Todas
las noches me desvelo, pensando en mi mamá. Por mucho esfuerzo que
haga
por pensar en otra cosa, siempre termino pensando en mi mamá. Y me duele
la
cabeza, a pesar de que me tomo una o dos aspirinas antes de acostarme. Me
duele
la cabeza y pienso en mi mamá. Bertica ni se mueve, duerme como un
angelito,
si al menos se despertara me entretendría un poco. Cuando pasan las
horas
y no puedo conciliar el sueño me dan deseos de despertarla, pero miro su
carita
inocente, tan feliz en su sueño, que no tengo valor para cortárselo. Entonces
me
pongo a dar vueltas por toda la casa, enciendo las luces de los cuartos, del
pasillo,
de la sala, del baño, de la cocina, y me da por tomarme muchas tazas de
café,
una tras otra, a ver si me intoxico y se me quita esta angustia, o a ver si me
reviento
de una vez y no pienso más en mi mamá ni en otra cosa y me duermo para
siempre.
No debería pensar tanto en mi mamá, al fin que ella se fue con mi padre y
mis
hermanos y me dejó aquí sola, con la niña, y arréglatelas como puedas. Claro,
tenía
que irse, cómo no, tenía que irse con el toro furioso, ya lo creo, pero yo tuve
que
quedarme y tengo que joderme aquí sola, porque a nadie le importa una
mierda
que yo esté aquí sola con la niña, pasando las noches en vela, pensando, sí,
pensando,
como si eso fuera lo único que puedo y debo hacer: pensar. Y pensar en
cosas
malas, porque en mi cabeza no hay ni un solo pensamiento bueno. Ni uno
solo.
Desde que se fue mi mamá ya no sé si en el mundo existen cosas buenas,
bonitas
y agradables. No. Lo único que sé es que mi mamá se largó para el Norte y
yo
estoy sola aquí con mi hija casi recién nacida, con el asma que me atenaza casi
constantemente,
y sin esperanzas de reunirme allá con mi mamá, porque el muy
desgraciado
de Tony no entra por el aro, ¿qué tú dices?, estás loca, mocosa, si
crees
que voy a dejar que te lleves a mi hija, olvida el tango, nené. Eso fue lo que
me
dijo cuando fui a verlo a la cárcel. El hijo de puta. Ah, sí, pero si él quiere
joder, yo
también
voy a joder, no le voy a llevar a Bertica para que la vea y se acabó. Pero el
caso
es que me tengo que quedar aquí encerrada, en esta casa que poco a poco
se
me irá cayendo encima, y todas las noches el mismo cuento: desvelo, dolor de
cabeza,
café, aspirinas, pañales, biberones, frota que frota, dobla que dobla,
tiende
que tiende, y yo cada vez más flacundenga, más ojerosa, más desencajada.
Y
cuando llega la noche esta casa se convierte en una pesadilla, entonces las
paredes
de mi cuarto se mueven, se acercan a mi cama, me van a apachurrar, y
todo
se me viene encima, me aplasta, me tritura, me asfixia, abro la boca totalmente
y
se me salen los ojos, doy un salto y grito, grito, grito, y me dejo caer otra
vez sobre
el
colchón que cruje y hace un ruido del demonio por los muelles desvencijados...
Me
quedo quieta, rendida ante la realidad sin salida posible, hasta que ya de
madrugada,
cuando comienzan a cantar los gorriones en las matas del patio de
Aleida,
se me van cerrando los ojos por el agotamiento, la luz se va apagando, y
ya
no siento nada más. Entonces sueño con la nieve: veo la nieve que cae
suavemente
contra la ventana y sobre el muro del patio, se desparrama por las
paredes,
cubre todos los muebles, se derrite en el piso, y todo se llena de agua,
y
yo floto en ese mar que llena todas las habitaciones, yo soy aquella niña que
navega
en un inmenso mar buscando al caballero de los cuentos que me hacía
mi
mamá, que ahora sería un capitán famoso y llegaría en una barca adornada
con
miles de caracoles y de algas, con muchos marineros halando las sogas para
que
la barca se acercara al lugar donde yo estoy, y ese capitán me rescatara de
las
aguas donde me estoy ahogando, pero de pronto me despierto, siento algo
parecido
a un eco que repite ooo, ooo, ooo, el eco de un grito que yo misma he
dado,
que vibra en mis oídos otra vez, ¡nooooooooooooooo! Después el silencio.
Todo
sigue en calma. Siento un miedo que mantiene mi cuerpo pegado a la cama
hasta
el amanecer, tapada de pies a cabeza, inmóvil, rodeada de silencio, sólo de
silencio,
hasta que el llanto de Bertica sacude mis músculos, entonces me destapo,
la
miro, me levanto, me acerco a su cuna, la cargo, vuelvo a colocarla, corro a la
cocina
a prepararle la toma, y mientras preparo el biberón siento sus gritos, sus
chillidos,
por el hambre que tiene, porque soy muy torpe y me demoro demasiado...
Y
eso es todos los días. Y todos los días se repite mecánicamente la misma
jornada
de
los días anteriores. Y es como si yo estuviera viviendo otra vez uno de esos
días
que
he vivido ya. Y solamente me vuelve el alma al cuerpo cuando siento la voz de
Aurelia
que me llama, Tania, Tania, porque Aurelia viene todas las mañanas antes de
las
ocho y nunca toca, ¡Tania!... ¡Tania!... Y cuando Aurelia entra carga a
Bertica,
limpia
la cocina, friega la losa que quedó de la noche anterior, recoge las cosas
que
dejo regadas por todos los cuartos, se pone a conversar conmigo un rato, se
ríe,
abre
las ventanas, y entonces la luz llega a todos los rincones de la casa...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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