domingo, 1 de enero de 2017

EL MEJOR ABONO


A mí no me venga con ésas, compay, que ya hace más de treinta años que me

están engatusando con lo mismo: promesas y más promesas y mameyes verdes.

Mire, le voy a decir: cuando triunfó la Revolución nos reunieron a todos aquí en el

batey del central y nos dijeron: "compañeros, ahora sí los campesinos y los obreros

en general van a cambiar de vida, porque ahora sí hay una Revolución en este

pais, una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, y esta

Revolución sí va a reivindicar...", oiga, qué trabajo nos costó aprendernos esa

palabrita... pues sí señor, nos dijeron eso, "esta Revolución va a terminar de una vez

con la explotación, la miseria y el olvido en que los desgobiernos anteriores tenían

a los campesinos..." y por ahí aquel hombre se destapó a cotorrear y óigame, mire,

a Micaela se le aguaron los ojos, sí señor. Se puso como una Magdalena. Bueno,

todos nos quedamos con las bocas abiertas, figúrese... hasta que empezaron a

intervenir los centrales y las compañías extranjeras y los latifundios y nosotros

empezamos a trabajar en esas tierras que antes pertenecían a los explotadores

extranjeros (y a muchos del patio también, qué caray) y que ahora pertenecían al

pueblo, o sea, al Estado que fue quien las nacionalizó. ¡Ah, qué tiempos aquellos!

Pues bien, a cada rato se aparecía un tipo de ésos, con agendita y papelitos en

las manos, y nos disparaba un teque que... bueno, cuando aquello aquí nadie

sabía que eso era un teque (otra palabrita nueva que tuvimos que aprender, como

tantas), imagínese. Pues sí, llegaba el tipo, se bajaba del yipe, porque nunca venía

a pie por el camino real, no señor, se bajaba del yipe y nos disparaba un discurso

lleno de promesas, que ahora los campesinos ya son libres, que ahora ya son los

dueños de la tierra, de los centrales, de las compañías que antes los explotaban,

en fin, de todo. Oigame, yo me sentí rey del mundo cuando oí todo aquello, y

salí disparado a contárselo a Micaela, la pobre, que estaba en los trajines de la

casa y los muchachos, y se lo dije, Micaela, imagínate, ahora somos los dueños de

la tierra, negra, ¿qué te parece?, ¡qué grande es la Revolución! Y así. Todo lo que

nos decía el tipo eran maravillas: viviendas confortables, escuelas, hospitales,

carreteras, y todas las comodidades que había en la ciudad, porque eso lo repetían

cada cinco minutos, que había que terminar con la diferencia entre el campo y la

ciudad. Oigame, el copón bendito. ¿Quién no se iba a entusiasmar con aquellas

promesas? Mire, si le confieso que hasta yo me emocionaba y todo, sí señor. ¡Ah!

Pero al cabo de unos meses hicieron la primera reforma agraria y le dijeron a la

gente que todavía tenía tierras privadas que se quedarían con treinta caballerías

cada uno, o cada familia, y entonces algunos empezaron a quejarse un poco.

Nosotros no, nosotros pensábamos que con treinta caballerías se podía hacer un

pocotón de cosas. ¿Por qué se quejaban? No lo entendíamos, además de que

nosotros nunca tuvimos tierras de nuestra propiedad. No, nunca las tuvimos, no,

nosotros trabajábamos en la caña y en otras labores agrícolas en el tiempo muerto.

Pero en fin, la gente se fue tranquilizando. Hasta que hicieron la segunda reforma

agraria y oiga, eso fue de arranca pescuezo: cinco caballerías para cada familia.

¡Cinco caballerías! ¿Usted me está oyendo? ¡Cinco! Y ahí ya el mambo sí fue

distinto y diferente, porque coño, ¿qué carajos se puede hacer con cinco tristes

caballerías de tierra? Y además, la tierra  que te toque, no la que tú escojas, que

había alguna que ni marabú. ¡Para qué decirle! Eso fue el alboroto padre en todo

esto por aquí. Pero a pesar de todo seguimos apoyando a la Revolución que tanto

hacía por nosotros, ¿no? Y hasta nos hicimos milicianos cuando se crearon las

milicias serranas, las milicias campesinas, todo eso... Sí señor. ¡Y qué le cuento! Pues

que hasta Micaela aprendió a tirar tiros. Si usted la hubiera visto con su uniforme de

miliciana lo que parecía... por ahí anda una foto de ella de cuando aquello, no sé

dónde estará... pero bien, sigo contándole: cuando soltaron aquello de que esto

era una revolución socialista, entonces sí se alborotó el panal. Imagínese, si aquí

todo el mundo era anticomunista, porque lo único que sabíamos de los comunistas

era que eran unos tipos que venían de vez en cuando a echarnos también un

discursito y a llenarnos el meollo de cosas, pero nunca habíamos visto a ninguno de

ellos con el azadón pegado al surco. Ya usted sabe. Pues aquí la gente por poco se

alza... sí, bueno, la propaganda que habíamos oído, sí, claro, figúrese. No, y hubo

gente que se alzó de verdad en las lomas, aquí cerca, gente que nada más tenía

unas escopeticas viejas, pero al fin se entregaron o los cogieron, el caso es que

aquellos alzados duraron unos meses nada más, no pudieron hacer nada, y chirrín

chirrán. Me acuerdo que aquella gente que venía a echarnos un discurso sobre el

sistema socialista eran muy parecidos a los que después del triunfo de la Revolución

caían por aquí también con sus discursitos y sus papelitos y nos decían más o menos

lo mismo, por eso la gente empezó a desconfiar, aunque eso sí, seguía apoyando a

la Revolución en todo lo que nos pedía, que era bastante. Pero a veces ya no nos

pedían, no, al poco tiempo empezaron a exigirnos, a decirnos que era nuestro

deber y nuestra obligación cumplir esta tarea y esta otra y todo eso, y que había

que apoyar y ayudar a la Revolución. Si señor. Y así empezó todo, como se lo estoy

contando. Empezaron a llevarse a los muchachos para la capital y para otras

ciudades, a estudiar nos decían, porque la Revolución necesitaba gente preparada

y todo eso, la Revolución siempre necesitando, lo mismo gente que trabajo, y

esfuerzos, sacrificios, ¿se da cuenta? ¡Siempre! Pues se los llevaron. Y cuando

pasaron los años no regresó ninguno. Claro, se acostumbraron a las ciudades y

naranjas agrias. Venían a vernos una vez al año y nos mandaban fotos y nada más.

¿Quién va a preferir el sol en el lomo todo el día al asfalto, las tiendas, los ómnibus,

las muchachas con minifaldas, las casas bonitas, todo eso? Pues eso fue tremenda

jodentina, porque nosotros nos estábamos poniendo viejos, ¿sabe?, el almanaque

no perdona... Sí, yo sé que es bueno estudiar y aprender, no vaya usted a creer que

no, aprender a leer y escribir, no se lo oculto, no, yo siempre estuve a favor de

eso. Pero había que pensar en el campo, en la agricultura, porque a pesar de los

equipos que mandaban para las granjas del Estado, nos íbamos quedando sin

gente para producir alimentos, imagínese usted. Yo no sé cómo a ningún dirigente

se le ocurrió pensar en eso. ¿Y los muchachos? Bien, gracias, en la capital, en

Santiago, en Camagüey, haciendo cosas que no eran las que tenían que hacer,

para lo que habían estudiado en las ciudades. De rareza regresaba algún cayuco

que no daba más con los números y los papeles. De rareza. Hasta mandaron a

muchos para los países extranjeros, a estudiar las técnicas de avanzada, así nos lo

dijeron. ¡Ah! ¿Que quién atendía la tierra me pregunta? Bueno, eso fue otro show.

Figúrese que primero mandaban a los presos, ya usted sabe. ¡Un desastre! Los presos

acabaron con la quinta y con los mangos, sí señor. Después mandaron estudiantes,

los pobres, que me acuerdo qué trabajo pasaban, vejigos que no habían visto en

su vida una guataca y que no distinguían entre un boniato y una papa. Oiga, se lo

digo yo: para trabajar en el campo, hay que conocer bien el campo, hay que

vivir en el campo, no venir aquí de picnic los fines de semana y ya. Pues como le

cuento, los estudiantes no sabían hacer nada, algunos querían trabajar de verdad,

querían ayudar, cumplir, pero qué va, no había manera. Mire: hay cultivos, como el

tabaco por ejemplo, que para recoger las hojas que hay que recoger cada día, hay

que ser un guajiro criado entre las matas de tabaco... ¿Cómo dice? Ah, sí, un

especialista, sí, eso mismo, aunque el hombre no sepa ni poner su nombre. Por eso

desgraciaron las cosechas de tabaco por allá por Vueltabajo, y lo poco que había

por aquí, imagínese: cualquiera llegaba y a arrancar se ha dicho, sin saber cuál

hoja se podía arrancar y cuál no, y la calidad del tabaco cubano al carajo. No, no

es fácil, se lo digo yo. Pues bien. Así pasaron los primeros años: presos, estudiantes, y

después trabajadores voluntarios, gente de oficinas, del pueblo, que sólamente

cogían las mochas y a dar guantazos sin ningún control. Las mochas o las guatacas.

Otro show. Y que venían en manadas, se tiraban aquí, allá, y a acabar con la

tierra y con todo lo que hubiera sembrado. Y hasta vinieron unas cuantas brigadas

de jovencitos que querían enseñarnos a nosotros cómo se debía trabajar aquí en el

campo. ¡Manda huevos! ¡A nosotros, sí señor!  Brigadas técnicas de no se sabe qué

mierda las llamaban. Oiga, le zumba la berenjena. "Así se produce más, compañero

agricultor", nos decían esos vejigos, y mire lo más que se ha producido que hoy no

tenemos aquí ni malangas para los niños. Cuando yo se lo digo. En fin, que todo el

mundo pasó por el campo, porque el Partido decía que el hombre debería estar

en todo, integrarse a todo, tener esa experiencia del trabajo físico, y el resultado ya

usted lo conoce. Me acuerdo muy bien, si Micaela me lo decía molesta, que un fin

de semana venía un grupo y otro fin de semana venía otro, que en vez de continuar

lo que había hecho el anterior, empezaba donde le saliera, con un responsable que

ellos mismos traían del pueblo, dígame usted. Pregúntele a cualquiera de los viejos

de por aquí para que vea. Pues sigo: cuando pasaron los años todo esto se

convirtió en una gran agrupación agropecuaria del Estado. Todos nos convertimos

en empleados del Estado, y ahí sí que la mula tumbó a Genaro, porque con el

Estado uno no puede discutir, siempre pierde. Oigame, hay que dejarse de bobería:

uno trabaja bien lo que es de uno, pero lo que es de todos, que no es de nadie,

olvídese. Y eso fue lo que pasó, que cuando la gente empezó a trabajar para el

Estado, que era el nuevo patrón único y que nos pagaba menos por lo que

producíamos y nos quería controlar hasta en la manera de agacharnos en el surco

la gente empezó a majasear, a hacerse el chivo loco, a inventar, porque también

empezaron a escasear las cosas, y si uno se pega a trabajar en el campo desde el

amanezco, y después cuando cobra no puede comprarse lo que necesita o lo que

le da la gana, figúrese. Yo no sé a quién se le ocurrió eso de quitarle la tierra a los

campesinos y hacer agrupaciones estatales. Poner al Estado de dueño. Oigame,

ese tiene que tener cascaritas de calabaza en la azotea. Mire usted, que entonces

aquí nadie se quedó ni siquiera con un conuquito para sembrar plátanos y criar

gallinas, imagínese. La tierra empezó a ponerse triste, los animales empezaron a

languidecer (¿me está oyendo las palabritas que uso?, ¡ah!, porque yo estudié mi

poquito, no vaya usted a creer) y muchos estiraron la pata. No no no, el acabóse

vigueta. En fin, que para qué voy a seguir contándole los desbarajustes de aquellos

años de locuras. No es que yo sea un enemigo de la Revolución, no se vaya a

confundir. No señor. Yo no niego las cosas buenas que la Revolución ha hecho. Pero

óigame, el desastre que provocó poner las tierras en manos del Estado... ¡eso no es

un juego! Ni en cuarenta años se recupera lo que se perdió... Y así hasta hoy, que

mire cómo estamos, que ni el azúcar alcanza para que Micaela pueda hacer un

domingo arroz con leche, si conseguimos la leche, que si no es con dólares hay que

ponerle una vela a San Lázaro a ver. Nosotros, que vivimos al lado de un central. Por

eso le digo, compay, a mí no me vengan con ésas. Mire: eso de que los guajiros

somos los dueños de la tierra, de los centrales, del país, no se lo cree ni el mongo

Masabí. ¿Usted se lo cree? Mire, no se me haga el bobo y perdone, pero el tiempo

de los bobos se acabó. Venga acá y dígame una cosa: ¿quiénes son los que tienen

las mejores viviendas?, porque usted vio dónde vivimos nosotros. Sí, una casita casi

nueva que nos ganamos en la emulación Micaela y yo, trabajando como dementes

pero de madera. ¿Quiénes viven en los mejores edificios de las ciudades? ¿Eh? ¿Y

quiénes son los que tienen carros y no pasan tanto trabajo con esos camiones

repletos de gente con paquetes y sacos y peste a chivo viejo? A ver. ¿Y quiénes se

visten mejor, que todo lo que se ponen encima es de afuera? Porque ni Micaela ni

Rolandito ni Joaquín ni yo nos hemos puesto nunca encima una tela de esas que

dicen que se venden en las tiendas de los dólares que hay en las ciudades. ¿Y qué

me dice de los sueldos? ¿O me va a negar que los campesinos, que somos los que

más trabajamos, los que producimos los alimentos en este país, somos los que menos

ganamos? ¿Eh? Los que producimos la comida que hay, ¿se da cuenta? Y casi no

tenemos ni para nosotros mismos. Ni un pedacito de mantequilla ni un café con

leche para desayunar. ¿Y quiénes se pasan la vida por ahí, viajando de lo lindo, de

avión en avión, con el dinero del Estado, del pueblo? Pregunte por todo esto para

que vea que aquí nadie ha viajado nunca por los países extranjeros ni nada de eso,

no señor. Eso lo hacen los que vienen aquí a echarnos un discurso con su agenda y

sus planillas, y diciéndonos siempre que tenemos que seguir sacrificándonos... Mire,

déjeme callarme, porque si sigo hablando se me va a subir lo que tengo de isleño a

la cabeza y... mejor cerrar el pico que a veces hablar más de la cuenta es peligroso.

Ya me lo decía Micaela al principio y yo no le hice caso: Celedonio, mi marido, no

cojas tanta lucha con la política, que de los políticos no se puede esperar nada,

porque tos son peores...



Augusto Lázaro

en Cuba, últimas décadas del siglo XX


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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