Ese
es el problema: esos cabrones se largaron para Estados Unidos y le dejaron el
paquete
a mis primas, porque parece que ya ni los hijos podían soportarla. Pero se
la
dejaron a mis primas, no a mí, y yo no tengo por qué cargar con este muerto.
Qué
se han creído. ¿Que yo me voy a convertir en el punching bag de toda la
familia?
Pues están muy equivocadas si se creen eso. Muy equivocadas. Por eso me
fui
derechito hasta la casa de esas churrimurris a decirles que tienen que llevarse
a la
tía
Emilia otra vez para allá, tal y como me la trajeron, que eso no es asunto mío
ni
la
cabeza de un guanajo. Nunca debí aceptarla, comemierda que soy, pero es que
no
me dieron chance ni para reaccionar, porque enseguida que metieron a la vieja
en
la casa levantaron las patas. Ah, pero de eso nada. No y no. Por eso me llegué
a
su casa como una leona cuqueada. Y llego, toco, me abren, y en la puerta, pues
son
tan groseras que ni me invitan a pasar, les digo todo lo que tengo que
decirles.
Y
una de ellas, la más atravesada de las dos, me suelta: chica, nosotras llevamos
a
la
tía Emi a tu casa porque eso es lo que nos pidió tu madre, en esa carta que
leíste,
¿o
es que no sabes leer? Y me dice la otra mona: mira, no jeringues más y arranca.
Sí,
porque son frescas y chusmas las dos. Insisto, les digo que mi mamá no contó
conmigo
para eso, y etc., y les digo que soy yo la que decide quién vive en mi casa
y
que no me sale del papo quedarme con la vieja y demás, pero entonces una de
ellas
me suelta: claro, bobita, tú lo que quieres es estar solita para andar por la
libre y
formar
un bayú en esa casa, listilla. Qué perra. Pero lo más bonito fue que me tiraron
la
puerta en las narices, un show, los vecinos asomados y todo. Yo no sé si me
puse
más
rabiosa o más abochornada, pero el caso es que me eché a reír para disimular.
Y
no tuve más remedio que volver a la casa a joderme con la vieja. Y cada día que
pasa,
entre la vieja y Bertica me tienen que yo creo que no peso ni cien libras. La
vieja
peor, no me deja encender la radio porque le molesta hasta una mosca en el
aire,
y no hago una sola cosa de la que no se queje con gritos y pataletas. Y sí, yo
tengo
que hacerme cargo del manejo de la casa, yo sola, porque una mañana la
vieja
botó a Aurelia, que tanto me ayudaba, mire, señora, no ponga más un pie en
esta
casa, que usted es la que tiene a esta chiquilla tan malcriada y engreída,
y
la pobre Aurelia bajó la cabeza y se fue sin pronunciar una sola palabra, a
pesar
de
mis protestas, sollozando bajito. Vieja de porra. Me tiene los nervios
alterados
esta
vieja de porra. Algunos vecinos de la cuadra me dijeron que si yo quería ellos
me
echaban una mano, en cualquier cosa que necesites, Tania, no tengas pena, tú
sabes
que los vecinos estamos para ayudarnos unos a otros, pero qué va, como yo
estaba
en esos días no quería ni que me saludaran, no, muchas gracias, para qué se
van
a molestar, adiós, y por poquito las mando a la mierda, porque tenía ganas de
mandar
a la mierda a todo el mundo, de entrarle a toletazos a la vieja, a la
puñetera
vieja que me hacía la vida imposible. Cada vez que me acuerdo... Yo no
conversaba
con nadie cuando salía, y salía constantemente, llevándome a Bertica
en
su coche, a veces a comprar los mandados, a veces a darle una vuelta a la
niña,
pero sobre todo, para quitarme a la vieja de encima, esperanzada en regresar
a
mi casa y encontrármela tiesa. A veces le llevaba a Bertica a su abuela y
entonces
me quedaba mucho rato conversando con ella sobre el único tema que
ocupaba
mi cerebro en esos días, no la resisto más, Aurelia, se lo juro por Dios que ya
no
la resisto más, me voy a volver loca, estoy a punto de hacer un disparate...
Un
día se aparecieron en mi casa unos vecinos del comité, el presidente con ellos,
con
el cuento de querer ayudarme, porque siempre se están metiendo en la vida
de
todo el mundo. Me preguntaron si yo tenía problemas con la vieja. Qué buena
pregunta.
Mire, Tania, perdone la molestia, es que queremos saber si usted necesita
alguna
ayuda, cualquier cosa, de verdad, es que la vemos aquí sola, batallando
con
su hija y con su tía, que... no lo tome a mal, pero confíe en nosotros,
queremos
ayudarla.
Así me dijo el presidente, pero enseguida una vecina de esas que siempre
están
metiendo su cuchareta, me soltó que qué me pasaba con la viejita, así mismo
la
llamó, la viejita, que ellos pasaban por aquí y oían las peleas, y que por aquí
y que
por
allá. Yo la dejé que terminara su perorata, y cuando terminó me desplayé. Y a
ustedes
qué coño les importa lo que pasa en mi casa, vamos a ver. Qué les
importa.
Por qué se meten en mi vida si yo no los he llamado para nada, a ver,
por
qué se meten, y patatín y patatán... El presidente intervino para calmar los
ánimos,
porque la muy zoqueta empezó a decirme cosas, pero ya a mí no me
calmaba
ni un pomo de fenobarbital, por eso les tiré la puerta en las narices como
me
la habían tirado las primas, después de decirles hasta del mal que iban a
morir, y
me
fui para el fondo de la casa gritando, son unos frescos, son unos chismosos, se
meten
en la vida de todo el mundo, coño, qué cansada me tienen, todos viven
pendientes
de todos mis movimientos, de todo lo que yo hago o dejo de hacer,
qué
aburrida me tienen, recoño, obstinada es lo que estoy de esta cabrona casa,
de
esa gente, de todo, de todo, de todo, hasta cuándo, Dios mío, y dando tirones
y
portazos, halándome los pelos, qué sé yo, porque del tiro se me había olvidado
que
la vieja estaba allí mirándome y oyéndome, ¡ay!, maldita sea la hora... La
fresca,
la
chismosa, la que se mete en la vida de todo el mundo eres tú, tú misma, eres
tú,
degenerada,
y poco faltó para que le rompiera un búcaro en la cabeza, porque yo
tenía
ganas de reventarla de verdad. Y los gritos que empezó a dar esa vieja
cuando
la amenacé con el búcaro. Cómo chillaba, coño, como si la estuvieran
descuartizando,
la muy perra. Se alborotó la cuadra entera, y Bertica con tremenda
perreta
en su cuna para tapar el pomo. Yo gritando, la vieja gritando, Bertica
gritando,
un infierno. Y para acabar de joderme se apareció el asma, aquí estoy yo
también
para acabar contigo, chiquilla. La vieja además de gritar, soltaba cada
palabrotas
que aquello daba grima, un rosario de cochinadas, de cosas que yo no
se
las había oído ni siquiera a mi padre.
Lo último que recuerdo es que llegaron unos
vecinos
y sin saber cómo, de pronto los vi en el medio de la sala, tratando de
calmarnos
a mí y a la vieja que seguía desgañitándose, y yo les dije óiganla, ustedes
que
tanto la defienden, óiganla, se está dando gusto hablando horrores de mí,
inventando
cosas que yo no le he hecho, porque yo no la he tocado, no le he
puesto
mis manos encima, a pesar de las ganas que tengo, pero mírenla, revísenla,
llorando
de mentiritas, búsquenle las lágrimas, vieja mentirosa, haciéndose la infeliz,
vieja
de porra, haciéndose la víctima, y la miré fijamente y le grité con todas mis
fuerzas
te odio, vieja maldita, cómo te odio, muérete, anda, muérete de una vez y
no
me jodas más, y estallé en un llanto que me desgarró por dentro, entonces todo
se
me fue nublando, todo fue oscureciéndose, y no recuerdo más... Después me
contaron
que tuvieron que cargar conmigo para el cuerpo de guardia, porque por
poco
me ahogo de un ataque de asma que me entró de súbito y casi quedo allí
como
un pollo... y en el hospital se me
parte la cabeza, me siento desfallecer,
inyecciones,
aminofilina, pastillas, aerosol, todo nublado, oscurecido, negro, las
enfermeras,
todas mirándome como si yo fuera un bicho raro o un fenómeno, y yo
medio ahogada, siento cómo me penetran las agujas
en las venas, me voy poco a
poco
adormeciendo, y veo a la vieja que se me acerca lentamente, sonriéndose
con
su boca desdentada, le da vueltas a las
ruedas de su silla, levanta el bastón, y
su
bastón es un cuchillo enorme, con él alzado se me acerca más y más, su quijada
de
bruja apuntándome, el cuchillo empapado de sangre, la risa de la vieja cada
vez
más cerca, su boca, su quijada, su bastón, el cuchillo empapado de sangre, de
mi
sangre, de mi sangre, de mi sangre... ¡Tania! Me despertó la voz de Aleida. ¿Te
sientes
mejor? Aleida me trajo de regreso y se quedó conmigo aquí durante un rato.
Pensé
que tenías una pesadilla. Después me contó lo demás. Esa señora lo que
tiene
es que está amargada, muchacha, porque los hijos no se la llevaron para el
Norte,
imagínate. Me dio una palmadita en la cara, sonriéndose. Pero olvídate de
ella,
ya se la llevaron para la casa de tus primas otra vez, y ya mandé a buscar a
Aurelia,
no te preocupes más. Entonces le pregunté por Bertica. Está ahí, en su cuna,
durmiendo
a pierna suelta, no te preocupes más. Y traté de sonreír, hice una mueca,
y
le di las gracias a la buena de Aleida. No tienes que darme las gracias por
nada,
eso
no es nada, ahora lo que tienes que hacer es descansar, y si necesitas algo me
llamas
por el muro, eh. Me quedé en la cama descansando y me dormí otra vez.
Cuando
me desperté, porque oí la voz de Aurelia llamándome desde la puerta,
corrí
hasta el espejo del baño y me quedé mirándome. En las últimas semanas yo
había
perdido por lo menos diez libras...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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