--Propongo
al compañero Inocencio.
Asamblea
de servicios. Asuntos generales. Se está formando la comisión de análisis
para
la entrega de productos industriales. Cinco trabajadores han solicitado el
despertador
que se ofrece en esta oportunidad. De ellos, tres tienen más o menos
los
mismos méritos. La comisión deberá estudiar caso por caso y determinar a quién
debe
adjudicársele el derecho a adquirir el artículo en la tienda asignada.
--Yo
estoy de acuerdo, Inocencio es el hombre.
Los
trabajadores han propuesto a varios compañeros para presidir la comisión, pero
todos
se han negado, alegando razones diferentes, hasta que se pone de pie un
miembro
del ejecutivo de la sección sindical y propone a Inocencio.
--Sí,
sí, Inocencio. Es el más indicado para esta tarea.
Inocencio
permanece en silencio y apenas se mueve. Está acostumbrado a que sus
compañeros
lo propongan, lo elijan para cargos y responsabilidades a granel, lo
aplaudan,
lo vitoreen. Nunca dice que no. Le gusta su trabajo. Le gusta cumplir con
su
trabajo. Y le gusta compartir con sus compañeros, llevarse bien con ellos,
estar
siempre
dispuesto a servir a cualquiera que lo necesite.
--Bien,
compañeros. Parece que tenemos consenso. A ver, ¿alguien está en contra
de
que el compañero Inocencio presida la comisión de análisis para la entrega de
productos
industriales?
Nadie
levanta la mano. nadie dice nada. Se miran unos a otros y al final todos
vuelven
las cabezas y clavan sus ojos en el rostro siempre sonriente de quien ha sido
propuesto
y tácitamente elegido para ocupar el cargo eventual de presidente de
la
comisión: el compañero Inocencio Santos Doimeadiós.
--¡Inocencio!
¡Inocencio! ¡Inocencio es el hombre!
--¡Bravo
por Inocencio!
--De
acuerdo, de acuerdo.
--¡Que
viva Inocencio!
Aplausos.
Vivas. Gritos. Los más cercanos estrechan la mano de Inocencio y le dan
palmaditas
en los hombros y en la espalda. El secretario de la sección sindical se
pone
de pie detrás de la mesita presidencial y pide silencio.
--Compañeros:
aunque por la aclamación unánime ya sabemos que el compañero
Inocencio
ha sido aprobado y elegido, vamos a cumplir lo establecido por el
reglamento
sindical para darle la forma legal a esta elección. A ver, los que estén
de
acuerdo con Inocencio que levanten la mano.
Todos
levantan las manos. Todos, menos Inocencio, que ahora no se está sonriendo.
Algunos
lo miran y le hacen señas y gestos. Cuando se calman los aplausos, un
compañero
de la masa se pone de pie.
--Permiso
para hablar. Compañeros, a mí me parece, ya que estamos con eso de
la
legalidad y eso, que se le debe preguntar al compañero Inocencio si está de
acuerdo
en presidir la comisión de análisis para la entrega de... bueno, de eso.
Silencio
absoluto. Nadie se mueve. En la mesa presidencial se cambian impresiones
hasta
que el secretario general se pone de pie y se dirige al aludido.
--Bueno,
bueno... ya tú oíste, Inocencio. Por supuesto que tú estás de acuerdo, ¿no?
Otra
vez el silencio. Inocencio se pone de pie. Hay expectativa. Esto nunca había
sucedido.
Inocencio siempre había respondido con sonrisas, movimientos de
cabeza
afirmativos y gestos aprobatorios a todas las proposiciones, solicitudes,
peticiones,
nombramientos, etc., que le habían hecho sus compañeros de trabajo.
Ahora
está serio. Ahora en la sala de reuniones hay un silencio desacostumbrado.
Todos
esperan con curiosidad. Por fin Inocencio rompe el hielo.
--Compañeros...
en primer lugar, quiero agradecerles una vez más la confianza que
ustedes
han depositado en mí. Realmente me siento muy honrado al ver con qué
entusiasmo
ustedes me han propuesto para presidir la comisión de análisis para la
entrega
de productos industriales... -hace una pausa y continúa-. Sin embargo, por
primera
vez tengo que negarme a aceptar esa responsabilidad... -murmullos y
comentarios
en general-. Miren, compañeros: yo voy a cumplir cincuenta años de
vida
y treinta de trabajo. Me siento cansado. Siempre he aceptado, y con gusto,
todas
aquellas tareas para las que ustedes tan cariñosamente me han solicitado. Y
todas
las he realizado con placer, con entusiasmo, con seriedad, como ustedes bien
lo
saben -un silencio todavía mayor se apodera de la sala. Todos miran a Inocencio
y
todos esperan-. Pero ya no puedo más, compañeros. Miren, oigan bien esto que
voy
a decirles: yo soy miembro del ejecutivo de nuestra seccion sindical, soy
miembro
del consejo técnico asesor del centro, soy responsable del mural, soy
activista
de emulación, ahorro y protección física de esta unidad, en mi cuadra
soy
vice-presidente del comitè de defensa, vocal en el consejo de vecinos, padrino
de
la federación, organizador del delegado de la circunscripción para asuntos
domésticos
del edificio donde vivo, soy miembro de la defensa, en la cual ocupo un
cargo
de asesor para asuntos teóricos, pertenezco a la asociación de innovadores
y
racionalizadores, asisto cuatro noches a la semana a la escuela de idiomas, voy
a
un
curso dirigido en la escuela del Partido todos los sábados, estoy en el coro de
aficionados
del sindicato municipal, ayudo en la meca a la empresa de insumos
que
está junto a mi edificio (la mecanógrafa está de maternidad y pidió un año de
licencia)...
-hace otra pausa, respira, extrae un pañuelo y se seca el sudor- y eso no
es
todo, compañeros. Oigan esto: me levanto al amanecer para llegar a tiempo
aquí,
regreso a mi casa ya cayendo la noche, cansado, agotado, y me pongo a
ayudar
a mi mujer en las tareas hogareñas hasta que salgo para la escuela, casi
acabadito
de llegar (a veces no tengo tiempo ni de bañarme) y es rara la noche
que
no me llaman para algo, y si a todo esto le sumamos el tiempo, las gestiones y
esfuerzos
que tengo que dedicar al trabajo propiamente dicho, a los mítines, las
asambleas,
los desfiles y las concentraciones, a las gestiones en la calle, a las citas
de
distintas organizaciones y organismos del estado, a las guaguas, a las
comisiones
en
las que figuro como miembro de honor... -y abre los brazos como si implorara al
cielo-
señores, no. No puedo aceptar. ¡No quiero aceptar! -el rostro de Inocencio
comienza
a transformarse mientras los rostros de sus compañeros de trabajo se
vuelven
máscaras de asombro-. Llegó la hora de decir que NO... Antes, yo veía que
todos
los compañeros aceptaban tareas, cargos, responsabilidades... pero desde
hace
algún tiempo lo que todos hacen es zafarle el cuerpo a las obligaciones y yo
veo
que me estoy quedando solo aquí... ¡El hombre orquesta!... Y no señor. ¡Está
bueno
ya de tanto abuso! -Inocencio tiene la piel color de sangre, suda, se ve algo
nervioso
y agitado-. ¡Está bueno ya! -ahora gesticula con las manos y los brazos y
alza
la voz-. ¡ESTA BUENO YA! ¿Qué se piensan conmigo? ¿Que yo me voy a echar
encima
toda la carga y ustedes van a estar paseando por ahí, limpiecitos, ociositos
y
yendo al cine o a la playa con esposas y esposos, y el vaina de Inocencio para
aqui
y para allá, y el verraco de Inocencio para esto y para lo otro, y el
comemierda
de
Inocencio en este cargo y en esta comisión?... -casi no puede respirar-. ¡Pues
no
señor!
Repito: esto se acabó. Y a partir de hoy, óiganlo bien, a partir de ahora
mismo
renuncio a todos los cargos que tengo y a todas las mierdas en que me han
metido.
Y que todos muerdan el cordobán. Y al carajo el cuento ese de la
integralidad
y la multiplicidad y todo ese lequeleque con el que me han embutido
todos
estos años -todos están como hipnotizados oyendo a Inocencio-, y sépanlo
bien:
a partir de este momento me quedo como miembro simple del sindicato y de
los
comités y nada más, ¡Se acabó! ¡Chirrín chirrán! ¡Y AL CARAJO LO DEMAS!
Inocencio
se sienta. Está colorado, sudado, descompueto. Todos vuelven sus
rostros.
Nadie dice nada. El secretario de la sección sindical se queda con la boca
abierta
como en éxtasis. Tras unos minutos de silencio se escuchan murmullos. Al fin
el
secretario reacciona y se dirige a la masa, tan bajito que casi no lo oyen en
el
fondo
de la sala.
--Bien,
compañeros... ¿hay alguna otra proposición para presidir la comisión de
análisis
para la entrega de productos industriales?
Augusto Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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