender sus
puros
en las películas americanas que diariamente pasaban por los dos canales de
la
televisión nacional...
"La
peor gestión es la que no se hace", dijo el joven. "Tienes
razón", dijo la muchacha,
y
se pusieron de pie, se arreglaron sus ropas, se pasaron las manos por la cabeza
y a
falta
de espejo, con los dedos trataron de quitar cualquier gramo de suciedad que
pudieran
tener en sus rostros. El se colgó al hombro la mochila y ella le cruzó el brazo
por
la cintura. Entonces se dirigieron a su última esperanza.
Entraron
en el lobby: un espacio limpio, decorado con gusto, cuyos muebles
despertaron
la admiración del joven por lo cómodos que se veían o quizás por el
cansancio
que sentía tras el largo recorrido, y donde la muchacha exclamó ¡brrr!
cruzando
sus brazos sobre el pecho, por el impacto que le produjo el aire
acondicionado
que estremeció su cuerpo. El colocó la mochila en el suelo, mirando
al
portero como disculpándose. Ya habían discutido lo que debían decir, y después
del
primer golpe de vista a aquel acogedor salón, se dirigieron hacia la carpeta...
Augusto
Lázaro
Santiago
de Cuba, en los años interminables del período especial...
http://laenvolvencia.blogspot.com
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