--¿Oíste
anoche la explosión?
--Pues
claro, si estaba casi al lado, en el McDonald's.
--Testigo
presencial. Yo estoy de los nervios que no puedo más. Obstinada de esta maldita
ciudad y de los terroristas que parece que son imbatibles.
Selene
piensa que en realidad quienes gobiernan en este país son los terroristas
porque hacen
correr bomberos y cuerpos de rescate, mantienen en jaque a policías y agentes de
la seguridad, obligan a tomar medidas de excepción, logran que numerosos
políticos medios
tengan que salir a la calle con escoltas (lo que no sucede en ningún otro país
para vergüenza
de quienes la tienen, que son cada día menos), centran la información de los medios
de difusión masiva, generan enormes gastos en recursos materiales y humanos, y lo
peor: tienen el poder de matar. Casi nada, como quien dice.
--Y
estos asesinos lo mismo matan a un coronel que a un cocinero que a un niño. A una
criaturita de seis años.
--Y
también tienen el poder de extorsionar y destruir, y sobre todo, de existir,
porque parece
que no hay dios que pueda acabar con ellos.
--Ni
dios ni rey ni jefe de gobierno ni oposición ni policía ni justicia ni Senado
ni Congreso
ni demonio. Nada ni nadie. Y no fue ayer que comenzaron, que ya llevan más
de cuarenta años jodiendo la marrana.
--Yo
creo que la gente se ha acostumbrado a eso.
--¿Tú
crees que al terror se puede acostumbrar el ser humano?
Entonces
me cuenta de un tirón lo que pasó su familia en la difunta Unión Soviética: del
horror jamás se olvida nadie, y ella conoció el horror desde que abrió los
ojos, hasta
que sus padres lograron sacarla de aquella pesadilla. Cuando pudieron salir se
llegaron aquí directamente, pensando que se habían librado del terror. Ya había muerto
Stalin y Jruschov había comenzado la desestalinización, pero el terror continuaba
sin freno.
--No
en balde mi madre prefería los animales, "son más fieles", me decía,
"no
traicionan
ni hacen daño por placer como los seres humanos". Ya no sé si volver allí
o renunciar
a ese encuentro con mi pasado, total, para rememorar todo lo que sufrí, lo
que sufrieron mis padres en aquel país.
--¿Y
para qué quieres ir si vas a sufrir allí?
--No
es eso, es que siempre la tierra hala a quienes la abandonan.
--Tú
no la abandonaste, yo diría que ella te abandonó.
--En
fin, que a pesar de todo me gustaría volver... de visita, para ver.
--Bueno,
ahora puedes volver, ahora en Rusia hay libertad.
--¿Libertad?
Esa palabra va a costar mucho tiempo que se inserte en esa sociedad, acostumbrada
a tantas décadas de horror.
A
Selene le ocurre igual que a mí, que a veces sentimos que algo nos hala allá en
lo que dejamos,
pero a nuestra edad ya uno se obstina tanto que termina por que le dé lo mismo la
paz que la guerra. La vida que tira sus últimos cartuchazos y la pelona que
está ahí en la
esquina agazapada, esperando nada más un patinazo para cargar contigo y llevarte
en el viaje de ida. A ella también le caerá el almanaque y tendrá que resignarse
a que el mundo es así y que donde menos se piensa salta la liebre, o sea,
que
el terrorismo forma parte, lamentablemente, de esta cabrona existencia en la que
estamos tirando cuatro días para al cabo ir a parar a la vivienda gratuita y de por
vida, o mejor, de por muerte, porque a los muertos nadie los desahucia ni les pasa
avisos de morosidad por no pagar a tiempo la hipoteca. Así y todo me gusta conversar
con Selene. Me gustó desde la primera vez que la oí hablar. Entonces ella era
La Rusa.
Augusto
Lázaro
(continuará)