Tres
comedores de comida caliente y doce timbiriches de bocadillos, dulces, café con
leche
y pan con algo, donde he tenido que compartir tiempo y espacio con personajes
tan
interesantes como: indigentes, apestosos, harapientos, gritones, maleducados,
vagos,
borrachos,
drogadictos, ladrones, mafiosos, listillos, infelices, honrados, decentes,
parados,
buscadores
de empleo, sin papeles, preteridos, excluidos, mendigos, casi todos
inmigrantes
que vienen a vivir del cuento y se agarran de los servicios sociales que
este
país les garantiza aunque sean matones de oficio. Claro que hablo de las
minorías
(que
a veces no son tales), porque en el comedor de la calle Canarias no había este
tipo
de
gente y en el que ahora estoy tampoco. El caso es que se repite y se mantiene
la
canción
de Lola Flores: dice el refrán que tanto tienes tanto vales, / no convienen
los
chavales,
/ conviene más un marqués / que tenga caudales y todo eso. Lola sabía
lo que
cantaba.
Como tantos. Hasta yo me paseo entre los que conocen esta sociedad al
dedillo,
porque en ocho años de sitio he conocido casi todo lo malo y muy poco de lo
bueno,
que hay bastante según dice Ana: "algún día conocerás lo mejor de este
país, no
hay
que desanimarse". La palabra que más repiten mis amigos, como Manuel, que
no la
olvida
en ningún diálogo: "anímate, hombre, que tampoco estás tan mal, ya
mejorarás",
y
como Leila, que de vez en cuando me suelta su versión: "vamos, que no es
para tanto,
es
verdad que no estás como quisieras, pero tampoco estás en la calle como muchos
que
yo sé que están mucho peor, así que anímate". Pero el que le pone la tapa
al pomo
es
el bueno de Marcelo (sin ironías en este caso): "¿así que tu amigo te dice
que te
animes?
Compadre, aquí para animarse hay que ser más ingenuo que el Principito,
macho".
Y gracias a que al menos cuento con algunos amigos que por falta de interés
no
quedan en su intento de animarme. A veces lo logran y me animo pensando que la
vida
que me ha tocado en el reparto es la que tengo y que debo conformarme y
sonreír,
que
bien decía Jruschov que "mientras el hombre sepa sonreír no todo está
perdido".
--¿Ladrón
de libros? Ya te lo he dicho, un día vas a caer...
--In
galera, ya sé, como dice tu amigo italiano.
--No
es mi amigo, es un huésped. Pero tú, que sí eres mi amigo... oye, tanto que
hablas de
tu
porvenir y yo lo veo gris y oscuro, querido, si no cambias de actitud. Por lo
que me
dices...
Te tomas yogures y te comes barras enteras de chocolate en los hípermercados,
arrancas
hojas de los periódicos en las bibliotecas, y ahora te apareces con un libro
acabadito
de hurtar de... no me has dicho de dónde.
--De
una librería, por supuesto. Mira, Selene, ya con el tiempo que llevo en este
paraisito,
me
he dado cuenta de que aquí los malandrines son mejor tratados que la gente de
bien,
como
se dice en los medios hipócritas, así que, como dice el refrán: a la tierra que
fueres
haz
lo que vieres.
--¿Quieres
decir que aquí los cacos son los respetados por la sociedad?
--Por
la sociedad no sé, pero por la justicia... todos los días sale algo en el
periódico que
refrenda
mi tesis: jueces que absuelven a asesinos, violadores, pandilleros,
atracadores, y
lo
mejor del show es los argumentos que exponen para dejar en libertad a tanta
escoria.
No sé si me dan ganas de reír o de llorar cuando los leo.
--Por
ahí viene el ilustre. Qué milagro que ha salido de su habitación. Déjame ver
con qué
me
aturde ahora.
En
lo que respecta a la alimentación, los comedores y los timbiriches donde he
saciado
el
hambre, no son tan malos, incluso yo diría que son buenos, y la comida que
reparten
está
bien condimentada y todo eso. El elemento es el que se las trae, y aguantarlo
es de
gente
que no tiene apetito, sino apeto. El comedor es una de las llamadas
formalidades
de
la integración, según los planes de seguimiento que he tenido que aceptar al
recibir
los
subsidios con los cuales he sobrevivido hasta el momento. Pero en mi caso se
supone
que
a mí tendrían que haberme hecho integrar en esta sociedad y para eso, además
del
subsidio
propiamente dicho y hecho, alguna institución tenía que haberme procurado un
trabajo
decente que yo pudiera realizar y de ese modo contribuir con esta sociedad de
la
que
formo parte activa y natural desde el momento en que me concedieron primero el
asilo
y después la nacionalidad, y no dejarme en la calle, sin llavín y sin
posibilidades de
encontrar
ningún tipo de empleo, como demuestra la relación de lugares y la variedad
de
intentos realizados hasta hace poco. Hasta hace poco porque ya no me interesa
trabajar
ni siquiera de Introductor de Embajadores si es que existe ese cargo que debe
existir.
No señor. Ya me cansé y le dije adiós al arte de hacer algo a cambio de un
salario
y
me apunté en la lista de los que practican el dolce far niente como diría
el huésped
italiano
de Selene. Ana y Leila han intentado introducirme en el mercado laboral, pero
ellas
no son personajes poderosos con empuje económico y muy poco han podido lograr,
cuanto
más que yo fuera recibido por un par de camajanes encargados de otorgar
puestos
de trabajo menores, que por supuesto ninguno de los dos me tomó en cuenta,
por
la edad les dijeron a las aludidas. Pero Manuel, al que agradezco haber salido
de allá
y
haber anclado aquí, podía haber actuado de padrino, al menos en alguna de las
cuatro
cosas que no me ha resuelto desde que conocí el paraíso del exilio. Para no ser
malagradecido,
digamos que Manuel no ha podido ayudarme a publicar mis obras, a
conseguirme
un comedor social gratuito (los que he tenido han sido a cuenta de
gestiones
propias y papeles ajenos), a procurarme un lugar decente y limpio donde vivir
(no
una vivienda, sólo una habitación aceptable y al alcance de mis economías), a
ni
siquiera
palanquearme para un empleo digno que me alejara de la insana dedicación a
esperar
la limosna del Estado para sobrevivir sin caer en la indigencia...
--No
te quejes de tus amistades, que bastante que han hecho por ti, y si no han
hecho
más
estoy segura de que es porque no han podido.
--¿Cómo
sabes eso si no conoces a ninguno de esos amigos que te he mencionado?
--No
lo sé, lo supongo por lo que me has contado de ellos, y de ese Manuel menos,
pues
es
el hombre que logró sacarte del infierno, y yo sé lo que es vivir en el
infierno, así que
por
muy mal que estés aquí, mucho peor estarías en tu país. Tienes que mirar el
lado
bueno
de las cosas, sólo el lado bueno.
--¿Y
cómo carajo dejo de mirar el lado malo, que es el mayoritario para mí?
--Mira,
usa a don Emeterio como espejo: tiene más años que la torre de Pisa, está medio
pasado,
no tiene a nadie que se ocupe de él, se pasa todo el día metido en su cuarto
con
la tele conectada, y míralo: nunca ha pensado en tirarse delante de un autobús.
--No
me gustan los espejos, eso creo que hace ochenta años te lo dije, querida, así
que
no
podré usar al ilustre ni a nadie ni a nada para mirarme en sus ejemplos.
Además, yo no
creo
en los ejemplos, porque cada cual ve la vida según la esté viviendo. Es verdad
que
hay
muchos peores que yo, pero a mí no me interesan esos muchos, sino los que están
mejores,
¿te das cuenta? Esos sí serían mis ejemplos, en todo caso.
El
país soñado, añorado, querido, imaginado como el salvavidas lanzado en el
último
trago
de agua salada, que esperé durante muchos años padeciendo el horror hasta
que
conocí
a Manuel, enamorado como un simplón de mi cuñada y apareciéndose
providencialmente
allá en mi apartamento (q. e. p. d.) para abrirme la puerta de la última
esperanza,
y emprender el viaje que quizás haya sido mi último viaje hasta llegar aquí
con
la sonrisa del que al fin puede recomenzar una vida aunque quizás con
demasiados
años
sobre las costillas. Pero...
--Ya
te lo he dicho: tienes que relacionarte.
--Contigo
me estoy relacionando desde hace siete años, querida.
--Yo
no soy el universo.
--Eres
algo mucho mejor. Este universo no me inspira confianza, tú sí.
--Entonces
desisto, persistente. ¿Quieres té?
--Quiero
té y te quiero a ti, mujer. ¿Por qué no te rindes?
--Insiste
un poco más, que como te dijo tu ex, quizás alguna caiga, aunque esa alguna no
sea
yo.
Pero
lo peor de todo es que veo pasar días y semanas y meses y años sabiendo que voy
a
morir
sin ver mis obras publicadas y sin volver a ver a mis seres más queridos, pues
todo lo
demás
ya me importa un carajo: amor, hogar, familia, sexo, dinero, esos componentes
de
la
vida no están al alcance de personas como yo que sobreviven con subsidios, que
no
son
dueños de sus vidas, y que pasan frente a un horno y aunque el olor a tarta de
manzana
los embriague tienen que conformarse solamente con sentirlo y ni siquiera con
soñar
que un día podrán comprar un trozo y saborearlo como tantos que le pasan por el
lado...
¡Exilio de mierda!, como todos los exilios. Me tocó perder, así de simple. La
escala
de
los seres humanos es verticalmente demasiado amplia, desde el miserable que
duerme
en
la calle envuelto en trapos al rey árabe que se gasta millones de dólares en
sus
vacaciones
en la Costa del Sol. Y eso va a continuar así, per seculam seculorum
como
dicen
quienes quieren embutirnos con sus mentiras ofreciéndonos una vida mejor cuando
hayamos
liquidado de una vez en esta superficie tan bonita como injusta. ¡Ah!, pero ya
está
bueno de quejarme y de llorar, con quejidos y con lágrimas no voy a resolver ni
hostias.
Mejor es dedicarse a lo que se dedican quienes quieren progresar y no
encuentran
ningún modo decente: a mangar lo que se pueda, donde se pueda, como se
pueda
y cuando se pueda, y a viaje. Ja ja ja. Y ni Ana ni Leila ni Manuel, que tanto
me
han
ayudado (en lo que cabe, que no es demasiado), y que no necesitan vivir “a lo
bestia”
se escandalicen cuando me vean disfrutando de una tarta de manzana
completa,
no de un trozo, y me pregunten y yo les informe que es gratis porque me la he
mangado
del supermercado.
--Insisto:
no lo creo. Tendría que verte.
--Entonces
acompáñame: te voy a enseñar cómo puedes tomarte un Actimel gratuito y
sin
riesgo de que te sorprendan.
--¿Sabes
una cosa? Hoy mismo te voy a acompañar a ver si de verdad te atreves.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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