domingo, 24 de mayo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 19

Y aquí estamos yo y Mayra, como un par de gallinas en busca de un gallo, en el

atrio de la Catedral, observando, que dice Mayra que observando a la gente se

aprende. Desde el atrio se ve todo el parque y todo el movimiento de la gente que

está en el parque o que pasa por el parque. Mayra me habla de las acabandas y

me las va señalando una por una, para que las vayas conociendo y no te dejes

engatusar por ninguna, porque estas niñas no son fáciles. En Santiago siempre hay

barcos atracados en los muelles, por eso se ven tantos de esos marineros extranjeros

dando vueltas por aquí. Dice Mayra que es que vienen de viajar por medio mundo,

figúrate, se pasan semanas y semanas en el mar sin ver una mujer, a paja seca, a

cráneo vivo y a ron puro, por eso enseguida que llegan se tiran aquí a buscar a las

acabandas, tanto tiempo por ahí solitos, aburridos del azul del cielo y del mar, con

fotos de mujeres encueras y haciéndose pajas espectaculares, cuando no tirándose

los unos a los otros para consolarse. Increíble, ¿eh? Cómo sabrá Mayra todas esas

suciezas. La miro de refilón sin apartar la vista de las muchachas que ella llama

acabandas. Qué nombrecito. Me he propuesto callar y dejar que ella hable y me

informe, porque ya me cansé de estar en babia siempre. Mayra me explica qué son

las acabandas y por qué se llaman así. Niña, porque están acabando... y se ríe a

carcajadas mientras enciende un cigarro. Me dice por qué ellas son tan solicitadas

por esos tipos de los barcos y por otros extranjeros que pululan en el parque, que

dice que esos son más finos, son técnicos de otros países que están tratando de

echar adelante esta mierda, pero esta mierda no hay dios que la eche adelante.

También hay turistas, dice Mayra. Algunos vienen con sus mujeres. A las acabandas

les gustan los marineros porque como están desesperados por templarse una mujer

sueltan la mosca mucho más rápido. Yo muevo la cabeza, diciendo que sí a todo,

para ver hasta dónde llega esta cabrona. ¿Así que se dedican a sonsacar a esos

tipos de los barcos? Mayra ni me mira. Me dice que hoy no se ven tantas, que

parece que han recogido a unas cuantas. ¿Quién las ha recogido? ¿Quién va a

ser? La policía, manita, estás en China. ¿Serás monga? Mayra me dice que las

acabandas se acuestan con el más pinto nada más que por que les regalen unos

tennis bonitos o unos cuantos fulas, pero me cuesta trabajo creerla, porque cómo

una va a acostarse con un hombre, aunque no le guste, nada más que por un par

de tennis o por dinero o por cualquier otra cosa. Mira, todas ellas son cúmbilas, ¿

comprendes? Es un negocio, es algo así como... un consorcio, una organización, yo

qué sé. ¿Te la llevas? No, Mayra, no me la llevo. Bueno... mira... Se rasca la cabeza y

se queda pensando. Estás exagerando, Mayra, qué organización ni qué pollo

desplumado, chica, tienes una imaginación... podías dedicarte a escribir guiones

para la televisión. Tú qué inocente eres, mija. Pero mira, oye esto: desde que atraca

el barco tú ves las acabandas alborotadas por todo el parque, haciendo planes

para esa misma noche, revueltas, vamos, a la caza, si parecen un hormiguero

cuando le echan luz brillante. ¿Tú has visto un hormiguero cuando le echan luz

brillante? No es posible, eso que me dices no es posible. Mayra se ríe, se burla, se

dobla de la risa a carcajadas, y me mira como diciendo ésta pasa de guanaja.

¿Tú no ves que esos que vienen en los barcos dan hasta el culo por estar con una

hembra? ¿Eres tonta o qué? Tú me estás corriendo una máquina. Cuentos, esos son

cuentos. Eso no puede ser verdad. ¿En qué país vivimos entonces? ¿O es que todas

las muchachas son putas? Mayra sigue rascándose la cabeza. ¿Tendrá piojos? Yo

insisto: ahora el gobierno no permite esas cosas... ahora... ¿Así que el gobierno...? -se

ríe hasta desternillarse-. Claro, so boba, el gobierno no permite esas cosas, como tú

dices, claro, lo que pasa es que el gobierno no puede intervenirles la tota -y se ríe sin

parar, si sigue le va a dar una congestión-. Oye esto: dice la vieja Macaria / que a su

marido Agapito / le intervinieron el pito / para la reforma agraria. / Ella ha pedido al

infiel / por conducto del Menoyo / que le intervengan el bollo, / pues no hace nada

con él... y me tengo que reír yo también, pensando de dónde carajos saca esta

puñetera tantas cosas que tiene en esa cabecita. Pero me pongo seria cuando ella

deja de reírse. Pero Mayra, entonces esas muchachas son todas unas putas de

verdad. Con el tiempo me daría cuenta de hasta dónde llegaba mi inocencia,

como ella me decía. Para mí lo que son es unas desgraciadas, no tienes más que

verles las caras, y la facha que tienen. Míralas... Y me va señalando una por una a

todas las acabandas que están en el parque: Ivonne, de las más populares y con

una suerte del carajo, porque a pesar de que está en todas, siempre se escapa de

las recogidas que hace la policía, yo creo que está ligada con alguno de ellos,

porque óyeme... fíjate que una vez se enfrentó aquí mismo con la poli y hasta le

metió un galletazo a uno de ellos que la estaba insultando o algo así, y el poli no

hizo nada, la cargaron en un patrullero y a viaje. Yo le tengo un respeto...

¿Y qué le hicieron? ¿Qué le hicieron? Pues al otro día estaba aquí, con el mismo

violín. Raquel, que tiene una apuesta con Ivonne, a ver cuál se tira más extranjeros

en un mes, y dice Mayra que apuestan plata. Que hasta los apuntan y todo.

Como te lo estoy contando. No pongas esa cara, manita, ¿en qué se van a

entretener? Mira, estas niñas, como les dice Marina, no tienen oficio ni beneficio, a

no ser el beneficio que le sacan a los extranjeros que se duermen. Su bisne es ese,

sacarle la pasta a los extras que quieran hacer cositas con ellas, y siempre hay de

esa categoría. Mayra engola la voz y me dice: "la juventud está perdida"... y se ríe, y

me dice que ya le duele la barriga de tanto reírse, no digo yo, y a mí me parece

que me está cogiendo para su trajín, porque no me entra en la cabeza semejante

putería en esas muchachas. Observo a Ivonne y a Raquel, pero Mayra sigue con su

relación: Elenita, mira, es aquella que está un poco pasadita de peso, y de edad,

pero está firme como una estaca, dice que de retiro nada, que le quedan muchos

colchones que hundir todavía, es como la matrona de todas las demás que la

respetan porque saben de la pata que cojea. Y la que está al lado se llama Isabel,

le dicen Isa, Chabe, Chabela, Chabelita, Bess, algunos le dicen La Galleguita por lo

colorada que está, ¿no la ves? Bueno, de aquí no se ve bien, pero ya la verás. Esa

es otra. Un marinero borracho le hizo la cicatriz que tiene debajo de la oreja

izquierda, no se le nota porque ella se la tapa con el mechón. Pues óyeme esto:

Isabel se le echó encima y si no los apartan le hubiera sacado los ojos, porque

estaba furiosa y no creía en nadie. Sí, se los llevaron para la Tercera de Santo Tomás,

pero igual, al día siguiente todos felices y todos contentos y aquí no ha pasado

nada... Mayra coge un respiro y después sigue informándome. Yo asombrada,

callando y copiando. En la esquina de Santo Tomás hay otras acabandas que

Mayra no puede identificar por las matas. Nos corremos al lado derecho del atrio y

Mayra me hace señas, ¿ves aquellas dos?, me dice que son Silvia y La Rubia, y me

dice que Silvia y La Rubia son asiduas a la casa de Marina, y que cada vez que Silvia

se aparece por allá va con un hombre distinto. Pero a Charito estas dos no le caen

bien y cada vez que van les hace un frío que yo no sé cómo tienen cara de volver.

Charito le dice a Silvia la cantimplora, de boca en boca y de mano en mano,

figúrate tú. A Charito etas muchachas le dan asco, ¿tú sabes? Ah, sí. Dice Charito

que ella se acuesta hasta con un elefante, si el elefante le gusta, pero por dinero

jamás, ni por ninguna otra cosa, nada. Yo le digo que se deje de soplatuberías, que

la vida no está para andarse con tanto romanticismo barato. ¿Tú qué crees?

No le digo lo que creo para no empezar a discutir, porque yo pienso lo mismo que

Charito. Mayra se queda un minuto en silencio. Seguimos observando las

acabandas hasta que vuelve con su teque: para que tú veas, Marina les tiene

lástima, dice que las acabandas son una partida de infelices, y que son así porque la

vida las ha llevado a eso, la vida y la situación. ¿Qué tú crees? ¿Yo? Pues... pues yo

lo que creo es que tú estás tocada del queso, Mayra. Mayra no me replica, me da el

toque sobre las últimas acabandas que se ven en el parque. Mira, aquella flaca es

Matilde, allí, en la acera de Cubana de Aviación. Le dicen la Ollita de Presión,

cuidadito con ella, ha estado varias veces presa, en El Caney. Esa es peligrosa... Hoy

faltan algunas, no sé dónde estarán metidas. Algunas de estas niñas se pasan la

vida en El Caney y cuando las sueltan llegan aquí y se ponen a decir que estuvieron

en La Habana, y se ponen a contar las maravillas y todo lo que hicieron en la

capital, y siempre hay gente que las cree. Hay dos que se regeneraron, dice Mayra,

dos huérfanas de madre. El padre se casó con otra y se fue echando para el Norte.

Las dejó aquí al garete y las dos se metieron a acabandas, pero parece que no

tenían chispa, no vayas tú a creer que cualquiera puede ser acabanda. Ah, no. Hay

que tener chispa. Dice que a los pocos meses desaparecieron del parque y que ella

se enteró de que las dos están trabajando en los ferrocarriles, como ferromozas.

El gobierno las puso a trabajar allí. Tienen buena pinta, la verdad. Según Mayra los

sábados se reúnen todas las acabandas en el parque, porque este es su gran día.

Entonces Mayra se me queda mirando y me confiesa: yo, cuando estoy con algún

extranjero lo que hago es que le saco bastante, sobre todo fulas, que es lo que

importa en este país, y creo que en todo el mundo, qué carajo. ¿Y tú eres una

acabanda, Mayra? ¿Yo una acabanda? No, mija, yo lo que soy es una mujer que

tiene que buscarse la vida como sea, porque a mí nadie me da nada, ¿me sigues?

¿Y por qué no te buscas un trabajo? ¿Un trabajo? Ja ja ja. ¿Que por qué no me

busco un trabajo? Oye, te quedó bien eso, mi amiga, te quedó muy bien. Y Mayra

vuelve a carcajearse y sigue con su jodedera. Las acabandas no son amigas mías

como tú, por ejemplo. Yo las conozco, hago algunos bisnes con ellas, pero lo mío es

otra cosa, mi socia, a mí nunca me ha gustado la juntamenta, y menos en lugares

públicos, tú sabes. Se chotea una, y hay que cuidarse. Y estas niñas va y me dejan

con las ganas, y me quedo sin guinda y sin gando por amor al arte, y de eso nada, ¿

me copias? Y se ríe la muy cabrona, hoy está con la vena del chiste, del vacile, de

la jodentina. Como no trajo a Manolito se siente más liviana, o quizás pescó algún

punto filipino y está haciendo tiempo conmigo hasta que el tipo enseñe los bigotes.

Mira, Tania, métete esto en esa cabecita linda que tienes: deja que cada cual sea

lo que sea, ande con quien le dé su gana, no cojas calenturas por cosas que a ti no

te importan, vive tu vida, manita, y manda al carajo a los demás, que así se te van a

quitar esos dolores de cabeza que te tienen tan jodida. Ah, es que tú te complicas

demasiado, vieja, deja que cada cual haga de su bollo un guayo y de su culo un

pararrayos... y yo mejor me largo y la dejo aquí esperando el punto. No vale la

pena, tiene razón en eso, en el fondo es mi amiga y es verdad que eso es lo que

debe importarme y no lo que haga con su cuerpo que es de ella y no mío ni un

carajo la vela. No voy a pensar más en las musarañas ni en esas cochinadas de las

acabandas con los que quieran hacerlas, que conmigo no las hacen a fin de

cuentas, así que a seguirle la corriente a esta cabrona, y detente lengua, como

decía Lengualisa, la de la radio, no armar con ella la tremolina, que total, yo ni estiro

ni encojo ni la manta es mía... y al carajo las acabandas, que si una le mete un

punzón en el pecho a otra a mí qué coño me importa, que si aparece el cadáver

de alguna en la Alameda qué más me da, que si Ivonne, que si Leticia, que si

Matilde, que nada, so boba, que eres una boba de marca mayor, qué inocente

eres, qué comemierda, por lo menos tienes que agradecerle a Mayra que te haya

abierto los ojos, qué guanaja, por eso se ha reído tanto conmigo y de mí, Dios del

cielo, pero qué estúpida, qué horror, pero ya, basta ya, se acabó la monguita del

grupo, me voy para el carajo, Mayra, nos vemos mañana, bueno, chao, ya tú sabes,

y bajo las escaleras del atrio a millón, cruzo la calle Heredia, casi corro, voy a la

acera de San Pedro, llego a Aguilera casí como una perseguida, aturdida,

confundida, paro un taxi, ya me duele la cabeza, sabía que me iba a doler la

cabeza con tanta perorata, subo al taxi, no quiero saber más de las acabandas, le

doy la dirección de mi casa, qué barbaridad, como mi casa, quiero estar en mi

casa, el taxi se desliza por Aguilera con rumbo a la Plaza de Marte y al llegar me

siento relajada, me adormezco, el taxi dobla por Garzón, ahora cierro los ojos y me

pongo a pensar en Bertica, en ese Internado de todos los demonios que la está

alejando de mí, tengo que ir a sacarla yo misma, no esperar a que Aurelia me la

lleve los fines de semana, que a veces se pasa todo el sábado y no la veo casi, y si

voy a recogerla a su casa me encuentro con que se la ha llevado al cine o al

zoológico o a casa de alguna amiga suya que tiene otros niños para que Berica

juegue y se entretenga, la pobre Aurelia no lo hace por maldad, es que quiere

ayudarme, pero siempre con la niña a cuestas, y esto no puede suceder por más

tiempo, porque Bertica no va a querer estar conmigo, con su madre, si esto sigue así,

que es mi hija, recoño, quiero tenerla en mi casa, que es su casa, quiero que esté

todo el tiempo posible conmigo, quiero ser yo la que la lleve al cine o al zoológico o

a donde me dé la gana, el chofer me da un grito, me he quedado dormida, creo

que he soñado con Bertica en el taxi, Dios mío, le pago al chofer y me bajo, estoy

frente a la puerta de mi casa vacía y en silencio, llena de polvo y de malos

recuerdos, mi casa que se está pareciendo a la casa de Marina, cualquier día se me

cae encima, me duele la cabeza, un vaso de leche con dos aspirinas y a la cama,

no tengo ánimos para hacer otra cosa, no, estoy agotada, necesito dormir doce

horas seguidas, después ya veré lo que hago, con Bertica, con Mayra, con mi casa,

con Aurelia, con todo, sobre todo conmigo misma, ahora no, ahora necesito dormir,

dormir, dormir... a ver si sueño con la nieve...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr


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domingo, 17 de mayo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 18

Me siento bien aquí, mirando la gente, los músicos de la banda que están poniendo

sus instrumentos para dar una retreta, los viejos que conversan en los bancos, pobres

viejos, que eso es lo único que pueden hacer ya. Quisiera saber qué esperan de la

vida esos viejos, pero no quiero ni pensar en cuando yo sea vieja, si es que llego a

esa edad. No. Sería mejor no llegar. Aquella parejita tan acaramelada en la esquina

de Heredia es todo lo contrario, esos no tienen tiempo para conversar, toqueteos,

apretadera, besuqueo, mírenlos, si parece que ellos creen que nunca serán viejos. Y

yo, ¿cómo seré yo si llego a vieja? Me horroriza pensarlo. Porque los viejos siempre

estorban, como dice Aurelia, nadie los quiere, nadie se ocupa de ellos. Aunque yo

quiero a Aurelia, porque Aurelia se porta muy bien conmigo, pero siempre me está

diciendo eso, que los viejos sólo sirven para cuidar nietos y para hacer mandados.

Qué cosa. Mejor ni pensar en eso. Ojalá muriera joven, no resistiría ser un estorbo

para nadie. En fin, que estoy bien en el parque. Los músicos, los niños, la gente, sí,

entretenerme y olvidarme de todo lo demás. Sábado por la tarde. Las luces se

están encendiendo. Hay muchas muchachas en el parque regando su perfume

como si tuvieran atomizadores, creo que se dice así. El diccionario, casi no lo uso

ya. Mi mamá me ponía perfume en el pelo, en las orejas, y en el cuello, cuando

terminaba de bañarme, cuando yo era una niña. Mi mamá me decía que las niñas

siempre deben oler bien y estar muy limpias, por eso me quedó esa quisquilla por la

limpieza, porque yo seré regada, seré desordenada, lo reconozco, pero eso sí, no

soporto que algo esté sucio. ¿Cómo tú te llamas? Me saca de mi ensimismamiento

la voz del niño, que ya se me había olvidado que lo tengo sentado aquí conmigo.

Me llamo Tania, ¿y tú? ¿Yo? Manolito. ¿Tú vienes mucho al parque, Manolito?

Mi tía me trae algunas veces, pero siempre se va con uno de ésos y me deja solo.

¿Siempre se va con quién? Con uno de ésos. Manolito me señala los marineros que

están conversando con Mayra y me doy cuenta de que también me había

olvidado de ella, a la que el niño llama su tía. Por fin habló algo, porque desde que

lo conocí ha estado más callado que una  babosa. Oye, Manolito, ¿y siempre hay

tantos marineros de ésos por aquí? No, siempre no, cuando llega algún barco es

que ellos vienen. Los estudiantes de  la Secundaria que está en Heredia dicen que

esos marineros son de un barco que llegó ayer a Santiago, pero todos no son

amigos de mi tía. ¡Ah! ¡Así que son de un barco!... Me quedo callada unos minutos y

pienso cuántas cosas verán esos marineros que viajan en los barcos, que seguro que

han visto cantidad de ciudades distintas, de países distintos, de lugares que yo

nunca podré ver, y seguro que también han visto la nieve... y cierro los ojos y me

pongo a pensar en todas esas maravillas de los viajes y me veo caminando por las

calles de una ciudad que no conozco, una ciudad muy extraña, estoy perdida, le

pregunto a los que pasan por mi lado, pero ellos me miran y me hablan en un

lenguaje que yo no comprendo, entonces llego a un recodo solitario donde no veo

una sola persona, un parquecito con varios bancos de madera rodeados de nieve,

con árboles cubiertos de nieve, todo está cubierto de nieve, todo es blanco y sólo

puedo ver los banquitos de madera, tiemblo de frío, me siento en un banco, no oigo

nada ni veo a nadie, hasta los edificios que rodean el parque están cubiertos por la

nieve, ¡ah!, qué paz, qué silencio, qué tranquilidad, me pregunto dónde está la

gente y siento que me halan por el brazo y la voz de Manolito me llega suavemente

a los oídos hasta que se hace clara... y eso que tienen puesto se llama poliestre, me

lo dijo mi tía, que a ella le dieron un pedazo de poliestre. Ah, ¿sí? Sí. Dicen los

estudiantes de la Secundaria que esos marineros nada más que son pelo, sudor y

poliestre. ¿Los estudiantes dicen eso? Sí. Y dicen que mastican chicles y tienen

cadenas colgadas del pescuezo y marcas en los brazos y mil cosas. Tienen de todo,

pero dice mi tía que esos estudiantes lo que son es unos envidiosos. ¿Tú no masticas

chicles? Mayra me está haciendo señas de que se va con uno de los marineros por

Santo Tomás y de que me quede aquí cuidando a Manolito. Se va mi tía, mira, se va

mi tía... Manolito se levanta y corre en dirección a Mayra, pero yo lo alcanzo y lo

detengo. Manolito, ven, vamos a esperar aquí a tu tía, que ella viene enseguida.

El niño se me queda mirando como si presintiera que lo estoy engañando y esa

mirada suya me sacude el estómago. Mayra desaparece de mi vista mientras yo

me siento con Manolito, hasta que él se va tranquilizando, muy pegadito a mí,

acurrucándose, y me vuelve a preguntar si yo no mastico chicles. Le acaricio la

cabeza y le digo que no, que yo no tengo chicles. Nos quedamos así unos minutos

mirando la gente, sin decirnos nada, sentados en el banco, quietos, mirando y

oyendo, pues ya los músicos de la banda comienzan a tocar y la gente se va

arremolinando alrededor...


(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



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domingo, 10 de mayo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 17

Mayra parece un pajarito. Siempre está saltando de un lugar a otro, camina muy

rápido, habla sin respirar, y no se cansa de saltar, de caminar, de hablar. Siempre

en el parque Céspedes. A veces trae un niño con ella, un niño como de diez años,

y cuando lo trae lo agarra por los brazos y de aquí para allá y de allá para acá. Lo

tiene al trote, a remolque, como si ese niño en vez de un niño fuera un artículo de

uso. Es que Mayra no sabe qué hacer con él. La madre está presa, dice. El niño

siempre tiene un juguete en las manos. Mayra siempre le está comprando cosas,

dice que a ella todavía le gustan los juguetes. Cuando yo vivía en casa de mi

padrastro no tenía ninguna muñeca para adornar mi cuarto, por eso siempre estaba

tristona, porque a mí me gustan las muñecas. Y dice que por eso ella siempre

andaba callejeando, porque cuando se quedaba en su cuarto y se ponía a mirar lo

pelado que estaba le daban deseos de llorar y para no llorar salía a dar vueltas por

ahí. No quería bañarme, ni vestirme, ni comer, ni hacer nada que no fuera llorar.

Desde que yo y Mayra nos hicimos amigas venimos al parque Céspedes casi todos

los días. Ahora que Aurelia se llevó a Bertica para el Internado tengo mucho tiempo

libre y estoy más aliviada de la carga de la casa. Cómo estará ahora mi ardillita en

ese Internado. Menos mal que los fines de semana puedo tenerla conmigo, aunque

si fuera por Aurelia la niña siempre la tuviera ella. Ja. Una abuela chocha. Pues yo y

Mayra venimos por las noches y nos sentamos aquí a conversar y a ver pasar la

gente, pero enseguida ella se va a conversar con unos marineros y con unas

muchachas que conoce, y me deja sola, sentada en el banco. Me acuerdo de la

primera vez que Mayra me trajo al parque Céspedes, que ese día ella estaba con el

niño. Lo primero que hizo fue acercarse a los marineros y decirles ¿quién me da un

cigarro? como si eso fuera un saludo. Al poco rato regresó a donde me había

dejado con el niño y me dijo: este es un sobrino postizo que me he echado,

cuídamelo un rato, que yo ahora estoy en otra cosa. Me acuerdo de todo. Y ahora

estoy sentada aquí otra vez, y es como si me estuviera sucediendo lo mismo que me

sucedió la primera vez que vine aquí con Mayra. Mayra me ha presentado a

cantidad de muchachas y de gente que ella conoce y a unos cuantos marineros de

ésos, que no sé de qué país serán, porque no hablan español. Gente chévere, dice

Mayra. Pero enseguida se va con ellos y me deja sola con el niño. Y ellos van a

pensar que yo soy la niñera. Esos marineros siempre están empapados de sudor, por

eso no me gustan, porque sudan demasiado y parece como si estuvieran sucios. Yo

no soporto el olor a sudor, y ni hablar de la gente cochina. Y qué manera de sacar

cigarros, cajas de todo tipo y de todos los colores, y más bonitas que las que se

venden aquí. Le brindan a Mayra y a las otras muchachas. Aj. Que no vengan a

brindarme a mí, porque yo ni loca me pongo un cigarro en la boca, me da un asco.

Esas muchachas fuman todas y esos marineros echan el humo hasta por las orejas.

Tienen unos bigotes enormes y el pelo muy largo y las camisas medio abiertas. Sí. 

Parecen osos que caminan y hablan como las personas. Dice Mayra que si fueran

cubanos ya la policía los hubiera recogido. Son bastante sueltos y algunos bien altos,

o será que Mayra es tan rebijía que cuando ella se sienta entre ellos es como si se

encogiera o quizás que ellos aumentaran de tamaño. Y cada vez que se me acerca

me dice lo mismo: Tú qué boba eres, lo que te estás perdiendo, manita, esta gente

es tremenda, vamos, ven con nosotros. Pero yo no me muevo, porque es que a mí

no me acaban de gustar los marineros esos. La primera vez que hablé con uno de

ellos tuve que hacerle muchos gestos con las manos y muchas murumacas, porque

el marinero no entendía ni jota de lo que yo le decía. Me reí cantidad. Enseguida se

fue con Mayra por la esquina de Santo Tomás y yo, como siempre, me quedé con el

niño. Yo creo que Mayra me trae aquí para que le cuide al niño y así poderse ir con

esa gente. Sí. Aquella noche un marinero joven haló a Mayra por un brazo y le dijo

algo en el oído. Mayra se rió a carcajadas, lo besó, y el marinero le enseñó un

montón de cosas que sacó del bolsito que le colgaba del hombro. Mayra usa

pitusas desteñidas como ellos, de esas que parece que se han lavado setecientas

veces o que se han usado muchísimos años. No sé de dónde los saca si no tiene ni

un quilo prieto según dice. Yo lo veía todo desde el banco, pero no podía oír nada

de lo que hablaban. No sé cómo Mayra se entiende con ellos si no hablan español.

Mayra parece una gitana, tiene los dientes parejos y blancos, a pesar de la

fumadera, y se pone un pañuelo en la cabeza y todo eso. Una gitana. Tiene

muchísimos pañuelos que dice que le han regalado esos marineros amigos de ella.

A mí me regaló uno muy bonito, pero yo nunca me lo pongo, porque a mí lo que

me gusta ponerme en la cabeza es una flor, y siempre que puedo me robo alguna

de algún parque y me la pongo. Mayra está delgada cantidad, parece una

anguila, yo creo que por eso gusta tanto, porque tiene la cara como una muñeca

de linda y a los extranjeros les gustan las muchachas delgadas, no como a los

cubanos que les gusta la masa, aunque a mí me dicen cosas cantidad y yo de

masa ni la ilusión. Pero Mayra también es muy sata, se ríe con cualquier guanajada

que le sueltan. Ja. Yo a veces quisiera ser un poco así y no tener tanta pena por

todo, pero qué van a pensar los hombres si me ven así tan desenvuelta, riéndome

de cualquier cosa con ellos, dejándome tocar por ellos, aceptándoles cigarros,

pañuelos, regalos. Qué va. Ni muerta. Pero Mayra insiste en que me espabile. Bueno,

ya empiezo a aburrirme aquí sin hacer nada. Le voy a preguntar a este niño por qué

no va a jugar con esos otros niños que están retozando en el medio del parque...

(continuará)

Augusto Lázaro

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domingo, 3 de mayo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 16

Yo y Mayra nos hicimos amigas desde aquella misma tarde. Enseguida me contó lo

que había ocurrido: todos se iban en una lancha con la familia de los Izaguirre, esos

que eran dueños de unos almacenes que están en la Alameda, tú has oído hablar

de ellos. ¿No? Bueno, no importa. Pues cuando ya estaban mar afuera se formó una

tormenta del carajo, se viró la lancha, y adiós Lolita. Me dijo Marina que ya habían

anunciado por la radio que haría mal tiempo, peligroso para las embarcaciones

menores, como siempre dicen en los partes que da el observatorio nacional o algo

de eso, pero ni Esteban ni los Izaguirre hicieron caso... Mayra casi ni respira, pero

enciende un cigarro tras otro, dice Marina que cuando oyeron el parte por Radio

Rebelde le dijo Esteban qué coño van a saber los desgraciados esos del... si esos no

saben ni dónde coño están parados, y ella no tuvo más remedio que embarcarse

con los hijos. Bueno, pues la tormenta arreció, el mar se puso giro, y... mira, me erizo...

la mamá de Marina se ahogó, se ahogó allí mismo, coño, es del carajo eso, que se

te ahogue tu propia madre delante de tus narices y tú no puedas hacer nada...

Mayra se calla un momento, impresionada al parecer con lo que está contándome.

No, y casi todos los Izaguirre se ahogaron también. Del carajo, manita. Mayra me dijo

que Marina se enredó con unos salvavidas que llevaban en la lancha, y con unos

tablones viejos, y estuvo nadando y nadando con los muchachos a remolque,

luchando por salvarlos. ¡Dios me ampare!, figúrate, cinco muchachos, y Anita que no

hacía más que llorar y dar gritos y halar a Marina por donde la cogiera, y los demás,

todos horrorizados y chillando de lo lindo. De noche, oscuro, en medio del mar, del

carajo... Marina me contó que el mar estaba enfurecido, que ella nunca había visto

el mar así. ¡Ay, mija! Mira, si me parece que soy yo la que está allí en el mar, coño,

ahogándome... dice Marina que parecía un pulpo negro gigantesco que quería

tragárselos a todos. Pero de pronto llegó una embarcación cubana que cargó con

todos los que quedaban vivos, y gracias a eso pudieron salvarse, porque ya Marina

no podía más... Mayra me dijo que Marina le había dicho que la embarcación los

trajo a la costa y los puso a resguardo. Después de todo Marina tuvo suerte, porque

óyeme, con cinco muchachos así a la zozobra, y que no se le ahogara ninguno, no

digo yo. Mira, mira, me erizo nada más que de pensarlo. Yo le tengo un respeto al

mar, nunca voy a la playa, y cuando voy de la orilla no paso ni con los guardias.

Mayra parece otra, ahora se ve animada, habla que te habla y gesticula cantidad y

no se ve tan pálida, quizás fue la contraluz del cuarto, no sé. Bastante flaca sí está,

pero yo también estoy seleca. Ahora me sigue contando la tragedia sin dejar de

fumar y de echarme el humo en la cara algunas veces. La gente del barco de la

poli se llevó a todo el mundo para un puesto de mando, después trajeron a Marina y

a los muchachos para la casa, y a Esteban y a los dos Izaguirre se los llevaron a no

sé qué lugar, detenidos o presos, qué sé yo. Marina cree que a Esteban lo van a

soltar para que presente los papeles para salir legalmente. Está con una crisis de

nervios del recoño de su madre, si no se priva de ésta se va a quedar monga. Oye,

que no es para menos. Porque coño, la que ha pasado, figúrate. Me sigue hablando

y yo apenas puedo articular palabra, espantada con todo lo que me dice. Marina

recogió unas cosas y se fue con los muchachos para la casa  de los padres de

Esteban, le dijo a Mayra que ya ellos estaban preparando los papeles, porque ella ni

muerta vuelve al mar otra vez, ni para verlo. Mayra está en el caserón cuidándolo

hasta ver qué hace Marina. Yo y Mayra recorremos la casa, que es enorme, aunque

de madera, tiene muy pocas partes de mampostería, pero aquí hay cantidad de

cosas de valor, no sé cómo Marina ha podido dejar todo esto al garete, aquí me

ponía yo las botas, me llevaba hasta ese reloj de pared que suena tan bonito, si no

fuera porque Marina me dijo que cuando ellos se fueran me iba a dar todo lo que

yo quisiera. Mayra me hace un guiño y sigue dándole a la lengua. Yo me fui de mi

casa hace tiempo... andaba por ahí, por donde me cogiera el día, revoloteando

como un gorrión después de un aguacero, hasta que Marina me mandó a buscar

con uno de los muchachos. Yo había estado con él y él sabía dónde podía estar,

ya tú sabes. Pero resulta que cuando llego aquí pues nada, que Marina está presa,

todavía no la habían soltado, según me dijo una vecina que me vio tocando y

llamando a Marina a toda voz. El caso es que Marina le mandó a decir a Mayra que

se quedara en la casa, y que la cuidara, y todo eso. Dice Mayra que el hijo de

Marina le hizo el cuento. Y cuando la soltaron, Marina le contó todos los detalles,

llorando sin parar, de pinga, manita... ¿así que tú no fumas? Pues como te contaba,

yo no me  llevaba con mi padrastro, el muy cabrón hijo de puta siempre estaba

tocándome, me pillaba por encima de la puerta del baño, parece que haciéndose

pajas a costa de verme encuerita bañándome, cabrón de mierda, no podía ni

cagar en paz. El tipo quería meterme mano, y mi mamá que está medio leocadia

no entendía las quejas que yo le daba. Ja. Pues me puse las botas cuando Marina

me dejó aquí con todo esto y oye, pensándolo bien, esto es una tentación, tú no

has visto nada todavía, hay hasta cubiertos de plata, muchacha, de plata legítima,

lo sé porque he visto cosas de plata en otras casas, pero qué va. No, la verdad que

a Marina yo no puedo hacerle eso, Marina es mi socia, y a mis socios yo no les hago 

un sucio así. Una tragedia griega, le digo a Mayra, asombrada de todo lo que me

ha dicho, y ella se me queda mirando como si yo fuera una de esas estatuas de los

parques que sólo sirven para que los gorriones las caguen y los chuchos las meen. El

caso es que yo y esta puñetera nos hemos hecho amigas enseguida, y la verdad es

que ninguna de las dos tenemos ni dónde caernos muertas, pero por lo menos tener

a alguien a quien contarle cuándo nos duele la cabeza o por qué estamos con un

sube de madre ya es algo. Sí, ya es algo. No digo yo...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com