domingo, 31 de julio de 2016

LEER SU DIARIO

LEER SU DIARIO


Todo lo que yo quería era leer su diario. Por lo menos eso era todo lo que yo quería

la primera vez que se lo dije.

--No, chico, tú eres muy curioso y a mí me molesta tu curiosidad.

Eran unos apuntes que ella había escrito durante un viaje al valle de Jibacoa donde

se había celebrado un encuentro-debate nacional de talleres literarios. Yo no pude

ir. De que los había escrito me enteré mucho después, porque cuando ella regresó

no me lo dijo.

--¿Y cómo la pasaste en Jibacoa?

--Bueno, quitando el frío, la colchoneta y los mosquitos, todo lo demás de maravilla.

La había conocido en Holguín una mañana y es raro, porque este tipo de

muchachas suele conocerse por las tardes. Me pareció algo tonta y un poco

pedante en el primer golpe de vista. Conversamos un rato y su presencia fue

disipando la imagen negativa hasta llegar al punto de sentirme muy bien junto a

ella. De eso hace ya más de cinco años.

--Nos vemos poco, Narda, qué lástima.

--Nos vemos poco porque tú sabes que yo vivo en Becas, que de allí no es fácil bajar

a la ciudad, que tengo que estudiar muchísimo y...

--Sí, ya: etcétera.

--Sí, chico, etcétera, y no me llames más Narda, que ese no es mi nombre, te lo he

dicho mil veces.

Era deliciosa. Sobre todo cuando se ponía furiosa y hacía una mueca con los labios

entre puchero de bebé y toque de flauta. Entonces me recordaba a una actriz

francesa de los años cincuenta, muy fea y muy graciosa, de la que como era de

esperarse me enamoré desaforadamente y con la que soñaba recorrer infinidad de

lugares solitarios, de parques y de playas, desde la no tan inocente intimidad de mi

luneta. Una tarde (esta vez tenía que ser una tarde) me la encontré en la calle. A

Narda, no a la actriz. En la calle no, en una tienda de ropas, lugar poco propicio

para semejante encuentro.

--¿Qué haces aquí? No me digas que estás en la cola de la pintura de uñas.

--No, pero necesito un bolígrafo y están vendiendo. Supongo que sabes que se me

pierden a menudo.

--Olvídate del bolígrafo. Mañana mismo te regalo uno rojo, es el color que más te

gusta, ¿no?

--Sí, lo es. ¿Y ahora qué?

--Pues ahora nos metemos en el aire acondicionado del Rialto, hoy hay cinemateca.

¿Qué te parece?

No sé lo que le pareció. Ese era el problema que yo tenía con ella, que nunca sabía

lo que le parecían mis palabras. De todos modos nos metimos en el cine. Claro que

ese día lo único que hicimos fue ver una película de esas que lo mantienen a uno

pegado al asiento. Y después conversar, naturalmente.

--Pues insisto en que me prestes tu famoso diario.

--Ni es famoso, porque nadie lo ha leído, ni te lo voy a prestar.

--Es que me dan cosquillas en los ojos de querer leer lo que escribiste.

--Eres persistente, además de curioso.

--Y tú eres como las losetas del baño de mi casa: dura, seca y fría.

Se puso seria y me miró fijamente.

--¿De verdad tú crees que soy seca y fría?

No, de verdad no lo creía, pero se lo dije para ver si la ablandaba. Por eso le apreté

la nariz, me sonreí, y alcé la mano cuando se alejó. No se volvió una sola vez.

Todavía le decía adiós cuando su silueta se dispersó en mis ojos. Pero la noche la

traía de nuevo, intermitente, en la acumulación de luz de las bombillas que se

encendían en el parque mientras el viento que los santiagueros llaman frío me

regaba el pelo y unos gorriones que bajaban del atrio de la catedral se ponían a

escarbar las yerbitas buscando chucherías para sus pichones y de pronto me siento

en un banco con el diario en las manos para leerlo casi en alta voz con el egoísmo

natural de que al fin ya lo tengo yo solo y de que nadie puede interrumpirme ese

disfrute y leo noviembre 16, en el tren, está muy frío el aire, casi tiemblo, Rodolfo ha

sacado su guitarra y nos hemos agrupado para oírlo, la ferromoza nos pregunta

si celebramos algo, Rodolfo le canta algo a la muchacha, seguro que lo está

improvisando, ¿estarán los demás tan nerviosos como yo esperando los debates?

y paso las hojas sin apartar la vista, buscando, porque sé que ahí tiene que estar,

escrito por su mano, hasta que una gota mágica refresca mi piel y me recrea, pero

lo real maravilloso de este viaje se enmascara en una tristeza muy limpia, porque

no está él, no sé qué me pasa, pero lo extraño, ahora mismo necesito tenerlo

delante, decirle todas estas cosas que no me atrevo a decírselas a nadie más, ¿por

qué no habrá venido? y la verdad se escapa de este cuaderno que por ser

indiscreto me regala el bienestar tanto tiempo anhelado y el viento me despeina

otra vez y el ruido choca con mis tímpanos haciéndome alzar la cabeza y mirar

las bombillas y más allá los niños correteando y mucho más allá los ómnibus

cargando puñados de gente que regresa a sus hogares y quiero oler el diario

para no despegarme ya más de su olor de mujer pero en mis manos sólo tengo

una caja de fósforos y me veo de pie en el mismo lugar en que me quedé

mirándola cuando se alejaba con la misma incertidumbre y la misma alegría

postergada para quién sabe cuándo... No la vi más en toda la semana, pero

tracé mi plan. La llamé por teléfono y le pedí que bajara a la ciudad para

encontrarnos. Cuando la tuve frente a mí se me salieron unas palabritas dulzonas

que la hicieron reír. Después del beso en la mejilla y la mano en el pelo demasiado

corto para otros juegos, nos fuimos a tomar chocolate.

--¿Así que decididamente no me lo vas a enseñar?

--Decididamente no.

--Vamos a hacer una apuesta.

--¿También eres apostador? Creía que sólo te gustaba el ajedrez.

--Además de ti y del ajedrez tengo otros gustos.

--Pide el chocolate.

--Pues mira: hasta el último día del año yo intentaré lograr que me prestes el dichoso

diario. Si lo consigo, me pagas un almuerzo. Si no, te lo pago yo a ti. En el lugar que

escoja el ganador. ¿De acuerdo?

--De acuerdo, pero vas a perder.

--¿Sabes una cosa? Cuando te sonríes me parece que oigo una música suave,

lejana...

--Pide el chocllate, anda.

El plan consistía en escribir un cuento que tratara el asunto del susodicho diario,

adornándolo con artificios, invenciones, deseos, y enseñárselo para ver si con eso

se ablandaba y claro, con protestas, me dejaba ver el cuadernillo. Pero ya no era

eso sólamente lo que me interesaba. Todos los días quería verla, conversar con

ella, hacerla sonreír, mirar su cara de gorrión y llevar mi saludo más allá de sus

mejillas. Traté de hacer el cuento de manera que al leerlo no pudiera objetarme,

que su imaginación encontrara en la mía, en las palabras mecanografiadas, la

imagen que yo me formaba de ella. Me dediqué a la empresa durante quince

largos días, rompiendo cuartillas, revisando frases, pesando con cuidado cada cosa,

evitando lugares comunes cuando releía, a media noche, en la siempre cómplice

soledad de mi cuarto. Hasta que llegó el día en que decidí enseñárselo. Salí a la

calle, a buscarla. En las manos llevaba lo que podía ser mi triunfo. O tal vez mi

sueño...

--Mira: lee esto.

--¿Qué es?

--Un cuento que escribí para ti.

--¿Para mí?

No dijo nada más. Nos sentamos en un muro al fondo de una escuela vieja. Leyó

atentamente las páginas. Por momentos me miraba, a veces sonriéndose, a veces

muy seria y una vez yo diría que triste. Al terminar sólo me dijo:

--Espérame mañana a las ocho, aqui mismo. No dejes de venir.

Las ocho demoraron demasiado. Mi impaciencia se convirtió en sudor de manos

frías, tazas de café, cigarrillos y mordidas en las uñas. Pero al fin llegó la hora. Y llegó

ella. Traía un vestido largo, como de fiesta grande. Esta vez ni la toqué siquiera.

--Invítame a bailar, a algún lugar bonito.

Me lo dijo como si me dijera buenas noches.

--¿A dónde quieres ir?

--A cualquier lugar. Esta noche quiero divertirme.

Y esa noche comimos como dos muertos de hambre, conversamos de cosas

insignificantes, bailamos por primera vez mientras yo miraba su cartera y la idea del

diario se iba diluyendo lentamente. La dulce sensación de su cuerpo apretado

contra el mío pudo más y poco a poco esa idea antes central se fue inclinando a

los momentos que estábamos viviendo así, sin proponérnoslos, dejando que todo

lo demás alborotara alrededor sin importarnos otra cosa que prolongar en lo posible

aquellas horas tan fugaces de nuestra intimidad. A punto ya de separarnos, de

madrugada, en la ciudad, sacó de su cartera el olvidado diario.

--Toma, para que rasques tus cosquillas. Te debo un almuerzo.

Y nada más que un beso que rozó sus labios porque quise esta vez desviarlo, y verla

caminar a oscuras, llegar a la esquina y volverse con la mano alzada para decirme

hasta mañana como quien dice qué bien la hemos pasado o como quien quizás

espera repetir esas horas dejadas en una oscuridad muy semejante, en la que ahora

ella se perdía una vez más con rumbo a casa de una amiga donde pasar el resto de

la noche... Ya en mi cuarto releí el cuaderno, porque lo había leído en plena calle,

buscando las palabras que tenían que estar en sus páginas, que me dirían que era

verdad tanta ilusión. Pero en el diario, forrado con percalina roja, pequeño como

sus manos que apenas horas antes habían tocado mi piel, no había nada que se

refiriera a mi ausencia de aquel viaje. Ni una sola mención, ni una añoranza, ni una

gota de tristeza por no tenerme allí con ella. Al día siguiente me la encontré al llegar

a mi trabajo, esperándome. Sus ojeras denunciaban una noche de mal sueño. Tenía

en sus manos unos libros. Se levantó para acercarse a mí con su sonrisa plena, más

brillante aún que la noche anterior. Acarició mi pelo suavemente, se me quedó

mirando muy tranquila, y me dijo:

--¿Vamos a tomar chocolate?

Augusto Lázaro


Santiago de Cuba, en los 70...

 


(publicado en Cuba por la revista Muchacha)




   

domingo, 17 de julio de 2016

AHORA LOS VECINOS

Doy tres golpes en la puerta y espero. El viento mueve el único bombillo encendido

en la esquina del frente. El chirrido de la verja de hierro me hace recordar un cierto

poema que comienza cuando se abre la reja de tu jardín, Marta mía. ¿Mía? Todas

las palabras posesivas andan conmigo hoy. Ahora especialmente. Antes de abrir

oigo su voz que dice ¿quién?, pero no espera mi respuesta y abre. Me doy cuenta

de que es un poco tarde y de que el viejo debe estar soñando con la plaza de toros

de Sevilla. Ella lleva puesto un pulóver malva, el color del luto en la semana

santa, según me dijo el viejo un día. ¿Irónica? El caso es que ella está preciosa o...

no sé, es que nunca he podido definirla como yo quisiera. Detrás de su pulóver se

ve todo el pasillo hasta el fondo de la casa. Es una casa kilométrica. Cuando cierra

la puerta me mira y me dice:

--Ahora los vecinos se van a creer que vienes a acostarte conmigo.

¡Los vecinos! ¡Qué frase! La noche duerme demasiado plácida para que alguno se

levante, Pero ella... Mis ojos se prenden de su pulóver malva hasta que nos

acomodamos en un espacio reducido al fondo de la casa. Ella está haciendo unos

pinceles para sus niños, según me dice.

--Sí, ahora tengo un grupito de niños a mi cargo, de aquí del vecindario. Les enseño

a pintar y a muchas cosas. Me entretengo con ellos cantidad.

La miro. Ella sigue trabajando sus pinceles y me mira algunas veces. Pero yo la miro

siempre. Se rasca. Mis ojos siguen todo el movimiento de sus manos. Sus manos se

escapan de cualquier descripción literaria. Toman la cuchilla de afeitar y sacan

astillas de la madera blanda. Sus dedos juegan con el mechón de pelo que está

sobre la mesa y ponen un pedazo en la punta afilada de cada pincel. Después los

pega. Se dedica a todo lo que hace con verdadero amor. Cuando termina el

último pincel me trae un libro viejo sobre astronomía que acaba de encontrar no sé

dónde y me lee algún párrafo, muy entusiasmada. Me contagio cuando leo varios.

--Es un sinvergüenza -le digo del autor del libro.

--No, qué va, si este libro...

--Quiero decir: es un poeta.

--¡Ah! -sonríe-, porque es que está escrito todo así, como si fuera una leyenda. Es que

parece una leyenda, por eso me gusta. Me atrapó desde que comencé a leerlo.

--¿Así que a ti te pueden atrapar?

Nos reímos. Sí, porque a ella todo hay que pedírselo. Al menos yo. Dentro de la casa

parece que se está muy lejos de todo cuanto nos rodea. A veces el silencio se hace

insoportable. Demasiado espacio para dos personas. Le hablo de mi novela y de

uno de sus personajes secundarios muy interesanres: una anciana paralítica, tía de

la protagonista. Me dice que ella conoció a una anciana parecida y me la describe

y ojalá hubiera traído mi grabadora. Pero confío en mi memoria. Entonces se me

ocurre ponerle un toque de misterio a la visita.

--Ven acá y dime una cosa: a que no adivinas dónde está encerrada esa anciana

paralítica.

Pronuncia mi nombre, abre los ojos y me mira muy seria. Seca los pinceles y casi me

arrepiento de la broma, pero confío en su entereza y a los pocos minutos el asunto

declina. Me levanto, porque cuando se lo pido me dice que hoy no tiene café, y

fumarme un cigarro así en seco nunca ha sido mi costumbre.

--¡Qué calor! -le digo, sacudiéndome la camisa.

Sus ojos brillan. Se levanta, corre a la ventana y la abre.

--¿Cómo no se me había ocurrido antes? Ahora los vecinos van a pensar que tú te

has acostado conmigo.

Otra vez la niña. ¿Cómo es posible que le importen tanto los vecinos? Le doy un

halón de pelo y me voy hasta el cuarto de desahogo a registrar las cosas tiradas

unas encima de otras. Por casualidad descubro que en un clóset hay un espacio

hueco encartonado. Doy varios golpes y ella viene enseguida y me pregunta qué

estoy haciendo. Cuando le comunico mi descubrimiento se pone muy nerviosa,

se mete en el clóset y comienza a golpear el cartón para romperlo. Halo sus brazos

y la convenzo de que deje eso para mañana. Volvemos a la sala. Volvemos a

sentarnos. Volvemos a conversar como antes. Trato de penetrar sus ojos y de saber

qué piensa. Creo que la quiero bastante y se lo digo, pero no le digo cómo es que

la quiero. No se lo digo porque yo mismo no lo sé. Con ella todo siempre resulta

indefinible. Pero todo atrae. Seguimos con la astronomía y yo le digo que cuando

nació Napoleón el sol no estaba en Leo como creen los astrólogos. Me dice que

los astrólogos, para sus predicciones, siempre han tenido en cuenta todas esas

diferencias de tiempo y espacio. ¡Ja! Realmente es deliciosa. ¿Cómo podría yo

descubrir sus posibilidades de delicia? Me dan ganas de darle un cocotazo. Me dan

ganas de restregarle en la boca la ternura posible.

--Te queda bien el malva -le digo, cuando en mi reloj ya pasan de las doce y la

noche se empeña en seguir con nosotros.

--Me gusta ese color, aunque no tengo mucha ropa así.

--Ese color te da un toque de misterio... pero te hace más bella.

Y es verdad. Por lo menos para mí es verdad. A ella no le miento, aunque tal vez

en la mentira haya más atractivo. Pero esta noche la verdad me llena, de sueños

y de imágenes. ¿Estoy filosofando? No, con ella no. Con ella la poesía.

--Me voy. Acompáñame a la puerta, no vaya a ser cosa que tu abuelo se despierte

y me dé un bastonazo.

Se ríe. Quisiera ver su cara siempre en risa. Cuando se ríe parece más ingenua, más

tímida, más niña. Me voy en realidad. En el portal hay un pedazo de muñeca rota,

una pierna. Qué raro. Al llegar no lo vi. También hay dos balances blancos ya casi

destartalados y me pareció ver uno solo. ¿Qué me pasa? Aunque no me extraña,

con ella siempre están apareciendo cosas. Recojo el pedacito de muñeca y se lo

tiro y se pierde en el pasillo detrás de su pulóver malva. ¿Tendrá miedo? Ojalá que

duerma bien. La miro con todo el cariño que se puede ofrecer con los ojos. Entonces

se acerca y me dice:

--Vete pronto, los vecinos se van a imaginar que te has acostado conmigo.

La miro con deseos de decirle me cago en los vecinos... pero no en ti, me vaciaría

en ti, me encontraría quizás... Y no la miro más. Cruzo la calle y el aire suaviza mi

piel. Es más de media noche. Vista Alegre duerme demasiado tranquila. ¡Ah, sí!

¡Los vecinos! Quisiera ver alguno. Siento deseos de fumar y entonces veo sus ojos,

sus ojos en el pulóver malva, en los pinceles, en sus manos, en las paredes blancas

de su enorme casa, en el mechón de pelo negro, en la verja de hierro... sus ojos,

siempre tristes y solos, que me sacan eso tan cercano al amor, eso que puede

sentirse por una muchacha que nos dice que los vecinos se van a creer, van a

pensar, se van a imaginar que nosotros...



Augusto Lázaro

www.facebook.com/augusto.delatorrecasas




sábado, 9 de julio de 2016

SUTIL Y TENEBROSO

Nada más a mí se me ocurre subirme en una guagua con los zapatos acabaditos de

limpiar, y que los tengo que limpiar yo mismo, que esos salones colectivos están

siempre repletos, y la gorda esa que me metió el codo en las costillas, y para colmo,

el idiota del chofer arrancó antes de que me apeara, y me tuve que bajar a cinco

cuadras de aquí, empapado de sudor, qué va, mañana mismo voy al taller a ver a

Pepe, desde que se me rompió el carro estoy pasando las de Caín, y el verraco de

Jacinto lo único que sabe hacer es decirme que el arreglo se las trae, claro, a Pepe

hay que tocarlo para que me resuelva rápido, tendré que llevarle un litro de ron y

dejarle caer algunos fulas, a ver si por fin me termina el trabajito, tengo que inventar

algo para cogerme el día mañana, a ver si puedo al fin resolver ese problema de

una puñetera vez, suerte que yo no tengo que marcar tarjeta ni darle cuentas a

nadie, a no ser a David, y ése a lo mejor ni se da cuenta de que yo no estoy aquí, si

no es que por casualidad se le ocurre pedirme algún informe, algún dato, algún

papel de esos que siempre está pidiendo, porque dice que a la hora de los

mameyes lo que cuenta es lo que está en blanco y negro y "de lengua nada",

siempre me lo está repitiendo como si yo fuera un imbécil, sí, todo anotado, todo

especificado, todo firmado, bueno, de todos modos es mejor darle el toque por

si acaso.

--Buenos días, Cuqui.

Bueno, déjame ver cuántos asuntos tengo aquí pendientes, ya mañana el que

venga que resuelva con Cuqui, o que vaya a ver al Mayimbe, la gente se cree que

nosotros estamos aquí echándonos fresco en los huevos, para poder atender a todo

el que venga a plantear cualquier bobería, bastante que tenemos ya, si ya casi no

tenemos chance para comentar la última peli, y así y todo vienen esos sanacos y

te plantean una verracada y tú tienes que oírlos, y después quieren que tú les

resuelvas los problemas ipso facto.

--Hola, Cuco, ¿cómo anda el crío ese?

Ahora a dispararme hasta las doce con un triste buche de café, porque mandarme

a pie hasta la cafetería le zumba, y eso para meterme en la cola y si acaso alcanzar

un boncito con pasta y un pru al tiempo, son como seis cuadras, no vale la pena, a

ver si Cuqui trajo algo, que ella siempre trae algo para merendar, dentro de un rato

le voy a hacer un talle, con disimulo, ¿de dónde esta cabrona sacará esas cosas

que se zampa aquí todos los días?, menos mal que de eso yo siempre cojo algo,

y este archivo debe estar falto de aceite, bueno, Cuco se encargará, porque yo no

me voy a embarrar las manos ni mucho menos, no, después ir al baño, a ver si hay

jabón, no, de ninguna manera, y que sin esos papeles yo no puedo hacer nada,

deja ver si lo veo... ¡ah!, allí está.

--Oye, Cuco, hazme el favor.

Ya me está entrando hambre.

--Oye, Cuco, viejo, perdona la molestia, yo sé que tú estás muy ocupado como

siempre, pero mira, es para ver si tú puedes engrasarme un poco el gavetero este,

no sé qué le pasa que no quiere abrir, parece que está sucio o no sé qué rayos es

lo que le pasa.

Un tipo chévere este Cuco, nunca dice que no.

--Ah, oye, ¿no tendrás un cigarrito ahí que me regales?, ahora mismo boté la caja

vacía en el cesto, se me pasó comprar esta mañana en la cafetería, figúrate, con la

prisa por llegar temprano, se me pasó y... ¡ah, gracias, viejo!.

Menos mal que Cuqui etá callada hoy, porque cuando se le suelta la sin hueso

habla más que Moravia Capó, que ya es decir mucho, no me explico por qué la

han metido en el sindicato, que si la agricultura, que si la textilera, que si la

asamblea de servicios, que si el equipo de pelota, que si la guardia, que si el

noveno grado, que si la preparación combativa, que dame dos pesos para

Aurora que se casa el sábado, que dame tres para la fiestecita por el día de la

mujer trabajadora, recoño, ¿hasta cuándo?, voy a tener que sacarla de ahí con

algún pretexto, si no, me salo, el sindicato metido en mi oficina, y las cosas que

me tiene que hacer, ¿quién me las hace?, bueno, ya veré qué invento para eso,

y si no pongo las muelas en movimiento con carácter urgente, no me voy a

poder concentrar en los papeles que tengo aquí pendientes, y que son unos

cuantos, total, todos piden y piden y piden, ¿por qué la gente será tan

inconforme?

--¿Eh? Sí, dime, Mirna.

Esta es otra que bien baila, yo creo que si no escupe esputa.

--Sí, mi amor, enseguida se los mando.

Ya está el Mayimbe pidiéndome cosas, miren cómo a mí me piden cosas, eso

nadie lo ve, yo quisiera que aquí se reunieran todos esos que piden materiales,

piezas, equipos, cambios, arreglos, para que vieran todo lo que me piden a mí,

pero bueno, con David no se puede quedar mal, no, la barriga no se puede

pelear con el cocinero, en eso hay que estar muy claro... coño, Cuqui sacó el

cartucho, tengo que inventar algo rápido, déjame ver...

--Cuqui, ¿quieres hacerme el favor?

Para algo es mi secretaria, qué carajo, cuando tiene algún problema, ¿quién se

lo resuelve?

--Mira, mi vida, necesito que me des una manito aquí para chequear estos datos

que me mandó a pedir David con Mirna, figúrate.

Ahora cuando venga con el cartucho, ahí mismo le doy el sablazo.

--Sí, mira... tú me vas diciendo las cuentas y yo te digo las cifras... sí, esa es la cosa,

yo que iba a salir a merendar ahora mismo, pero como dice Mirna que el jefe

necesita estos datos urgente, pues... tú sabes que a mí me gusta cumplir y... por eso

te llamé para... ¡ay, mi cielo!, cuánto te lo agradezco, gracias, imagínate, me evitas

tener que perder media hora en la cafetería... muchas gracias, eres un encanto,

Cuquita, pero ya sabes que no me gusta abusar... no no no... bueno, gracias, así

resuelvo los dos problemas al mismo tiempo, sí, je je je... y con lo atareado que

estoy hoy, sí, muchacha, enseguida terminamos con esto, es fácil, y gracias otra

vez, eh... oye, está rico esto, de verdad...

Bueno, ahora me siento mejor, un buen pedazo de pasta de croqueta con pan y

un vasito de jugo de mango, la verdad que esta Cuqui vale lo que pesa, aunque no

debe pesar mucho, la pobre... en fin, que le voy a dar un tiempo a estos papeles, ya

ahorita no me van a dejar ni pensar en mis asuntos personales, a lo mejor convenzo

a Gustavito para que me suelte el tocadiscos en cien pesos, ya no aguanto más a

Emilia con su cantaleta, como si la plata me cayera del cielo, pero bueno, tengo

que reconocer  que bastante que se chiva Emilia trajinando todo el día, y en la

calle, que si el pollo, que si la carne de puerco, arriesgándose incluso, que si la yuca

en el mercadito, que si las hallacas de la mujer del chino, un fenómeno, mañana le

hago un talle a Gustavito a ver si le tumbo el aparato de una vez por la mitad de lo

que vale en realidad, porque Gustavito necesita dinero, ah, sí,  y seguro que afloja,

no digo yo si afloja, y así de paso me quito de arriba la cantaleta de Emilia, total,

con lo que yo me embolsillo aquí los días 24, ¿por qué no darle ese pequeño gusto?,

además, el tocadiscos lo voy a disfrutar yo también, es como si fuera para mí, por

suerte yo no soy muy ambicioso y no aspiro a millonario, no, lo mío es mantenerme

aquí y estar bien mirado por el hombrín y por los de la dirección, que seguro que me

tienen como uno de sus funcionarios más capaces, más organizados, más leales, sí,

y sobre todo, más eficientes, nunca me atraso en ningún informe, ni se me pierde

ningún papel importante, ni tienen que esperar por mí para nada, claro, gracias en

parte a la buena de Cuqui que es una fiera ahí fajada con la agenda, los archivos,

el teléfono, lástima que se le haya subido lo del sindicato a la cabeza, voy a hablar

de ese asunto con David, que lo coja Ponciano que no está haciendo nada que

valga la pena, yo tengo aquí muchos papeles, muchas notas, tengo infinidad de

memorandos, cartas, llamadas, comisiones, facturas, conduces, pedidos, solicitudes,

modelos, órdenes de compra y de servicios, relaciones, informes, planes de trabajo,

recados, telefonemas, no, si esto es el fenómeno vigueta, ¿quién se va a encargar

de todo esto si Cuqui sigue metida en el sindicato?, total, asambleas, reuniones,

mítines que lo único que hacen es alterar mi planificación personal, bueno, ya

veremos, ya casi son las diez, y hablando de agenda, deja ver qué es lo que tengo

para hoy: llamada al Ministerio, esa debe ser de David, que la reclame Cuqui a ver,

lectura del informe de auditoría, ja, tendré que leérmelo después, aunque sea por

arribita, por si acaso me preguntan por algo, ¡coño!, ¿qué es esto?, la reunión con

Carmita Pintado, ahora sí me la saqué, a ver, discutir las necesidades de, el cambio

de entrada y de salida de modelos en, tao tao tao, ¡me cago en la que canta y no

pone!, Carmita, la mata del palique, y lo más bonito es que para mañana tengo

que dejarlo todo ok, dígame usted, tendré que entregarle estos pendientes a Cuqui,

pobrecita, se me va a quemar aquí con tanto trajín, bueno, Cuqui atenderá estas

cosas, porque el sábado, cuando vuelva por la mañana no quiero encontrarme el

buró repleto de papeles, de tareas pendientes, no, a ver qué es lo que me queda

para mañana, sí, bueno, casi nada, sí, estoy amplio, si no fuera por esa reunión con

la vieja.

--Ven acá, Cuqui.

No le voy a decir desde ahora que mañana no vengo, no vaya a ser cosa que se le

suelte la lengua con las muchachitas del Departamento y se pongan a cuchichear

por ahí, que esa atmósfera no me conviene, se lo diré por la tarde, antes de irme,

así no tendrá tiempo ni para darse cuenta.

--Mira, Cuqui, dale salida a estas facturas, ya están revisadas, archiva las copias,

como siempre, y mira a ver si estas llamaditas se pueden hacer hoy... sí, es para ir

adelantando... sí, cómo no... ok, Cuquita, tú siempre a la vanguardia.

¿Dónde se habrán metido los periódicos?, por ahí viene Cuco, seguro que él sabe,

porque éste se las sabe todas.

--Oye, Cuco, por casualidad ¿tú has visto la prensa por ahí?... mira a ver, anda,

hazme el favor.

Tengo que hacerle un regalito un día de éstos, esa es la clase de trabajadores que

necesitamos, nunca dice que no, no se mete en nada, casi no habla, ah, ahí me

trae los periódicos.

--Gracias, Cuco, es que hay que estar bien informados, ¿no?, bueno, tú lo sabes,

tener parque, ¿comprendes?, la lucha ahora es ideológica y se está agudizando

cada día más, uno tiene que sacar un tiempito para estar al día en todo y que no

venga nadie a hacerle cuentos, ¿eh?, bueno, gracias, viejo.

Tengo que echarle aceite a este ventilador, el ruido que hace me tiene sirico, a ver

estas solicitudes... ¡hum!, una carta de Berto Morales, este tipo es molestísimo, está

siempre pidiendo cosas que no hay, que él sabe muy bien que no hay, a ver qué es

lo que quiere ahora... ¡ah!, miren esto: barras de acero corrugadas, ¡da risa!, ni me

voy a molestar en ir al almacén.

--Cuqui, hazle un acuse de recibo a Morales, el de la unidad número 9, mira, me le

dices que en estos momentos no tenemos esas barras que pide, toma, aquí tienes

la solicitud.

Y este telefonema de Mauricio... no, llamaré yo mismo, llamaré a Conchita a ver,

cinco - ocho - ocho - cuatro - dos... esta mujer parece que siempre está durmiendo.

--Oiga... ¿quién habla?... me hace el favor, con... ah, eres tú, Conchi... sí, yo espero,

sí...

Lástima que sea tan pazguata, se le podría hacer un tiempo, a pesar de sus buenos

treintipicones.

--¿Conchi?... sí, mi cielo, ¿cómo tú andas, mija?... sí, yo bien, gracias... sí, muchacha,

como siempre, aquí tirando... me imagino que tú sigues igualita, cada día más

joven, ¿eh?... no, no es un cumplido, es la verdad... bueno, bien... sí, sí... mira,

Conchi, toma nota de este tele para Mauricio, de parte de Ruenes, que la... que la

pintura que solicita en su tele número tres cincuenta y uno... sí, tres, cinco, uno... sí,

pues que no podemos suministrársela en su totalidad, pero que puede resolverse en

parte de color rosa viejo, ¿me copias?... sí, rosa viejo... saludos, Ruenes, y... bueno,

Conchi, déjate ver... sí, sí, claro que sí... chao, cosa linda... chao.

A ver esta otra, es la última, ¡ja!, este sí está listo, así que original sin la copia y sin el

cuño del Departamento, ñiringa de puerco, nené, denegada.

--Mira, Cuqui, otra solicitud incompleta. Denegada. Yo no me explico qué es lo que

pasa con la gente que no acaba de organizarse.

Estos periódicos no se pueden leer, siempre dicen lo mismo y todos lo dicen de la

misma forma, y mañana llega la Bohemia y como no voy a estar aquí seguro que

me la levantan, seguro que Clarita la controla, y con Clarita no quiero ningún

lequeleque, con la lengua que se gasta, si la usara en la cama el marido no le

estuviera pegando los tarros con Esperanza, la mosquita muerta de Esperanza nada

menos, le voy a decir a Cuqui que me justifique en la reunión del sindicato, me da

pena con ella, pero qué carajo, seguro que me terminan el carro esta tarde y si no,

tendré que tocar mañana a Pepe para que me lo saque, y cuando resuelva lo del

carro tengo que ir a ver a Gustavito para el asunto del tocadiscos, esta Mirna se

pasa el día dando paseítos, si no fuera porque está brutal le llamaría la atención,

coño, se menea más que una lagartija huyendo de los tiraflechas de los mataperros

y yo creo que lo hace para joderme, porque ella sabe que me gusta un montón,

voy a tener que cerrar esa puerta, un día Cuqui me va a sorprender viviendo a esta

cabrona que me hace levantar la cabeza cada vez que pasa, aquí lo que hace

falta es un aire acondicionado, pero dice el Mayimbe que eso gasta mucho, que

hay que ahorrar, que la austeridad, ya lo creo, ¡la austeridad!, cómo no, gasta, sí,

gasta mucho, seguro, y lo que me gasto yo aquí trabajando como un demente,

de eso no se da cuenta, ¡ah!, la reunión con Carmita Pintado, el cotorreo que me

espera, si pudiera quitármela de arriba aunque fuera por hoy, déjame ver, le voy a

decir que mejor nos reunimos cuando ella tenga todos los papeles del balance

terminados, voy a anotar aquí todo lo que me hace falta, para ir directo y así

terminar rápido, a ver, lápices bicolores, sacapuntas, bolígrafos, repuestos, papel

bond, papel gaceta, papel carbón, papel copia, reglas, gomas, presillas de

folders no quedan, gomígrafos, sí, eso, almohadillas, stencils, corrector de stencils,

no, eso no aparece ni en casa de Chicho Macetica, no, sobres cortos y largos,

sobres manila tampoco hay en ninguna parte, ¿qué es esto?, bueno, que por

pedir no quede, le voy a regalar estas hojas de papel carbón a Mirna cuando pase,

así la vivo de cerca un ratico, aceite para el ventilador, ¡ay, cabrona, cómo me

pones!, presillas, corrector de stencils, sobres manila y aceite para el... no, eso ya

lo anoté, por ahí viene la niña.

--Mirna, mi cielo, llégate un momento.

Para mí que se está acostando con David.

--¿Qué tal, carita de ángel? Bueno, la pregunta está de más, porque a la legua se

ve que estás muy bien, je je je... Pero bueno, toma unas cuantas hojitas de papel

carbón del bueno, que yo sé que te hacen falta... Sí, querubín... No, chica, eso no es

nada, y menos si se trata de ti... Bueno, chaíto.

Tiene nalgas para darle a Clarita y todavía habría que decirle culona, ¡qué bárbara!,

¡qué bestia!, ¡qué culo!

--¿Eh?... Sí, entra, Carmita... Siéntate... Aquí, vieja, ya tú sabes, mucho trabajo... mira,

Carmita, esta es la lista de lo que necesitamos. Ahora a partir del mes que viene

vamos a controlar la entrega de materiales internos por aquí. Hay que hacer un

inventario en el almacén y necesito un informe detallado de las existencias. Yo te

iba a proponer que nos reunamos cuando tengas el inventario, así podríamos

discutir el plan de una vez. ¿Qué te parece?... ¿De acuerdo entonces?... Bueno,

¿cuándo podría ser?... Ok, perfecto, vieja... Sí, sí... Bueno, Carmita, entonces ya tú

sabes... Oye, ¿no tendrás un cigarrito ahí que me regales? Sí... Figúrate, con lo

atosigado de trabajo que estoy no he tenido tiempo de ir a la cafetería y ya se me

acabaron los míos... Sí, voy a tener que dejar ese vicio... Ya tú sabes... Gracias,

cariño... Ok, nos vemos... Chaíto.

Bueno, chirrín chirrán, ahora hasta la tarde, todavía falta un poco para las doce,

¿qué sorpresa me tendrá Emilia para el almuerzo?, ah, si me encontrara otra vez a

Sebastián como el lunes que me invitó a almorzar en El Baturro, bueno, creo que ya

puedo ir recogiendo, que no se me quede nada encima del buró, ni un solo papel

suelto, voy a colgar este afiche que me dejaron los muchachos del comité de base

de la UJC: "aprovechar al máximo la jornada laboral", no está mal la consigna, no

señor, hay que darle vida a la propaganda y eso es lo que hay que hacer, dejar de

perder el tiempo en verracadas como mucha gente aquí que yo conozco, que no

disparan un chícharo, ¡ay!, tengo un hambre que yo mismo me doy lástima.

--Cuqui, voy echando a ver si paso por El Telescopio antes que cierren, a recoger

mis otros espejuelos... Sí, niña, se me rompieron otra vez, soy un desastre... Bueno,

mi amor, nos vemos por la tarde temprano... Chao, cosa linda.

Augusto Lázaro

www.facebook.com/augusto.delatorrecasas