Se
lo voy a contar todo, profesora, porque confío en usted. Verá. Mi esposo... es
decir,
el que hasta hace apenas unos días era mi esposo y yo formábamos lo que se
llama
una pareja compensada, por no decir feliz, porque la felicidad total no
existe,
por supuesto. Una pareja de esas que se cuentan todos sus problemas y
tratan
de ayudarse mutuamente. En fin. Fuimos novios durante tres años. Relaciones
con
sus altas y sus bajas, pero siempre logramos superar incomprensiones,
discrepancias,
todo eso, y salimos a flote frente a las muchas circunstancias
adversas
que se le presentan a cualquier pareja. Es que nos queríamos, profesora,
nos
queríamos de verdad, y el amor siempre se impone. Bueno, eso pensaba yo,
ahora
yo pienso que no siempre se impone el amor. Pues bien. Nos veíamos a
diario
en los momentos que teníamos fuera de clases, y nunca nos aburríamos de
vernos.
Por eso decidimos casarnos unos meses antes de terminar los estudios, y
creo
que ese fue nuestro error. ¡Ah! Pues sí. Todo marchaba bien, hasta que nos
llamaron
para comunicarnos nuestra ubicación...
--¿Así
que a pesar de todo eso que le he dicho yo me tengo que ir para Las Tunas y
mi
esposa para Pinar del Río?
Fue
un golpe seco. No supo qué decir de momento. El hombre comenzó a mover
los
papeles que tenía sobre su buró, sin prestarle atención, como si la entrevista
hubiera
terminado con esas palabras tajantes que le había espetado al joven. Pero
éste
insistió:
--Mire,
compañero, nosotros estamos recién casados y...
El
hombre levantó la cabeza y lo miró de refilón.
--¡Ah,
sí! Comprendo. Pero yo no tengo nada que ver con eso. Yo le informo lo que
está
escrito aquí en el plan de ubicación.
El
muchacho sabía eso. Tomó los papeles que el hombre había colocado frente a él
y
salió del despacho. El y su esposa no eran de esos que firman compromisos y
después
los lanzan al latón del olvido. Pero habían planteado que, de ser posible,
los
ubicaran juntos. Y habían llenado una boleta donde exponían su situación. Y
ahora
se les presentaba la posibilidad de irse juntos, con un traslado que él había
gestionado.
El muchacho caminó un largo rato sin dirigirse a ningún lugar
determinado.
¿Cómo decirle a ella que su último intento había fracasado?
Pero
eso no fue lo que más nos molestó. Verá usted. Resulta que junto con mi esposo
que
por cierto, tenía que ir a trabajar a un municipio de Las Tunas, no a la
cabecera
de
la provincia, ubicaron a un muchacho graduado de la misma carrera y... ¿sabe
de
dónde era el muchacho? Pues nada menos que de Pinar del Río, profesora. De
la
misma ciudad a donde me enviaban a mí. Ya no se trataba de un simple traslado
como
mi esposo había planteado, sino de un cambio para el mismo lugar y para el
mismo
trabajo. O sea, que yo tenía que irme para Pinar del Río y el muchacho de
Pinar
del Río tenía que irse para Las Tunas, junto con mi esposo. ¿Se da cuenta? Pues
bien.
Enseguida hablamos con el pinareño y le planteamos el cambio. Por supuesto
que
él estuvo de acuerdo, y a partir de ese momento comenzó nuestra agonía:
hicimos
múltiples gestiones, llenamos docenas de boletas y planillas, explicando
nuestra
situación y la posible solución con el traslado del compañero de Pinar del
Río
para su provincia y todo lo demás. Pedimos, rogamos, suplicamos que por favor
nos
ubicaran juntos, ya que se podía hacer sin afectar en lo más mínimo el plan de
trabajo
pos-graduación de la Universidad. Incluso planteamos que estábamos
dispuestos
a ir al lugar más intrincado, más inhóspito, más difícil que hubiera... sólo
queríamos
estar juntos, trabajar juntos, vivir juntos...
--Mira,
Margarita, lo primero que tenemos que hacer es irnos cada uno para su
provincia
y ya. Después veremos.
--¿Irnos
así como así? ¡Qué fácil tú lo dices! Parece que a ti no te importa pasarnos
dos
años separados.
--¡A
mí sí me importa! Pero...
--Pero
nada. Si aceptamos eso, nos quedamos así todo el tiempo: tú allá en Las
Tunas
y yo en Pinar. Tú lo sabes bien.
--Está
bien. Pero si no nos vamos tendremos más problemas y esta gente va a tener
un
arma entonces para ganarnos la partida.
--Y
si nos vamos, ¿tú les vas a ganar la partida después?
--Es
posible.
--¡Ay,
Pedrín!
--No
te pongas así. Eso es lo primero que van a decir, que tú y yo lo que queremos
es
quedarnos así, cómodos, fresquitos, sin pasar trabajos, todo eso.
--No
sé, chico, la verdad. Tú por un lado y yo por otro... y en los extremos de la
isla.
No
sé, no sé...
--Bueno,
vamos a ver. Enseguida que lleguemos empezamos a plantear el problema
a
todos los niveles. A dar la tángana. Y con la moral de que aceptamos irnos para
donde
nos mandaron, ¿eh? Así que cálmate. Tú verás cómo todo se va a resolver.
Un
traslado como éste no perjudica a nadie y beneficia a tres personas. Lo que
pasa
es
que esta gente lo complica todo. Parece que gozan haciéndole la vida a uno
más
difícil.
Usted
se ríe, profesora. ¡Ay! Porque usted no sabe la que hemos pasado. De más
está
decirle que no pudimos resolver el problema. Por mucho que planteamos,
explicamos,
detallamos, pero todo fue inútil. El caso es que comenzamos a trabajar,
él
por allá por una zona intrincada de Las Tunas que yo nunca conocí, y yo en
Pinar
del
Río, en la misma ciudad. Yo estaba mejor, claro, por lo que él me contaba en
las
primeras
cartas, pero imagínese: separados, lejos uno del otro, metidos en albergues
que
sólo tenían las mínimas condiciones para vivir. Sí, nos pagaban la distancia y
todo
eso, usted sabe. Mire, yo no soy de los que creen que un graduado se debe
ubicar
frente a la puerta de su casa, aunque los hay que tienen esa suerte, por no
darle
otro nombre. Pero no. Yo no. Bueno, él tampoco. Eso lo demostramos con
nuestra
disposición de irnos para cualquier lugar, por apartado que estuviera. Pero
óigame,
ni siquiera en la misma provincia. No es fácil, y menos teniendo una
solución
al alcance de la mano...
La
muchacha se sentó en la butaca y esperó. El hombre revisó los papeles y movió
la
cabeza. La miró. Cerró el file y se recostó en la silla, detrás del buró.
--Compañerita,
de verdad que lo sentimos mucho, pero no podemos hacer nada
por
aquí. ¿Ustedes elevaron esta situación a la instancia superior?
--Sí,
compañero, a todas las instancias. Pero parece que a nadie le interesa
resolvernos
el problema.
--No
hable así, compañera.
--¿Y
cómo voy a hablar? Si esa es la verdad. A nadie le importa.
La
muchacha estaba nerviosa y excitada. Hacía esfuerzos por contenerse, pero
sentía
la necesidad de descargar su rabia. El hombre estaba serio y la miraba con
detenimiento.
--Fíjese,
compañerita: si yo tuviera ahora su edad, me alegraría de que me
mandaran
a la Cochinchina, no veo que eso sea una cosa tan grave.
--Claro,
usted no puede verlo. Yo también me iría para la Cochinchina, pero ¿por
qué
no puedo irme con mi marido?
--Pero
si nada más que son dos años...
--Sí,
nada más que son dos años, pero es que nosotros estamos recién casados.
¿Usted
se imagina lo que significa separarse así? Y más pudiendo resolver la
situación
con ese cambio con el muchacho de Pinar del Río.
El
hombre miró su reloj. Se veía molesto, tal vez aburrido. La muchacha no
entendía
que
la entrevista había concluido.
--Mire,
joven, ya nosotros hicimos lo que estaba a nuestro alcance. Yo le sugiero que
plantee
este asunto a otro nivel. Le repito: por aquí no podemos hacer nada más.
Créame
que lo siento.
Se
levantó, como dándole a entender con esa acción que ella debía abandonar el
despacho.
La muchacha se levantó también, lo miró de arriba a abajo, apretando
los
labios, se volvió, y se dirigió a la puerta de salida. Al abrirla, el hombre le
dirigió
unas
últimas palabras:
--Ustedes
los jóvenes siempre están protestando. Nunca les parece bien ninguna
disposición
oficial. Ojalá que en mi tiempo yo hubiera tenido las facilidades que
ahora
les da a ustedes la Revolución.
La
muchacha salió del despacho tirando la puerta con toda su fuerza.
¿Usted
sabe lo que me dijo un funcionario una vez, profesora? Por favor, no se ría.
Pues
me dijo: "yo creía que las burguesitas ya se habían ido todas del
país". ¿Qué le
parece?
¡Ah! No me cree. ¿Que ya eso no se usa? ¡Ay, profesora! Perdóneme, pero
usted
peca de ingenua... Y eso que lo nuestro ya se conocía desde antes de nuestra
graduación.
En la Facultad, y yo creo que en toda la Universidad, debe haber
engavetado
más de un kilogramo de papeles referidos a nuestro caso. Pero nada.
Yo
llegué a preguntarme si es que habría alguien que quisiera fastidiarnos,
porque...
sí,
fastidiarnos, profesora. Hay de todo en la viña del Señor...
Los
alumnos estaban terminando de pintar el local de la FEU. Todos chorreaban el
blanco
y el azul de las latas y las brochas. Tenían las camisas y las blusas
arruinadas.
--Oigame,
compadre, yo no nací para pintor de brocha gorda, la verdad. Bueno,
creo
que ni de brocha fina, vaya.
--Ah,
déjese de eso, que usted le mete.
Margarita
se acercó a su novio respirando agitada. El dejó la brocha, le hizo una
seña
al muchacho que conversaba con él, se quitó el gorro hecho con periódicos
viejos,
y se sentó con la muchacha en el piso del local.
--Ya
no doy más.
Margarita
le pasó las manos por la frente y la cara, secándole el sudor. El otro joven
los
tocó por los hombros y los sacudió.
--No
se me enfríen, que esto no se ha acabado. Esto hay que recogerlo y limpiarlo y
dejarlo
como si aquí no se hubiera hecho nada. Y óiganme -los miró con picardía-, si
se
me cansan así tan fácilmente ahora, ¿qué va a ser cuando se vayan de luna de
miel?
Perdóneme,
profesora, es que me pongo nerviosa y... yo, es que no me acostumbro
a...
no puedo creerlo, no sé... siempre me dan deseos de llorar. Es que todo esto es
tan
absurdo que... Bueno, sigo: esto se lo cuento para que usted vea que en la
Universidad
no tuvimos ningún tipo de problemas. Participábamos en todas las
tareas,
nos llevábamos bien con todo el mundo, bueno, todo. Ningún problema. Ni
siquiera
fuimos amonestados nunca. Ni por la FEU ni por la UJC ni por la Facultad. Y
además,
siempre planteábamos que estábamos dispuestos a ir a cualquier lugar, en
todas
las entrevistas que nos hacían. Dentro o fuera del país, donde fuera. Los dos
juntos,
profesora. ¿Usted cree que es pedir demasiado? Porque yo conozco casos,
incluso
de internacionalistas, que marchan juntos a cualquier país y allá trabajan dos
o
tres años. La verdad, no me lo explico...
--Compay,
ya hace un año. ¡Un año! Lucha que te lucha y mierda.
El
muchacho se sentó en un tronco a la orilla del río, tomó una piedra y la lanzó
al
agua,
y miró el chorrito que la piedra desplazó hacia arriba en su caída.
--No
nos hacen caso. Nadie, viejo. Pero mira, para que tú veas que no eres tú solo
el
que
se engorriona.
El
Pinareño sacó un sobre arrugado del bolsillo de su camisa y se lo extendió.
--¿Una
carta?
--Léela.
Es de mi novia.
La
carta decía más o menos que ella estaba cansada de esperar y esperar, que se
sentía
muy sola, y al final le confesaba que había salido varias veces con un
compañero
de Inteligencia Artificial, que sólo habían ido al cine y a comer helados,
pero
que no quería que le fueran con el chisme, "porque de todo se entera
una".
--¿Qué
te parece? Yo lo sabía, socio, las mujeres ahora no son como mi mamá o
como
la tuya, no. No están dispuestas a esperarlo a uno mucho tiempo.
--No
me jodas, Pinareño.
--Bueno,
a lo mejor la tuya no, compadre. Como que ustedes se matrimoniaron y
eso,
a lo mejor la tuya no, la tuya puede ser que te espere. Ustedes ya son una
pareja
reconocida, vaya... ¿cómo se dice? Una pareja oficial, ¿no? A lo mejor...
pero
no te preocupes, socio, haz como yo, no cojas lucha con eso. Lo que pasa
conviene,
¿no?
--¿Así
que la mía puede ser que me espere? -el muchacho hizo un gesto grosero,
llevándose
la mano derecha a la bragueta-. ¡Esto! ¿Tú sabes cuánto tiempo hace
que
Margarita no me escribe?
--Bueno,
pero no le hagas cráneo a eso. Mira, oye lo que te voy a decir: si mi novia
se
enreda con otro tipo allá, al carajo, mi socio. ¡Al carajo!, viejo. Eso quiere
decir
que
no me convenía. Y en tu caso, no sé, pero en tu caso... perdóname, pero si tu
mujer
hace lo mismo, alégrate, socio, alégrate. Por una que se te vaya, ahí están
tres
esperándote. Y acuérdate: un clavo siempre sacará otro clavo.
Pues
el caso es que tuvimos que permanecer dos años separados. ¡Dos años!
Trabajando
disgustados, esperando, confiando en un milagro que pudiera reunirnos.
Pero
nada, profesora. Nadie oyó nuestros ruegos. Y oiga, no es fácil. Eso no es
fácil.
Saque
usted que nunca pudimos estar juntos en todo ese tiempo, a no ser durante el
mes
de vacaciones que nos dieron al finalizar el primer año de trabajo social y...
bueno,
ya usted sabe. Nos fuimos enfriando y... pasó lo que tenía que pasar. Yo
siempre
he creído en eso que dice la canción, que la distancia es el olvido. Por lo
menos,
con la vida agitada que tenemos, un amor a distancia me parece que está
condenado
al fracaso...
Querida
Margarita: hoy hace exactamente seis meses que no estamos juntos. No es
que
mi memoria sea brillante, es que aquel último día lo anoté en una libreta que
llevo
con todo lo que me ocurre que considero importante, y hoy, revisándola,
descubrí
esa nota, y quise escribirte. ¿Te acuerdas? No fue aquel un encuentro
como
esperábamos. Te pusiste a sermonearme en lugar de aprovechar el poco
tiempo
de que disponíamos, y para colmo una escenita por Claudia, por la foto que
viste
en la carpeta. Por Claudia, que lo único que ha hecho desde que estoy aquí
es
llevarse bien conmigo y ayudarme a pasar este tiempo separado de ti. No estoy
muy
seguro, pero me parece que tú y yo no nos queremos como antes. Me gustaría
conocer
tu opinión. Yo he hecho todo lo posible por resolver nuestra situación, pero
compréndeme:
no es fácil soportar esta vida así, lejos, a veces siento la necesidad
de
estar con alguien, ¿comprendes?, de compartir con alguien que me comprenda
y
que al menos me alivie el peso de esta soledad. Y créeme, no se trata de un
problema
físico, no, eso sería lo de menos. Se trata de que necesito a alguien que
comparta
conmigo los momentos libres, a veces insoportables y demasiado solos,
con
alguien que me haga sentir que todavía estoy vivo, ¿comprendes? Por favor,
no
sufras inútilmente. Escríbeme y dime cuál es tu opinión. Ya no me escribes como
al
principio. Dime cualquier cosa. Ya no nos falta tanto para terminar este
suplicio.
¿Tú
crees que podríamos continuar nuestra vida como al principio de casados?
¿Qué
tú piensas de eso? No dejes de escribirme y dime la verdad, y dime todo lo
que
piensas. Te recuerdo siempre con mucho cariño. Pedro.
¿Se
da cuenta, profesora? Viviendo en esas condiciones nuestro matrimonio estaba
condenado.
Yo pensaba que podríamos resistirlo, pero me equivoqué. El comenzó
a
andar con esa muchacha de allá en Las Tunas, con esa Claudia... ¡Ah! De todo se
entera
una. Pero qué importa eso ya. Lo cierto es que nuestra relación se fue a
pique.
Ahora estamos divorciados, ahora que vivimos otra vez en la misma ciudad.
Todo
se terminó, y yo estoy segura de que nunca pudiéramos ser como antes, si
volviéramos.
Pero claro, no vamos a volver. Ni Pedrín ni yo creemos en una
reconciliación.
Ahora él está embullado con una alumna de Ingeniería y yo...
--¿Por
qué no salimos esta noche?
--Por
favor, Enrique, que tú sabes que yo soy casada.
--Sí,
yo sé bien que tú eres casada, pero ¿qué tiene eso de particular? Tú necesitas
salir,
distraerte, diverirte. Aquí en Pinar no conoces a nadie, no conoces nada.
Siempre
metida en el albergue, y siempre triste. ¿Qué tiene de malo que salgamos
una
noche a cualquier lugar?
--Mira,
Enrique, no tiene nada de malo, pero yo siempre he creído en la fidelidad, en
la
lealtad. A mí no me gustaría que Pedrín saliera allá con otra.
--¿Y
tú estás segura de que él no sale allá con otra?
--No,
claro que no estoy segura. Dije que no me gustaría, nada más.
--Estás
viviendo en la prehistoria.
--Estaré
viviendo en la prehistoria, pero me siento bien así. Además, también siempre
he
pensado que cuando un hombre y una mujer andan juntos mucho tiempo,
terminan
acostándose.
--Está
bien, está muy bien. No vamos a seguir discutiendo esos conceptos. Pero
piénsalo,
¿eh? ¡Piénsalo bien! Necesitas dar un cambio a tu vida. Te estás
anquilosando.
Y eso se refleja en tu trabajo. ¿No has oído los comentarios?
--Sí,
los he oído.
--Pues
entonces reacciona. Y óyeme, voy a insistir, ¿oíste? Voy a insistir. Quiero
salir
contigo.
Y eso no es ningún crimen.
Al
principio me negué, profesora, pero el muchacho insistió tanto, y con tanta
vehemencia,
y yo me sentía tan sola, tan desesperanzada, tan cansada de luchar
inútilmente,
que un día accedí a salir con él. No pasó nada, por supuesto, y la
verdad
que la pasamos bien. Me distraje, me olvidé por unas horas de todos mis
problemas,
de mi situación. Y en honor a la verdad, me sentí bien con él. Enrique es
un
muchacho respetuoso, delicado. Pero bien. Después salimos varias veces más.
La
gente comenzó a vernos como pareja, y los comentarios... ya usted sabe. Una
noche
él me llevó a un club nocturno de lo más bonito, en las afueras de Pinar.
Hacía
más de tres meses que no recibía carta de Pedrín, imagínese. Tomamos,
bailamos,
y... cedí. Sí, ya sé que somos débiles. Los hombres también lo son y nuestra
sociedad
ve esas debilidades sólo en las mujeres. Esa discriminación todavía existe.
Pedrín
por allá con sus cosas y nadie dijo nada. Y yo en Pinar tuve problemas por
salir
con Enrique, aunque nadie nos viera nunca en nada. ¡La igualdad! Sí. ¡Qué
bonito
hablar de la igualdad! Pero en la realidad todo no es más que un teque...
--Pues
sí, mi amiga, como te lo estoy contando. Ese tipo me dijo que Amalia Simoni
esperó
eternamente a Agramonte y que éste le correspondió. No se puede negar
que
el hombre conoce la historia. Pero es un cretino. ¡Ah!, como si todos
pudiéramos
ser
como nuestros grandes héroes.
Margarita
baja la cabeza. La muchacha le pasa una mano por el pelo y las dos
se
quedan pensativas. Están sentadas en el parque. Alrededor del banco vuelan
los
gorriones que se aglutinan en un árbol viejo. La tarde está nublada. Margarita
y
la muchacha se miran. De pronto se echan a reír.
--Yo
la pasé mejor que tú. Al menos, mi marido estaba cerca, en otro albergue. Pero
aun
así te digo que no es fácil. No. ¿Dónde vamos a encontrar un sitio para estar
juntos
y solos siquiera un par de horas?
--Cerca,
pero separados, sin posibilidades. No, no es fácil, tienes mucha razón. Hay
que
ser un mago para encontrar un buen hotel. O tener un socio fuerte en Turismo.
No,
no. Eso de que la familia es la célula fundamental de nuestra sociedad suena
muy
lindo, sí. En los papeles y en los discursos. Pero en la práctica, ¡ñiringa!
Las
dos muchachas se levantan y caminan un rato por el parque. Durante unos
minutos
no hablan. Observan a la gente que camina como ellas o que está en los
bancos,
quizás conversando sobre sus problemas. Como ellas. Comienzan a caer
goticas
de agua. Se detienen. Entonces miran los pajaritos que se recogen en sus
huecos.
--Suerte
que tienen, ¿verdad?
--Suerte,
sí. Al menos tienen un hogar y viven juntos.
--Bueno,
ya. ¡Basta ya! ¿Qué te parece si nos vamos a ver esa película que nos han
recomendado?...
http://laenvolvencia.blogspot.com
(fragmento
de la novela EL AULA SUCIA)v
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