--¡No
hay quórum! -exclamó Valón, y sonriéndose se recostó en su silla.
A
las tres y media sólo había treinta y dos trabajadores en el salón de
reuniones. La
asamblea
había sido convocada para las tres de la tarde.
--¿Nadie
sabe dónde está Rina? -preguntó el Administrador, desde la única silla
ocupada
en la mesa presidencial-. Bueno, que venga algún miembro del ejecutivo
de
la sección sindical -miró su reloj pulsera-, que ya estamos atrasados -alguien
en
el
fondo murmuró "como siempre" pero el Administrador no le hizo caso.
Dos
muchachas sentadas en el medio comenzaron a cuchichear. A la voz de
¿quién
viene por fin? del Administrador, se levantó una de ellas, redonda como una
pelota
de fútbol, y se acercó a la mesa con los labios apretados.
--Rina
es la que tiene el control de todo -dijo, arreglándose el pelo y sentándose con
dificultad
en la silla que le resultaba demasiado etrecha, junto al Administrdor-. Ella
es
la que tenía que estar aquí con los informes y los planes y todo eso -agregó
moviendo
su cabeza que desentonaba por pequeña con su amplia anatomía.
--¡Y
los teques! -señaló Valón, y se escucharon numerosas risas.
El
Administrador miró al fondo del salón, hizo una mueca, y le dijo algo a la
gordita.
"Ya
sabemos que Rina es la que tenía que estar aquí, querida Cira -la ironía no le
quedaba
bien, pero él no lo sabía-, pero da la casualidad que no está" -se oyeron
nuevas
risas.
--De
todos modos, Angelito, no hay quórum -insistió Valón, encendiendo un pitillo-.
La
asamblea no puede celebrarse.
Las
risas se convirtieron en murmullos aprobadores.
--Primero
vamos a pasar lista, porque tenemos unos cuantos compañeros que están
justificados.
El
Administrador tomó un fail de encima de la mesa. En ese momento hicieron acto
de
presencia dos miembros del ejecutivo municipal del sindicato que habían sido
invitados.
Parecían dos guardaespaldas de algún ricachón de Las Vegas. Eran las
tres
y cuarenta. La gordita miró al Administrador y éste le indicó a tan ilustres
visitantes
que se acercaran y tomaran asiento junto a él. Después los presentó a la
masa.
--Aquí
debería estar también el compañero Arias, de la empresa. No sabemos por
qué
no ha venido, porque nosotros lo invitamos.
--Bueno,
Angelito, ya son las cuatro de la tarde -Valón tiró la colilla del cigarro en
el
piso-,
vamos a meterle mano a esto, que yo estoy aquí desde las siete de la
mañana.
--Mira,
Valón, no eres tú solo el que está aquí desde las siete de la mañana -volvió a
mirar
su reloj e hizo otra mueca-, y todavía no son las cuatro.
El
Administrador sacó un pañuelo ajado y se secó el sudor.
--Vamos
a pasar lista -dijo.
Entre
los presentes comenzaron a formarse pequeñas conversaciones en voz baja.
La
gordita miraba al Administrador y movía la cabeza afirmativamente cada vez
que
se nombraba un compañero que según él estaba justificado.
--Bien.
Tenemos entonces que de setenta y cinco trabajadores en nómina hay tres
de
vacaciones, dos enfermos, una de materniad, tres movilizados, dos de viaje,
y
cuatro en prestación de servicios en otra unidad de la empresa.
El
Administrador levantó la cabeza y miró a su auditorio. Se secó el sudor, puso
el
pañuelo
encima de los papeles que había llevado la gordita, y continuó:
--Si
a estos compañeros les sumamos los que se encuentran prestando servicios
imprescindibles
en el hotel en estos momentos, eso nos da un total de... -tomó
un
bolígrafo y sacó cuentas en una hoja de papel usada- un total de veintiocho
compañeros
que de ninguna manera pueden estar aquí presentes -la gordita le
susurró
algo al oído-, y me informa Cira que dos compañeros se fueron al mediodía
por
problemas familiares.
--Está
bien, Angelito -dijo uno del centro del salón-, pero métele mano a esto, que
ya
son las menos cinco.
El
Administrador ordenó los papeles, apuntó algo en una hoja en blanco, se la pasó
a
la gordita, y se volvió a secar el sudor con el pañuelo.
--Entonces,
compañeros, ¿estamos de acuerdo que se celebre la asamblea
teniendo
en cuenta los justificados que señalamos?
Algunos
se encogieron de hombros, otros miraron a los que tenían al lado, tres o
cuatro
encendieron cigarros, y los demás se quedaron en su lugar en posición de
descanso
como si fueran soldados que reciben esa orden. El Administrador miró a
la
gordita y a los del municipio, y después se dirigió a la asamblea.
--Vamos
a hacer las cosas correctamente, compañeros. A ver, los que están de
acuerdo
en celebrar la asamblea que levanten la mano -la mayoría la levantó-.
Los
que estén en contra -nadie la levantó-. Los que se abstienen -uno del lateral
derecho
comenzó a levantarla, pero al ver que sería el único desistió rápidamente,
rascándose
la oreja para disimular su movimiento táctil. El Administrador se
repochó
en su silla-. Aprobado por unanimidad -exclamó.
Las
conversaciones susurrantes continuaron. Muchas manos comenzaron a mover
cartoncitos,
periódicos, revistas. Un compañero del fondo se levantó y abrió la
puerta
que daba a la calle. La ráfaga de aire detuvo por un momento algunos
abanicos
improvisados. El Administrador se puso de pie, sosteniendo varias hojas
de
papel gaceta y empezó a hablar en voz alta.
--Bien,
compañeros, vamos a darle lectura al informe de la Administración, y después
lo
discutimos, ya que la compañera Rina parece que no va a venir definitivamente.
--¿Y
no hay orden del día? -preguntó una señora de pelo canoso que permanecía
muy
callada en la primera fila.
--No
hace falta, Carmen. Vamos a agilizar esto. Déjame leer el informe.
La
señora hizo un puchero, se encogió de hombros, y miró al piso durante unos
minutos.
A las cuatro menos cinco comenzó el Administrador a leer su informe,
después
de aclarar -como si nadie lo supiera- que esa era la asamblea de servicios
que
debía organizar y presidir la sección sindical en la persona de la compañera
Rina,
que él ignoraba la razón por la cual no se encontraba allí presente. Los que sí
se
encontraban presentes murmuraron un poco, hicieron sus conjeturas silenciosas
o
en voz baja, y se miraron los unos a los otros, pero al fin se fueron
acostumbrando.
Algunos
miraban sus relojes, varios fumaban, otros susurraban, pero en todas las
caras
el rasgo común era la impaciencia y el aburrimiento. El Administrador cambió
de
lugar el pañuelo humedecido por el constante sudor de su cara y dio lectura
a
los papeles con voz de bajo acatarrado. Planteó que en el hotel se había
generado
un déficit de más de diez mil pesos en la ejecución del plan de prestación
de
servicios, atribuido en lo fundamental al no funcionamiento de doce
habitaciones
sometidas a reparación desde hacía ya cuatro meses y medio, a la
lentitud
extrema en la atención a los usuarios -lo que había provocado cerca de
cincuenta
críticas desfavorables aparecidas en el libro de quejas y sugerencias de
la
carpeta, que ya se analizarían en su oportunidad-, a la disminución de la
oferta
de
alimentos por falta de medios adecuados para su elaboración y conservación,
a
la falta de cooperación entre los miembros de los distintos bloques de trabajo,
a
la
pérdida numerosa de insumos por diversos motivos, y a otros factores que
prefirió
no mencionar por considerarlos muy privados, que ya se discutirían a otros
niveles.
--Y
menos mal que no tuvimos que cerrar por fumigación -dijo Valón, provocando
un
estallido de risas que cortó el Administrador, exclamando con énfasis que la
cosa
no
estaba para chistes.
--¡Y
todavía no hemos terminado! -añadió, intentando quitarse el sudor de la cara y
el
cuello.
El
Administrador estuvo hablando durante unos veinte minutos en su primera
intervención.
Después, en otros diez minutos de exposición ininterrumpida, agregó
que
además de los problemas señalados iba a decir "cuando me interrumpió
Valón"
-y
miró directamente al fondo de la sala- que había otras cuestiones que superar,
como
eran sin dudas la débil gestión en las ventas, la mala calidad en la
elaboración
de los productos, la ausencia de trabajadores en días completos
cuando
iban a consultas en las policlínicas por las mañanas, las del todo punto
excesivas
-y se golpeó el pecho con el puño de su mano izquierda- autorizaciones,
que
eran de su entera responsabilidad, y la falta de exigencia y acometividad que
se
observaba en algunas áreas de trabajo fundamentales para la buena marcha
de
la prestación de los servicios del hotel. Miró nuevamente a la masa, intentó
aminorar
el flujo de sudor que no dejaba de salirle de la cara, se sentó, colocó los
papeles
frente a la gordita, y contempló por un minuto, fijamente, el ventilador de
techo
que no funcionaba desde la penúltima asamblea general. Un silencio
desacostumbrado
se impuso en la reunión.
--Los
compañeros que deseen hacer uso de la palabra -dijo.
Nadie
levantó la mano. La señora de la primera fila se dirigió a los miembros de la
mesa,
con voz apenas audible.
--Oiganme,
por lo que Angelito ha dicho, cualquiera piensa que lo mejor es que
cerremos
el hotel.
Ahora
los murmullos resonaron al unísono.
--No
hay que exagerar, Carmen, que no es para tanto.
El
Administrador cambió impresiones con los del municipio que permanecían en
silencio
con sus caras tan inexpresivas que ni siquiera sudaban. La señora volvió a
hablar,
esta vez aumentando el volumen.
--Bueno,
compañeros... la verdad que estas cosas hay que discutirlas... para eso es
que
estamos aquí, ¿no?
--Eso
mismo dijiste en la última asamblea, Carmen, qué casualidad -Valón encendió
otro
cigarro-. Y como si le echáramos jeringa a un muerto.
--Tampoco
así, Valón -el Administrador dio un golpe seco en la mesa con el puño de
su
mano derecha mientras con la izquierda se secaba el sudor-. Aquí hemos
discutido
un montón de problemas que después se han resuelto, y eso aquí lo sabe
todo
el mundo. Todo el mundo menos tú, al parecer.
Hubo
murmullos aprobatorios, dudosos, negativos. Algunos hablaron entre sí, y
varios
lo hicieron al mismo tiempo. Eran casi las cinco. El calor se ponía pesado, a
pesar
de la puerta del fondo. La gordita se levantó, no sin esfuerzo, salió del salón
y
enseguida
regresó con un ventilador prehistórico que colocó en el piso, junto a la
mesa
presidencial. Milagrosamente funcionaba, aunque haciendo un ruido de
noveno
círculo.
--Bien,
compañeros -el Administrador tomó el pañuelo, lo estrujó, y volvió a ponerlo
encima
de los papeles sin pasárselo por la cara-. Los que quieran opinar sobre el
informe.
Un
joven en el fondo cabeceó de pronto y el que estaba junto a él lo sacudió con
fuerza.
Todos se volvieron y se escucharon risas en todo el salón.
--¿Quieres
que te cambie la silla por un pim pam pum? -gritó el Administrador con
la
cara del color de las uñas de la gordita, y las risas retumbaron.
El
calor era húmedo e irresistible y el ventilador que había traído la gordita
apenas
alcanzaba
los pies de quienes se encontraban en la primera fila.
--Mira,
Angelito -la voz de Valón no traía buenas intenciones-, aquí lo que hay que
hacer
es dejarse de curitas de mercuro cromo y tomar medidas drásticas.
Hubo
exclamaciones y comentarios y las voces impidieron que se oyera lo que dijo
la
señora de la primera fila, malhumorada. Alzando mucho la voz, el Administrador
logró
hacerse escuchar.
--Correcto,
Valón, correcto. A ver: ¿qué medidas drásticas tú propones para que no
tengas
que abochornarte cuando te pregunten en qué lugar trabajas?
--Bueno...
lo primero que yo haría... -dijo Valón, mirando a todas partes como si
estuviera
esperando a alguien que no acababa de llegar en una esquina céntrica-
lo
primero que yo haría es... botar a toda esta gente de la sección sindical...
Las
exclamaciones, los comentarios, las protestas y los murmullos de la gordita y
de
la
otra muchacha del sindicato interrumpieron a Valón, que no por eso se desanimó
y
movió las manos en señal de silencio, esperando después pacientemente. Al fin
lo
dejaron que continuara.
--Figúrate
tú -y miró directamente al Administrador-, ni siquiera vienen aquí a dirigir
una
asamblea y lo único que hacen es cobrarle a uno la cuota, y para eso caerle
encima
a uno para que liquide el año desde los primeros meses...
--No
-interrumpió un hombre de mediana edad que no había abierto su boca a no
ser
para bostezar sonoramente-, y además de caerle encima a uno con eso de la
cuota,
como dice el compañero Valón, nada más que se acercan a nosotros para
pedirnos
que vayamos al trabajo voluntario.
--Y
siempre están con la pituita de que hoy a las doce hay un mitin relámpago y el
viernes
a las cinco hay una actividad y el domingo a las seis de la mañana hay que
estar
en el parque de las flores, donde por cierto no hay ninguna flor, para ir al
trabajo
productivo y...
--Y
los problemas de los trabajadores ¿qué? -pregunto un larguilucho del centro.
--Pero
lo más lindo del caso -dijo por último Valón- es que la mayoría de las veces tú
no
los ves en ninguna actividad.
--Sobre
todo cuando hay que doblar el lomo -exclamó el señor de edad mediana
aguantando
un bostezo que se aproximaba.
La
mayoría hizo gestos afirmativos, movimientos de manos y cabezas, y aumentaron
los
murmullos, mientras el calor hacía estragos en rostros y camisas sin
distinción.
--Y
ahora la han cogido con la gracia de hacer maratones de limpieza los sábados
-dijo
una muchacha del centro con cara de yonofuí.
--Claro
-dijo la otra compañera del ejecutivo de la sección sindical-, porque lo que
pasa
es que las compañeras de la limpieza no limpian.
--¿Que
no limpian? -gritó un muchachón del lateral izquierdo con voz de afilador de
tijeras
sin pito-. ¡No limpian! Y claro, nosotros tenemos que hacerles el trabajo a
ellas.
¡Pero
qué bárbaro!
Los
comentarios y las exclamaciones lograron que la gente se olvidara del calor, de
la
hora, y de las ganas que tenían de largarse de una vez. Como por milagro, el
Administrador
permanecía sin decir ni hostias.
--La
verdad, compañeros -dijo la señora de la primera fila-, aquí hay que hacer
algo,
porque
si esto sigue así, no cuenten conmigo para la próxima asamblea.
--Si
esto sigue así, apaga y vámonos -dijo la gordita rascándose el cuello, donde el
sudor
y el polvo le habían colocado un precioso collar carmelita.
El
Administrador decidió entonces que ya era hora de intervenir para poner el
orden
que
no había podido poner antes, y dejó de secarse el sudor.
--Bien,
compañeros. Vamos a pedir la palabra. Vamos a ser disciplinados. Vamos a
aprovechar
esta asamblea para que no hayamos estado aquí perdiendo el tiempo.
Sobre
lo que dijo Valón, independientemente de que no lo dijo de la forma más
correcta,
lo único que podemos decirle es que nosotros no estamos facultados para
sacar
a nadie de la sección sindical. Eso lo tienen que decidir ustedes, que fueron
los
que
los eligieron. Pero bien, ahora lo que estamos discutiendo es el informe de la
Administración
del hotel, así que vamos a concentrarnos en este punto.
Hizo
una pausa, tomó el pañuelo, lo sintió tan mojado que volvió a colocarlo donde
estaba,
y esperó. Eran las cinco y media largas. Los ánimos se habían apaciguado
un
poco, pero nadie pidió la palabra.
--¡Es
verdad! ¡Es verdad! -gritó una pelirroja teñida que se había quedado rendida
en
medio del salón, despertándose súbitamente. Hubo risas, pero menos que antes.
Poco
a poco se fue haciendo el silencio. El Administrador insistió en que quienes
desearan
opinar sobre el informe levantaran las manos. Los murmullos, comentarios,
y
otros accesorios, aparecieron nuevamente, con mucho menos fuerza. Algunos se
pusieron
de pie, caminaron, salieron del local y se quejaron inútilmente del calor.
Un
joven de pitusa y pulóver anchísimo se escabulló por el lateral izquierdo y
adiós
Lolita
de mi vida. El Administrador pidió calma y trató de tranquilizar a los reunidos
que
lo apremiaban a terminar con la tortura calurosa. Enseguida tomó la palabra
por
decimonovena vez.
--Miren,
compañeros, queremos plantearles una cosa -una jovencita vestida a la
última
moda llegada desde el exterior en revistas traídas por manos amigas, se
asomó
por la puerta y le hizo señas-. ¿Qué pasa, Arelis? -la joven entró casi en
puntillas,
moviéndose camaleónicamente, se acercó a la mesa y le entregó un
papel.
Enseguida salió, haciéndole guiños a varios hombres del lateral derecho.
El
Administrador leyó el papel. Ahora la asamblea estaba adormecida en la
modorra
del bochorno perpetuo. El Administrador puso el papel sobre la mesa
frente
a la gordita y continuó.
--Aquí
me llega una nota del compañero Arias, que pide que lo disculpemos, pero
que
otros compromisos contraídos e inaplazables le impiden estar con nosotros.
--Un
tipo duro ese Arias, ¿eh? -se rió Valón.
--¿Y
no nos desea éxitos en la asamblea? -vociferó un godo barrigón desde la
última
fila. Las risas despertaron escandalosamente mientras el Administrador y los
del
sindicato municipal ponían caras de bull dogs amarrados mirando cuatro gatos
furiosos
amagándoles. Bostezos, miradas a los relojes, sacudidas esporádicas a los
cartoncitos,
lamentos y susurros, camisas desabotonadas, etc. Pero la asamblea, no
obstante,
continuó.
--Silencio,
compañeros. Vamos a hacer silencio, por favor. A ver, opiniones sobre
el
informe. Vamos, gente, que no se diga -la gordita habló más de la cuenta. El
Administrador
casi se desplomó en su silla, resoplando como un búfalo. Tenía la
camisa
empapada. Cambió impresiones con los del sindicato municipal, registró
sus
papeles, alzó la cabeza.
--Atiendan
aquí: lo que nosotros queremos plantearles es lo siguiente -se puso de
pie
y le dio lectura a lo que denominó plan de ataque frontal a las dificultades
y
las
deficiencias,
con el que esperaban, contando con la cooperación de todos los
factores
del centro y con la conciencia revolucionaria de todos los trabajadores
del
hotel, recuperar los atrasos, eliminar el déficit y resolver a corto plazo
todos los
problemas
que se habían venido acumulando y que se habían discutido ya varias
veces
en anteriores asambleas.
--Pero
eso sí, compañeros: para llevar a feliz término este plan -exclamó con una
buena
dosis emotiva- nosotros vamos a ser exigentes, de verdad que vamos a ser
muy
exigentes. Con todos, comenzando por mí mismo.
El
murmullo fue superior al tímido aplauso que se escuchó al final, después de que
el
Administrador
se sentó nuevamente, restregándose el pañuelo mojado en la cara.
Los
presentes se miraron, comentaron, formaron microasambleas en varios puntos
del
salón, despertaron por segunda vez a la pelirroja, y se quedaron en sus sillas,
esperando.
--Yo
creo que lo que hay que hacer aquí es cumplir ese plan, Angelito -dijo la
señora
de
la primera fila-, lo demás es dilatar esto por gusto.
--Sí,
sí -gritó la muchacha del ejecutivo que estaba entre la masa-, cumplir el plan,
compañeros,
ponernos para la cosa, eso es lo que tenemos que hacer.
Al
rayar las seis dos mujeres jóvenes se pusieron de pie. Una de ellas habló por
las
dos.
--Con
permiso, Angelito, Marta y yo tenemos que retirarnos, porque tenemos que
recoger
a los niños en el círculo.
--Y
yo tengo una reunión a las ocho -planteó un señor grueso que también se había
puesto
de pie.
Los
tres salieron callados por el lateral izquierdo, con las caras festivas. La
reunión
había
caído en un sopor que mantenía las bocas medio abiertas, las manos con
los
cartones o los periódicos ventilantes inmóviles sobre las piernas, y las caras
con
expresión de desaliento.
--¿Qué
hora tienes, Julio? -preguntó la joven del ejecutivo.
--Las
seis y cinco.
Algunos
asistentes se pusieron de pie, se estiraron, bostezaron, etc., mientras los de
la
mesa cambiaban impresiones en voz baja. Por fin el Administrador planteó que
si
no había opiniones se procedía a votar el plan de ataque frontal propuesto,
que
ya contaba con la aprobación de la compañera Cira y de los compañeros del
ejecutivo
municipal (algunos se preguntaron cuándo lo habrían leído). Al final,
exclamó
que el plan era aprobado por unanimidad.
--Ahora
vamos a darle la palabra al compañero Rosales, miembro del comité
municipal
del sindicato, para que haga las conclusiones de esta asamblea.
No
hubo aplausos ni comentarios ni murmullos. Rosales se puso de pie. Con voz muy
pausada
dijo que esa asamblea no se había efectuado en la forma establecida, y
que
en realidad había resultado en la práctica una reunión netamente informativa
donde
no se habían tomado acuerdos concretos y donde -hizo un gesto vago de
resignación-
había que decirlo, se notó el desinterés, la apatía y la falta de
combatividad
en la mayoría de los trabajadores allí presentes, y que eso era una
señal
preocupante, sin dudas, de un pobre trabajo sindical en la base, cosa que
"tenemos
que superar urgentemente". Apuntó que él estaba de acuerdo con
muchos
de los planteamientos que se habían hecho y que no iba a repetir lo que ya
se
había dicho -aunque lo repitió casi todo en el transcurso de su intervención-.
pero
que
el sindicato municipal esperaba que con el esfuerzo y la dedicación de todos
el
hotel saliera del lugar tan bajo en que había quedado en la pasada emulación.
Se
extrañó especialmente de que no se hubiera hecho ningún señalamiento al
compañero
Angelito, que a pesar de llevar muy poco tiempo en el cargo de
Administrador
de la unidad, tenía su parte de responsabilidad en los problemas que
se
señalaron... -uno del centro lo interrumpió para plantear que en los últimos
seis
meses
el hotel había tenido tres administradores y que él consideraba que el único
que
se había ocupado algo de esos problemas señalados era el compañero
Angelito,
no porque estuviera allí presente, sino porque era la verdad, pero los
murmullos
cortaron lo que parecía iba a ser una entonada intervención.
--¡Compañeros!
-el rostro del dirigente sindical enrojeció-: para resolver todos estos
problemas
y salir de esta bochornosa situación, es necesario que ustedes -y señaló
con
el índice derecho a todos los presentes- tomen conciencia de eso, pues no se
puede
resolver nada si no se está conciente de que hay que resolverlo. Tenemos
que
redoblar los esfuerzos, compañeros, tenemos que trabajar sin descanso, hay
que
dedicarse por entero al trabajo, cumpliendo y respetando la jornada laboral
que
es sagrada, rescatando la disciplina, aprovechando al máximo cada turno de
trabajo,
laborando horas extras si fuera necesario, elevando la calidad de los
servicios
que le prestamos al pueblo, y todo eso con la vergüenza que caracteriza
a
nuestro sector, con un alto espíritu de sacrificio, con abnegación, con
entusiasmo
ante
las tareas del Partido, de la Administración y del Sindicato, y desde ahora
mismo
acometer con energía y vitalidad las tareas del plan propuesto por el
compañero
Angelito, para así reconquistar el prestigio de esta unidad y ponerla a la
altura
de la situación del país, a la altura de nuestra población, a la altura que la
Revolución
nos reclama -hizo una pausa breve, sofocado- y proponernos que en
el
más breve plazo posible este hotel se ganará el honroso título de UNIDAD
MODELO
DEL PUEBLO Y PARA EL PUEBLO...
Pasadas
de las seis y media la sala estaba totalmente vacía. En la acera la gordita
se
acercó a Valón, que se disponía a atravesar la calle para tomar un ómnibus o
cualquier
otro transporte que lo llevara hasta cerca de su casa.
--¿Por
qué no hablaste cuando terminó Rosales? -le preguntó.
--¿Estás
loca? Si sigo hablando me proponen para el sindicado, mija. Y yo no estoy
para
eso, manita.
La
gordita se quedó en la acera mirando a Valón que se perdía entre el tumulto en
la
parada. Miró al cielo, que estaba muy nublado, se encogió de hombros, abrió
el
bolso comando que llevaba, y sacó un paraguas de colores que recién había
comprado
en el mercado paralelo.
Augusto Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas