Marnia
siguió los trámites establecidos para ingresar en la Universidad: se incorporó
a
una
brigada de producción y defensa (BPD), formada por grupos de vecinos que se
movilizaban
para hacer prácticas militares elementales y otras menudencias que le
robaban
tiempo a quienes se integraban en "la defensa de la patria", se
presentó en
el
área de atención de la zona con el carné de la brigada y allí la inscribieron y
le
acuñaron
el documento de la Universidad que le habían entregado para tal fin, y
llevó
los papeles a la Secretaria del Partido de la Facultad de Artes y Letras. Sólo
le
faltaba
el aviso para que fuera a ocupar su plaza de Profesora de Literatura. Meses
más
tarde le diría a Mario, al levantarse un domingo a las seis de la mañana, para
asistir
a las prácticas de la BPD, molesta, amodorrada, ojerosa tras una apasionada
noche
de amor: "total, pararse allí a esperar, porque dicen a las siete y son
las ocho
y
no ha llegado la instructora, y después oírla leyendo un mamotreto sobre la
lucha
ideológica
actual, y al final repetir malamente lo que leyó, que nadie oyó, y hacer
preguntas
sobre lo que ella misma desconoce".
--En
definitivas, joderle a una la mañana del domingo, después de las películas del
sábado.
--Y
de lo otro -había apuntado Mario.
Pero
había que hacerlo: si no se estaba inscrito en alguna unidad de la reserva, no
se
tenía ninguna posibilidad de obtener (o retener) un buen empleo. Y dependía de
eso
ahora su plaza en la Universidad... A los pocos días la llamaron, casi al
comenzar
el curso: por fin Marnia era ya una trabajadora docente de ese centro tan
añorado
por tantos que pretendían obtener allí una plaza: un sueño que le pareció
imposible
la primera vez que se lo imaginó, y logrado sin mayores contratiempos. Ah,
era
increíble... Su primer día en la Universidad fue un remolino: la Jefa del
Colectivo
de
Literatura General, que sería su especialidad, le presentó a Ernesto, el Jefe
del
Departamento
de Literaturas (ya ella conocía a algunos miembros de la clase
comprobatoria,
pero sólo de verlos allí), a otros compañeros presentes, y después la
llevó
al salón de su especialidad y le mostró lo que
sería su "puesto de trabajo", una
mesita con varias gavetas y una silla de madera,
por suerte junto a una ventana
por
la que entraba mucha luz y mucho sol en las horas tempranas, que Marnia
notaría
algo después. Liliana, su jefa, continuó con ella: ante sus ojos desfilaron, en
secuencia
demasiado rápida para captar sus contenidos, aulas, edificios, salas,
bibliotecas,
murales, despachos, carteles con consignas revolucionarias, cubículos
donde
se reunían la UJC, la FEU, la CTC, el Partido, la Administración, hasta vio de
pasada
la Rectoría, donde no entró, porque el Rector se encontraba reunido en ese
momento.
Además, Liliana la llevó a las oficinas de computación, a los archivos, le
mostró
grupos de alumnos, medios audiovisuales, vehículos, teléfonos, papeles,
libretas,
atestados, el teatro, el mimeógrafo, la imprenta, la fotocopiadora, el
comedor,
la sala de cine, y por último los edificios de becas, "ten cuidado",
le dijo,
"estos
muchachos no son fáciles, a veces arman su pelotera". Marnia asombrada: no
quedó
un solo rincón que Liliana no le mostrara como estreno. Y al final la llevó a
la
cafetería
y allí tomaron café ligero mezclado y conversaron un rato. Todo era
movimiento,
ajetreo, vitalidad. Parecía que allí no había descanso. Cuando salieron
de
la cafetería Liliana la llevó al despacho de la Decana, donde tendría su
primera
entrevista
con ésta y con sus jefes inmediatos (Ernesto y la propia Liliana) y además
conocería
a la doctora Morell, vice-decana de la Facultad, que en lo adelante la
tendría
al trote. Marnia recordaba su clase comprobatoria en la que estaban estos
profesores
que ahora empezaba a conocer personalmente, como el doctor
Oropesa,
el más viejo del grupo -y el más capacitado según comprobaría después-
que
en aquella ocasión le había dicho: "la verdad, la llevaron recio con la
clase,
nada
menos que sobre la Grecia antigua", y le había dado la mano, felicitándola
y
marchándose rápidamente, pues siempre estaba ocupadísimo (eso se lo había
dicho
Liliana en un aparte). Al salir del despacho de la Decana, Marnia le agradeció
a
Liliana el tiempo que le había dedicado, se besaron, sonriendo como si ya
fueran
amigas,
y entonces Liliana le soltó la frase:
--¡Bienvenida
al colectivo!
Cuando
se disponía a salir de la Universidad en aquella mañana única, pensando lo
que
le contaría a Mario, al pasar junto a un aula vacía, Marnia sintió unos
sollozos.
Sin
dudas había alguien dentro que al parecer no se sentía bien. Se asomó. Dentro
del
aula había una muchacha sentada en una silla, recogiendo sus cosas, que
colocaba
en un bolso lentamente, sin alzar la vista.
--Con
permiso.
La
muchacha se sobresaltó. Miró a la intrusa
y no supo qué hacer. Echó en el bolso
un
peine largo y un espejito de mano, se colgó el bolso del hombro, se puso de
pie,
y
sin decir una palabra se encaminó hacia la puerta. Al pasar junto a Marnia la
miró
de
soslayo, pero ésta la detuvo con un gesto y le preguntó: "¿le pasa algo?,
¿puedo
ayudarla
en algo?". Entonces la muchacha bajó la cabeza y comenzó a sollozar
otra
vez. Marnia la condujo hasta una silla y se sentó junto a ella, tratando de
calmarla.
--Vamos,
no se ponga así. Déjeme traerle un poco de agua.
La
muchacha esperó, pero Marnia no pudo encontrar agua cerca y a los dos
minutos
estaba de vuelta con las manos vacías. "Venga conmigo, vamos a la
cafetería,
pero cálmese", y por el camino le preguntó si era alumna. La muchacha
contestó
que no, que se había graduado hacía más de dos años y que había
acudido
allí por problemas burocráticos que afectaban su expediente.
--Bueno,
vamos, déjeme invitarla a un café por lo menos, eso le va a caer bien.
Cuando
salieron de la cafetería la muchacha se sentía mejor y agradeció la
atención
que le había brindado Marnia, con la que simpatizó enseguida. Se quejó
de
que la mayoría de sus antiguos profesores apenas le hacían caso cada vez
que
iba a la Universidad y eso la molestaba mucho.
--Sabiendo
como saben todos lo que yo he pasado.
--Y...
-Marnia iba a preguntarle, pero se arrepintió, temiendo pecar de indiscreta. La
joven
se dio cuenta y le dijo que aunque acababa de conocerla, a ella podía
contarle
lo que calificó como su tragedia, pues le parecía comprensiva.
--Hoy
en día es muy difícil encontrar comprensión... -hizo una pausa y al momento
intentó
no parecer una resentida-. Usted está en la Facultad de Artes y Letras, ¿no?
--¿Cómo
lo adivinó?
--Es
que la vi conversando con Ernesto y Liliana.
--¡Ah!
--Esos
fueron mis mejores profesores aquí.
--¿Usted
estudió Letras?
La
muchacha asintió, sonriéndose. Caminaron por la Avenida de las Américas hacia
la
parada del ómnibus. Antes de llegar, la muchacha le confesó que necesitaba
desahogarse
con alguien, porque pasaba unos días críticos con mucho nerviosismo
y
se sentía muy deprimida.
--Bueno,
si prefieres -le dijo, tuteándola- podemos ir a mi casa -Marnia se dio cuenta
de
que estaba invitando a su casa a una desconocida y vaciló un instante, pero
sentía
curiosidad y esperó la respuesta de la muchacha. ¿Qué ocultaba su desde
ese
día centro de trabajo? ¿Qué había detrás de todo aquello? Era una motivación
para
ese primer día y eso la tenía intrigada. Pero la muchacha, que le dijo llamarse
Margarita,
decidió que podían conversar allí en la plazoleta, y las dos se sentaron en
un
banco de piedra, junto a la avenida. Unas palmitas que circundaban el banco
las
guarecieron del sol de septiembre...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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