domingo, 23 de octubre de 2016

DESTINO FUENLABRADA

Recuerdo nuestro primer viaje juntos, cuando nos conocimos en el tren en el que

yo regresaba diariamente al centro de acogida donde esperaba la resolución

sobre mi solicitud, ya admitida a trámite. Eramos apenas unos jóvenes que al

parecer no podían tener grandes problemas en sus vidas, a primera vista. Tú leías

un libro pequeño con mucha atención, pues no levantabas la vista de sus páginas.

--Como veo que te gusta leer, creo que esto te va a gustar -y te di un cuadernito

editado por la empresa ferroviaria con minicuentos enviados por usuarios que no

tenían mucho que envidiar a las vacas sagradas de la literatura española. Me

pregunté enseguida si había hecho mal en tutearte sin siquiera conocer tu nombre.

Pero cuando me miraste me di cuenta de que eso no te había molestado.

--¡Ah! Muchas gracias -me contestaste, aceptando mi obsequio y sonriéndote.

No hacía frío ni calor. Nada presagiaba que pudiera acontecerme algo fuera de lo

acostumbrado. Ni mucho menos que aquel primer encuentro se convertiría en poco

tiempo en nuestra principal razón de ser. Y de vivir. Antes de bajarnos -pues los dos

nos dirigíamos al mismo destino-, no pude contenerme, y te pregunté si vivías en esa

ciudad.

--Pues sí, vivo aquí en Fuenlabrada desde que nací. ¿Usted también?

Te conté muy brevemente que no, que sólo por un tiempo, y que me extrañaba no

haberte visto antes en ese recorrido que diariamente yo solía hacer. Me dijiste que

de día estudiabas en tu ciudad natal y que de noche venías a Madrid algunas

veces y por eso tomabas el tren para regresar a Fuenlabrada, como en esa ocasión.

Me gustó tu disposición para mostrarte extrovertida, dándome informes que yo ni

siquiera te había pedido. Pero lo hiciste tan espontáneamente que no me dejó

ninguna duda sobre tu sinceridad.

Después de dos o tres encuentros similares -no casuales, pues yo me quedaba en la

estación de Atocha esperando hasta que aparecías-, comenzamos a vernos en esa

ciudad donde yo llevaba varios meses, y donde tras algunos paseos y tomas de

café en cualquier bar que nos encontráramos y nos pareciera agradable, nos

dirigíamos a la estación de la RENFE para venir a Madrid. Eso, algunas veces, pues

casi siempre venía yo solo, porque tú terminabas tus estudios y debías quedarte con

libros, libretas y apuntes imprescindibles para ocupar un buen lugar en tu ya algo

cercana graduación.

--¿Selene?... o sea, luna. Ese nombre... ¿quién te puso ese nombre?

--Pues mi tía Filo, estaba leyendo un libro donde aparecía ese nombre y se puso

casi histérica: "a mi primera sobrina tienen que ponerle Selene... será bella,

alumbrará como la luna dondequiera que pase"... y no hubo manera. ¿No te

gusta?

--Pues sí, me gusta... claro que me gusta. No conozco a nadie con ese nombre.

Al poco tiempo ya pasábamos un par de horas dando vueltas sin nada especial,

cuando nos citábamos al anochecer en Madrid, hasta que tomábamos el último

tren hacia nuestros lugares de vivir, cerca de la medianoche.

Cuando nuestros encuentros se hicieron más íntimos, ya no había gestiones ni

estudios ni nada: nos citábamos, lo mismo en Fuenlabrada, donde ya yo no vivía,

que en la estación de Atocha, y nos dedicábamos a disfrutar un amor recién nacido

que presagiaba rebosar el límite de la pasión. Yo me ponía nervioso, con la vista

clavada en la pizarra de Móstoles-El Soto, esperando verte aparecer por la escalera

rodante y casi correr hacia mí, para besarnos y abrazarnos entre el gentío que no

veíamos ni oíamos, ajenos como estábamos a todo lo que no fuera esa dicha que

la casualidad nos había regalado tan de gratis, tan así, sin buscarla, sin siquiera

proponérnosla. Cuando me decías que debías regresar a tu casa, yo subía al tren

y te acompañaba hasta la misma puerta, y me quedaba en la acera, mirándote,

hasta que te veía cerrarla, sana y salva, como quizás te verían tus padres entrar

sonriente, que no se dormirían tranquilos hasta tu llegada. Yo entonces tenía que

regresar en autobús, pues a esa hora la RENFE había terminado sus viajes. Todo era

delicioso... porque tú eres deliciosa...

...ahora, cuando mis ojos traspasan la ventanilla de este mágico tren, vuelvo a

verte sentada junto a mí, muy apretada a mí, mientras calles, edificios, coches y

personas corren hacia atrás, veloces, hasta que yo salgo de mi éxtasis y veo el

espacio vacío a mi lado y me doy cuenta de que viajo solamente acompañado por

esta ilusión de encontrarme contigo otra vez, de sentirte otra vez junto a mí como

antes, como siempre, como nunca debí permitir que dejara de hacerlo...

Sí. Vuelo a hacer el mismo recorrido de tantas veces, esta vez no contigo, hasta

tu ciudad natal, donde ya no me esperas y donde no te imaginas que puedo

aparecerme como antes, lleno del mismo amor que nos había unido y que

pensábamos que no habría nada ni nadie que pudiera interrumpirlo. Pero hoy yo he

decidido romper este silencio estúpido y soberbio que no supe a tiempo desbancar

de mi orgullo, para repetirte una vez más que te quiero, que siempre te he querido,

y que no me importa otra cosa que no sea quererte, y quitarte de esa cabecita

porfiada e inocente la absurda idea de que no eres lo que yo necesito, de que no

te mereces a un hombre como yo, y tantas otras tonterías que me mantuvieron

alejado de ti ya demasiado tiempo...

PRIMERA PARADA: MENDEZ ALVARO

...y es como si regresáramos otra vez juntos como hacíamos todas las noches, para

besarnos incansables al doblar por la calle Polvoranca, tu calle, y detenernos frente

al jardín que tu mamá cuidaba sin cansarse, donde me confesaste una vez que

después de conocerme en el tren me esperabas cada mañana sabiendo que yo

pasaría por allí (yo también por verte, porque no tenía que hacer ese trayecto)

cuando me dirigía a la estación para venir a Madrid a continuar mis interminables

gestiones para sobrevivir todavía sin tener una idea segura de cuál sería mi destino

en el país. Un día te sorprendí en la ventana, ¿te acuerdas?, y ya desde ese mismo

instante, los dos sabíamos que nos esperábamos para saludarnos alzando nuestras

manos, hasta que nuestro amor no pudo esperar más y afloró aquella noche en

Madrid, cando casi sin darnos cuenta comenzamos a besarnos y estuvimos

besándonos y acariciándonos durante un tiempo largo que a mí me pareció una

eternidad. Entonces los relojes desaparecieron de toda la Tierra, y no nos importó

que se nos fuera el tren y que tuviéramos que quedarnos no sabíamos dónde a

esperar el día siguiente. ¡Ah! ¡Qué hermoso era aquello! ¡Qué inocentes estábamos

de los avatares que nos esperaban en el curso del tiempo!...

--Te lo he dicho mil veces: me gusta tu sonrisa. Es que cuando sonríes se abre una

ventana con vistas al único paraíso que existe, en la Tierra.

--No empieces con tu afición a la poesía.

--No, espera, que eso no es mío, es una cita de un poeta famoso.

--Pues procura llegar a ser famoso tú algún día y así te leeré. Sólo a ti.

SEGUNDA PARADA: DOCE DE OCTUBRE

--Cuando termines los estudios, ¿qué piensas hacer?

El tren avanza rápido. Hay pocos viajeros. Es muy tarde ya. Ella y yo ocupamos el

último asiento del vagón, donde nadie nos ve. Y estamos al borde de cometer una

de esas locuras propias de la juventud que son la esencia de la vida, en un mundo

lleno de complicaciones, prejuicios, convencionalismos.

--¿Que qué voy a hacer? Buena pregunta. Eso quisiera saber yo.

--Pero... ¿no has pensado dónde pudieras trabajar? O algo así. En qué lugar, no sé.

--Claro que lo he pensado. Pero en Fuenlabrada no tengo muchas oportunidades,

mi especialidad no es muy solicitada que digamos. Y salir de allí, dejar a mis padres

solos... no sé.

Su especialidad era algo así como una especie de peritaje en química. No sé por

qué rayos tenía tal predilección por esa ciencia. Pero ¿qué pensaría ella de mi

inclinación a las letras? De seguro que creía que yo estaba loco. Letras en este país.

Si hasta yo mismo a veces me creía que tenía que estar loco...

TERCERA PARADA: ORCASITAS

Me habían concedido un comedor social mientras no pudiera obtener un empleo,

y le dije que estaba en Orcasitas, en la calle Trevélez, cerca de la estación de la

RENFE.

--¿Y vienes a comer aquí todos los días?

--No, de lunes a viernes. Desde Atocha sólo son 8 minutos. No es muy lejos, y la

comida es bastante buena. Y el comedor está muy limpio y muy bien atendido,

está junto a una residencia para ancianos válidos.

Es un barrio populoso, porque aquí se baja mucha gente. Es curioso cómo miramos

a los viajeros, imaginándonos la historia que cada cual ha de llevar muy adentro,

quizás acertando algunas veces, porque los seres humanos tienen más semejanzas

que diferencias. Lástima que la humanidad no se percate de ello.

--Un día voy a hablar con mis padres para que te invitemos a comer a mi casa,

que ya va siendo hora, ¿no crees?

--Pues no sé... eso lo creeré cuando esté allí sentado con el plato delante.

--Hombre, ni que fueras Jack el Destripador -y se ríe, se ríe sin parar, con toda la

felicidad del mundo reflejada en sus ojos-. Ya tenemos tiempo, y si antes no he

querido hablar con ellos sobre esto es porque... porque bueno, es que mis padres

son demasiado celosos con su única hija, ¿sabes? Pero ya está bien. En el fondo yo

creo que ellos se han dado cuenta de que lo nuestro va en serio.

CUARTA PARADA: PUENTE ALCOCER

Las manos de Selene son finas y sus dedos son largos y muy blancos. Me gustan sus

manos, esas manos que tanto han recorrido mi piel, que a veces ella pone en mis

mejillas, mirándome asombrada del tiempo que ya llevamos juntos haciendo el

mismo recorrido. Aunque no el mismo exactamente: siempre encontramos un

detalle nuevo, algo que no habíamos visto, sobre todo en los viajeros, porque lo

más interesante de la vida es la gente que puebla sus sitios. La gente. Pero a veces

a nosotros no nos importa la gente. Ni ninguna otra cosa.

--¿A que no sabes cuánto hace ya de aquella noche, cuando nos conocimos?

--¿Quieres apostar a que lo sé?

--No soy apostador.

--Yo tampoco, pero para demostrarte que eso nunca se me va a olvidar.

--Selene... la verdad que tengo que decírtelo: te quiero. Aunque suene cursi.

--El amor, cuando se siente de verdad, nunca es cursi, querido. ¡Nunca!

QUINTA PARADA: VILLAVERDE ALTO

Aquí viven algunos de los comensales de mi comedor: Marilú, Miguel, y dos de las

camareras que nos sirven, que son trabajadoras de la residencia "San José". Nunca

traje a Selene a Orcasitas, aunque la veíamos diariamente al pasar desde el tren.

Sólo nos bajamos una vez en Zarza Quemada para irnos de compras a Parquesur,

y por supuesto, en Méndez Alvaro, donde a veces nos citábamos cuando nuestros

itinerarios coincidían con esa parada o con la Estación Sur de Autobuses.

--Aquí se está bien.

--Yo contigo estoy bien en cualquier lugar.

--¿Estás segura?

--Completamente.

Se ríe. pero le voy a cortar la risa, por embromarla un poco.

--Entonces vámonos al bar de Dolores y entremos en los servicios. Ya verás.

--Estás inventando ese bar y esa Dolores, vamos, que te conozco.

Nos reímos tanto que la gente nos mira. Pero qué coño importa que nos miren.

Que se alegren los felices y que sufran los idiotas incapaces de serlo.

SEXTA PARADA: ZARZA QUEMADA

--Pues esta es la tarjeta blanca que me acredita como refugiado. No puede

doblarse y es demasiado grande. Qué molestia.

--Vaya, vaya... ¡qué suerte tienes tú! Uno entre cien que recibe el asilo.

Con aquella tarjeta no hacía nada, sólo presentarla como una identificación a

falta de otra y nada más. Y si acaso, algunos servicios gratuitos que después

perdería al obtener la nacionalidad. Selene no pensaba como yo, pero nunca

hablábamos sobre la política. Una vez se lo dije:

--La política para lo único que sirve es para dividir y enemistar.

Y nuestro amor estaba por encima de cualquier tontería. Por eso sacábamos libros

de la biblioteca, leíamos y discutíamos de literatura, de música (ella con sus ritmos

llamados modernos y yo con mis preludios chopinianos), de sus estudios y de mis

perspectivas laborales, y así se nos iba el tiempo entre lecturas, visitas, susurros,

besos y caricias y viajes, muchos viajes, diarios, de una ciudad a otra, y a veces

nos quedábamos los dos adormecidos con las cabezas unidas, mirando por las

ventanillas del tren cómo pasaban los lugares que a diario contemplábamos, y que

por estar los dos juntos nos parecían hermosos y dignos del mejor paisajista, mientras

pasaba el tiempo... porque el tiempo jamás se detiene.

SEPTIMA PARADA: LEGANES

Bibliotecas, karaokes, el museo de cera, el cine Imax, el parque de El Retiro, donde

podo faltó para que ella pescara un resfriado con tendencia a la bronquitis por estar

desabrigada y por quitarle yo el jersey que apenas la cubría del aire, de ese aire

molesto e imbatible que siempre azota la ciudad... nos gustaba visitar la zona vieja

de la capital, ir a La Casa Encendida a disfrutar de cualquier actividad de ocio o

cultural, caminar por las calles vacías de los barrios en donde los paseantes se

concentran en sus principales arterias comerciales, registrar los estantes de la FNAC

y contemplar con deseos reprimidos los altísimos precios de sus ofertas literarias,

musicales y cinematográficas, tomar un autobús sin rumbo fijo y dejar que el reloj

caminara sin freno mientras nos apretábamos prodigándonos calor cuando el frío

se ponía impertinente... y en Fuenlabrada siempre acudíamos a un restaurán

acogedor que tenía sus paredes cubiertas con escenas taurinas, aunque a ella no

le gustaban nada las corridas que irónicamente se llaman la fiesta nacional.

--¡Vaya fiesta! ¿Cuál será entonces la tragedia?

--¿Así que eres antitaurina?

--Al contrario, me gustan los toros. Los que no me gustan son los toreros.

Y nos echamos a reír a cacajadas, mientras la camarera nos miraba y sonreía,

quizás pensando que formábamos una pareja que no podía tener ningún problema.

Así era nuestro amor... hasta que la mala suerte o el destino o la casualidad hizo que

ella subiera a uno de los trenes fatales que explotaron aquella mañana tan terrible,

en la que los terroristas hijos de puta segaron tantas vidas y enlutaron a todo el país,

y que la condenaron para siempre a vivir como ella se resistia a vivir... y a decirme

que nuestra relación debía terminar...

OCTAVA PARADA: LA SERNA

--El 10 de marzo tengo que ir a visitar a una tía enferma que vive en Alcalá. Si me

coge tarde tendré que quedarme allá a dormir. Le hablaré de ti, le contaré algo,

a ver qué piensa.

--¿Por qué no puedo acompañarte?

--Mejor voy sola. Mi tía es buenísima, pero está algo anticuada, ¿sabes? Creo que

no le gustaría ver llegar a su sobrina preferida acompañada de un hombre que ella

no conoce.

--Como quieras. Ese día me dedicaré a ponerme al día en las lecturas que tengo

atrasadas. Te veré al día siguiente, como siempre, por la noche.

--En Atocha.

--A las ocho.

Pero ese día a las ocho no pudimos vernos. Pasó lo que pasó y a partir de ese

momento la maldad del ser humano logró separarnos. Todavía me pregunto por

qué, cómo es posible que haya tanta maldad en el mundo, si sería tan fácil vivir

todos en este planeta maltratado con un poco de amor, de comprensión, de

solidaridad. Selene se empeñó en que no fuera a verla y en que sería lo mejor

olvidarnos el uno del otro. Como si eso fuera posible. Era terca. Y yo, que también lo

soy y mucho, me dejé influenciar por su insistente negativa y su empeño en no

verme, hasta que me encolericé y dije basta, si ella no quiere verme, yo no haré

más intentos por sacarla de su error...

ULTIMA PARADA...

...y ahora el asiento junto al mío permanece sin su cuerpo de antes, y la veo tal

como la veía y la sentía antes del horror, cuando los dos viajábamos noche tras

noche rumbo a su ciudad para despedirnos una vez más hasta mañana, con un

beso largo y una sonrisa interminable en sus labios, alzando nuestras manos y quizás

soñando con permanecer unidos toda nuestra vida... pero logré al fin romper mi

abulia y aquí estoy ahora, el tren llegando a Fuenlabrada, donde voy a correr

hasta su casa y derribar la puerta si no quieren abrirme para decirle que la quiero,

que basta ya de estupideces, que no puedo concebir la vida sin ella, sin su amor

que me llenó de paz, de alegría de vivir, de dicha, y llegar hasta la silla de ruedas

donde está condenada a vivir el resto de su vida, para decirle, para gritarle, Selene,

te quiero, coño, ¿cómo te atreves a dudarlo?, ¿cómo es posible que pienses que

tú no eres lo mejor para mí, si tú eres lo mejor que he encontrado en mi vida?... y

pedirle, reclamarle, exigirle que se case conmigo...


 

Augusto Lázaro



http://laenvolvencia.blogspot.com




jueves, 6 de octubre de 2016

EL HOMBRE INTEGRAL

--Propongo al compañero Inocencio.

Asamblea de servicios. Asuntos generales. Se está formando la comisión de análisis

para la entrega de productos industriales. Cinco trabajadores han solicitado el

despertador que se ofrece en esta oportunidad. De ellos, tres tienen más o menos

los mismos méritos. La comisión deberá estudiar caso por caso y determinar a quién

debe adjudicársele el derecho a adquirir el artículo en la tienda asignada.

--Yo estoy de acuerdo, Inocencio es el hombre.

Los trabajadores han propuesto a varios compañeros para presidir la comisión, pero

todos se han negado, alegando razones diferentes, hasta que se pone de pie un

miembro del ejecutivo de la sección sindical y propone a Inocencio.

--Sí, sí, Inocencio. Es el más indicado para esta tarea.

Inocencio permanece en silencio y apenas se mueve. Está acostumbrado a que sus

compañeros lo propongan, lo elijan para cargos y responsabilidades a granel, lo

aplaudan, lo vitoreen. Nunca dice que no. Le gusta su trabajo. Le gusta cumplir con

su trabajo. Y le gusta compartir con sus compañeros, llevarse bien con ellos, estar

siempre dispuesto a servir a cualquiera que lo necesite.

--Bien, compañeros. Parece que tenemos consenso. A ver, ¿alguien está en contra

de que el compañero Inocencio presida la comisión de análisis para la entrega de

productos industriales?

Nadie levanta la mano. nadie dice nada. Se miran unos a otros y al final todos

vuelven las cabezas y clavan sus ojos en el rostro siempre sonriente de quien ha sido

propuesto y tácitamente elegido para ocupar el cargo eventual de presidente de

la comisión: el compañero Inocencio Santos Doimeadiós.

--¡Inocencio! ¡Inocencio! ¡Inocencio es el hombre!

--¡Bravo por Inocencio!

--De acuerdo, de acuerdo.

--¡Que viva Inocencio!

Aplausos. Vivas. Gritos. Los más cercanos estrechan la mano de Inocencio y le dan

palmaditas en los hombros y en la espalda. El secretario de la sección sindical se

pone de pie detrás de la mesita presidencial y pide silencio.

--Compañeros: aunque por la aclamación unánime ya sabemos que el compañero

Inocencio ha sido aprobado y elegido, vamos a cumplir lo establecido por el

reglamento sindical para darle la forma legal a esta elección. A ver, los que estén

de acuerdo con Inocencio que levanten la mano.

Todos levantan las manos. Todos, menos Inocencio, que ahora no se está sonriendo.

Algunos lo miran y le hacen señas y gestos. Cuando se calman los aplausos, un

compañero de la masa se pone de pie.

--Permiso para hablar. Compañeros, a mí me parece, ya que estamos con eso de

la legalidad y eso, que se le debe preguntar al compañero Inocencio si está de

acuerdo en presidir la comisión de análisis para la entrega de... bueno, de eso.

Silencio absoluto. Nadie se mueve. En la mesa presidencial se cambian impresiones

hasta que el secretario general se pone de pie y se dirige al aludido.

--Bueno, bueno... ya tú oíste, Inocencio. Por supuesto que tú estás de acuerdo, ¿no?

Otra vez el silencio. Inocencio se pone de pie. Hay expectativa. Esto nunca había

sucedido. Inocencio siempre había respondido con sonrisas, movimientos de

cabeza afirmativos y gestos aprobatorios a todas las proposiciones, solicitudes,

peticiones, nombramientos, etc., que le habían hecho sus compañeros de trabajo.

Ahora está serio. Ahora en la sala de reuniones hay un silencio desacostumbrado.

Todos esperan con curiosidad. Por fin Inocencio rompe el hielo.

--Compañeros... en primer lugar, quiero agradecerles una vez más la confianza que

ustedes han depositado en mí. Realmente me siento muy honrado al ver con qué

entusiasmo ustedes me han propuesto para presidir la comisión de análisis para la

entrega de productos industriales... -hace una pausa y continúa-. Sin embargo, por

primera vez tengo que negarme a aceptar esa responsabilidad... -murmullos y

comentarios en general-. Miren, compañeros: yo voy a cumplir cincuenta años de

vida y treinta de trabajo. Me siento cansado. Siempre he aceptado, y con gusto,

todas aquellas tareas para las que ustedes tan cariñosamente me han solicitado. Y

todas las he realizado con placer, con entusiasmo, con seriedad, como ustedes bien

lo saben -un silencio todavía mayor se apodera de la sala. Todos miran a Inocencio

y todos esperan-. Pero ya no puedo más, compañeros. Miren, oigan bien esto que

voy a decirles: yo soy miembro del ejecutivo de nuestra seccion sindical, soy

miembro del consejo técnico asesor del centro, soy responsable del mural, soy

activista de emulación, ahorro y protección física de esta unidad, en mi cuadra

soy vice-presidente del comitè de defensa, vocal en el consejo de vecinos, padrino

de la federación, organizador del delegado de la circunscripción para asuntos

domésticos del edificio donde vivo, soy miembro de la defensa, en la cual ocupo un

cargo de asesor para asuntos teóricos, pertenezco a la asociación de innovadores

y racionalizadores, asisto cuatro noches a la semana a la escuela de idiomas, voy a

un curso dirigido en la escuela del Partido todos los sábados, estoy en el coro de

aficionados del sindicato municipal, ayudo en la meca a la empresa de insumos

que está junto a mi edificio (la mecanógrafa está de maternidad y pidió un año de

licencia)... -hace otra pausa, respira, extrae un pañuelo y se seca el sudor- y eso no

es todo, compañeros. Oigan esto: me levanto al amanecer para llegar a tiempo

aquí, regreso a mi casa ya cayendo la noche, cansado, agotado, y me pongo a

ayudar a mi mujer en las tareas hogareñas hasta que salgo para la escuela, casi

acabadito de llegar (a veces no tengo tiempo ni de bañarme) y es rara la noche

que no me llaman para algo, y si a todo esto le sumamos el tiempo, las gestiones y

esfuerzos que tengo que dedicar al trabajo propiamente dicho, a los mítines, las

asambleas, los desfiles y las concentraciones, a las gestiones en la calle, a las citas

de distintas organizaciones y organismos del estado, a las guaguas, a las comisiones

en las que figuro como miembro de honor... -y abre los brazos como si implorara al

cielo- señores, no. No puedo aceptar. ¡No quiero aceptar! -el rostro de Inocencio

comienza a transformarse mientras los rostros de sus compañeros de trabajo se

vuelven máscaras de asombro-. Llegó la hora de decir que NO... Antes, yo veía que

todos los compañeros aceptaban tareas, cargos, responsabilidades... pero desde

hace algún tiempo lo que todos hacen es zafarle el cuerpo a las obligaciones y yo

veo que me estoy quedando solo aquí... ¡El hombre orquesta!... Y no señor. ¡Está

bueno ya de tanto abuso! -Inocencio tiene la piel color de sangre, suda, se ve algo

nervioso y agitado-. ¡Está bueno ya! -ahora gesticula con las manos y los brazos y

alza la voz-. ¡ESTA BUENO YA! ¿Qué se piensan conmigo? ¿Que  yo me voy a echar

encima toda la carga y ustedes van a estar paseando por ahí, limpiecitos, ociositos

y yendo al cine o a la playa con esposas y esposos, y el vaina de Inocencio para

aqui y para allá, y el verraco de Inocencio para esto y para lo otro, y el comemierda

de Inocencio en este cargo y en esta comisión?... -casi no puede respirar-. ¡Pues no

señor! Repito: esto se acabó. Y a partir de hoy, óiganlo bien, a partir de ahora

mismo renuncio a todos los cargos que tengo y a todas las mierdas en que me han

metido. Y que todos muerdan el cordobán. Y al carajo el cuento ese de la

integralidad y la multiplicidad y todo ese lequeleque con el que me han embutido

todos estos años -todos están como hipnotizados oyendo a Inocencio-, y sépanlo

bien: a partir de este momento me quedo como miembro simple del sindicato y de

los comités y nada más, ¡Se acabó! ¡Chirrín chirrán! ¡Y AL CARAJO LO DEMAS!

Inocencio se sienta. Está colorado, sudado, descompueto. Todos vuelven sus

rostros. Nadie dice nada. El secretario de la sección sindical se queda con la boca

abierta como en éxtasis. Tras unos minutos de silencio se escuchan murmullos. Al fin

el secretario reacciona y se dirige a la masa, tan bajito que casi no lo oyen en el

fondo de la sala.

--Bien, compañeros... ¿hay alguna otra proposición para presidir la comisión de

análisis para la entrega de productos industriales?



Augusto Lázaro

www.facebook.com/augusto.delatorrecasas