Sábado
29 de abril de 2006, 14.00 hrs. Acabo de llegar de hacer las compras de la
semana
y me dispongo a pasarme nada menos que ¡92 horas!... encerrado en mi
casa,
sin salir ni siquiera a llevar la basura hasta el contenedor. ¡92 horitas!,
como lo
oyen
(o lo leen): hoy sábado hasta medianoche 10, mañana domingo todo el día
24,
el lunes todo el día 24, el martes todo el día 24, y el miércoles hasta las 10
en
que
por fin me decida a coger sol un rato, otras 10, o sea, nenes: 92 horas, ni un
segundo
menos. Pero no, hombre, no, no estoy como una cabra, qué va, ni con la
gripe
A tampoco, no te digo, ni condenado a reclusión domiciliaria, qué voy a
estar,
qué ocurrencia, vaya, ni padezco de agorafobia (aunque confieso que me
encantan
los espacios cerrados: en ellos me siento, sobre todo cuando hace un frío
de
tres pares, algo así como cobijado, protegido, arrullado por ese espacio que me
acoge
con verdadero placer, pero eso no viene al caso, al menos por ahora). No.
Es
que yo los domingos nunca salgo, y como el lunes 1º de mayo y el marte 2 son
feriados,
pues tampoco pisaré la calle, que los feriados son peores que los mismos
domingos
y no se ve en la calle ni un mendigo con un cartelito. No. En esos días las
calles
están más vacías que la esperanza de mi pobre amigo Marcelo de sacarse el
euromillón
y salir de su aburrida situación de pobre de solemnidad. Porque eso tiene
la
pobreza, que además de ser maligna es muy aburrida, y eso es lo peor que tiene
la
muy cabrona. Pues eso, sí. Dice Marcelo que esta ciudad (no dice de mierda,
pero
lo piensa) padece, o mejor dicho, hace padecer a sus habitantes inocentes
nada
menos que ¡6 plagas! permanentes: frío, calor, lluvia, viento, polvo y ruido.
Cuando
no hace un frío que te miniaturiza los huevos hace un calor que te derrite
la
musculatura, cuando la lluvia no te ensopa hasta calarte la mandolina, el
viento
se
te pega en las mejillas y casi te empuja, arañándotelas literalmente, y cuando
el
polvo
no se te enchurra en los zapatos y los pantalones oscuros, el ruido te deja de
tapia
y casi no oyes el pitazo del coche que por poco te manda para allá de un
tirón.
Pero yo creo que a Marcelo le han faltado algunas otras plagas que padece
esta
ubre (sic) y que padecen sus cinco millones de habitantes (que dentro de
poco
van a ser tantos que no van a caber y entonces... bueno, vecino, ya
veremos...).
¿Que qué voy a hacer durante esas 92 horas metido en mi casa como
una
babosa acurrucada en su concha? ¡Ahhhhh! Pues lo mismitico que hago
cuando
no hay ningún puente, ni corto ni largo, y tengo que salir a la calle para
deleitarme
con tantísimas y tan atractivas variedades que engalanan mis paseos:
asearme,
desayunar, escribir tonterías en el IBM que ni El Tato se atrevería a intentar
deglutir,
leer libros, revistas, periódicos, suplementos, tabloides, que es lo que más
hago
diariamente, porque es un placer que tiene la gran ventaja de que es gratis,
además
de solitario, silencioso, calmante, único, oír música, alimentarme, trajinar
con
mis cosas y con las cosas del piso, que aunque no son mías es como si lo
fueran,
porque
tengo que darles mantenimiento no remunerado, a pesar de que pago un
alquiler
que no voy a decir de cuánto porque hasta yo me asusto. Y por la noche
ver
alguna que otra plasta de las menos malas que pasan por la caja idiota para
idiotas
que consumimos las teleidioteces, y que conste, que yo me cuento entre
ellos,
entre los idiotas, y en sus primeras filas, vamos. Ah, ¿que por qué no salgo a
coger
fresco y así me entretengo por ahí? ¡Ahhh otra vez! Bueno, es cierto que para
gustos
se han hecho las salidas (y las entradas) y que todo es según el color y eso, y
también
que cada cual ve lo que le rodea según su estado de ánimo y su cuenta
bancaria,
pero vamos, que la calle no es una feria colorida y con sonidos estéreo de
instrumentales
de esos que aquí ninguna emisora se digna a pasar nunca (algo que
nunca
me he podido explicar) y etc. Salir a la calle, leyentes (o a las calles)
mientras
se
está a pie o caminando, que parece lo mismo pero no es igual es encontrarse
en
el paseo, dentro o fuera de los transportes tan espectaculares, las gracias de
los
mozalbetes
ociosos con sus patas encima de los asientos, el humo de los fumadores
implacables
que te lo echan casi en tus mismas narices (y cuidado con protestarles),
los
gritones que parece que están sordos y berrean como carneros trashumantes
para
trasmitirse las tonterías que se les ocurren o para comentar los últimos
partidos
de
fútbol de sus equipos que están en picada sin que el cabrón presidente del club
haga
algo para salvarlos de la ruina, los olores indescifrables que pululan por
todos
los
rincones, las zanjas, huecos, barandas, que impiden el libre traslado a patitas
si
es
que no quieres perder media hora esperando el transporte, los pedigüeños que te
salen
donde menos tú te imaginas que vas a encontrártelos, entre ellos los genios
musicales
del Metro, cada día más y más desafinados y con más opciones para que
se
conviertan en concursantes televisivos de algún realllity show, y ya que
estamos
en
el Metro del Horror... los apretujones, empujones, pisotones... mejor ni hablar
de
"uno
de los mejores metros del mundo", sí, que vuela, por supuesto, y... las
revistas
esas
de famosetes con menos vergüenza que los políticos, que ya es decir, que
hojean
sin siquiera leer muchas señoras que por su aspecto y almanaque ya no
están
para ilusionarse con quitapellejos (léase liftings) y futuros (?) de
millones y
Mercedes
con Bautistas al volante de completo uniforme, el contenedor volcado
con
regueros de papeles y basuras, el perro con las tripas tiradas en un charco de
no
se sabe qué sustancia rojiverdosa (¡qué asco, carajo!), las fachadas que piden
a
gritos
uno o dos remozamientos desde los cincuenta... en fin, ciudadanos, que para
ver
tanta mierda de otros me quedo con la mía, que será mierda también, sí, pero
es
mi mierda, y tengo que disparármela aunque no me guste su olor ni lo demás.
No
señor. De calle nada. ya bastante tengo con imaginarme lo que voy a ver una
vez
más cuando no me quede más remedio que salir: las plagas, los olores, los
ruidos,
los gordos, los idiotas (ambos in crescendo), basuras, cagadas de
palomas,
papeles
y más papeles desbordados o lanzados al suelo, inmisericordemente, gente
y
gente por doquier, los lugares abarrotados, las discusiones en grupos,
altavoces
humanos,
¡ay!, y... no, no, no. Ni pensarlo, majines. De eso nada. Déjenme aquí
metido
como un macao terco, que así no veo nada y paso. Porque para ver y
disfrutar
de cosas bellas, que las hay también, hombre, hay que tener pastilla, y yo
de
pastilla lo único que tengo es aero-red para cuando no pueda expulsar los gases
del
estómago por algún exceso de chocolatería, que es uno de mis pocos vicios.
Ayer
mismo en la calle, como que ya por la edad estoy perdiendo las facultades,
aplasté
un gran trozo de vidrio inglés que... ¿que no saben lo que es el vidrio inglés?
Si
eso lo saben hasta los concursantes de los bolos y las pelotas... pues hijos
míos, el
vidrio
inglés es una cosa que de lejos parece mierda... y de cerca lo es. Nada, caca
de
perro, que eso está de moda, y cuando regresé a mi casita, a trajinar con el
puto
zapato embarrado para quitarle el olorcito, coño, que a pesar de mi extrema
restregada
con jabón, lejía, betún, champú, desodorante, matacucarachas,
detergente
y otros menesteres limpiadores, como decía mi pobre madre (q. D. t. e.
s.
s. g.): la tengo interpretada en las narices (la mierda, por supuesto). Si por
lo
menos
el dichoso can hubiera sido el mío... pero es que yo no tengo can alguno.
No
es que no me gusten los animales (en la ciudad hay varios millones, de dos y de
cuatro
paticas, sí señor), es que ya no estoy para eso, vamos. Pues así las cosas, ya
lo
dijo
Gerónimo, el de Magia Roja: "¡nada por todas partes!" Sí. Aunque el
autor, un
tal
Geldherode, erró la palabra, pues debió decir ¡mierda por todas partes!, que
sería
lo certero. Tal vez si hubiera conocido este laberinto de asfalto donde por
suerte
vivimos (?) habría usado esa palabra, tan definidora para tantas cosas, para
tantas
circunstancias y ocasiones. Pues sí. ¿La calle? Pues ahí se las dejo.
Disfrútenla.
Paseen
mucho, que eso es bueno para la salud. Cojan fresco, respiren aire puro si lo
encuentran,
y así cuando regresen y se encierren en sus habitaciones o se sienten
en
sus sofás a ver la tele, no les quedará más remedio que repetir la frase hecha
y el
lugar
común: "¡hogar, dulce hogar!". Yo aquí con mis 92 horitas, como un
oso en
invierno,
con el ventilador en la tercera velocidad, en short y camiseta (o sin ella si
la
canícula
se pone pesadita). Y ustedes, que disfruten de la calle, parientes. Buenas
noches
y buena suerte... Ah, se me olvidaba: es que la Nati se fue al pueblo con su
querida
madre que se moría de deseos de pasarse unos días allá, y como la noble
señora
está ya de tirar, la pobre, no podía ir sola, y se lo dijo: oye, hija, ¿por qué
no
aprovechamos
este puente de 4 días para ir al pueblo, que tengo muchas ganas
de
ver a mi gente? Y la Nati, como es tan buena hija y tan complaciente, pues allá
voy
con mamá... y yo aquí, con la gran compañía de las 92 horas sonándome en
los
oídos como un jazz con vitafón... Pues eso, gente, que disfruten de la calle,
es
toda
suya. Y otra vez buenas noches y buena suerte... que dicen que es loca. La
suerte,
no la calle, vamos.
Augusto
Lázaro
@lazarocasas38