¡Cómo
no me voy a acordar de aquella tarde! Aquella tarde rompió las últimas
fibras
inocentes de mi adolescencia. El tiro de gracia lo dio el telegrama. Ese día mi
padre
me dio muchos besos, me dio más besos que todos los que me había dado
desde
que nací. Se puso a caminar por la sala y a mirar todas las cosas como si
fuera
alguien que nunca hubiera estado allí: caminaba, se paraba, encendía un
pitillo,
seguía caminando, se volvía a parar, botaba el pitillo que acababa de
encender,
y se quedaba largo rato mirando una foto, un adorno colocado en las
repisas,
un punto en el espacio que yo no podía descubrir. Pero lo más bonito, cada
vez
que me pasaba por el lado me abrazaba muy fuerte, me apretaba con toda su
fuerza,
me besaba con pasión. Yo nunca lo había visto así. Ahora es que me doy
cuenta
de que tiene que haber pasado un momento terrible, después de todo yo
era
su hija. Mi mamá lo único que hacía era mirarme y llorar. Se me quedaba
mirando,
movía la cabeza como diciendo no, se tapaba la cara con las manos, y
a
llorar. A mí no me decían nada. Los dos parecían haber enmudecido de repente.
Eso
fue en los primeros momentos. Yo no sabía qué hacer, no me atrevía a abrir la
boca
para preguntarles. Besa que te besa y llora que te llora y yo en el aire.
Bertica
en
su cuna, inocente de todo. Después me acuerdo de que llegaron unas vecinas y
más
tarde dos o tres familiares que yo apenas conocía, y las tías repintadas y
antipáticas,
y al oscurecer se aparecieron los amigos de mis padres que vivían en
Vista
Alegre, Marina y Esteban. Yo no sabía
nada de ellos como no sabía nada de
las
mujeres que visitaban a mi mamá y se metían con ella en su cuarto a rezar y a
cuchichear
sobre la astrología y esas cosas. Pero yo sabía que mis padres iban a la
casa
de Marina algunas veces, sobre todo mi padre, que iba con los varones.
Aquel
día mi mamá me habló mucho de Marina cuando se calmó un poquito,
Marina
es mi amiga del alma, es como mi hermana, la mujer más noble que he
conocido,
y entonces me acordé que varias veces me había llevado a su casa en
Vista
Alegre, una casa rodeada de jardines donde por todas partes se abrían las
flores
y donde yo me extasiaba contemplando tantas flores de tantos colores y las
cosas
bonitas que tenía Marina. Eso fue hace mucho tiempo, cuando yo era una
niña
que le preguntaba a mi mamá los nombres de las flores, por eso me acordé de
pronto
de Marina, porque después que comencé la escuela ya Marina no volvió a
mi
casa ni mi mamá volvió a llevarme a su casa. Ni a ningún otro lugar, a no ser a
la
primaria. El caso es que todos se pusieron a hablar al mismo tiempo y mi mamá y
Marina
se pusieron a llorar. La cabeza se me quería reventar. Pero por la noche fue
lo
peor. Por la noche me fui para el fondo de la casa, nadie se dio cuenta por el
revolisco
que había, mis hermanos registrando sus cosas, aquello parecía un zoco
marroquí.
Nadie se ocupaba de mí. Y yo quería estar sola, que no me viera nadie,
meterme
en un rincón donde pudiera concentrarme y pensar en todo aquello,
porque
yo presentía que todo aquello que estaba pasando era algo malo que
me
iba a fastidiar. Y en el fondo, en un cuarto de desahogo sin luz que está al lado
del
patio, me puse a pensar. Entonces me vi caminando por aquella casa enorme,
con
las paredes pintadas de blanco ya descascaradas, llenas de fotos viejas y de
cuadros
antiguos, y yo era una niña que caminaba de una habitación a otra
llamando
a mi mamá, mami, mami, dónde estás, mami, ven, que tengo miedo, y
de
pronto me echaba a correr sin saber hacia dónde, pero la casa crecía, se
inflaba,
parecía un globo gigantesco que se fuera a reventar en un momento, yo
aterrorizada,
corría por el pasillo de cemento, junto al muro de la casa de Aleida, y
la
llamaba, Aleida, Aleida, corre, que la casa se va a reventar, y yo no podía
tocar
las
paredes ni las puertas que siempre se alejaban, yo corría y gritaba, pero ni mi
mamá
ni Aleida respondían a mis gritos, y comencé a llorar... Así estuve largo rato,
no
sé si dormida o soñando, o quizás viviendo por adelantado un horror que
suponía
que se me venía encima. Me quedé allí sola sin que nadie se ocupara de
mí.
Bulla, gritos, llanto, todos hablando al mismo tiempo, corriendo de un lugar a
otro,
sacando cajas y cosas de los armarios, y el dolor de cabeza que no se me
quitaba.
Cuando me calmé un poquito me acordé de Bertica y corrí hasta su cuna.
Me
quedé un rato mirándola: estaba rendida, bocabajo, con su boquita abierta.
Qué
bonita es la inocencia. Me dio envidia su suerte, ella estaba ajena a todo lo
que
estaba sucediendo o que sucedería, y estaría ajena muchos años todavía,
quizás
toda su vida. Mi hija. La miraba y la miraba y me abstraía del desorden que
se
había posesionado de mi casa. Yo sólo sabía que algo malo iba a ocurrir, sobre
todo
a mí y a Bertica. Hasta que por fin me enteré de la verdad, ya muy tarde, al
borde
de la medianoche, cuando se habían ido los extraños. Mucho trabajo le
costó
a mi padre ponerme al corriente, ¿y por qué yo y la niña tenemos que
quedarnos
si ustedes se van, si mis hermanos se van con ustedes?, les pregunté tras
conocer
la terrible verdad. El padre de la niña se negó a dar su consentimiento
cuando
le llevamos los papeles a la cárcel, y después de soltarme esa respuesta mi
padre
desapareció de mi vista. Entonces me enteré por mi mamá que Tony estaba
preso,
que había robado en los ferrocarriles donde él trabajaba, y que de ninguna
manera
accedió a autorizar la salida del país de la niña, y sin esa autorización las
autoridades
no la dejaban salir, y claro, ni pensar que yo me iría del país sin mi hija.
No
quería entender, pero iba entendiendo poco a poco. No quería imaginarme lo
que
nos esperaba a mí y a Bertica, solas en la casa mientras que mis padres y mis
hermanos
se iban para los Estados Unidos. El terror fue tan intenso que ni siquiera me
dio
por llorar, me desmayé y mi mamá tuvo que pegarme algo en la nariz según me
dijo
cuando me recobré. Entonces volvió mi padre y entre los dos me marearon con
sus
lequeleques: te dejaremos bastante dinero, mi amorcito, tú verás que no te va a
faltar
nada... y Aurelia va a venir todos los días a ayudarte, ya hablamos con ella...
y
no vas a tener ningún problema... Aleida se va a encargar de darte vueltas y de
atenderte
diariamente... y Marina, y las tías, y tus primas también te ayudarán... tú
verás
que no vas a tener ningún problema... después ya veremos cómo resolvermos
el
asunto de la niña para que tú y ella puedan reunirse con nosotros... no te
preocupes,
eso será cuestión de meses, tal vez de semanas... pero ahora nosotros
tenemos
que irnos, tenemos que aprovechar la salida, no vaya a ser cosa que esta
gente
no nos dé otra oportunidad... pórtate bien, mi vidita, pórtate muy bien, y
cuídate,
y cuida mucho a Bertica, nosotros tenemos que irnos ahora, compréndelo,
hija,
tenemos que irnos, no podemos dejar la salida para más adelante, ya lo
tenemos
todo preparado, y todas las gestiones terminadas, hasta tenemos los
pasajes,
pero no te preocupes, no te va a faltar nada y todo se va a resolver muy
pronto,
ya verás... Mis padres habla que te habla y yo aturdida, sin oír apenas las
recomendaciones
que me hacían. Bertica era un bebito todavía, un bebito que
dependía
de mí para todo, y yo, ¿de quién dependería a partir de ese momento?
Pensar
que mis padres nunca se enteraron de que toda esa gente que tanto me
recomendaron
no puso un pie en mi casa, a no ser las odiadas tías y las primas que
vinieron
un día a registrarlo todo y a llevarse todo lo que quisieron llevarse, las muy
desgraciadas.
¡Ah! De eso hace ya cinco años y me acuerdo de todos los detalles,
como
si todo aquello estuviera ocurriendo ahora mismo. La tarde del dichoso
telegrama,
lo que sucedió en los días anteriores que yo no había captado, el entra y
sale
de la gente en la casa, los papeles, las maletas, los baúles, el teléfono, la
lucha
que
me daba Bertica, la pobre Aurelia, que no tenía descanso con las cosas de la
niña,
mis ataques de asma, el corre corre, las visitas a desconocidos, Marina y
Esteban,
las tías repintadas, la cuadra alborotada, mi mamá quejándose de sus
achaques,
mi padre llenando los rincones de la casa de colillas, mis hermanos
callados
y serios como si estuvieran castigados, y yo que no sabía nada, que no
supe
nada hasta última hora, hasta el mismo momento en que llegó el maldito
telegrama,
porque a partir de ese momento ya todo fue distinto...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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