lunes, 27 de junio de 2016

YO LO UNICO QUE QUIERO ES UN,,,

Le puso el zapato encima a la colilla del cigarro. Todavía lo pensó un poco más,

hasta que ya decidido subió la escalera, le dijo "buenas" al portero, empujó la

puerta, caminó unos pasos y se detuvo frente a la muchacha que le sonreía detrás

de un buró sobre el que descansaban un teléfono, una guía telefónica vieja, una

agenda abierta, un almanaquito de bolsillo, una carpeta, un bolígrafo gris, un

lápiz mocho, fails repletos de papeles y papeles sueltos de distintos tipos, tamaños

y colores.

--Buenas tardes.

--Buenas tardes.

--Compañera, yo venía a...

--Un momento, por favor. ECONADA, buenas tardes... no, no se encuentra el jefe de

atención... no, está reunido... tampoco, está de viaje... la verdad que no sé qué

decirle, unas veces viene más temprano, otras veces viene más tarde... sí, cómo no,

se lo diré... por nada, compañero... adiós. Un momentico, eh, enseguida lo atiendo.

--Sí, sí, no tenga pena.

Miró la habitación, las personas sentadas, la muchacha que registraba unos papeles

y anotaba algo en uno de ellos.

--Siéntese, compañero.

--No, si yo nada más venía a...

Entraron dos hombres por la puerta del pasillo. Uno de ellos tocó a la muchacha en

el hombro y le dijo algunas cosas que ella respondió con bisílabos como claro,

hombre, claro, anjá, segu, "entonces, ¿contamos contigo?", "está bien, después que

atienda al compañero", "ok, cosa linda, eso tú lo resuelves en un santiamén", "eso

para ti es como probarte una pitusa nueva", "por algo te dicen el meteoro de la

máquina", "está bien, está bien", hasta que los dos hombres lo miraron y se fueron

por la misma puerta por donde habían entrado.

--¡Qué calor, eh?

--Sí, la verdad, tremendo calor.

--Pero siéntese, compañero.

--Gracias.

--Y aquí que no tengo ni un ventilador, imagínese... déjame ver, antes que se me

olvide, que tengo que sacar el porcentaje de mis horas voluntarias, porque esta

compañerita nueva me ha puesto por abajo y eso no va, ¿dónde estará el papel

donde yo tenía eso apuntado?, como si yo nada más que me dedicara a mis ocho

horas de trabajo normal, ¿qué se habrá figurado?, ¿y las horas que me paso aquí

todos los días después de las seis?, porque todos los días aparece algo, si no es el

jefe que quiere que le copie una carta a última hora es el otro que viene con una

llamada telefónica urgente, o alguno que se antoja de cualquier bobería a la hora

de irse una, ¡ah!, eso ella no lo pone, eso ella no lo ve, pero claro, ¿cómo lo va a

ver si ella es la primera que se va echando a las mismas seis justicas?, ¿dónde rayos

se habrá metido el papelito ese?, aquí todo se pierde, y ahora el par de monos

esos con su apurillo, siempre la misma jodedera, un poblema, una tiñosa, un

cohete, como si una no tuviera sus propios problemas, ¡ah!, pero a mí no me van

a atosigar, ah, no, yo sí que no me voy a enfermar de los nervios como Melania, la

pobre, la pobre no, la idiota, ¡ay!, este puñetero papel, se lo ha tragado la tierra,

una se pasa el día aquí sudando y no la consideran a una, por eso fue que Jacinta

pidió su traslado, porque esta rebambaramba no hay quien se la dispare, y el muy

condenado papel este brillando por su ausencia que quiere decir olvido como dice

la canción, no, si cuando yo lo digo, bueno, ya aparecerá, en algún lugar tiene que

estar metido, después lo seguiré buscando con más calma, a ver qué es lo que

quiere este guanajo ahora... dígame, compañero.

--Mire, la cosa es que...

Sonó el teléfono otra vez. La muchacha hizo un gesto, como disculpándose, tomó

el auricular y se puso a conversar al parecer con alguna amiga suya, porque

mencionó la tremenda cola que tuvo que hacer para comprar el último corte que

le quedaba, que la tela estaba preciosa, azul marino con ondulaciones blancas,

que una mujer de las cañoneras esas que siempre las hay le había caído detrás y se

formó un titingó que eso fue de película, que perdió una hora en el médico porque

desde la semana pasada se sentía una molestia ahí en el vientre que... "¿cómo tú

dices?... mira, no embromes... no, hija, no, ¡qué va!, ni lo sueñes, qué barbaridad...

no me hagas reír... si te oye Joselito... no, muchacha, si lo que me mandó fue

Bicomplex y un pomito de pastillas que ni me acuerdo del nombre que tienen... no,

esta noche Joselito tiene guardia, no podemos... él es así, atravesado como una

rastra en la curva de Moya"... y después de unos minutos más de cháchara, de tao

tao tao y toco toco toco, ella dijo hasta luego o bueno mija o chao manita, y

colgó.

--Oigame...

--Irma, ¿tú tienes ahí los informes del último trimestre?

--Deja ver. ¡Ay!, usted perdone, eh. Es que aquí no la dejan a una ni rascarse la nariz.

--Mire, si yo lo único que quiero es un...

--Sí, compañero, sí. Un momentiquito nada más. No se impaciente. ¿Qué informes

son esos que tú quieres, Gerardo?

--Los informes generales del último trimestre, querubín. Los que tú copiaste.

--Ah, sí, ya. Es que oye, la atosigan a una aquí y no digo yo. Así no se puede trabajar,

¿verdad, compañero?

--No, claro.

--Yo siempre tengo todas mis cosas ordenadas, porque si algo no me gusta a mí es

el reguero, eh. Lo que pasa es que aquí viene todo el mundo y busca y registra y

trae y deja y quita y pone y dígame usted... déjame ver por aquí... ¡ah!, al fin. Aquí

están. Aquí están los informes, Gerardo.

--Gracias, cariño.

--Oigame, por favor...

--Ay, sí, cómo no, perdone, compañero. Bueno, usted se habrá fijado que yo no

paro ni un minuto, ¿no?

--Sí, pero...

--A ver, a ver, dígame qué es lo que usted desea, compañero.

--Mire, el problema es que a mí me dijeron que yo tenía que venir aquí para que me

entregaran un certificado, porque...

--¿Quién se lo dijo?

--¿Cómo dice?

--Que quién le dijo que tenía que venir aquí.

--Ah. El jefe de Recursos Humanos de mi unidad.

--¿Dónde trabaja usted?

--En un taller que está...

--No no no, ¿dónde?, quiero decir, ¿en qué organismo?

--Ah, en el sectorial de...

--¡Irmaaa!

--¡Dimeee!

--Te llama el Director, querida.

--Voy enseguida. Con permiso.

La muchacha salió por la puerta del pasillo y lo dejó con la boca a medio abrir. Se

puso de pie, haciendo muecas, y se desabrochó un botón de la camisa. "Pero qué

es esto, mi madre. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Porque yo no entiendo nada.

Y el calor que jode. La verdad que esto no hay quien se lo dispare. No no no, para

resistir esta jelenguera hay que tener sangre de chinche. Y ahora esta mujer sale y se

pierde y lo deja a uno aquí al garete, como si uno no tuviera nada que hacer. ¡Le

zumba la berenjena!" A los diez minutos se abrió la puerta del pasillo y la muchacha

apareció toqueteándose el pelo y contoneándose de acuerdo con las posibilidades

del espacio.

--Compañera... oiga... ¡compañeriiita!

--Espérese un momento, señor, ¿no ve que estoy ocupada?

--Pero... ¡óigame!

La muchacha desapareció otra vez y él tuvo que conformarse con echarle la

maldición del negro prieto a la hora en que se le había ocurrido ir allí. Se abrió más

la camisa, tirando un botón en el suelo, y estrujó la gorra con ambas manos. Se

secó el sudor, miró a las demás personas que esperaban sentados, vio la hora en

su reloj de pulsera y por supuesto, tuvo que esperar. Quince minutos después la

muchacha reapareció triunfante y volvió a tocarse el pelo y a contonearse, esta

vez discretamente, hasta que se sentó de nuevo en su buró.

--Oigame, joven, ¿me va a hacer el favor de...

--Sí, cómo no, pero siéntese, que ahí parado me pone nerviosa. Dígame qué es lo

que usted quiere.

--Mire, yo necesito un certificado para...

--¡Ay!, este teléfono... me tiene mareada.

--Oigame...

--ECONADA, dígame.

--Pero óigame, joven...

--Buenas tardes... espérese, que me van a hablar de distancia.

--Oigame, yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando por usted...

--Sí, sí, le habla Irma.

--Yo tengo que trabajar...

--Irma, la secretaria.

--Yo no soy ningún lumpen ni la cabeza de un guanajo...

--Sí, póngamela enseguida.

--Pero ¿qué es lo que se figura usted? ¿Que yo me voy a quedar aquí esperando

que caiga la noche?

--Señor, ¿no ve que estoy hablando con La Habana?

--Mire, mijita, yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando que usted hable

con La Habana o con Cumanayagua, ¿me oyó? ¡Está bueno ya!

--Señor, pero... ¿usted se figura que yo estoy aquí nada más que para atenderlo a

usted? Un momento, operadora.

--A mí eso no me interesa, a mí...

--Pues mire, que le interese, ¿sabe?, porque por fin es que yo no estoy aquí en esta

oficina echándome fresco en la cara ni nada por el estilo.

--Yo no tengo nada que ver con eso, mijita, yo no puedo seguir aquí esperando

toda la...

--¡No me diga! Pues mire, siéntese y espere, que aquí todo el mundo tiene que

esperar, y el que no pueda o no quiera esperar...

--¡Hace más de dos horas que estoy esperando!

--Hágame el favor de no alzarme la voz, eh, que a mí usted no me va a atosigar.

Ni usted ni nadie, ¿me oyó?

--No quiero oír ni timbales, lo que quiero es que me atienda de una puta vez.

--¡Pero...! ¡Oiga! ¿Cómo se atreve a hablarme así?

--¿Qué sucede, Irma?

--Este señor que...

--¡Este señor que nada, coño!

--Oigame, compañero, ¿qué manera de hablar es ésa?

--¡A LA MIERDA!

El hombre se fue, maldiciendo hasta a María Santísima, dejando a Irma y a Gerardo

con las bocas abiertas y a las demás personas de pie y en silencio, le dio un

empujón al portero, tumbó un latón de basura que había al pie de la escalera,

tropezó con una señora que venía por la acerca, miró por última vez a la oficina,

hizo una mueca, y se acordó de toda la parentela de la muchacha, de los demás

empleados, del público que estaba allí esperando, y hasta de la pobre señora con

la que había tropezado, que ahora lo miraba extrañada y se quejaba débilmente...



Augusto Lázaro


http://laenvolvencia.blogspot.com



Le puso el zapato encima a la colilla del cigarro. Todavía lo pensó un poco más,

hasta que ya decidido subió la escalera, le dijo "buenas" al portero, empujó la

puerta, caminó unos pasos y se detuvo frente a la muchacha que le sonreía detrás

de un buró sobre el que descansaban un teléfono, una guía telefónica vieja, una

agenda abierta, un almanaquito de bolsillo, una carpeta, un bolígrafo gris, un

lápiz mocho, fails repletos de papeles y papeles sueltos de distintos tipos, tamaños

y colores.

--Buenas tardes.

--Buenas tardes.

--Compañera, yo venía a...

--Un momento, por favor. ECONADA, buenas tardes... no, no se encuentra el jefe de

atención... no, está reunido... tampoco, está de viaje... la verdad que no sé qué

decirle, unas veces viene más temprano, otras veces viene más tarde... sí, cómo no,

se lo diré... por nada, compañero... adiós. Un momentico, eh, enseguida lo atiendo.

--Sí, sí, no tenga pena.

Miró la habitación, las personas sentadas, la muchacha que registraba unos papeles

y anotaba algo en uno de ellos.

--Siéntese, compañero.

--No, si yo nada más venía a...

Entraron dos hombres por la puerta del pasillo. Uno de ellos tocó a la muchacha en

el hombro y le dijo algunas cosas que ella respondió con bisílabos como claro,

hombre, claro, anjá, segu, "entonces, ¿contamos contigo?", "está bien, después que

atienda al compañero", "ok, cosa linda, eso tú lo resuelves en un santiamén", "eso

para ti es como probarte una pitusa nueva", "por algo te dicen el meteoro de la

máquina", "está bien, está bien", hasta que los dos hombres lo miraron y se fueron

por la misma puerta por donde habían entrado.

--¡Qué calor, eh?

--Sí, la verdad, tremendo calor.

--Pero siéntese, compañero.

--Gracias.

--Y aquí que no tengo ni un ventilador, imagínese... déjame ver, antes que se me

olvide, que tengo que sacar el porcentaje de mis horas voluntarias, porque esta

compañerita nueva me ha puesto por abajo y eso no va, ¿dónde estará el papel

donde yo tenía eso apuntado?, como si yo nada más que me dedicara a mis ocho

horas de trabajo normal, ¿qué se habrá figurado?, ¿y las horas que me paso aquí

todos los días después de las seis?, porque todos los días aparece algo, si no es el

jefe que quiere que le copie una carta a última hora es el otro que viene con una

llamada telefónica urgente, o alguno que se antoja de cualquier bobería a la hora

de irse una, ¡ah!, eso ella no lo pone, eso ella no lo ve, pero claro, ¿cómo lo va a

ver si ella es la primera que se va echando a las mismas seis justicas?, ¿dónde rayos

se habrá metido el papelito ese?, aquí todo se pierde, y ahora el par de monos

esos con su apurillo, siempre la misma jodedera, un poblema, una tiñosa, un

cohete, como si una no tuviera sus propios problemas, ¡ah!, pero a mí no me van

a atosigar, ah, no, yo sí que no me voy a enfermar de los nervios como Melania, la

pobre, la pobre no, la idiota, ¡ay!, este puñetero papel, se lo ha tragado la tierra,

una se pasa el día aquí sudando y no la consideran a una, por eso fue que Jacinta

pidió su traslado, porque esta rebambaramba no hay quien se la dispare, y el muy

condenado papel este brillando por su ausencia que quiere decir olvido como dice

la canción, no, si cuando yo lo digo, bueno, ya aparecerá, en algún lugar tiene que

estar metido, después lo seguiré buscando con más calma, a ver qué es lo que

quiere este guanajo ahora... dígame, compañero.

--Mire, la cosa es que...

Sonó el teléfono otra vez. La muchacha hizo un gesto, como disculpándose, tomó

el auricular y se puso a conversar al parecer con alguna amiga suya, porque

mencionó la tremenda cola que tuvo que hacer para comprar el último corte que

le quedaba, que la tela estaba preciosa, azul marino con ondulaciones blancas,

que una mujer de las cañoneras esas que siempre las hay le había caído detrás y se

formó un titingó que eso fue de película, que perdió una hora en el médico porque

desde la semana pasada se sentía una molestia ahí en el vientre que... "¿cómo tú

dices?... mira, no embromes... no, hija, no, ¡qué va!, ni lo sueñes, qué barbaridad...

no me hagas reír... si te oye Joselito... no, muchacha, si lo que me mandó fue

Bicomplex y un pomito de pastillas que ni me acuerdo del nombre que tienen... no,

esta noche Joselito tiene guardia, no podemos... él es así, atravesado como una

rastra en la curva de Moya"... y después de unos minutos más de cháchara, de tao

tao tao y toco toco toco, ella dijo hasta luego o bueno mija o chao manita, y

colgó.

--Oigame...

--Irma, ¿tú tienes ahí los informes del último trimestre?

--Deja ver. ¡Ay!, usted perdone, eh. Es que aquí no la dejan a una ni rascarse la nariz.

--Mire, si yo lo único que quiero es un...

--Sí, compañero, sí. Un momentiquito nada más. No se impaciente. ¿Qué informes

son esos que tú quieres, Gerardo?

--Los informes generales del último trimestre, querubín. Los que tú copiaste.

--Ah, sí, ya. Es que oye, la atosigan a una aquí y no digo yo. Así no se puede trabajar,

¿verdad, compañero?

--No, claro.

--Yo siempre tengo todas mis cosas ordenadas, porque si algo no me gusta a mí es

el reguero, eh. Lo que pasa es que aquí viene todo el mundo y busca y registra y

trae y deja y quita y pone y dígame usted... déjame ver por aquí... ¡ah!, al fin. Aquí

están. Aquí están los informes, Gerardo.

--Gracias, cariño.

--Oigame, por favor...

--Ay, sí, cómo no, perdone, compañero. Bueno, usted se habrá fijado que yo no

paro ni un minuto, ¿no?

--Sí, pero...

--A ver, a ver, dígame qué es lo que usted desea, compañero.

--Mire, el problema es que a mí me dijeron que yo tenía que venir aquí para que me

entregaran un certificado, porque...

--¿Quién se lo dijo?

--¿Cómo dice?

--Que quién le dijo que tenía que venir aquí.

--Ah. El jefe de Recursos Humanos de mi unidad.

--¿Dónde trabaja usted?

--En un taller que está...

--No no no, ¿dónde?, quiero decir, ¿en qué organismo?

--Ah, en el sectorial de...

--¡Irmaaa!

--¡Dimeee!

--Te llama el Director, querida.

--Voy enseguida. Con permiso.

La muchacha salió por la puerta del pasillo y lo dejó con la boca a medio abrir. Se

puso de pie, haciendo muecas, y se desabrochó un botón de la camisa. "Pero qué

es esto, mi madre. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Porque yo no entiendo nada.

Y el calor que jode. La verdad que esto no hay quien se lo dispare. No no no, para

resistir esta jelenguera hay que tener sangre de chinche. Y ahora esta mujer sale y se

pierde y lo deja a uno aquí al garete, como si uno no tuviera nada que hacer. ¡Le

zumba la berenjena!" A los diez minutos se abrió la puerta del pasillo y la muchacha

apareció toqueteándose el pelo y contoneándose de acuerdo con las posibilidades

del espacio.

--Compañera... oiga... ¡compañeriiita!

--Espérese un momento, señor, ¿no ve que estoy ocupada?

--Pero... ¡óigame!

La muchacha desapareció otra vez y él tuvo que conformarse con echarle la

maldición del negro prieto a la hora en que se le había ocurrido ir allí. Se abrió más

la camisa, tirando un botón en el suelo, y estrujó la gorra con ambas manos. Se

secó el sudor, miró a las demás personas que esperaban sentados, vio la hora en

su reloj de pulsera y por supuesto, tuvo que esperar. Quince minutos después la

muchacha reapareció triunfante y volvió a tocarse el pelo y a contonearse, esta

vez discretamente, hasta que se sentó de nuevo en su buró.

--Oigame, joven, ¿me va a hacer el favor de...

--Sí, cómo no, pero siéntese, que ahí parado me pone nerviosa. Dígame qué es lo

que usted quiere.

--Mire, yo necesito un certificado para...

--¡Ay!, este teléfono... me tiene mareada.

--Oigame...

--ECONADA, dígame.

--Pero óigame, joven...

--Buenas tardes... espérese, que me van a hablar de distancia.

--Oigame, yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando por usted...

--Sí, sí, le habla Irma.

--Yo tengo que trabajar...

--Irma, la secretaria.

--Yo no soy ningún lumpen ni la cabeza de un guanajo...

--Sí, póngamela enseguida.

--Pero ¿qué es lo que se figura usted? ¿Que yo me voy a quedar aquí esperando

que caiga la noche?

--Señor, ¿no ve que estoy hablando con La Habana?

--Mire, mijita, yo no me voy a pasar la tarde entera aquí esperando que usted hable

con La Habana o con Cumanayagua, ¿me oyó? ¡Está bueno ya!

--Señor, pero... ¿usted se figura que yo estoy aquí nada más que para atenderlo a

usted? Un momento, operadora.

--A mí eso no me interesa, a mí...

--Pues mire, que le interese, ¿sabe?, porque por fin es que yo no estoy aquí en esta

oficina echándome fresco en la cara ni nada por el estilo.

--Yo no tengo nada que ver con eso, mijita, yo no puedo seguir aquí esperando

toda la...

--¡No me diga! Pues mire, siéntese y espere, que aquí todo el mundo tiene que

esperar, y el que no pueda o no quiera esperar...

--¡Hace más de dos horas que estoy esperando!

--Hágame el favor de no alzarme la voz, eh, que a mí usted no me va a atosigar.

Ni usted ni nadie, ¿me oyó?

--No quiero oír ni timbales, lo que quiero es que me atienda de una puta vez.

--¡Pero...! ¡Oiga! ¿Cómo se atreve a hablarme así?

--¿Qué sucede, Irma?

--Este señor que...

--¡Este señor que nada, coño!

--Oigame, compañero, ¿qué manera de hablar es ésa?

--¡A LA MIERDA!

El hombre se fue, maldiciendo hasta a María Santísima, dejando a Irma y a Gerardo

con las bocas abiertas y a las demás personas de pie y en silencio, le dio un

empujón al portero, tumbó un latón de basura que había al pie de la escalera,

tropezó con una señora que venía por la acerca, miró por última vez a la oficina,

hizo una mueca, y se acordó de toda la parentela de la muchacha, de los demás

empleados, del público que estaba allí esperando, y hasta de la pobre señora con

la que había tropezado, que ahora lo miraba extrañada y se quejaba débilmente...



Augusto Lázaro


http://laenvolvencia.blogspot.com



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