Le
puso el zapato encima a la colilla del cigarro. Todavía lo pensó un poco más,
hasta
que ya decidido subió la escalera, le dijo "buenas" al portero,
empujó la
puerta,
caminó unos pasos y se detuvo frente a la muchacha que le sonreía detrás
de
un buró sobre el que descansaban un teléfono, una guía telefónica vieja, una
agenda
abierta, un almanaquito de bolsillo, una carpeta, un bolígrafo gris, un
lápiz
mocho, fails repletos de papeles y papeles sueltos de distintos tipos, tamaños
y
colores.
--Buenas
tardes.
--Buenas
tardes.
--Compañera,
yo venía a...
--Un
momento, por favor. ECONADA, buenas tardes... no, no se encuentra el jefe de
atención...
no, está reunido... tampoco, está de viaje... la verdad que no sé qué
decirle,
unas veces viene más temprano, otras veces viene más tarde... sí, cómo no,
se
lo diré... por nada, compañero... adiós. Un momentico, eh, enseguida lo
atiendo.
--Sí,
sí, no tenga pena.
Miró
la habitación, las personas sentadas, la muchacha que registraba unos papeles
y
anotaba algo en uno de ellos.
--Siéntese,
compañero.
--No,
si yo nada más venía a...
Entraron
dos hombres por la puerta del pasillo. Uno de ellos tocó a la muchacha en
el
hombro y le dijo algunas cosas que ella respondió con bisílabos como claro,
hombre,
claro, anjá, segu, "entonces, ¿contamos contigo?", "está bien,
después que
atienda
al compañero", "ok, cosa linda, eso tú lo resuelves en un
santiamén", "eso
para
ti es como probarte una pitusa nueva", "por algo te dicen el meteoro
de la
máquina",
"está bien, está bien", hasta que los dos hombres lo miraron y se
fueron
por
la misma puerta por donde habían entrado.
--¡Qué
calor, eh?
--Sí,
la verdad, tremendo calor.
--Pero
siéntese, compañero.
--Gracias.
--Y
aquí que no tengo ni un ventilador, imagínese... déjame ver, antes que se me
olvide,
que tengo que sacar el porcentaje de mis horas voluntarias, porque esta
compañerita
nueva me ha puesto por abajo y eso no va, ¿dónde estará el papel
donde
yo tenía eso apuntado?, como si yo nada más que me dedicara a mis ocho
horas
de trabajo normal, ¿qué se habrá figurado?, ¿y las horas que me paso aquí
todos
los días después de las seis?, porque todos los días aparece algo, si no es el
jefe
que quiere que le copie una carta a última hora es el otro que viene con una
llamada
telefónica urgente, o alguno que se antoja de cualquier bobería a la hora
de
irse una, ¡ah!, eso ella no lo pone, eso ella no lo ve, pero claro, ¿cómo lo va
a
ver
si ella es la primera que se va echando a las mismas seis justicas?, ¿dónde
rayos
se
habrá metido el papelito ese?, aquí todo se pierde, y ahora el par de monos
esos
con su apurillo, siempre la misma jodedera, un poblema, una tiñosa, un
cohete,
como si una no tuviera sus propios problemas, ¡ah!, pero a mí no me van
a
atosigar, ah, no, yo sí que no me voy a enfermar de los nervios como Melania,
la
pobre,
la pobre no, la idiota, ¡ay!, este puñetero papel, se lo ha tragado la tierra,
una
se pasa el día aquí sudando y no la consideran a una, por eso fue que Jacinta
pidió
su traslado, porque esta rebambaramba no hay quien se la dispare, y el muy
condenado
papel este brillando por su ausencia que quiere decir olvido como dice
la
canción, no, si cuando yo lo digo, bueno, ya aparecerá, en algún lugar tiene
que
estar
metido, después lo seguiré buscando con más calma, a ver qué es lo que
quiere
este guanajo ahora... dígame, compañero.
--Mire,
la cosa es que...
Sonó
el teléfono otra vez. La muchacha hizo un gesto, como disculpándose, tomó
el
auricular y se puso a conversar al parecer con alguna amiga suya, porque
mencionó
la tremenda cola que tuvo que hacer para comprar el último corte que
le
quedaba, que la tela estaba preciosa, azul marino con ondulaciones blancas,
que
una mujer de las cañoneras esas que siempre las hay le había caído detrás y se
formó
un titingó que eso fue de película, que perdió una hora en el médico porque
desde
la semana pasada se sentía una molestia ahí en el vientre que... "¿cómo tú
dices?...
mira, no embromes... no, hija, no, ¡qué va!, ni lo sueñes, qué barbaridad...
no
me hagas reír... si te oye Joselito... no, muchacha, si lo que me mandó fue
Bicomplex
y un pomito de pastillas que ni me acuerdo del nombre que tienen... no,
esta
noche Joselito tiene guardia, no podemos... él es así, atravesado como una
rastra
en la curva de Moya"... y después de unos minutos más de cháchara, de tao
tao
tao y toco toco toco, ella dijo hasta luego o bueno mija o chao manita, y
colgó.
--Oigame...
--Irma,
¿tú tienes ahí los informes del último trimestre?
--Deja
ver. ¡Ay!, usted perdone, eh. Es que aquí no la dejan a una ni rascarse la
nariz.
--Mire,
si yo lo único que quiero es un...
--Sí,
compañero, sí. Un momentiquito nada más. No se impaciente. ¿Qué informes
son
esos que tú quieres, Gerardo?
--Los
informes generales del último trimestre, querubín. Los que tú copiaste.
--Ah,
sí, ya. Es que oye, la atosigan a una aquí y no digo yo. Así no se puede
trabajar,
¿verdad,
compañero?
--No,
claro.
--Yo
siempre tengo todas mis cosas ordenadas, porque si algo no me gusta a mí es
el
reguero, eh. Lo que pasa es que aquí viene todo el mundo y busca y registra y
trae
y deja y quita y pone y dígame usted... déjame ver por aquí... ¡ah!, al fin.
Aquí
están.
Aquí están los informes, Gerardo.
--Gracias,
cariño.
--Oigame,
por favor...
--Ay,
sí, cómo no, perdone, compañero. Bueno, usted se habrá fijado que yo no
paro
ni un minuto, ¿no?
--Sí,
pero...
--A
ver, a ver, dígame qué es lo que usted desea, compañero.
--Mire,
el problema es que a mí me dijeron que yo tenía que venir aquí para que me
entregaran
un certificado, porque...
--¿Quién
se lo dijo?
--¿Cómo
dice?
--Que
quién le dijo que tenía que venir aquí.
--Ah.
El jefe de Recursos Humanos de mi unidad.
--¿Dónde
trabaja usted?
--En
un taller que está...
--No
no no, ¿dónde?, quiero decir, ¿en qué organismo?
--Ah,
en el sectorial de...
--¡Irmaaa!
--¡Dimeee!
--Te
llama el Director, querida.
--Voy
enseguida. Con permiso.
La
muchacha salió por la puerta del pasillo y lo dejó con la boca a medio abrir.
Se
puso
de pie, haciendo muecas, y se desabrochó un botón de la camisa. "Pero qué
es
esto, mi madre. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Porque yo no entiendo nada.
Y
el calor que jode. La verdad que esto no hay quien se lo dispare. No no no,
para
resistir
esta jelenguera hay que tener sangre de chinche. Y ahora esta mujer sale y se
pierde
y lo deja a uno aquí al garete, como si uno no tuviera nada que hacer. ¡Le
zumba
la berenjena!" A los diez minutos se abrió la puerta del pasillo y la
muchacha
apareció
toqueteándose el pelo y contoneándose de acuerdo con las posibilidades
del
espacio.
--Compañera...
oiga... ¡compañeriiita!
--Espérese
un momento, señor, ¿no ve que estoy ocupada?
--Pero...
¡óigame!
La
muchacha desapareció otra vez y él tuvo que conformarse con echarle la
maldición
del negro prieto a la hora en que se le había ocurrido ir allí. Se abrió más
la
camisa, tirando un botón en el suelo, y estrujó la gorra con ambas manos. Se
secó
el sudor, miró a las demás personas que esperaban sentados, vio la hora en
su
reloj de pulsera y por supuesto, tuvo que esperar. Quince minutos después la
muchacha
reapareció triunfante y volvió a tocarse el pelo y a contonearse, esta
vez
discretamente, hasta que se sentó de nuevo en su buró.
--Oigame,
joven, ¿me va a hacer el favor de...
--Sí,
cómo no, pero siéntese, que ahí parado me pone nerviosa. Dígame qué es lo
que
usted quiere.
--Mire,
yo necesito un certificado para...
--¡Ay!,
este teléfono... me tiene mareada.
--Oigame...
--ECONADA,
dígame.
--Pero
óigame, joven...
--Buenas
tardes... espérese, que me van a hablar de distancia.
--Oigame,
yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando por usted...
--Sí,
sí, le habla Irma.
--Yo
tengo que trabajar...
--Irma,
la secretaria.
--Yo
no soy ningún lumpen ni la cabeza de un guanajo...
--Sí,
póngamela enseguida.
--Pero
¿qué es lo que se figura usted? ¿Que yo me voy a quedar aquí esperando
que
caiga la noche?
--Señor,
¿no ve que estoy hablando con La Habana?
--Mire,
mijita, yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando que usted hable
con
La Habana o con Cumanayagua, ¿me oyó? ¡Está bueno ya!
--Señor,
pero... ¿usted se figura que yo estoy aquí nada más que para atenderlo a
usted?
Un momento, operadora.
--A
mí eso no me interesa, a mí...
--Pues
mire, que le interese, ¿sabe?, porque por fin es que yo no estoy aquí en esta
oficina
echándome fresco en la cara ni nada por el estilo.
--Yo
no tengo nada que ver con eso, mijita, yo no puedo seguir aquí esperando
toda
la...
--¡No
me diga! Pues mire, siéntese y espere, que aquí todo el mundo tiene que
esperar,
y el que no pueda o no quiera esperar...
--¡Hace
más de dos horas que estoy esperando!
--Hágame
el favor de no alzarme la voz, eh, que a mí usted no me va a atosigar.
Ni
usted ni nadie, ¿me oyó?
--No
quiero oír ni timbales, lo que quiero es que me atienda de una puta vez.
--¡Pero...!
¡Oiga! ¿Cómo se atreve a hablarme así?
--¿Qué
sucede, Irma?
--Este
señor que...
--¡Este
señor que nada, coño!
--Oigame,
compañero, ¿qué manera de hablar es ésa?
--¡A
LA MIERDA!
El
hombre se fue, maldiciendo hasta a María Santísima, dejando a Irma y a Gerardo
con
las bocas abiertas y a las demás personas de pie y en silencio, le dio un
empujón
al portero, tumbó un latón de basura que había al pie de la escalera,
tropezó
con una señora que venía por la acerca, miró por última vez a la oficina,
hizo
una mueca, y se acordó de toda la parentela de la muchacha, de los demás
empleados,
del público que estaba allí esperando, y hasta de la pobre señora con
la
que había tropezado, que ahora lo miraba extrañada y se quejaba débilmente...
Augusto Lázaro
http://laenvolvencia.blogspot.com
Le
puso el zapato encima a la colilla del cigarro. Todavía lo pensó un poco más,
hasta
que ya decidido subió la escalera, le dijo "buenas" al portero,
empujó la
puerta,
caminó unos pasos y se detuvo frente a la muchacha que le sonreía detrás
de
un buró sobre el que descansaban un teléfono, una guía telefónica vieja, una
agenda
abierta, un almanaquito de bolsillo, una carpeta, un bolígrafo gris, un
lápiz
mocho, fails repletos de papeles y papeles sueltos de distintos tipos, tamaños
y
colores.
--Buenas
tardes.
--Buenas
tardes.
--Compañera,
yo venía a...
--Un
momento, por favor. ECONADA, buenas tardes... no, no se encuentra el jefe de
atención...
no, está reunido... tampoco, está de viaje... la verdad que no sé qué
decirle,
unas veces viene más temprano, otras veces viene más tarde... sí, cómo no,
se
lo diré... por nada, compañero... adiós. Un momentico, eh, enseguida lo
atiendo.
--Sí,
sí, no tenga pena.
Miró
la habitación, las personas sentadas, la muchacha que registraba unos papeles
y
anotaba algo en uno de ellos.
--Siéntese,
compañero.
--No,
si yo nada más venía a...
Entraron
dos hombres por la puerta del pasillo. Uno de ellos tocó a la muchacha en
el
hombro y le dijo algunas cosas que ella respondió con bisílabos como claro,
hombre,
claro, anjá, segu, "entonces, ¿contamos contigo?", "está bien,
después que
atienda
al compañero", "ok, cosa linda, eso tú lo resuelves en un
santiamén", "eso
para
ti es como probarte una pitusa nueva", "por algo te dicen el meteoro
de la
máquina",
"está bien, está bien", hasta que los dos hombres lo miraron y se
fueron
por
la misma puerta por donde habían entrado.
--¡Qué
calor, eh?
--Sí,
la verdad, tremendo calor.
--Pero
siéntese, compañero.
--Gracias.
--Y
aquí que no tengo ni un ventilador, imagínese... déjame ver, antes que se me
olvide,
que tengo que sacar el porcentaje de mis horas voluntarias, porque esta
compañerita
nueva me ha puesto por abajo y eso no va, ¿dónde estará el papel
donde
yo tenía eso apuntado?, como si yo nada más que me dedicara a mis ocho
horas
de trabajo normal, ¿qué se habrá figurado?, ¿y las horas que me paso aquí
todos
los días después de las seis?, porque todos los días aparece algo, si no es el
jefe
que quiere que le copie una carta a última hora es el otro que viene con una
llamada
telefónica urgente, o alguno que se antoja de cualquier bobería a la hora
de
irse una, ¡ah!, eso ella no lo pone, eso ella no lo ve, pero claro, ¿cómo lo va
a
ver
si ella es la primera que se va echando a las mismas seis justicas?, ¿dónde
rayos
se
habrá metido el papelito ese?, aquí todo se pierde, y ahora el par de monos
esos
con su apurillo, siempre la misma jodedera, un poblema, una tiñosa, un
cohete,
como si una no tuviera sus propios problemas, ¡ah!, pero a mí no me van
a
atosigar, ah, no, yo sí que no me voy a enfermar de los nervios como Melania,
la
pobre,
la pobre no, la idiota, ¡ay!, este puñetero papel, se lo ha tragado la tierra,
una
se pasa el día aquí sudando y no la consideran a una, por eso fue que Jacinta
pidió
su traslado, porque esta rebambaramba no hay quien se la dispare, y el muy
condenado
papel este brillando por su ausencia que quiere decir olvido como dice
la
canción, no, si cuando yo lo digo, bueno, ya aparecerá, en algún lugar tiene
que
estar
metido, después lo seguiré buscando con más calma, a ver qué es lo que
quiere
este guanajo ahora... dígame, compañero.
--Mire,
la cosa es que...
Sonó
el teléfono otra vez. La muchacha hizo un gesto, como disculpándose, tomó
el
auricular y se puso a conversar al parecer con alguna amiga suya, porque
mencionó
la tremenda cola que tuvo que hacer para comprar el último corte que
le
quedaba, que la tela estaba preciosa, azul marino con ondulaciones blancas,
que
una mujer de las cañoneras esas que siempre las hay le había caído detrás y se
formó
un titingó que eso fue de película, que perdió una hora en el médico porque
desde
la semana pasada se sentía una molestia ahí en el vientre que... "¿cómo tú
dices?...
mira, no embromes... no, hija, no, ¡qué va!, ni lo sueñes, qué barbaridad...
no
me hagas reír... si te oye Joselito... no, muchacha, si lo que me mandó fue
Bicomplex
y un pomito de pastillas que ni me acuerdo del nombre que tienen... no,
esta
noche Joselito tiene guardia, no podemos... él es así, atravesado como una
rastra
en la curva de Moya"... y después de unos minutos más de cháchara, de tao
tao
tao y toco toco toco, ella dijo hasta luego o bueno mija o chao manita, y
colgó.
--Oigame...
--Irma,
¿tú tienes ahí los informes del último trimestre?
--Deja
ver. ¡Ay!, usted perdone, eh. Es que aquí no la dejan a una ni rascarse la
nariz.
--Mire,
si yo lo único que quiero es un...
--Sí,
compañero, sí. Un momentiquito nada más. No se impaciente. ¿Qué informes
son
esos que tú quieres, Gerardo?
--Los
informes generales del último trimestre, querubín. Los que tú copiaste.
--Ah,
sí, ya. Es que oye, la atosigan a una aquí y no digo yo. Así no se puede
trabajar,
¿verdad,
compañero?
--No,
claro.
--Yo
siempre tengo todas mis cosas ordenadas, porque si algo no me gusta a mí es
el
reguero, eh. Lo que pasa es que aquí viene todo el mundo y busca y registra y
trae
y deja y quita y pone y dígame usted... déjame ver por aquí... ¡ah!, al fin.
Aquí
están.
Aquí están los informes, Gerardo.
--Gracias,
cariño.
--Oigame,
por favor...
--Ay,
sí, cómo no, perdone, compañero. Bueno, usted se habrá fijado que yo no
paro
ni un minuto, ¿no?
--Sí,
pero...
--A
ver, a ver, dígame qué es lo que usted desea, compañero.
--Mire,
el problema es que a mí me dijeron que yo tenía que venir aquí para que me
entregaran
un certificado, porque...
--¿Quién
se lo dijo?
--¿Cómo
dice?
--Que
quién le dijo que tenía que venir aquí.
--Ah.
El jefe de Recursos Humanos de mi unidad.
--¿Dónde
trabaja usted?
--En
un taller que está...
--No
no no, ¿dónde?, quiero decir, ¿en qué organismo?
--Ah,
en el sectorial de...
--¡Irmaaa!
--¡Dimeee!
--Te
llama el Director, querida.
--Voy
enseguida. Con permiso.
La
muchacha salió por la puerta del pasillo y lo dejó con la boca a medio abrir.
Se
puso
de pie, haciendo muecas, y se desabrochó un botón de la camisa. "Pero qué
es
esto, mi madre. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Porque yo no entiendo nada.
Y
el calor que jode. La verdad que esto no hay quien se lo dispare. No no no,
para
resistir
esta jelenguera hay que tener sangre de chinche. Y ahora esta mujer sale y se
pierde
y lo deja a uno aquí al garete, como si uno no tuviera nada que hacer. ¡Le
zumba
la berenjena!" A los diez minutos se abrió la puerta del pasillo y la
muchacha
apareció
toqueteándose el pelo y contoneándose de acuerdo con las posibilidades
del
espacio.
--Compañera...
oiga... ¡compañeriiita!
--Espérese
un momento, señor, ¿no ve que estoy ocupada?
--Pero...
¡óigame!
La
muchacha desapareció otra vez y él tuvo que conformarse con echarle la
maldición
del negro prieto a la hora en que se le había ocurrido ir allí. Se abrió más
la
camisa, tirando un botón en el suelo, y estrujó la gorra con ambas manos. Se
secó
el sudor, miró a las demás personas que esperaban sentados, vio la hora en
su
reloj de pulsera y por supuesto, tuvo que esperar. Quince minutos después la
muchacha
reapareció triunfante y volvió a tocarse el pelo y a contonearse, esta
vez
discretamente, hasta que se sentó de nuevo en su buró.
--Oigame,
joven, ¿me va a hacer el favor de...
--Sí,
cómo no, pero siéntese, que ahí parado me pone nerviosa. Dígame qué es lo
que
usted quiere.
--Mire,
yo necesito un certificado para...
--¡Ay!,
este teléfono... me tiene mareada.
--Oigame...
--ECONADA,
dígame.
--Pero
óigame, joven...
--Buenas
tardes... espérese, que me van a hablar de distancia.
--Oigame,
yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando por usted...
--Sí,
sí, le habla Irma.
--Yo
tengo que trabajar...
--Irma,
la secretaria.
--Yo
no soy ningún lumpen ni la cabeza de un guanajo...
--Sí,
póngamela enseguida.
--Pero
¿qué es lo que se figura usted? ¿Que yo me voy a quedar aquí esperando
que
caiga la noche?
--Señor,
¿no ve que estoy hablando con La Habana?
--Mire,
mijita, yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando que usted hable
con
La Habana o con Cumanayagua, ¿me oyó? ¡Está bueno ya!
--Señor,
pero... ¿usted se figura que yo estoy aquí nada más que para atenderlo a
usted?
Un momento, operadora.
--A
mí eso no me interesa, a mí...
--Pues
mire, que le interese, ¿sabe?, porque por fin es que yo no estoy aquí en esta
oficina
echándome fresco en la cara ni nada por el estilo.
--Yo
no tengo nada que ver con eso, mijita, yo no puedo seguir aquí esperando
toda
la...
--¡No
me diga! Pues mire, siéntese y espere, que aquí todo el mundo tiene que
esperar,
y el que no pueda o no quiera esperar...
--¡Hace
más de dos horas que estoy esperando!
--Hágame
el favor de no alzarme la voz, eh, que a mí usted no me va a atosigar.
Ni
usted ni nadie, ¿me oyó?
--No
quiero oír ni timbales, lo que quiero es que me atienda de una puta vez.
--¡Pero...!
¡Oiga! ¿Cómo se atreve a hablarme así?
--¿Qué
sucede, Irma?
--Este
señor que...
--¡Este
señor que nada, coño!
--Oigame,
compañero, ¿qué manera de hablar es ésa?
--¡A
LA MIERDA!
El
hombre se fue, maldiciendo hasta a María Santísima, dejando a Irma y a Gerardo
con
las bocas abiertas y a las demás personas de pie y en silencio, le dio un
empujón
al portero, tumbó un latón de basura que había al pie de la escalera,
tropezó
con una señora que venía por la acerca, miró por última vez a la oficina,
hizo
una mueca, y se acordó de toda la parentela de la muchacha, de los demás
empleados,
del público que estaba allí esperando, y hasta de la pobre señora con
la
que había tropezado, que ahora lo miraba extrañada y se quejaba débilmente...
Augusto Lázaro
http://laenvolvencia.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario