sábado, 4 de enero de 2014

EL AULA SUCIA 4


Aimée, como siempre, llegó alborotando. La casa cobraba vida cuando la niña

llegaba de la escuela: su presencia, inocente de cuantos problemas acuciaban a su

madre y su padrastro, puso una nota de alegría donde se había perdido la sonrisa.

Enseguida que entró, Aimée dijo en voz alta "mami, qué hambre tengo", y se puso a

registrar el frío desoyendo los llamados de Marnia a esperar unos minutos, "niña, si el

almuerzo está ya, te vas a reventar un día de éstos". Mario le decía "tripepato", y

añadía que había que ponerle en la boca una presinta. Ahora sonrió ligeramente,

mirando a la niña que no se estaba quieta. Miró los edificios de la Universidad desde

la puerta del balcón, pensando "si pudiera borrarlos de mi vista", y se dispuso a

integrarse al rito del almuerzo junto a las dos personas que más quería en esos

momentos tristes de rabia e impotencia. Aimée salió del baño, toalla en mano, y

Marnia terminó de adornar la mesa donde consumían sus comidas, siempre los tres,

con servilletas y algún que otro retoque.

--Por la tarde vamos al Palacio -dijo Aimée.

Le encantaba salir de la rutina de la escuela y de los teques matutinos y ver caras

nuevas en el Palacio de los Pioneros, algo lejos de allí, al que tenían que acudir con

sus maestros, lo que al menos en la ida a ningún niño preocupaba. El cansancio era

al regreso. El almuerzo transcurrió normalmente: arroz, frijoles, yuca hervida y agua

con azúcar de postre. Hicieron pocos comentarios, no querían mencionar la nueva

situación en presencia de Aimée. "Ten cuidado, la esponja está cerca", decía Marnia

cuando trataban algún asunto no muy apropiado para que la niña lo oyera, inútil

precaución, pues la calle se encargaba de alimentar el vocabulario y los muchos

conocimientos no apropiados para los niños que por mucha vigilancia que tuvieran,

que no siempre la tenían, engrosaban su saber con la enseñanza inevitable del

mundo circundante, como decía Mario cuando discutían sobre el daño que podía

hacer la calle a la inocencia infantil, cosa que prácticamente ya no existía en el

país. En la sobremesa, mientras Aimée se entretenía en su cuarto con cuadernos y

libretas de la escuela, y con tareas repetidas todos los días con el sonsonete

revolucionario, Marnia sólo hizo algunos comentarios al margen de su nueva e

inesperada situación. No había pensado nada, sólo que no apelaría.

--Eso sería rebajarme, mendigar un trabajo que se me ha arrebatado injustamente.

Y yo no tengo alma de mendiga.

Después del almuerzo, Aimée se quedó manoseando sus libretas en la mesa, Mario

se acostó a leer un libro, y Marnia salió al balcón a recoger el uniforme de la niña.

Mario siempre se tiraba en la cama con un libro, una revista o un periódico, hasta

que ella se unía a él para leer o para comentar cualquier cosa que les hubiera

sucedido en la mañana. Pero ese día ella se demoró. En el balcón, Marnia también

miró hacia el norte, hacia donde se veían los edificios universitarios. Y también

recordó. En su memoria desfilaron uno a uno los momentos vividos allí, desde aquel

día en que se presentó a optar por una plaza de profesora de literatura...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario