Dice Clint Eastwood que todas las mañanas
cuando se despierta se mira en el espejo y...
¡le gusta lo que ve! Me gusta Eastwood, no
por lo buen actor y mejor director que es, que
también, sino porque es un tipo simpático,
un personaje en el llamado séptimo arte,
alguien que cuando se ve hace sentir (al
menos yo lo siento) una ráfaga de alegría. Es
algo difícil de explicar. Pero en fin. O
sea, que el tipo es agradable, vamos. Clint
Eastwood,
sí señor. Pero
yo, todas las mañanas cuando me despierto y me miro en el
espejo... lo siento, no puedo decir lo
mismo, porque ¡no me gusta lo que veo! Y esto de
mirarse en un espejo tiene tela. Es un
tema cuya tela no hay tijera que pueda cortar.
--Pues no te mires y asunto resuelto -me
dice Selene. Como si eso fuera tan fácil.
Me pregunto quién habrá inventado los
espejos. ¡Hum! Para mí que fue Narciso. Pienso
que este tipo, tan prendado de su propia
belleza, cuando se miró en el río y se vio tan
buen mozo, se preguntaría cómo podría
deleitarse con su linda cara constantemente, sin
necesidad de acudir a esa corriente de
agua dulce, que de dulce sólo tiene la ilusión, y
que por otra parte no reflejaba con mucha
nitidez su apolíneo talante. Pues eso, que sin
llegar a exclamar Eureka como el bueno de
Arquímedes, el lindo de Narciso dedicó sus
horas de no contemplación al objeto que
revolucionaría el ego de la humanidad con el
andar del tiempo indetenible: inventó el
espejo. Maldita persistencia que miren lo que nos
ha traído a tantos como este servidor que,
contrario a Clint Eastwood, cuando se mira en
el cristal de azogue... ¡no le gusta lo
que ve!
--¿Y cómo diablos me afeito entonces?
Porque puedo prescindir de peinarme, para las
pelusas que me quedan, pero afeitarme al
tiento no me inspira mucho.
--Pues déjate la barba y el bigote.
He pensado muchas veces cómo podría eludir
esa imagen de revés reflejada, para no
tener que soportarme a mí mismo (aunque
hay algunas exageradamente generosas que
se atreven a decirme con sus dientes al
aire que “estás hecho un toro, pareces un
muchacho, la verdad es que tú...” y etc.),
y he valorado algunas posibles soluciones,
incluyendo la sugerencia de Selene:
1)
no
mirarme, la más fácil, y ya está, que me miren los demás, con eso basta, o
2)
afeitarme
al tiento, corriendo el riesgo de cortarme o de parecer en la calle como un
disfrazado de padre de familia en paro y sin prestación, como los pedigüeños
del Metro con su sonsonete sin variación pero con énfasis, por dejar pasar los
días sin pasar la maquinita por mi hermosa piel del rostro. o
3)
dejarme
barba y bigote, la más difícil, porque no me concibo con un espagueti colgando
de los pelos de la barba o una lenteja enredada en el bigote, aunque así no
tendría que afeitarme al tiento, o
4)
Resignarme
a contemplar mi cara, como cualquier mortal lo hace diariamente cuando se
levanta y entra al baño a hacer lo que nadie puede hacer por él, sin complicar
tanto la realidad como yo suelo hacer.
--Bueno, cualquier solución es mejor que
seguir martirizándote con tu complejo de
fealdad.
--Ah, ahora lo llaman así.
--Sí, es que el nombre original suena más
feo, y valga la redundancia.
Pero el espejo no es sólo un revelador de
realidades físicas: también descubre cosas que a
veces pasan días, semanas y hasta meses, y
no las vemos en nuestra propia piel, y si se
trata de esas jovencitas (y algunos
jovencitos) que se miran y se ven como la Cenicienta
convertida en princesa por encanto y
encantamiento (que parece lo mismo pero no lo
es) de la medianoche, entonces el espejo
se convierte en objeto de adoración y
privilegio, uno de los más usados de
cuantos rodean la existencia de esas bellezas que
compiten por ganar el concurso imaginado
de miss loquesea, con lo que ello traería de
fama y fortuna. Sobre el dicho articulito
se han escrito canciones, artículos, cuentos, hasta
poemas he visto donde el espejo hace de
protagonista. Y es que el espejo tiene magia,
misterio, hechizo, embrujo, conjuro, como
para que los posibles consumidores de la
creación acudan interesados al máximo por
ver qué podría mostrarles el autor o los
autores de la susodicha ¿obra de arte?
--Pues sigue con tu sonsonete, que también
lo cantas, aunque hablado.
--¿Es un juego de palabras o te has vuelto
chistosa?
--Es que lo tuyo es antológico, superas al
mismo Narciso, pero al revés.
--Gracias, linda, lo tomaré como un
piropo... aunque sea al revés.
En fin, que seguiré mirándome, qué
remedio, y leeré más detenidamente esa entrevista
de Clint Eastwood a ver cómo ha logrado
encontrar en sus múltiples arrugas algo digno
de hacerlo sentir rebosante de felicidad
al contemplarse cada mañana sin hallar nada
desagradable en el cristal que no falta en
ningún hogar de este planeta. Después de
todo, cada cual tiene el rostro que
merece, tampoco me imagino un mundo en el que
todos fueran Apolos del Belvedere o ninfas
rubendarianas saliendo en paños casi nulos
de algún río revuelto por los cantos del
bardo enamorado, como tampoco, Dios me libre
de semejante idea estrafalaria, un mundo
donde todos tuvieran la cara de Avellana, el
aparcador del aeropuerto, del que dicen
los noctámbulos que si lo ven en plena andanza
cuando la luna es nueva, la carrera sería
maratónica. Nada, que mirarnos en el espejo
del baño o de otra habitación, es algo que
tenemos que afrontar con valentía, y
alegrarnos de encontrar al menos algo, si
no alguien, que nunca nos miente.
--Hombre, que no es para tanto, Woody
Allen es más feo que tú y ya quisieran esos
galanes de la sala oscura tener su fama y
su fortuna, y haberse tirado a unas cuantas que
hasta ahora están vedadas para los demás.
Así que tranquilízate.
--Ah! Contigo no hay casualidad, perdona
que te cite textualmente.
Pero no se trata de casualidaddes, sino de
que no me queda más remedio que rendirme
a la evidencia de que estoy acercándome a
Juan Avellana, y óiganme, ser feo en esta
sociedad donde el principal atributo,
junto a la pasta, de una persona, es la belleza física,
y no sólo en las mujeres. No tenerla es
condenarse al fondo, al background, a la
figuración, y gracias. No tienes más que
entrar a uno de esos centros comerciales por
departamentos, con aire acondicionado y
escaleras automáticas: no ves ni una sola
empleada que no pueda aspirar cuando menos
a miss municipio. Hasta los deditos de los
pies los tienen lindos esas niñas. En fin,
o una cara de George Clooney o a la oficina,
saliendo ok, al almacén a revolver
tarecos, respirar el polvo y aplastar cucarachas, o
detrás del micrófono, donde no te vea
nadie. La belleza física: es lo que abre las puertas.
Lo demás ¿a quién le importa? Lo feo no
atrae, no anima a la compra, a los negocios, a
las transacciones comerciales. Y los
hombres, si no tienen eso que se llama presencia,
Catana la vieja. Creer otra cosa es
engañarse uno mismo, vivir de ilusiones, comer mierda.
Belleza y dinero: las dos palancas que
mueven este cochino mundo. Ya lo dice la copla:
Cuando yo tenía dinero / me llamaban don
Tomás. / Como ahora no lo tengo, / me
llaman Tomá na’má... a pesar del intento
consolador de Selene...
Augusto Lázaro
(continuará)
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