El exiliado sabe que su vida fuera de su
patria se reducirá durante un tiempo, quizás
durante todo el resto de su vida, a
realizar gestiones que le permitan continuar
sobreviviendo. Y en la mayoría de los
casos el exiliado pasará la cuarta parte de su
vida sobre ruedas ajenas o públicas, de un
lugar a otro, buscando documentos
para presentarlos en diversas
instituciones estatales que no pararán de solicitarle
estos y aquellos papeles sin los cuales no
podrá continuar su sobrevivencia. Mi caso
es típico: desde que llegué al aeropuerto
de Barajas comencé a manosear una
enorme cantidad de documentos,
formularios, solicitudes, fotocopias, carnés,
recibos, vales, toda una colección
interminable para los pasos que tenía que dar
ante cada nueva situación, para cada
petición de ayuda, para cada prestación.
Ante mi vida se imponía, inobviable, el
burocratismo, capaz de volver loco al más
pinto y del que no puede escaparse ni Juan
Escurri Dizo: un mes en un hostal con
la ayuda de Manuel vía Leila mientras
gestionaba mi solicitud de asilo, admisión a
trámite y tarjeta amarilla de solicitante
con la que tuve acceso a un centro de
acogida temporal (CAT) y a un comedor de
refugiados, inscripción en el INEM
(Instituto Nacional de Empleo), porsia,
renovado con cada cambio de domicilio,
empadronamiento en cada barrio donde
viviera, tarjetas renovadas para nuevos
comedores, el carné de asilado y su
tramitación, registro, documentación y
archivo en el Ministerio del Interior
(MININT, las mismas siglas de mi país natal), la
solicitud de la nacionalidad, la concesión
de la misma, la inscripción de
nacimiento mediante una copia traída de mi
país, registro e inscripción de la
situación del exiliado primero y el
nacionalizado después, DNI (Documento
Nacional de Identidad), certificación de
recursos económicos para diversas
gestiones, solicitud del IMI (Ingreso
Madrileño de Inserción, una especie de
subsidio para mantenerme vivo sin pasar
hambre ni residir en la puta calle), el
seguimiento del programa IMI, los
contratos de las habitaciones en los pisos
compartidos donde tuve que vivir con otros
inquilinos que nada tenían que ver
conmigo, un apartado de correos para no
perder la correspondencia dejada en
anteriores viviendas, certificados médicos
para acceder a convivencia y comedores,
miles de entrevistas, preguntas, cifras,
datos, declaraciones juradas, etc., para
cualquiera de las infinitas gestiones de
atención o concesión de prestaciones (en
mi caso sobre todo prestaciones económicas
para sobrevivir), solicitud de la renta
mínima de inseción (RMI), sustituta del
antiguo IMI con la misma cantidad, resumen
del instituto Nacional de Estadísticas
sobre el aumento del IPC para que los caseros
no pudieran estafarme, acreditación de
legalidad en cada domicilio, cambio de
ambulatorio con cada mudanza, roturas y
pérdidas de pequeñas pertenencias con
cada nueva vivienda alquilada, y a todas
éstas cientos de visitas a Hacienda para
hacer declaraciones negativas, Servicios
Sociales, Banco para la declaración
negativa de inversiones y capitales,
Catastro para ídem, Asesoría Jurídica para estar
informado y al día sobre trámites legales
con el fin de defenderme de cualquier
injusticia posible de las tantas que
existen, y por supuesto contactos permanentes
con asistencias sociales, instituciones
que apoyaron mi solicitud de asilo como CEAR,
ACNUR, RESCATE, AMNISTIA, CRUZ ROJA, y en
todas partes formularios, solicitudes,
planillas, hagoconstares, turnos, colas, esperas,
entrevistas, entrevistas, entrevistas...
Y si a eso le añadimos las interminables
gestiones para obtener empleo, todas
Infructuosas, así como para intentar
publicar algunas obras, todas ídem... ¿qué me
queda? Pues eso, que la vida de un
exiliado pobre y sin padrino es eso: esperar,
mientras gestionas, y esperar mientras
sigues gestionando y esperar mientras la vida
pasa, el reloj camina, tú te pones más
viejo y al final la pregunta terrible: ¿valía la
pena?
--¿Valía la pena?, me pregunto a estas alturas
casi constantemente.
--Pues no sé, querido, ¿quién mejor que tú
para saberlo?
--El problema es que estoy muy conciente
de que no tenía opción pero tampoco
aquí la tengo: contra la pared o entre la
espada y la pared, no valía la pena quedarme
en mi país pero creo que tampoco valía la
pena venir a éste, porque aquí mi situación
será siempre precaria: no publicaré, no
ganaré dinero suficiente para no sentirme como
un limosnero del Estado, y permaneceré en
un piso compartido o en un piso tutelado,
metido todo el tiempo en una habitación,
leyendo y escribiendo, hasta que doblen las
campanas.
--Pero no estarás solo, querido. Mientras
yo esté viva nunca estarás solo.
--Es que no sé si nuestras soledades
juntas logren que la sensación de soledad se divida
o se multiplique. ¿No recuerdas que me
dijiste una vez que era insoportable la soledad
de dos en compañía?
--No tomes mis palabras al pie de la
letra. Creo que nuestra situación, por separado, es
menos soportable que si la afrontamos
juntos.
--Juntos, pero separados, cada uno en su
sitio, ¿no?
--¿No crees que así sea mejor? Porque así,
cuando nos necesitamos nos buscamos el
uno al otro, y cuando queremos estar
solos, lo estamos.
--Ya no sé ni siquiera si eso será mejor o
peor. Ya no sé nada. Por una parte pienso que
no es bueno vivir solo a mi edad y mucho
menos seguir solo a medida que envejezco
más, pero por otra pienso que sí, que
total, que yo no puedo ofrecer nada a cambio de
ninguna compañía y obviar eso sería
cometer el pecado de la idealización, que tú misma
me has dicho que no es nada positivo ni
favorable para nadie ni para nada.
--Vamos, deja ya el retoricismo agobiante,
deja ya de lamentarte por lo que no puede
remediarse. No puede remediarse, pero al
menos puede aliviarse, y bastante. Nos tocó
perder, querido, en esta vida nos tocó
perder y si hay o no hay otra vida eso ni tú ni yo
lo sabemos.
--Es verdad: nos tocó perder, pero yo no
creo que haya otra vida en la que podamos
ganar, así que estoy jodido, pero me
alegro de que tú creas que hay otra vida, así
sufrirás menos.
--No he dicho que yo creo que hay otra
vida, sino que no puedo saberlo a ciencia
cierta. Ni lo sabré nunca, creo. Ni tú
tampoco. Pero en fin...
--Mira...acabo de terminar este poema. A
ver qué te parece. El título me define.
FINAL DE PARTIDA
Yo moriré en Madrid de madrugada
(digamos a las cuatro)
cuando las nieves frígidas
se refocilen en mi achacada, envejecida y
torpe
anatomía.
Yo moriré en Madrid sin más, sin previo
aviso:
solo como el cadáver de Vallejo,
inédito como un camello,
compartido en un espacio en el que apenas
hay lugar
para mi última esperanza.
Mis amigas (Ana quizás y Leila y Radhis)
derramaran algunas lágrimas
y es posible que Rhomy se decida a
incinerar mis restos
si se acuerda de que me lo prometió
cuando nos conocimos en el VIP de
Fuencarral
y allá en la isla perdida no faltará quien
diga
(si se entera):
“¿Augusto muerto? ¡No lo creo!”
Pero estaré bien muerto para entonces...
Sin dudas, este siglo no me ha ido bien:
me cortaron las alas de las ilusiones
desde mi improbable adolescencia,
me dejaron como única opción unirme al
carro
de Saturno,
ayudando al festín de los hambrientos de
poder,
traicionando a los míos, envolviendo mis
días y mis noches
en esfuerzos inútiles
de alabanza y aplauso, sin aspirar a nada
más
que al privilegio de servir, servir,
servir,
agradecido como un perro
por tantas y tales viandas que el poder
concedía
-la gran dádiva generosísima-
a mi mesa (la mesa de los míos
cuando todavía las envidias y los odios no
habían
reducido a mierda lo que fue mi hogar).
¡Ah!, si pudiera olvidarme de los
latigazos
propinados a mi inteligencia,
de los consejos a mi desenfrenada lengua
(siempre viperina),
de las advertencias a este cerebro mío tan
indisciplinado
que se empeñaba en nadar contra la fuerza
de las aguas
y no ayudaba con sus torpes efluvios de
desorden
a que mis manos aplaudieran sin cansarse.
¡Qué fin de siglo este tan tremendo!...
Ahora sólo espero la primera nevada sobre
mi cabeza
para ver amanecer un nuevo siglo
-sin regodearme pensando que se me fue la
vida de una vez-
quizás con un nuevo Quijote que desfaga
estos entuertos
y prometa ínsulas y libertades
cuando ya no me quede más que el tiempo
exacto
para verlas pasar y decirles ¡buen viaje,
hermanas mías!,
déjense ver en la otra vida
donde quién sabe si podré encontrar
esa oportunidad que aquí en la tierra
prometida
no pude encontrar...
--Un poema triste, pesimista,
desesperanzador... Como tú. Pero me
parece bueno.
--Definición certera, querida. Así pienso
y siento porque así he vivido y vivo. Y ya no creo
en nada y mucho menos en los valores de
esta sociedad. Ni de ésta ni de ninguna otra.
El mundo atraviesa un momento realmente
desalentador: guerras, destrucción, muerte,
violencia, sangre, corrupción, miseria,
delincuencia, atropellos, injusticias, pero sobre
todo, que es lo más terrible que yo veo en
esta aglomeración calamitosa: el terrorismo,
es el mal del siglo XXI y me parece que
contra ese mal las sociedades occidentales no
se han preparado.
--El que te oye podría exclamar que esto
se está acabando, como tantas veces ha
pronosticado tu amiga Nereida. Pero no,
querido, por muy jodido que esté este mundo
no se va a acabar, y por otra parte, no
creo que esta época sea la peor que el mundo
ha atravesado. Hay que conocer la historia
para horrorizarse.
--Tienes razón, pero da la casualidad que
yo estoy viviendo en esta época, las épocas
anteriores no me interesan porque no me
han tocado.
--Eres egoísta.
--Todos somos egoístas, curiosos,
engreídos, etc. Unos lo reconocen, otros no. Pero todos
padecemos de esos males comunes por mucho
que queramos ocultarlos.
--Bueno, está bueno ya de ver el mundo tan
gris. La vida no es así como la pintas, al
menos no siempre es así, no siempre
resulta tan horripilante.
--No, quizás lo es más, quizás menos, pero
acuérdate de que cada cual la ve según la
esté viviendo. Si yo fuera el rey quizás
la vería rosada y sentiría el olor de los jazmines.
--Si tú fueras el rey quizás te aburrirías
de no gozar de esa libertad que tú y yo
gozamos
de caminar por cualquier calle solos, sin
escoltas, cuando nos dé la gana, sin llamar la
atención y sin afrontar ningún peligro
real.
--A no ser que nos explotara un
coche-bomba al lado y ¡cataplún!
Selene me sonríe y su sonrisa me sacude: sin
ella esta mierda de vida sería insoportable.
Quiizás ya no estemos para lo que ella
llama tonterías, pero sin estas tonterías al menos a
mí sólo me quedaría el banco y las palomas
porque sé que un día voy a cansarme de leer
y escribir, de oír la radio y la música,
de ver películas en la tele y de todo lo demás: ¿quién
me garantiza que dentro de diez años, si
estoy vivo todavía, tenga la vista, el oído, el
olfato, el gusto y el tacto así como los
tengo ahora?, que aunque algo cansados y
achacosos me sirven para disfrutar de los
placeres gratuitos que por suerte en mi caso son
los que más me satisfacen como leer y
escribir, oír la radio y la música, ver películas en la
tele... ¡eso! Pues todo lo demás lo
despedí cuando al fin me di cuenta de que ya estaba
jubilado y con chequera. Selene logró
animarme, pero la reanimación después de los
sesenta no es como el desenfado después de
los quince. Hay que administrarse para de
vez en cuando bailar el muñeco sin ayudas
extras. No. Asumir la vejez no es cosa fácil. Y
cuando uno se encuentra con la obligación
de asumirla tiene que joderse y una de dos:
suicidarse o seguir caminando, tropezando
con las mismas piedras en el mismo camino,
cantando una canción que diga algo así como y como el que canta
espanta / las penas
del corazón / yo voy cantando / esta
canción... Y
colorín colorado, este cuento... etc.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)