sábado, 4 de abril de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 13

Ese es el problema: esos cabrones se largaron para Estados Unidos y le dejaron el

paquete a mis primas, porque parece que ya ni los hijos podían soportarla. Pero se

la dejaron a mis primas, no a mí, y yo no tengo por qué cargar con este muerto.

Qué se han creído. ¿Que yo me voy a convertir en el punching bag de toda la

familia? Pues están muy equivocadas si se creen eso. Muy equivocadas. Por eso me

fui derechito hasta la casa de esas churrimurris a decirles que tienen que llevarse a la

tía Emilia otra vez para allá, tal y como me la trajeron, que eso no es asunto mío ni

la cabeza de un guanajo. Nunca debí aceptarla, comemierda que soy, pero es que

no me dieron chance ni para reaccionar, porque enseguida que metieron a la vieja

en la casa levantaron las patas. Ah, pero de eso nada. No y no. Por eso me llegué

a su casa como una leona cuqueada. Y llego, toco, me abren, y en la puerta, pues

son tan groseras que ni me invitan a pasar, les digo todo lo que tengo que decirles.

Y una de ellas, la más atravesada de las dos, me suelta: chica, nosotras llevamos a

la tía Emi a tu casa porque eso es lo que nos pidió tu madre, en esa carta que leíste,

¿o es que no sabes leer? Y me dice la otra mona: mira, no jeringues más y arranca.

Sí, porque son frescas y chusmas las dos. Insisto, les digo que mi mamá no contó

conmigo para eso, y etc., y les digo que soy yo la que decide quién vive en mi casa

y que no me sale del papo quedarme con la vieja y demás, pero entonces una de

ellas me suelta: claro, bobita, tú lo que quieres es estar solita para andar por la libre y

formar un bayú en esa casa, listilla. Qué perra. Pero lo más bonito fue que me tiraron

la puerta en las narices, un show, los vecinos asomados y todo. Yo no sé si me puse

más rabiosa o más abochornada, pero el caso es que me eché a reír para disimular.

Y no tuve más remedio que volver a la casa a joderme con la vieja. Y cada día que

pasa, entre la vieja y Bertica me tienen que yo creo que no peso ni cien libras. La

vieja peor, no me deja encender la radio porque le molesta hasta una mosca en el

aire, y no hago una sola cosa de la que no se queje con gritos y pataletas. Y sí, yo

tengo que hacerme cargo del manejo de la casa, yo sola, porque una mañana la

vieja botó a Aurelia, que tanto me ayudaba, mire, señora, no ponga más un pie en

esta casa, que usted es la que tiene a esta chiquilla tan malcriada y engreída,

y la pobre Aurelia bajó la cabeza y se fue sin pronunciar una sola palabra, a pesar

de mis protestas, sollozando bajito. Vieja de porra. Me tiene los nervios alterados

esta vieja de porra. Algunos vecinos de la cuadra me dijeron que si yo quería ellos

me echaban una mano, en cualquier cosa que necesites, Tania, no tengas pena, tú

sabes que los vecinos estamos para ayudarnos unos a otros, pero qué va, como yo

estaba en esos días no quería ni que me saludaran, no, muchas gracias, para qué se

van a molestar, adiós, y por poquito las mando a la mierda, porque tenía ganas de

mandar a la mierda a todo el mundo, de entrarle a toletazos a la vieja, a la

puñetera vieja que me hacía la vida imposible. Cada vez que me acuerdo... Yo no

conversaba con nadie cuando salía, y salía constantemente, llevándome a Bertica

en su coche, a veces a comprar los mandados, a veces a darle una vuelta a la

niña, pero sobre todo, para quitarme a la vieja de encima, esperanzada en regresar

a mi casa y encontrármela tiesa. A veces le llevaba a Bertica a su abuela y

entonces me quedaba mucho rato conversando con ella sobre el único tema que

ocupaba mi cerebro en esos días, no la resisto más, Aurelia, se lo juro por Dios que ya

no la resisto más, me voy a volver loca, estoy a punto de hacer un disparate...

Un día se aparecieron en mi casa unos vecinos del comité, el presidente con ellos,

con el cuento de querer ayudarme, porque siempre se están metiendo en la vida

de todo el mundo. Me preguntaron si yo tenía problemas con la vieja. Qué buena

pregunta. Mire, Tania, perdone la molestia, es que queremos saber si usted necesita

alguna ayuda, cualquier cosa, de verdad, es que la vemos aquí sola, batallando

con su hija y con su tía, que... no lo tome a mal, pero confíe en nosotros, queremos

ayudarla. Así me dijo el presidente, pero enseguida una vecina de esas que siempre

están metiendo su cuchareta, me soltó que qué me pasaba con la viejita, así mismo

la llamó, la viejita, que ellos pasaban por aquí y oían las peleas, y que por aquí y que

por allá. Yo la dejé que terminara su perorata, y cuando terminó me desplayé. Y a

ustedes qué coño les importa lo que pasa en mi casa, vamos a ver. Qué les

importa. Por qué se meten en mi vida si yo no los he llamado para nada, a ver,

por qué se meten, y patatín y patatán... El presidente intervino para calmar los

ánimos, porque la muy zoqueta empezó a decirme cosas, pero ya a mí no me

calmaba ni un pomo de fenobarbital, por eso les tiré la puerta en las narices como

me la habían tirado las primas, después de decirles hasta del mal que iban a morir, y

me fui para el fondo de la casa gritando, son unos frescos, son unos chismosos, se

meten en la vida de todo el mundo, coño, qué cansada me tienen, todos viven

pendientes de todos mis movimientos, de todo lo que yo hago o dejo de hacer,  

qué aburrida me tienen, recoño, obstinada es lo que estoy de esta cabrona casa,

de esa gente, de todo, de todo, de todo, hasta cuándo, Dios mío, y dando tirones

y portazos, halándome los pelos, qué sé yo, porque del tiro se me había olvidado

que la vieja estaba allí mirándome y oyéndome, ¡ay!, maldita sea la hora... La fresca,

la chismosa, la que se mete en la vida de todo el mundo eres tú, tú misma, eres tú, 

degenerada, y poco faltó para que le rompiera un búcaro en la cabeza, porque yo

tenía ganas de reventarla de verdad. Y los gritos que empezó a dar esa vieja

cuando la amenacé con el búcaro. Cómo chillaba, coño, como si la estuvieran

descuartizando, la muy perra. Se alborotó la cuadra entera, y Bertica con tremenda

perreta en su cuna para tapar el pomo. Yo gritando, la vieja gritando, Bertica

gritando, un infierno. Y para acabar de joderme se apareció el asma, aquí estoy yo

también para acabar contigo, chiquilla. La vieja además de gritar, soltaba cada

palabrotas que aquello daba grima, un rosario de cochinadas, de cosas que yo no

se las había oído ni  siquiera a mi padre. Lo último que recuerdo es que llegaron unos

vecinos y sin saber cómo, de pronto los vi en el medio de la sala, tratando de

calmarnos a mí y a la vieja que seguía desgañitándose, y yo les dije óiganla, ustedes

que tanto la defienden, óiganla, se está dando gusto hablando horrores de mí,

inventando cosas que yo no le he hecho, porque yo no la he tocado, no le he

puesto mis manos encima, a pesar de las ganas que tengo, pero mírenla, revísenla,

llorando de mentiritas, búsquenle las lágrimas, vieja mentirosa, haciéndose la infeliz,

vieja de porra, haciéndose la víctima, y la miré fijamente y le grité con todas mis

fuerzas te odio, vieja maldita, cómo te odio, muérete, anda, muérete de una vez y

no me jodas más, y estallé en un llanto que me desgarró por dentro, entonces todo

se me fue nublando, todo fue oscureciéndose, y no recuerdo más... Después me

contaron que tuvieron que cargar conmigo para el cuerpo de guardia, porque por

poco me ahogo de un ataque de asma que me entró de súbito y casi quedo allí

como un  pollo... y en el hospital se me parte la cabeza, me siento desfallecer,

inyecciones, aminofilina, pastillas, aerosol, todo nublado, oscurecido, negro, las

enfermeras, todas mirándome como si yo fuera un bicho raro o un fenómeno, y yo

medio  ahogada, siento cómo me penetran las agujas en las venas, me voy poco a

poco adormeciendo, y veo a la vieja que se me acerca lentamente, sonriéndose

con su  boca desdentada, le da vueltas a las ruedas de su silla, levanta el bastón, y

su bastón es un cuchillo enorme, con él alzado se me acerca más y más, su quijada

de bruja apuntándome, el cuchillo empapado de sangre, la risa de la vieja cada

vez más cerca, su boca, su quijada, su bastón, el cuchillo empapado de sangre, de

mi sangre, de mi sangre, de mi sangre... ¡Tania! Me despertó la voz de Aleida. ¿Te

sientes mejor? Aleida me trajo de regreso y se quedó conmigo aquí durante un rato.

Pensé que tenías una pesadilla. Después me contó lo demás. Esa señora lo que

tiene es que está amargada, muchacha, porque los hijos no se la llevaron para el

Norte, imagínate. Me dio una palmadita en la cara, sonriéndose. Pero olvídate de

ella, ya se la llevaron para la casa de tus primas otra vez, y ya mandé a buscar a

Aurelia, no te preocupes más. Entonces le pregunté por Bertica. Está ahí, en su cuna,

durmiendo a pierna suelta, no te preocupes más. Y traté de sonreír, hice una mueca,

y le di las gracias a la buena de Aleida. No tienes que darme las gracias por nada,

eso no es nada, ahora lo que tienes que hacer es descansar, y si necesitas algo me

llamas por el muro, eh. Me quedé en la cama descansando y me dormí otra vez.

Cuando me desperté, porque oí la voz de Aurelia llamándome desde la puerta,

corrí hasta el espejo del baño y me quedé mirándome. En las últimas semanas yo

había perdido por lo menos diez libras...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr



http://laenvolvencia.blogspot.com

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