domingo, 27 de diciembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 49

Qué tipo este Plácido. Bajaba por Aguilera noche por noche, a la misma hora en

que yo subía, y una noche tropezó conmigo frente a la escalera de la escuela, y por

poco me tumba, del golpetazo que me dio. ¡Pum! ¿Y qué hizo? Pues echarse a reír.

¿Se puede saber dónde está la gracia? Poco faltó para que alli mismo le entrara a

carpetazos. El golpe me dolió, y cada vez que lo miraba el muy cabrón se echaba

a reír. Perdóneme, compañera, no me estoy riendo de usted, es que ha puesto una

cara como si yo le hubiera partido la columna vertebral. Y se echaba a reír. Cabrón.

Puñetero. Bandido. Así fue como lo conocí. El tropezón fue porque Plácido venía

caminando con la cabeza virada hacia atrás, mirándole el culo a una pelandruja

que doblaba por Carnicería frente al museo Bacardí. El mismo me lo confesó a los

pocos días. Hubiera tropezado con un poste de la luz y yo no estaría acordándome

de él ahora. Tremendo sato. Cuando nos hicimos amigos me dijo que una mujer es

un culo y lo demás. Qué clase de punto. Pues sí. En los días siguientes, cada vez que

se encontraba conmigo se empezaba a reír como un guanajo. Una noche se lo dije,

ven acá, chico, ¿tú eras bobo cuando chiquito?, y se desgañitó de la risa. Algunas

noches, cuando coincidíamos, me invitaba a tomar café en La Isabelica, me hacía

un montón de cuentos, y nos pasábamos toda la noche verborreando, fumando, y

contándonos mentiras, y sobre todo, ah, riéndonos como dos mongólicos, porque

Plácido es un artista en eso de llenarle a una el moropo de mentiras, mira, Tania, a

las mujeres les encanta que uno las engañe, claro que siempre que el engaño las

halague. Pero desde la primera vez que yo lo vi me di cuenta de que yo y Plácido

seríamos amigos, buenos amigos y nada más, porque una mujer, cuando conoce a

un hombre, enseguida se da cuenta de si ese hombre puede o no puede tener algo

con ella, y yo siempre estuve convencida de que Plácido sería sólo un buen amigo.

Y así ha sido hasta ahora. Una noche lluviosa Plácido me acompañó a la casa y me

hizo la historia completa de todas las novias que había tenido, y me dijo que todas

lo habían botado, por informal y por regado. ¿Sabes lo que pasa? Que yo no sirvo

para estar pendiente de ningún compromiso, me dijo, riéndose. Qué perla. Y se lo

decía: Plácido, tú eres la pata derecha del Diablo, y él se reía y me hacía otro de

sus cuentos mujeriles. Otra noche tuvo que cargar conmigo para el hospital, desde

la misma Isabelica, porque allí mismo me dio un ataque de asma muy fuerte y el

pobre Plácido apenas sabía qué hacer conmigo. Un amigo suyo y él me llevaron al

maldito cuerpo de guardia donde tantos momentos terribles había pasado y me

quedaban por pasar y allí me aplicaron, como ya iba siendo costumbre en mi caso,

aminofilina y aerosol, hasta que me calmé. Plácido como el papel, el pobre, qué

susto pasó. Los ataques de asma me acechaban con frecuencia, eran una pesadilla

que no quisiera recordar. En esa época tuve algunos problemitas en la escuela, por

mi vestimenta, que llamaba la atención. Una noche fue a buscarme Plácido

y le preguntó a una muchacha en los bajos y ella le dijo sí, la exótica, no, creo que

no ha bajado todavía. El me lo contó después. Algunas me decían así mismo, la

exótica, qué vainas. Los varones me miraban con curiosidad, con interés, algunos

con deseos, que se los veía en los ojos, pero las hembras, algunas hembras, sí me

miraban con envidia, no podían disimularlo aparentando que era rabia, porque de

la rabia a la envidia, o viceversa, no hay ni medio paso. Y tuve varias discusiones

con un par de tipas frescas que me dijeron que yo desentonaba allí. Ah, pero les dije

hasta alma mía. Gallarusas las muy pendejas. Si no es por un bedel que había en los

bajos y que enseguida subió al oír la discusión, hubiéramos rodado por la escalera

enredadas a galletazos. Pero eso sí, yo no hice nada que pudiera perjudicarme, ni

siquiera miraba mucho rato a ningún profesor. Claro, también tuve compañeras que

me defendían, amigas que hice allí, muy pocas, pero gente muy correcta. Sí. Casi

todas trabajaban por el día igual que yo. Eso quizás nos unía, porque apenas nos

alcanzaba el tiempo para ir a tomarnos un café a La Isabelica cuando salíamos a

las once de la noche. Me sentía bien en la escuela, a pesar de los roces que tuve

con esas zarapastrosas que se cuelan en todas partes. La morralla, como decía mi

mamá, que una tiene que codearse con esa gentuza en todas partes. Todos juntos

y revueltos. La igualdad, ya lo creo que sí. Hay que ser igual que todo el mundo,

hablar igual, pensar igual, vestir igual, comportarse de la misma manera, ja ja ja,

comparsa de los bienaventurados que disfrutaremos el futuro luminoso. Pues por los

roces con ese elemento me dio por ponerme encima todo lo que se me antojaba,

hasta cosas que me había mandado mi mamá del Norte que no era fácil de

aguantar el calor que me daban, pero para joderlas lo aguantaba y me reía de las

cosas que me decían. En la oficina no, allí llevaba ropas normales, porque la gente

allí no se metía conmigo para nada. La inmadurez es del carajo, pero cuando uno

se da cuenta ya no tiene remedio. Los comentarios sólo lograron que aumentaran

mis deseos de quedarme en la escuela, de quedarme y de graduarme. Y me quedé

y me voy a graduar, no digo yo si me voy a graduar, para que se metan la lengua

en el culo esas pendejas de mierda. Plácido me lo decía, no les hagas caso, ponte

lo que tú quieras, que a ti todo te queda bien, olvídate de ellas, ignorándolas las

vences, pero estudia y saca buenas notas, que así las humillas. Y eso fue lo que hice.

Porque ignorando a la gente que habla mal de una, una gana la batalla, porque

no le da importancia, mientras que esa gente sí le da importancia a una. Y eso a

cualquiera lo revienta, que lo ignoren, que no lo tomen en consideración, como si

no existiera. Y yo me dije: me gradúo de lo que no hay remedio, sí señor. Y no digo

yo si me gradúo. O me reviento, como una tubería vieja...

(continuará)

Augusto Lázaro


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domingo, 20 de diciembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 48


Al fin se terminó la maldita asamblea. Ah. Ya no podía aguantar más, ensopada de

sudor y mirando el puñetero relojito ruso que compré con el último salario, oyendo

hablar mierda a todo el que pedía la palabra sólo para repetir lo mismo que había

dicho el que habló antes que él, porque es que todos dicen lo mismo, como decía

el compañero Eduardo, bien, yo quería decir más o menos lo que dijo la compañera

Elena, no, si yo opino igual que el compañero Erasmo. Ave María Purísima, ay, y sin

darme cuenta digo estas palabras a media voz y sin pecado concebida, me susurra

Nancy, sentada junto a mí, al levantarnos y cargar nuestras sillas ortopédicas hasta

su lugar de origen. Niña, no es tu primera asamblea, ¿por qué te quejas tanto?, oye,

acostúmbrate, que recién has comenzado a aprender cómo se pierde el tiempo en

el trabajo sin trabajar, y se ríe, es una jodedora, sí, y tiene una lengua que le llega al

ombligo si la saca, pero es mi amiga, la única amiga que tengo en la oficina esta

churrosa y calurosa, y que menos mal que me hace la vida laboral más llevadera.

Oye, Nancy, dime cómo tú te has aclimatado a esta envolvencia, porque óyeme, a

mí no me acaba de entrar, pues imagínate, yo llevo años discutiendo los mismos

problemas y tomando los mismos acuerdos en todas las asambleas y no resolviendo

ninguno, así que lo mejor es irse acostumbrando. Ya, ya veo y ya oigo. Pues sí, mija,

que la administración va a ocuparse de eso, ajá, que el sindicato va a afrontar ese

asunto, que nosotros, compañeros, los obreros, como si aquí hubiera algún obrero,

¿te das cuenta?, bla bla bla, y una no puede escaparse, sí puede, lo que pasa es

que tú no puedes inventar excusas todos los días de asamblea, porque aunque son

un poco socotrocos se dan cuenta, y bueno, te buscas un lío, pero algunas veces

puedes enfermarte de la garganta, o tener una indigestión con diarrea que ni caso,

o se te puede morir una tía que te crió cuando eras niña y no puedes dejarla sola

en el velorio, pobrecita, y ay, Nancy, contigo no se aburre nadie, oye, pues claro,

niña, pero acuérdate del refrán que dice que el que a buen árbol se arrima, sí, ya

sé, no, no sabes nada, déjame terminar, al que a buen árbol se arrima, buen tronco

le cae encima, y nos reímos a carcajadas, ya fuera del local, tremenda tipa Nancy.

Bueno, vamos, te invito a un café con abundante agua ahí en la esquina, por lo

menos te lo sirven calientico y si tenemos suerte hasta con agua fría. Gracias, mi

amiga, y yo te invito a un cigarro que aquí tengo la caja que compré esta mañana

en el mercado oscuro. Más risas. No te preocupes, me dice, ya te aclimatarás, la

cosa es cogerle el golpe y hacer lo que hace todo el mundo, estoy cogida, hasta el

tope, agotada, ya me ves, y después la canción del majá. ¿La canción del majá?

Ah, así que no la conoces. Pues pon mucha atención y abre las guatacas, que ese

es el himno de nosotros, los empleados de esta empresa de construcción industrial,

como si aquí hubieran tantas industrias, la verdad que estos nombrecitos, pero ya,

la canción del majá, vamos, que mi madre me lo decía siempre, hija, el juego ilustra

y el trabajo embrutece, ja ja ja, y se ríe, se ríe la muy, pero acaba de decirme lo de

esa canción, Nancy, que me tienes en stand by, y entramos en la cafetería, Nancy

se acerca y me susurra al oído: aquí estamos, compañeros, / firme el sindicato está /

sin parar el día entero / igualito que el majá, y no podemos aguantar la risotada

que hace que los usuarios de la cafetería nos miren con deseos de enterarse de qué

nos reímos. Garzón y Central, lugar propicio para pasar el tiempo haciendo chistes

y riéndose uno de toda la mierda que nos rodea, ¿cómo yo no me había dado

cuenta antes de que eso era lo mejor que podía hacer?, reírme y mandar al carajo

al mundo entero, a los problemas, a las vecinas, a todo, coño, y gacias a Nancy que

me ha abierto los ojos mucho más que la propia Marina. Eso. ¿Y tu hija cómo anda?

Mi hija bien, cada día más insoportable, preguntando y pidiendo, y cuando no le

hago caso la perreta a todo volumen, hazte cargo. Se cree que yo soy millonaria o

que estoy ligada con el Presidente de Cubanacán. No, si yo sé que no es fácil esta

vida que tú llevas, trabajando por el día y estudiando por la noche, ah, yo no

podría, la verdad, por eso te admiro, Tania, porque tú los tienes grandes. Sí, es que

tengo que joderme, algún día te contaré la historia, no la vas a creer. Pues yo me

gradué hace algunos años y no sé todavía cómo carajo me metí en esa oficina de

mierda. Ya llevo allí tres añitos, mi vida, eh, aguantando el calor y el mal olor y el

churre y todo lo que ya tú conoces y aguantas también. Nada. ¿Y siempre estuvo

así? ¿Qué cosa?, la oficina. Ay, mira, vamos a tomarnos el café y no me busques

la lengua, suerte que la gente que trabaja allí no es mala gente, por eso yo me he

aguantado, que si no ya le hubiera vendido el cajetín. Toma, pon la tacita allí, que

tengo que ver en qué me voy, que ya tú sabes, que a esta hora el transporte está,

¿a esta hora dices?, coño, está bueno eso, sí, a esta hora nada más. Nancy vive

cerca, al menos si el transporte se pone impertinente puede ir caminando aunque

se derriengue por el camino, según ella misma me ha dicho, yo a veces también

me voy a la patica, aunque vivo más lejos, pero qué carajo, a ver si se me

desarrollan las piernas palillos. Después de todo es mejor caminar, si me subo en una

guagua o en un camión ómnibus de ésos, llego a casa empapada y con una peste

a grajo que no hay quien se me acerque. Pal carajo, me dice Nancy, estos cigarros

están cada día peor, voy a tener que dejar el vicio, aunque dice mi hermana Inés

que es más fácil dejar una virtud que un vicio, y otra vez nos reímos, la verdad, con

esta mujer la paso divinamente. Bueno, Nancy, nos vemos mañana, a ver si cojo

una botella, no, mija, no te molestes, tienes que enseñar las tetas o los muslos para

que un cabrón de éstos te pare y te lleve y después aguantarle los toqueteos dentro

del carro, camina, que eso es saludable, según dicen los médicos, mira, mañana te

voy a contar la experiencia que tuve con un militar que me paró en la carretera un

día, tú verás lo que me hizo el muy hijo de puta, mañana, mira qué hora es ya. Y

me pongo a caminar por Garzón pensando en Nancy, en lo que hemos hablado

sobre el trabajo, en lo que inventa la gente para zafarle el cuerpo, en fin, y se me

olvida que todavía me queda la dichosa escuela para acabar de joderme, si allí

tuviera una amiga como Nancy no estaría tan mal, no señor, pero en fin, que aquí

tienes que hacer lo que hace todo el mundo si no quieres quemarte, tengo dos

buenas maestras, Marina y ahora Nancy, pues a seguir sus enseñanzas, porque una

de dos, o te da un infarto, o te conceden un cuarto en Mazorra. Y gratis.

(continuará)

Augusto Lázaro


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domingo, 13 de diciembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 46

El tiempo pasa y yo sigo en la más cruel incertidumbre. No sé nada de mi salida ni

de por qué a Tony no lo acaban de soltar y Aurelia dice que ella tampoco lo sabe,

pero yo creo que ella sí lo sabe y me está ocultando la verdad, porque por haber

robado no creo que tengan a nadie encerrado tanto tiempo, y de eso depende mi

salida, porque en la última carta mi mamá me decía que cuando Tony saliera de

la cárcel todo se arreglaría y yo podría irme con Bertica para allá. Pero nada. Mayra

a cada rato enferma, a veces se desaparece y yo ni me entero, un día se lo dije,

Mayra, el mejor día te mueres y yo en babia, no voy a poder asistir a tu entierro y no

le gustó ni un poquito la jarana, me dijo cálmate, que nadie se muere la víspera.

Miguelito también desaparecido, no acaba de llegarle el telegrama y cualqueir

día me entero que se suicidó. A Marina y su familia tampoco les avisan y Esteban no

sé cuándo saldrá de la cárcel, otro caso. No sé por qué el gobierno se empeña en

joder a los que no están con esto, sería más inteligente dejarlos irse a todos y así se los

quitan de encima, y además mandan dólares, que es lo que le interesa al gobierno,

pero es que parece que no son muy inteligentes ni muy diestros en la política, eso es

lo que me dice Marina cuando hablamos en su casa. Cuestión, que mis mejores

amigos están en baja, todos con problemas que no acaban de resolver, y yo entre

ellos, y peor, porque estoy sola, sin nadie con quien desahogarme. Y para ponerle la

tapa al pomo doña Bertica creciendo y haciendo preguntas a tutiplén, mami, ¿por

qué mi papá está preso?, mami, ¿yo nada más tengo una sola abuelita?, mami,

¿nosotros nos vamos a ir a ese país donde tú dices que está mi otra abuelita?, mami,

¿por qué no me compras una de esas muñecas que están en la vidriera de la tienda

que vimos el otro dia?, mami, ¿cuándo yo voy a salir del Internado y venir a vivir

aquí contigo?, mami, ¿por qué tú no tienes uniforme de miliciana?, mami, ¿tú no

trabajas ni estudias?, mami, ¿no vamos a celebrar mi cumpleaños?, mami, ¿por

qué no me compras un vestidito nuevo para mi cumpleaños?, ¡aaayyyyy!, y yo

punto en boca, porque qué carajos le voy a decir. Y eso es cada vez que Bertica se

pasa un día conmigo, a veces me saca de quicio y le doy un grito que la dejo sorda,

Bertica, por tu madre, no me hagas más preguntas y cállate de una vez, carajo, y la

niña se paraliza y se queda como hipnotizada, pero enseguida empieza con su

perreta y a dar gritos y a decirme que yo no la quiero y que por eso ella se quiere

ir para la casa de su abuelita Yeya y eso me revuelve la sangre. En vez de disfrutar

con ella aquí tengo que soportar esas preguntas y entonces su compañía se vuelve

un infierno. ¡Mi hija! Quién me iba a decir que mi propia hija me pusiera la carne de

gallina preguntándome cosas inocentes para cualquier niña y que para mí son

como dardos envenenados que amenazan con aniqularme. Por eso prefiero que

se vaya con su abuela para quitarme esa tortura, porque Aurelia seguro que tiene

más paciencia que yo y la entiende quizás mucho mejor y cuando Bertica le

pregunta algo inventará cualquier cosa para tranquilizarla y así la niña se queda

complacida y al minuto se le pasa, cosa que tendría que hacer yo pero no puedo,

no estoy acostumbrada a estar con una niña ni mucho menos a responder a las

preguntas que hace una niña con las características especiales de Bertica. Es que

no debí haber parido, no estaba preparada para madre, todavía no lo estoy y sin

embargo tengo que ejercer ese papel y ser madre es algo muy difícil, porque una

madre nunca queda bien con los hijos y al final ellos se van y la dejan al garete sin

pensarlo dos veces. Madre sólo hay una, sí. Ja. Ya lo creo que madre sólo hay una.

¿Y para qué sirve? Porque al menos en mi caso mi madre me sirvió de muy poco y

yo a Bertica otro tanto, y de qué le sirvió Aurelia a Tony. Y los padres de Mayra. ¡Ah!

Y Marina a Charito. Y los de Miguelito de qué le han servido. Ja. Bueno, quizás estoy

exagerando, pero da la casualidad que a la gente que conozco los padres no le

han servido de mucho y esas son las experiencias que conozco. En fin, déjame no

seguir con esto, que no soy filósofa ni socióloga ni analista del comportamiento de

los seres humanos ni un carajo la vela. En defiitivas, es mejor no achicharrarse el

cocorioco pensando en cosas que no pueden remediarse. Los padres no pueden

escogerse, uno nace y ya los tiene, sean como sean, y después uno tiene que

cargar con ellos hasta que se mueran, le gusten o no, y a los hijos uno los trae al

mundo sin su consentimiento, por eso tiene que aguantarlos como sean, porque

tampoco uno puede diseñarlos a su antojo, le salieron así o asá, pues a cargar con

ellos hasta que uno cante el manisero, qué remedio. Uno sólo puede escoger a sus

amigos, porque ni a los vecinos de la cuadra ni a los compañeros del trabajo ni al

resto de sus familiares se pueden escoger tampoco. Qué vida más perra. Uno está

sujeto a la casualidad y casi no puede decidir por sí mismo. Los amigos, sí, lo único.

Y de contra a veces uno escoge mal y la caga, le salen pintos, rabones y mochos.

Si esto es una panacea yo soy la Mata Hari. Quién coño dice que el mundo está

bien hecho y que la vida merece vivirse. Se ve que el que lo dijo no vivía debajo de

un puente ni a la orilla del río Yarayó. No me jodan. Como decía un cartel en el

muro del Pre la semana pasada: a bailar y a gozar con la sinfónica nacional. Hay

que reírse...

(continuará)

Augusto Lázaro



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domingo, 6 de diciembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 45

¿Que por qué me tuve que ir de la Vocacional? Ah. Es una historia triste. Como casi

todas mis historias. Pues verás: resulta que aquel profesor que me llevaba flores y me

decía cosas bonitas se enamoró de mí. No faltaba más. Y yo me embarqué con ese

enamoramiento, como era de esperar. Imagínate. Por ahí empezó la cosa, por las

florecitas, por los papelitos que me ponía en el buró, por las frasecitas que siempre

me estaba soltando. Pero no te vayas a creer que eso fue lo único. Ay. Si cada vez

que me acuerdo. Pues déjame contarte. A mi no me acababa de convencer del

todo el hombre, porque nunca me ha gustado eso de ligarme con gente de la

familia ni de la cuadra ni de la escuela ni ahora del trabajo. A mí el ligue me gusta

bien lejos y desconocido, para no buscarme problemas. Pero como te decía, no me

acababa de convencer el hombre, pero me sentía atraída por él. Cada vez que

me pasaba por el lado me decía algo bonito y yo como si nada, no lo aceptaba ni

lo rechazaba, y eso fue lo peor que hice, porque con esa actitud el hombre lo que

hizo fue empecinarse. Sí, muchacho, le di esperanzas, vaya. Figúrate. Me tenía ya

bajeada con tanta insistencia. Ay, sí. Ya lo creo. Pues un día me sorprendieron con él

en un privado. Nada menos que en un privado. No estábamos haciendo nada que

no pudiera hacerse en un pivado, pero tú sabes cómo son estas cosas. Sí, de anjá.

Las profesoras que nos sorprendieron se pusieron a darle a la lengua, como ya era

un poco tarde y no había nadie en los alrededores, pues ya sabes. Y quién te dice

a ti que a los dos días me llama la directora del plantel y cuando voy y entro en su

oficina me encuentro allí a las dos profesoras que me habían visto con el profesor en

el privado. La directora me llamó la atención, ya tú sabes. Yo ni sé lo que me dijo,

aparte de que no entendía por qué se me estaba llamando la atención, como si

fuera un delito estar conversando con un profesor en un privado. Yo, como siempre,

detrás del palo. Ah, pero no dije ni esta boca es mía. Como nada más que fue una

especie de llamado de alerta, como dicen ellos, que se hacen por cualquier cosita,

ahí terminó el asunto. Eso creía yo. Tú verás, tú verás. Es que, ¿sabes lo que pasa?

Pues lo que pasa es que cuando a alguien le prohíben algo, ese alguien se interesa

más por ese algo, y cuando prohíben tantas cosas, imagínate la atracción que

se siente por todas esas cosas que teóricamente están prohibidas. Teóricamente,

porque aquí siempre resulta que los que prohíben esas cosas son los primeros que

las hacen, tú entiendes. Pues sigo: sí, lo que hice enseguida fue ir a hablar con el

profesor y resulta que a él también lo habían llamado. Bueno, pensé que eso era

todo. Primera vez que me llamaban la atención, y ya tú sabes que aquí a cualquiera

le llaman la atención, con tanta desconfianza que hay con la gente, imagínate. Yo

tranquila en mi buró, con mi teléfono y mi agenda y a viaje. Pero la cosa no quedó

ahí. Ah, no. Qué se va a quedar ahí. El profesor siguió insistiendo, ahora diciéndome

que quería encontrarse conmigo por la noche, fuera de la escuela. Para mí que ese

hombre se enamoró de mí de verdad, porque óyeme, qué pejiguera. El caso es que

no podía quitármelo de encima, y si te voy a ser franca, no quería quitármelo de

encima, para qué voy a negarlo. El hombre me gustaba y punto. Pues sí. Pues el

hombre siguió enamorándome, con mucha discreción, sí, pero firme como un raíl,

hora tras hora y día tras dia. Yo de ingenua, saca tú que me volví a meter con él en

el privado, una tarde, ya bastante tarde, casi al anochecer. Sí, no te asombres, me

metí con él allí, y ahí sí que la cagué. Primero porque cerramos la puerta y segundo

porque el hombre me empezó a pasar las manos por el pelo y a jugar con una flor

que yo tenía en el pelo mientras me susurraba palabritas dulces y bueno, esa caricia

yo no la puedo resistir, no sé cómo rayos él sabía eso. Yo no atinaba a decir ni hacer

nada, sólo recibía, entonces el hombre me agarró por los hombros, me apretó, me

aplastó contra la pared y me besó, y yo en el otro mundo, enternecida con aquel

bandido que me apretaba con una desesperación que logró que yo me excitara al

máximo nivel. Mira, me erizo. Me olvidé de que estaba en un privado, en la escuela

donde trabajaba y donde ya me habían llamado la atención, en ese momento me

olvidé de todo y lo que quería era que el hombre siguiera acariciándome con esa

pasión y comencé a corresponder, fuera de mí, con un deseo terrible, y caí. Como

te lo estoy contando. Me sentí en el aire, transportada, me sentí volar, caminar por

las nubes, no sé cuántas sensaciones agradables experimenté en aquel momento.

Bueno, tienes que comprender que yo hacía mucho tiempo que de aquello nada,

y necesitaba algo así que me calmara la ruinera dormida. Pues empezamos los dos

a acariciarnos como bestias, porque mira tú, a una mujer, cuando comienzan a

tocarla de ese modo, si ella no lo rechaza desde el principio y corta rápido, ya no

hay nada que hacer, la tumban, te lo digo yo, la tumban del caballo. Y a mí me

tumbó ese bandido, como ya me habían tumbado antes Tony, Rudy y René,

aunque con el profesor me sentía mucho mejor que con los anteriores, pues

el profesor era todo un hombre que sabía cómo manejar la situación. Pues sigo:

yo estaba mojadita toda, imagínate, como una guanaja, y él ya tú sabes, haciendo

conmigo lo que le salía de los huevos, sí, si por poco me parte los huesitos el muy

bruto, porque el hombrín no era ningún santo, me pasaba las manos por el cuello,

por los hombros, me deslizaba los dedos por la punta de los pezones, después me

iba pellizcando los pezones con los dedos índice y pulgar, cosquilleándome toda y

yo que ya me vine la primera vez sólo con eso. La primera, porque si no pasa lo que

pasó me vengo diez veces. Siguió con sus caricias, yo correspondía mucho menos

porque él no me daba chance, insistía en los pezones y demás y me acercaba la

boca y me hacía cosquillas en los mismos pezones con la punta de la lengua y,

oye, oye, no te vayas a excitar conmigo ahora, que no estoy para eso. Pues sí, no

puedo continuar, contigo no me voy a excitar y tú lo sabes, así que... Pero en fin,

que el hombre me tiró en un butacón que había en el privado y allí mismo comenzó

a quitarme lo que me quedaba encima, porque yo misma me había quitado la

blusa y me había desabrochado el pantalón, estaba a millón y aquello me gustaba,

y me gustaba que estuviera ocurriendo en el privado, en esas condiciones, con ese

riesgo que estábamos corriendo, mira qué cosa, es que a mí siempre me ha subido

la líbido hacer esas cosas donde puedan sorprendernos, gozo mucho más, ¿te das

cuenta? Bueno, pues para no cansarte, no sé hasta dónde hubiéramos llegado yo y

el profesor si no tocan a la puerta del privado, un toque fuerte y rápido, como de

aviso, como si fuera alguien que quisiera avisarnos del peligro, sí, alguien que nos

hubiera visto entrar y quisiera hacernos el favor. Después supimos que ese alguien

era un bedel que nos estaba espiando por una persiana rota, haciéndose una paja

el muy sucio desde que comenzamos. Asqueroso. Pero en efecto, sentimos una voz

de hombre que llamaba al profesor, figúrate qué cuadro, y ya no podíamos hacer

nada, parece que al mirón lo sorprendieron y nosotros no tuvimos tiempo de evitar

el escándalo, pues nos encontraron medio encueros, y yo pasando de la excitación

al terror. Casi no pudimos ni echarnos encima la ropa. Entraron, porque ni siquiera

la puerta tenía pasado el pestillo. Ah. Estaban buscando al profesor para un asunto

urgente y alguien que lo había visto dirigirse al privado les dio el chivatazo. Fatal.

Ya tú sabes, ya te puedes imaginar lo demás. Nos llamaron a los dos a la dirección

y esta vez nos pusieron en el justo sitio. Yo, muy nerviosa, no atinaba ni a mover las

manos y cambiaba de color con una enorme pena, sin levantar la cabeza. El daño

ya estaba hecho, sin remedio. Ay, ay. La vaina que nos echaron en esa reunión

con todos los profesores de la cátedra no se me va a olvidar jamás. Que parecía

mentira, que la confianza depositada en nosotros, que en una escuela de ese nivel,

que allí nunca había sucedido nada semejante, que bonito ejemplo les dábamos a

los educandos, que la moral del plantel en entredicho, el diablo colorado. Cuando

salí de aquella reunión fue que pude darme cuenta de lo estúpida que había sido.

Estúpida, ingenua, reincidente, como dijo una de las profesoras que nos habían visto

la primera vez en el privado. La mundial. Al día siguiente, el profesor me llamó y se

despidió de mí, me dijo que lo perdonara y que me olvidara de él. Y desapareció.

Mira tú cómo estaba ese hombre. No volví a verlo ni a saber nada de él, después

me enteré que se había ido para Camagüey, donde vivía antes, por la pena y por

el escándalo. Yo, por supuesto, no volví a la escuela, piensa cómo me sentía. A Juan

y a Aleida no quería mirarlos, me escondía de ellos. No quería ver a nadie. ¡A nadie!

Pero Aleida, como siempre, se portó muy bien conmigo, me dio ánimos, me dijo

que no me atormentara por algo que ya no podía remediarse, bueno, niña, ya

metiste la pata, pero no hay que suicidarse por eso, que eso pasa en las mejores

familias. Pero yo le dije que estaba muy conciente de lo que había hecho, que no

creyera ella que yo vivía engañada, y le juré que no me iba a quedar otra vez de

vaga metida en mi casa, y desde el día siguiente salí a buscar otro trabajo. No sé

por qué te cuento estas cosas ahora. Total. Ahora me acuerdo de aquello y no

acabo de explicarme cómo fue posible que cayera una vez más, estúpidamente,

porque coño, a pesar de que me gustara el riesgo tenía que estar muy clara de que

podía perder aquel trabajo que tanto me gustaba, y por otra parte, podía haberle

dicho al hombre que nos viéramos en otro lugar, fuera de la escuela. Pero ay, Tania,

no escarmientas, genio y figura, coño. Ah. El pasado no se puede borrar y todos los

errores que yo he cometido, cometidos quedan, y qué más quisiera yo que poder

revivir el pasado para rectificarlos todos. Pero. Esa experiencia transformó mi vida,

aunque tú no lo creas. Y lo peor, volver a meterme entre las cuatro paredes de mi

casa, extrañando a los muchachos de la Vocacional, porque ese tiempo que pasé

entre ellos, entre tantos jóvenes y tantas risas, fue el tiempo más bonito que he vivido

de adulta. Allí se me olvidaban mis problemas, me reía, me sentía divinamente y en

mi casa no podía concentrarme en nada, no podía dormir, pensando en la escuela,

en los alumnos, acordándome de sus cosas, de sus chistes, de sus cariñitos conmigo,

de cómo se reían y cantaban y hacían cuentos y maldades, de las veces que me

llevaban cremitas y me decían cosas lindas. ¿Tú ves? Yo lo sabía. Perdóname. Yo lo

sabía. Si cada vez que me acuerdo me dan ganas de llorar...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


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