Recuerdo
nuestro primer viaje juntos, cuando nos conocimos en el tren en el que
yo
regresaba diariamente al centro de acogida donde esperaba la resolución
sobre
mi solicitud, ya admitida a trámite. Eramos apenas unos jóvenes que al
parecer
no podían tener grandes problemas en sus vidas, a primera vista. Tú leías
un
libro pequeño con mucha atención, pues no levantabas la vista de sus páginas.
--Como
veo que te gusta leer, creo que esto te va a gustar -y te di un cuadernito
editado
por la empresa ferroviaria con minicuentos enviados por usuarios que no
tenían
mucho que envidiar a las vacas sagradas de la literatura española. Me
pregunté
enseguida si había hecho mal en tutearte sin siquiera conocer tu nombre.
Pero
cuando me miraste me di cuenta de que eso no te había molestado.
--¡Ah!
Muchas gracias -me contestaste, aceptando mi obsequio y sonriéndote.
No
hacía frío ni calor. Nada presagiaba que pudiera acontecerme algo fuera de lo
acostumbrado.
Ni mucho menos que aquel primer encuentro se convertiría en poco
tiempo
en nuestra principal razón de ser. Y de vivir. Antes de bajarnos -pues los dos
nos
dirigíamos al mismo destino-, no pude contenerme, y te pregunté si vivías en
esa
ciudad.
--Pues
sí, vivo aquí en Fuenlabrada desde que nací. ¿Usted también?
Te
conté muy brevemente que no, que sólo por un tiempo, y que me extrañaba no
haberte
visto antes en ese recorrido que diariamente yo solía hacer. Me dijiste que
de
día estudiabas en tu ciudad natal y que de noche venías a Madrid algunas
veces
y por eso tomabas el tren para regresar a Fuenlabrada, como en esa ocasión.
Me
gustó tu disposición para mostrarte extrovertida, dándome informes que yo ni
siquiera
te había pedido. Pero lo hiciste tan espontáneamente que no me dejó
ninguna
duda sobre tu sinceridad.
Después
de dos o tres encuentros similares -no casuales, pues yo me quedaba en la
estación
de Atocha esperando hasta que aparecías-, comenzamos a vernos en esa
ciudad
donde yo llevaba varios meses, y donde tras algunos paseos y tomas de
café
en cualquier bar que nos encontráramos y nos pareciera agradable, nos
dirigíamos
a la estación de la RENFE para venir a Madrid. Eso, algunas veces, pues
casi
siempre venía yo solo, porque tú terminabas tus estudios y debías quedarte con
libros,
libretas y apuntes imprescindibles para ocupar un buen lugar en tu ya algo
cercana
graduación.
--¿Selene?...
o sea, luna. Ese nombre... ¿quién te puso ese nombre?
--Pues
mi tía Filo, estaba leyendo un libro donde aparecía ese nombre y se puso
casi
histérica: "a mi primera sobrina tienen que ponerle Selene... será bella,
alumbrará
como la luna dondequiera que pase"... y no hubo manera. ¿No te
gusta?
--Pues
sí, me gusta... claro que me gusta. No conozco a nadie con ese nombre.
Al
poco tiempo ya pasábamos un par de horas dando vueltas sin nada especial,
cuando
nos citábamos al anochecer en Madrid, hasta que tomábamos el último
tren
hacia nuestros lugares de vivir, cerca de la medianoche.
Cuando
nuestros encuentros se hicieron más íntimos, ya no había gestiones ni
estudios
ni nada: nos citábamos, lo mismo en Fuenlabrada, donde ya yo no vivía,
que
en la estación de Atocha, y nos dedicábamos a disfrutar un amor recién nacido
que
presagiaba rebosar el límite de la pasión. Yo me ponía nervioso, con la vista
clavada
en la pizarra de Móstoles-El Soto, esperando verte aparecer por la escalera
rodante
y casi correr hacia mí, para besarnos y abrazarnos entre el gentío que no
veíamos
ni oíamos, ajenos como estábamos a todo lo que no fuera esa dicha que
la
casualidad nos había regalado tan de gratis, tan así, sin buscarla, sin
siquiera
proponérnosla.
Cuando me decías que debías regresar a tu casa, yo subía al tren
y
te acompañaba hasta la misma puerta, y me quedaba en la acera, mirándote,
hasta
que te veía cerrarla, sana y salva, como quizás te verían tus padres entrar
sonriente,
que no se dormirían tranquilos hasta tu llegada. Yo entonces tenía que
regresar
en autobús, pues a esa hora la RENFE había terminado sus viajes. Todo era
delicioso...
porque tú eres deliciosa...
...ahora,
cuando mis ojos traspasan la ventanilla de este mágico tren, vuelvo a
verte
sentada junto a mí, muy apretada a mí, mientras calles, edificios, coches y
personas
corren hacia atrás, veloces, hasta que yo salgo de mi éxtasis y veo el
espacio
vacío a mi lado y me doy cuenta de que viajo solamente acompañado por
esta
ilusión de encontrarme contigo otra vez, de sentirte otra vez junto a mí como
antes,
como siempre, como nunca debí permitir que dejara de hacerlo...
Sí.
Vuelo a hacer el mismo recorrido de tantas veces, esta vez no contigo, hasta
tu
ciudad natal, donde ya no me esperas y donde no te imaginas que puedo
aparecerme
como antes, lleno del mismo amor que nos había unido y que
pensábamos
que no habría nada ni nadie que pudiera interrumpirlo. Pero hoy yo he
decidido
romper este silencio estúpido y soberbio que no supe a tiempo desbancar
de
mi orgullo, para repetirte una vez más que te quiero, que siempre te he
querido,
y
que no me importa otra cosa que no sea quererte, y quitarte de esa cabecita
porfiada
e inocente la absurda idea de que no eres lo que yo necesito, de que no
te
mereces a un hombre como yo, y tantas otras tonterías que me mantuvieron
alejado
de ti ya demasiado tiempo...
PRIMERA
PARADA: MENDEZ ALVARO
...y
es como si regresáramos otra vez juntos como hacíamos todas las noches, para
besarnos
incansables al doblar por la calle Polvoranca, tu calle, y detenernos frente
al
jardín que tu mamá cuidaba sin cansarse, donde me confesaste una vez que
después
de conocerme en el tren me esperabas cada mañana sabiendo que yo
pasaría
por allí (yo también por verte, porque no tenía que hacer ese trayecto)
cuando
me dirigía a la estación para venir a Madrid a continuar mis interminables
gestiones
para sobrevivir todavía sin tener una idea segura de cuál sería mi destino
en
el país. Un día te sorprendí en la ventana, ¿te acuerdas?, y ya desde ese mismo
instante,
los dos sabíamos que nos esperábamos para saludarnos alzando nuestras
manos,
hasta que nuestro amor no pudo esperar más y afloró aquella noche en
Madrid,
cando casi sin darnos cuenta comenzamos a besarnos y estuvimos
besándonos
y acariciándonos durante un tiempo largo que a mí me pareció una
eternidad.
Entonces los relojes desaparecieron de toda la Tierra, y no nos importó
que
se nos fuera el tren y que tuviéramos que quedarnos no sabíamos dónde a
esperar
el día siguiente. ¡Ah! ¡Qué hermoso era aquello! ¡Qué inocentes estábamos
de
los avatares que nos esperaban en el curso del tiempo!...
--Te
lo he dicho mil veces: me gusta tu sonrisa. Es que cuando sonríes se abre una
ventana
con vistas al único paraíso que existe, en la Tierra.
--No
empieces con tu afición a la poesía.
--No,
espera, que eso no es mío, es una cita de un poeta famoso.
--Pues
procura llegar a ser famoso tú algún día y así te leeré. Sólo a ti.
SEGUNDA
PARADA: DOCE DE OCTUBRE
--Cuando
termines los estudios, ¿qué piensas hacer?
El
tren avanza rápido. Hay pocos viajeros. Es muy tarde ya. Ella y yo ocupamos el
último
asiento del vagón, donde nadie nos ve. Y estamos al borde de cometer una
de
esas locuras propias de la juventud que son la esencia de la vida, en un mundo
lleno
de complicaciones, prejuicios, convencionalismos.
--¿Que
qué voy a hacer? Buena pregunta. Eso quisiera saber yo.
--Pero...
¿no has pensado dónde pudieras trabajar? O algo así. En qué lugar, no sé.
--Claro
que lo he pensado. Pero en Fuenlabrada no tengo muchas oportunidades,
mi
especialidad no es muy solicitada que digamos. Y salir de allí, dejar a mis
padres
solos...
no sé.
Su
especialidad era algo así como una especie de peritaje en química. No sé por
qué
rayos tenía tal predilección por esa ciencia. Pero ¿qué pensaría ella de mi
inclinación
a las letras? De seguro que creía que yo estaba loco. Letras en este país.
Si
hasta yo mismo a veces me creía que tenía que estar loco...
TERCERA
PARADA: ORCASITAS
Me
habían concedido un comedor social mientras no pudiera obtener un empleo,
y
le dije que estaba en Orcasitas, en la calle Trevélez, cerca de la estación de
la
RENFE.
--¿Y
vienes a comer aquí todos los días?
--No,
de lunes a viernes. Desde Atocha sólo son 8 minutos. No es muy lejos, y la
comida
es bastante buena. Y el comedor está muy limpio y muy bien atendido,
está
junto a una residencia para ancianos válidos.
Es
un barrio populoso, porque aquí se baja mucha gente. Es curioso cómo miramos
a
los viajeros, imaginándonos la historia que cada cual ha de llevar muy adentro,
quizás
acertando algunas veces, porque los seres humanos tienen más semejanzas
que
diferencias. Lástima que la humanidad no se percate de ello.
--Un
día voy a hablar con mis padres para que te invitemos a comer a mi casa,
que
ya va siendo hora, ¿no crees?
--Pues
no sé... eso lo creeré cuando esté allí sentado con el plato delante.
--Hombre,
ni que fueras Jack el Destripador -y se ríe, se ríe sin parar, con toda la
felicidad
del mundo reflejada en sus ojos-. Ya tenemos tiempo, y si antes no he
querido
hablar con ellos sobre esto es porque... porque bueno, es que mis padres
son
demasiado celosos con su única hija, ¿sabes? Pero ya está bien. En el fondo yo
creo
que ellos se han dado cuenta de que lo nuestro va en serio.
CUARTA
PARADA: PUENTE ALCOCER
Las
manos de Selene son finas y sus dedos son largos y muy blancos. Me gustan sus
manos,
esas manos que tanto han recorrido mi piel, que a veces ella pone en mis
mejillas,
mirándome asombrada del tiempo que ya llevamos juntos haciendo el
mismo
recorrido. Aunque no el mismo exactamente: siempre encontramos un
detalle
nuevo, algo que no habíamos visto, sobre todo en los viajeros, porque lo
más
interesante de la vida es la gente que puebla sus sitios. La gente. Pero a
veces
a
nosotros no nos importa la gente. Ni ninguna otra cosa.
--¿A
que no sabes cuánto hace ya de aquella noche, cuando nos conocimos?
--¿Quieres
apostar a que lo sé?
--No
soy apostador.
--Yo
tampoco, pero para demostrarte que eso nunca se me va a olvidar.
--Selene...
la verdad que tengo que decírtelo: te quiero. Aunque suene cursi.
--El
amor, cuando se siente de verdad, nunca es cursi, querido. ¡Nunca!
QUINTA
PARADA: VILLAVERDE ALTO
Aquí
viven algunos de los comensales de mi comedor: Marilú, Miguel, y dos de las
camareras
que nos sirven, que son trabajadoras de la residencia "San José".
Nunca
traje
a Selene a Orcasitas, aunque la veíamos diariamente al pasar desde el tren.
Sólo
nos bajamos una vez en Zarza Quemada para irnos de compras a Parquesur,
y
por supuesto, en Méndez Alvaro, donde a veces nos citábamos cuando nuestros
itinerarios
coincidían con esa parada o con la Estación Sur de Autobuses.
--Aquí
se está bien.
--Yo
contigo estoy bien en cualquier lugar.
--¿Estás
segura?
--Completamente.
Se
ríe. pero le voy a cortar la risa, por embromarla un poco.
--Entonces
vámonos al bar de Dolores y entremos en los servicios. Ya verás.
--Estás
inventando ese bar y esa Dolores, vamos, que te conozco.
Nos
reímos tanto que la gente nos mira. Pero qué coño importa que nos miren.
Que
se alegren los felices y que sufran los idiotas incapaces de serlo.
SEXTA
PARADA: ZARZA QUEMADA
--Pues
esta es la tarjeta blanca que me acredita como refugiado. No puede
doblarse
y es demasiado grande. Qué molestia.
--Vaya,
vaya... ¡qué suerte tienes tú! Uno entre cien que recibe el asilo.
Con
aquella tarjeta no hacía nada, sólo presentarla como una identificación a
falta
de otra y nada más. Y si acaso, algunos servicios gratuitos que después
perdería
al obtener la nacionalidad. Selene no pensaba como yo, pero nunca
hablábamos
sobre la política. Una vez se lo dije:
--La
política para lo único que sirve es para dividir y enemistar.
Y
nuestro amor estaba por encima de cualquier tontería. Por eso sacábamos libros
de
la biblioteca, leíamos y discutíamos de literatura, de música (ella con sus
ritmos
llamados
modernos y yo con mis preludios chopinianos), de sus estudios y de mis
perspectivas
laborales, y así se nos iba el tiempo entre lecturas, visitas, susurros,
besos
y caricias y viajes, muchos viajes, diarios, de una ciudad a otra, y a veces
nos
quedábamos los dos adormecidos con las cabezas unidas, mirando por las
ventanillas
del tren cómo pasaban los lugares que a diario contemplábamos, y que
por
estar los dos juntos nos parecían hermosos y dignos del mejor paisajista,
mientras
pasaba
el tiempo... porque el tiempo jamás se detiene.
SEPTIMA
PARADA: LEGANES
Bibliotecas,
karaokes, el museo de cera, el cine Imax, el parque de El Retiro, donde
podo
faltó para que ella pescara un resfriado con tendencia a la bronquitis por
estar
desabrigada
y por quitarle yo el jersey que apenas la cubría del aire, de ese aire
molesto
e imbatible que siempre azota la ciudad... nos gustaba visitar la zona vieja
de
la capital, ir a La Casa Encendida a disfrutar de cualquier actividad de ocio o
cultural,
caminar por las calles vacías de los barrios en donde los paseantes se
concentran
en sus principales arterias comerciales, registrar los estantes de la FNAC
y
contemplar con deseos reprimidos los altísimos precios de sus ofertas
literarias,
musicales
y cinematográficas, tomar un autobús sin rumbo fijo y dejar que el reloj
caminara
sin freno mientras nos apretábamos prodigándonos calor cuando el frío
se
ponía impertinente... y en Fuenlabrada siempre acudíamos a un restaurán
acogedor
que tenía sus paredes cubiertas con escenas taurinas, aunque a ella no
le
gustaban nada las corridas que irónicamente se llaman la fiesta nacional.
--¡Vaya
fiesta! ¿Cuál será entonces la tragedia?
--¿Así
que eres antitaurina?
--Al
contrario, me gustan los toros. Los que no me gustan son los toreros.
Y
nos echamos a reír a cacajadas, mientras la camarera nos miraba y sonreía,
quizás
pensando que formábamos una pareja que no podía tener ningún problema.
Así
era nuestro amor... hasta que la mala suerte o el destino o la casualidad hizo
que
ella
subiera a uno de los trenes fatales que explotaron aquella mañana tan terrible,
en
la que los terroristas hijos de puta segaron tantas vidas y enlutaron a todo el
país,
y
que la condenaron para siempre a vivir como ella se resistia a vivir... y a
decirme
que
nuestra relación debía terminar...
OCTAVA
PARADA: LA SERNA
--El
10 de marzo tengo que ir a visitar a una tía enferma que vive en Alcalá. Si me
coge
tarde tendré que quedarme allá a dormir. Le hablaré de ti, le contaré algo,
a
ver qué piensa.
--¿Por
qué no puedo acompañarte?
--Mejor
voy sola. Mi tía es buenísima, pero está algo anticuada, ¿sabes? Creo que
no
le gustaría ver llegar a su sobrina preferida acompañada de un hombre que ella
no
conoce.
--Como
quieras. Ese día me dedicaré a ponerme al día en las lecturas que tengo
atrasadas.
Te veré al día siguiente, como siempre, por la noche.
--En
Atocha.
--A
las ocho.
Pero
ese día a las ocho no pudimos vernos. Pasó lo que pasó y a partir de ese
momento
la maldad del ser humano logró separarnos. Todavía me pregunto por
qué,
cómo es posible que haya tanta maldad en el mundo, si sería tan fácil vivir
todos
en este planeta maltratado con un poco de amor, de comprensión, de
solidaridad.
Selene se empeñó en que no fuera a verla y en que sería lo mejor
olvidarnos
el uno del otro. Como si eso fuera posible. Era terca. Y yo, que también lo
soy
y mucho, me dejé influenciar por su insistente negativa y su empeño en no
verme,
hasta que me encolericé y dije basta, si ella no quiere verme, yo no haré
más
intentos por sacarla de su error...
ULTIMA
PARADA...
...y
ahora el asiento junto al mío permanece sin su cuerpo de antes, y la veo tal
como
la veía y la sentía antes del horror, cuando los dos viajábamos noche tras
noche
rumbo a su ciudad para despedirnos una vez más hasta mañana, con un
beso
largo y una sonrisa interminable en sus labios, alzando nuestras manos y quizás
soñando
con permanecer unidos toda nuestra vida... pero logré al fin romper mi
abulia
y aquí estoy ahora, el tren llegando a Fuenlabrada, donde voy a correr
hasta
su casa y derribar la puerta si no quieren abrirme para decirle que la quiero,
que
basta ya de estupideces, que no puedo concebir la vida sin ella, sin su amor
que
me llenó de paz, de alegría de vivir, de dicha, y llegar hasta la silla de
ruedas
donde
está condenada a vivir el resto de su vida, para decirle, para gritarle,
Selene,
te
quiero, coño, ¿cómo te atreves a dudarlo?, ¿cómo es posible que pienses que
tú
no eres lo mejor para mí, si tú eres lo mejor que he encontrado en mi vida?...
y
pedirle,
reclamarle, exigirle que se case conmigo...
Augusto Lázaro
http://laenvolvencia.blogspot.com
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