domingo, 26 de mayo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 19

Al principio me enviaban invitaciones para las actividades litetarias. Había hecho

contactos con algunas de las llamadas personalidades de las letras a las que pude

visitar en sus editoriales o en sus centros de trabajo, y que se dignaron en recibirme,

cosa que ocurrió con muy pocas por cierto (siempre me ponían alguna excusa) y

sobre todo con aquellas que se encargaban de organizar eventos literarios que me

interesaban. De ahí que algunas me incluyeran en sus listas de invitados a sus actos.

Lenta pero firmemente comenzaron a espaciarse esas invitaciones. Mi apartado se

fue quedando hueco (había alquilado uno por las mudanzas que no me permitían

contar con una dirección estable), hasta que con el tiempo dejaron de llegarme, y

si te he invitado alguna vez se me ha olvidado, hermano. Perdona el poco caso,

Toribio. Y motivos tenían: poco a poco fui dejando de asistir a sus eventos donde se

acostumbraba a elevar a la categoría de "uno de los tres mejores" a cada poeta,

narrador o ensayista que acudía como figura estelar del ágape. Durante ese largo

período de relaciones amistosas recibí montones de tarjetas, postales, programas,

catálogos, citas, cartas amables, telefonemas, etc. ¡Todo muy bonito! Yo para hacer

público, para ocupar una silla, para aplaudir a los autores conocidos que con esas

actividades se volverían más conocidos aún, y ¿para qué si no yo allí entre el grupo

agrupado que se quedaba con la boca abierta ante cada genialidad otorgada al

público presente? Pues me dije: está bueno ya, verracoide, ni una más, al carajo la

vela, y se acabaron mis visitas vespertinas (todas las actividades eran en horas de la

tarde/noche), y como era de esperar, después de hacer el tonto batidor de palmas

durante un tiempo moderado, me planté frente al espejo y me dije lo que me dije,

porque no podía decírselo a quienes tendría que habérselo dicho, pero que no los

tenía delante en el momento de la decisión ausentista, y además pregunté al aire

que era el único que podía oírme que por qué no me invitaban a ofrecer un recital

de poemas, o de cuentos o de cualquier cosa, o a dar a conocer un fragmento de

mi última novela inédita (como todas las demás), o una charla, o lo que sea sonará.

Pero mi otra cara dentro del espejo de Alicia no me respondió ni hostia. Ni siquiera

sonrió. Sólo una mueca híbrida de resignación/conformidad y nada más. Así que

desde entonces heme aquí en mi tugurio, envuelto en libros, folletos, revistas,

separatas, suplementos, tabloides, hojas de papel escritas, hojas de papel en blanco

sin el negro sobre ellas, mis cosas, mis artículos, mis equipos, mis... y encuevado como

un oso en invierno, a pesar de los reclamos de Manuel para que salga a coger sol:

"hombre, te vas a poner como la cal, venga, vamos a almorzar este sábado, te voy

a llevar un restaurán donde se come que da gusto, ya verás", porque el Manu pasó

por la capital en asuntos de su asunto, y cuando me llamó y me negué me soltó la

algarabía. Claro que en ese restaurán se comía a gusto porque él pagaba a gusto,

lo que yo nunca podía reciprocarle a disgusto por no tener ni para un billete de ida

en el Metro. Cuestión, que el hombre y yo charlamos mientras deglutíamos a gusto

sobre mis intentos baldíos de colocar alguna obrita en el mercado literario sin

ningún resultado positivo a la fecha. "Es que la literatura se ha convertido en una

especie de negocio y el libro ya no es una obra de arte sino una mercancía que se

vende y si no se está seguro de que se va a vender, ningún editor se arriesga y con

alguien que sólo conocen donde vive, mucho menos", me soltó sin respirar... Y

luego dicen que las mujeres son las parlanchinas. "Es que no has tenido suerte", me

decía Ana, insistiendo en que yo insistiera en mis empeños. "Si Carlos Alberto te

echara una mano", me insinuaba Javier. Pero ambos inclusive ignoraban que para

publicar una obrita tendría que contar con un padrino como Vito Corleone , si no,

despídete del cijú platanero.

--¿De verdad que has visitado todas las editoriales? No me lo creo.

--Primero intenté entrevistarme, yo que soy el hombre de las mil entrevistas funcionarias

y asistenciales, con agentes literarias. La primera no me recibió y una de sus secres me

devolvió el libro diciéndome que no tenía noticias demasiado buenas. La segunda se

negó a quedarse con el libro y por vía y boca de su consejera se excusó con que

tenía exceso de presentaciones. La tercera no era de la capital, le envié por correo

una novela y me la devolvieron de su agencia sin siquiera leer el título (porque en la

carta habían errado una palabra). No hubo una cuarta porque desistí a buen tiempo

de ahorrarme un diazepán.

--Vaya faena la tuya.

--Pues sí. Entonces me di a visitar editoriales. Y por lo menos las de esta ciudad las

visité toditas. En algunas me atendió uno de los redactores, en otra una de las secres,

en las más no me atendió más que el portero físico, “me dicen de arriba que deje el

paquete aquí abajo” y así. Con las de fuera tuve igual destino: me devolvían los

originales con una cartica de excusa, al parecer impresa para todos con el mismo texto,

variando sólo el nombre y la despedida a bolígrafo y firma. Nada, querubín, ni un

renglón de aliento y mucho menos de esperanza.

--No sabía que habías tocado en tantas puertas, querido. Lo siento de veras.

--Es igual. Ya todo me da igual, porque lo más importante para mí, más incluso que la

propia comida, es, o era la literatura, y si aquí no puedo publicar ni una esquela

mortuoria, pues... mejor abandonar como un ajedrecista serio antes de que le den el

jaque mate.

--¿Eso quiere decir que no vas a seguir escribiendo?

--No exactamente. Yo escribo diariamente por costumbre, por hábito, porque quizás

no puedo vivir sin escribir, sólo que ya no haré ninguna gestión más por publicar mis

obras. Y ahora que tocamos el asunto, cuando muera te las dejaré para que hagas

con ellas lo que se te ocurra. Muchos escritores han tenido éxito post mortem, tal vez

yo sea uno de ellos si tú te encargas de eso cuando yo haya pasado a mejor vida.

--No empieces con tus bobadas. Y no tienes que dejarme nada, porque tú no te vas

a morir todavía. Anda, hombre, mejora esa cara.

--Así me dice mi amigo Manuel: ánimo, hombre, mejora esa cara. Lo has copiado.

--Ya basta de lamentos. Piensa cuántos habrá como tú que no pueden publicar ni

un telegrama.

--Oye, refranista, hay uno que dice que el mal de muchos es consuelo de tontos. A mí

no me interesa el mal que tengan muchos, con el mío ya tengo para entretenerme, y

de imbécil sólo tengo pelos rubios, o sea, ningunito, queridita.

El problema es que en este país hay una especie de slogan (para seguir la corriente de

decirlo casi todo en inglés) que dice más o menos que para darte a conocer tienes que

publicar, pero para publicar tienes que ser un conocido. Hay que joderse. ¿Cómo se

dieron a conocer esos que hoy son conocidos y publican cuanta mierda se les ocurra?

¡Ah, Ursulina!, la pregunta del quid. Además, aquí en esta tierra oportuna y promisoria

reinan tres nadies: nadie contesta, nadie recibe, nadie ayuda. Chúparte esa, nenúfar. Y

que venga Ana a darme ánimo y que venga Leila a darme una esperanza y que venga

Marcelo a darme una palmada en el hombro y a decirme macho, estamos jodidos, pero

lo peor es que mañana vamos a estar más jodidos que hoy y con esas palabras de

aliento me entusiasme para participar en el certamen EL IDIOTA DEL AÑO que se celebra

religiosamente (¡) con más de cinco mil apuntados. ¡Ah, Catana! Y así las cosillas sigo

acumulando folios narrativos para que las gavetas sacien su hambre de papel arrugado

y cucarachas mientras, recordando a Gardel, “el mundo sigue andando” y yo sigo

escribiendo, porque la tontería me viene de muy lejos y a estas alturas es casi imposible

de quitarse de encima y de adentro.

--Pues no sé qué decirte, querido. Debes sentirte tremendamente frustrado.

--No recuerdo quién fue el sabio que dijo que la frustración consiste en la diferencia que

existe entre lo que uno espera de la sociedad y lo que realmente recibe de ella o algo

así.

--Sí, es cierto eso. Pero mira, no para consolarte, no me interpretes mal, pero yo, cuando

era niña allá en mi país, soñaba con ser bailarina... no te rías... incluso me presenté a una

oposición para el ingreso en una academia famosa de Kiev, y quedé entre las primeras...

la profesora que me examinó me dijo que yo contaba con un cuerpo favorable y unos

pies divinos... no te rías, por favor... pero...

--¿Pero? Eso nunca falta. Dime qué pasó con tu cuerpo y tus pies.

--No pasó nada. Sólo que mi padre era opuesto al régimen y ya tú sabes... bueno, eso

tú lo has vivido en tu país, así que no tengo que explicarte nada más.

--Selene... cada vez que te oigo me convenzo más.

--No empieces con tus cosas, que no es el momento.

--Para cortejarte siempre es el momento.

--Y para mandarte a paseo también. A propósito, ¿has visto esa obra teatral que tanto

han anunciado? Esa que está haciendo furor.

--Si está haciendo furor no ha de ser muy buena, porque el público de aquí sólo consume

porquerías escénicas, lo mismo en la tele que en el cine que en el teatro. No me imagino

un lleno total con una obra de Beckett, por ejemplo.

--Estás equivocado. Estás menospreciando a este público, sobre todo en el teatro.

--Quizás. Juzgo por lo que veo y oigo, que es suficiente. Por lo demás, sólo he ido al

teatro en cuatro ocasiones: una, invitado por mi amiga Leila, y las otras tres por

ofertas de entrada de una de esas revistas de ocio. ¿Qué te parece, bonita?

--Y entonces ¿cómo sabes lo que el público prefiere?

--Pues porque en las cuatro ocasiones que fui, la única en que estaba lleno era una

comedia de mal gusto que por no rechazar la invitación de Leila tuve que dispararme.

Las otras tres escogidas por mí según la revistilla eran obras muy buenas, y según mis

conocimientos sobre el arte dramático, que no creo que sean muy superficiales, y en

las tres ocasiones el respetable no pasaba de treinta o cuarenta espectadores.

--Vaya, hombre, ¿y por qué no vamos a ver esa de que te hablo y así refrendas tu

teoría, o la cambias, según la sala esté medio llena o medio vacía, como la botella

de los socialistas, que después te contaré la anécdota.

--Está bien, querida mía, está muy bien, iremos a ver esa obra maestra que está

haciendo furor. Quizás me enfurezca con ella, o contigo por llevarme, o conmigo

mismo por dejarme convencer. Pero a las actividades literarias nunca más, como el

cuervo de Poe. ¿Para envidiar a quienes tocan la gloria, la fama, la fortuna? Porque

¿sabes, rubiña?, yo he pasado por las siete candelas y he experimentado los siete

pecados capitales, aunque no he podido sacarle pasta a ninguno de ellos, como

han podido otros tantos.

--Desconocía esa arista de tu personalidad. Pero dime: ¿cuál es tu pecado favorito?

Aunque ya me imagino la respuesta.

--La respuesta te la daré cuando salgamos del teatro esta noche...

Augusto Lázaro




(continuará)



domingo, 19 de mayo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 18


He tenido un sueño refrescante y a la vez melancólico. Mis sueños siempre son así:

me refrescan porque me trasladan a mi tiempo trascendente, cuando yo era feliz en

mi tierra, pero me ponen melancólico porque todo aquello que viví de joven, todo

aquel pasado que ojalá fuera presente, aquel dulce vivir sin más preocupaciones

que el estudio, el hogar, la familia, los amigos, los amores... todo lo he perdido, y

todo aquello es, ¡ay de mí!, del todo irrecuperable. Pero hoy me he despertado

atolondradamente. Me han despertado mis queridos coinquilinos vociferando en

su eterna candanga: sale el albañil al amanecer, como de costumbre, y lo que ve

no puede creer que lo esté viendo, aunque debería estar acostumbrado por la

reiteración del espectáculo: un abrigo viejo encima de una butaca, un jersey que

en un tiempo fue rosado y ahora es casi blanco con varios periódicos y algunas

revistas encima del sofá, papeles estrujados diseminados por el suelo del salón,

uno de sus cactos de la ventana callejera hecho pedazos, la toalla sucia colgada

de la cortina del baño, la cocina empapada de grasa, el frigorífico con la puerta

superior abierta, la tendedera del patio ocupada totalmente por trapos viejos y

mojados del otro, y... como era de esperar, se ensoberbece, grita, patalea, y aquí

guerra y en el cielo nubes que presagian tormenta, arriba y abajo. El vigilante debe

estar encerrado en su habitación, durmiendo, porque no oye, o eso parece, los

gritos y los insultos que estremecen la estructura del edificio. Y el resto es harina del

mismo talego... hasta que el albañil se da cuenta de que se le hace tarde para su

trabajo y grita bien alto que luego, cuando regrese, arreglará las cuentas con el

tipejo asqueroso, así califica al que ha convertido el piso en una cochinera, y se

larga dando un portazo tan fuerte que un tornillo cae el suelo. Todo eso no lo vi

directamente, pero por los gritos y los sonidos me imagino que así sucedió. Después

la calma volvió y yo me dediqué a mis asuntos, sin interrupción, porque el vigilante

continuó en su cuarto, echado como un pato uyuyo, sin apenas chistar. ¿Por qué no

me largo de ese paraíso encontrado? Pues muy fácil de responderme a mí mismo la

pregunta que varias veces me he formulado: 1) porque mis coinquilinos me respetan

y conmigo no se meten, al menos directamente, 2) porque estoy harto ya de las

mudanzas y de las pérdidas y roturas en artículos y equipos que ellas han originado,

y 3) porque me gusta el barrio: es tranquilo, silencioso, decente en lo que cabe, con

una línea de Metro al doblar y 4 líneas de autobuses en la esquina... por lo tanto, he

de sobrellevar esta cadena de tánganas, gritos, amenazas que nunca se cumplen,

y demás añadidos que pueden esperarse de la vida compartida que no es nada fácil.

Selene se encarga de ponerle la tapa al pomo de la duda en cuanto a si me voy o me

quedo:

--Más vale malo conocido que bueno por conocer.

Y esa es la cosa.

--Pero así y todo yo no podría soportar tantas peleas, de verdad. Aquí, por suerte, la

única que grita es Isolina, pero para pedirme cosas, favores y servicios.

--Pues a mí plin. Yo metido en mi guarida y allá ellos, y como sólo se enfrentan una

vez al día, cuando coinciden los dos en el piso, pues a volar, palomas.

--Ya te lo he dicho: en este país la cultura no está muy abundante. La ignorancia, la

superstición, hacen estragos. ¿No has visto a esos adivinos y cartománticos o a los

futurólogos que predicen el fin del mundo? Hacen su agosto a costa de los tontos.

Bueno, ya hemos hablado de eso.

--Sí, ya hemos hablado de eso. Y de lo otro. Y la verdad que es inútil. No me explico

cómo en un país tan rico y tan desarrollado existe un porcentaje tan alto de gente

que cree en toda esa bazofia. Hasta en los horóscopos.

--Pues sí señor. ¿Sabes que antes yo también creía en los horóscopos?

--Mentira.

--Verdad. Los leía en las revistas y a veces me tragaba lo que me pronosticaban, que

nunca se ajustaba a la realidad, salvo en cosas generales que le pueden ocurrir a

todo el mundo.

--¿Y cómo dejaste de creer?

--Pues un día un compañero de mi marido, muy despierto él, me dijo que buscara

varias revistas y leyera sus horóscopos, vería que todos decían cosas distintas para los

mismos signos... y se acabó. Me dije a mí misma: pero qué tonta has sido, ¿no te da

vergüenza? Si hasta por poco lloro de la rabia...

--¡Ay, Selene! En fin, que tú también eres un ser humano, pensante y creyente. Pero

eso de los horóscopos... vamos. Una vez un tipo de esos que creen hasta en que los

muertos salen me discutió la veracidad del horóscopo y de los signos zodiacales. Era un

tipo fanático, pero como yo era un adolescente impulsivo, lo puse contra la pared. Le

dije: óyeme, Fulano... no me acuerdo de su nombre... óyeme bien: dime qué semejanza

puedo tener con un mongol que haya nacido el mismo día y a la misma hora que yo,

siendo ambos sagitarios, y sin embargo, entre un español o un italiano, nacidos en

cualquier fecha y hora y yo, casi no existen diferencias. El tipo se quedó más frío que una

merluza empaquetada... ¡Ja! Pero para rematarlo le solté la bomba: ven acá, chico, ¿de

veras tú crees que entre un niño que nazca a las doce menos un minuto de una noche

entre un signo y el siguiente y otro niño que nazca a las doce y un minuto haya tantas

diferencias y características por esos dos minutos de intervalo? ¿Y si los relojes no tenían

buena hora en esos momentos? El tipo se puso más colérico que Aquiles cuando le

comunicaron que Patroclo había sido liquidado por Héctor, y se volvió, dejándome

con las ganas de seguirlo golpeando con la lengua.

--Bonita historia, pero a mí no tienes que convencerme ya de nada de eso. Ni de lo

otro, porque actualmente creo que soy más escéptica que tú...

De pronto, como disparado por un conmutador a distancia, el albañil sale del baño

con la toalla asquerosa en la mano, la lanza por la ventana del salón hacia el jardín

del frente, recoge el cacto y lo lanza también al jardín, de un manotazo tira las ropas de

encima de los muebles al suelo, va hasta la cocina y arremete contra platos y sartén

con restos de comida que el vigilante ha dejado en la mesita, vuelca en el fregadero el

líquido con que el otro friega los utensilios cuando se digna a hacerlo, que no es

diariamente, corta de un tirón la soga donde el hombre tiene colgadas nueve piezas

estrujadas y malolientes, y todo esto gritando, insultando, repitiendo lo mismo de siempre:

“me voy de aquí, ya no aguanto más esta mierda, esto es una cochinera y aquí no hay

quien viva”. Pero el vigilante se enterará de este terremoto cuando regrese de su

compra, pues salió como un cohete para no seguir oyendo... Ambos personajes

vienen repitiendo lo mismo desde que yo me instalé en el piso, y ni el uno se va ni

el otro cambia su comportamiento, por eso yo me mantengo al margen, neutral,

observador, y receptor de quejas, comentarios, injurias, improperios, sobre todo del

albañil al vigilante cuando este último está fuera y el primero no tiene con quién

desahogarse. Dos personajes, sin dudas.

--No es que creer sea malo, no señor, pero aquí mucha gente llega al fanatismo, y no

sólo con los adivinos y el horóscopo, incluso con el fútbol, que mantiene a millones

algo así como idos de la realidad que les rodea y para ellos no hay en la vida ni en el

mundo nada más importante.

--Pues mira, yo tuve un huésped hace tiempo que no sólo veía todos los partidos que

se trasmitían por la tele, sino que al día siguiente compraba todos los periódicos que

traían comentarios, oía en la radio todos los programas que hablaban del fútbol, y veía

en la televisión todo lo referente a ese deporte. Yo creo que de las veinticuatro horas

del día ese hombre dedicaba ocho a dormir y el resto al fútbol, y no dudo de que

mientras dormía soñaba con un gol de su ídolo.

--Bueno, ricura, y hablando en plata: ¿cuándo vas a decidirte?

--¿Decidirme a qué?

--Vamos, que ya sabes a qué tienes que decidirte.

--Conmigo no funciona la indirecta ni la imagen literaria, así que háblame en cristiano

común, corriente y popular.

--Está bien, chica, tú ganas... como siempre... aparentemente.

--¿Aparentemente? Mira, conozco a un señor muy machurro que siempre decía que en

su casa era él quien decía siempre las últimas palabras cuando discutía con su mujer. Y

un día en el bar donde se lo decía a sus amigos, subidito de copas, un amigo le preguntó

cuáles eran esas últimas palabras, a lo que el susodicho respondió: lo que tú digas,

querida.

--El timbre. El dichoso timbre. Debe ser un nuevo huésped. Mejor te dejo libre hasta

mañana.

Augusto Lázaro


http:twitter.com@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 12 de mayo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 17



--Rubia, descubrí algo en la biblioteca que puede interesarte.

--Tú siempre estás descubriendo cosas, pero ahora tengo que ir a ver el problema

que tiene Isolina con el lavabo de su habitación.

--¿Y tú eres fontanera?

--Muy gracioso, como siempre. Yo soy la dueña del hostal y cuando un huésped me

llama por algún problema tengo que acudir a ver qué le pasa y qué remedio tiene.

Selene me presentó a los 3 huéspedes que tiene con carácter permanente, ya que

los demás entran y salen a discreción. Los fijos son: don Anselmo, el viejo majadero,

doña Isolina, la señora que llama dando gritos, porque es medio sorda, y el ilustre

don Emeterio Santovenia, cuyo nombre he tomado para mi literatura sin permiso

suyo ni de Selene. Para mí que la doña Isolina oye mejor que nosotros, sólo que,

como Buñuel, lo que le conviene oír. Por lo demás, todo marchaba a pedir de boca,

pues me dedicaba sólo a eso: a pedir por esta boca a las instancias a donde tenía

que acudir para intentar resolver lo irresoluble. Selene se quejaba de que a veces le

entraban los deseos de acabar de una vez, y en esas ocasiones yo asumía el papel

de animador con inclinaciones a consolador, pero ella no dejaba que la sangre

alcanzara la ribera del río.

--Pero tendrás que reconocer que yo soy el mejor huésped que has tenido.

--¿Estás seguro de eso?

--Alguien dijo que lo único cierto es la duda. Creo que fue Carlos Marx.

--Lo que me faltaba: oírte citando a Carlos Marx.

--De todo el mundo puede sacarse algo provechoso. Las personas no son máquinas

ni tampoco animales.

--Es verdad: son peores.

Esa tarde había ingresado en el hostal una chica de unos veinte años con algunos

morados en la cara y Selene estaba muy cabreada por lo que la chica le contó.

--Otro caso. Ya aburren. Dice que el marido le pega con frecuencia, pero que esta

última vez por poco la mata.

--¿Y por qué ella lo ha aguantado hasta ahora? No me vas a decir que está desquiciada

por el tipo.

--Hay muchos casos. Yo he conocido varios, de mujeres que han caído aquí por unos días

hasta que su situación se ha resuelto de algún modo, o han podido largarse de esta

ciudad. Incluso algunas se han largado del país.

--Pero insisto: ¿por qué esas mujeres aguantan que un hijo de puta las golpee como si

ellas fueran punching-bags de boxeadores? ¿Es que están obligadas a aguantarlos?

--No, querido, no lo están, es que hay muchas que no quieren romper su matrimonio,

unas por los hijos, otras porque el hombre las amenaza, otras por otras razones que yo no

domino. El caso es que eso se ha hecho costumbre, y ¿sabes quién tiene la culpa?

--Menos yo, cualquiera.

--No te burles, que el asunto es serio. Pues mira, yo creo que la culpa la tienen los jueces.

Porque déjame decirte que muchas de esas mujeres denuncian los maltratos que

reciben, las amenazas, las golpizas que les dan sus salvajes compañeros, y... resulta que

el juez de turno no hace nada, y cuando el tipo acude al tribunal lo dejan en libertad

para que continúe dándole palizas.

--Perdóname, pero yo creo que parte de la culpa la tienen las propias mujeres. Repito

mi pregunta: ¿por qué aguantan las palizas? ¿No tienen familia, no hay instituciones

que puedan ayudarlas?

--Sin dudas las hay, pero no funcionan como debieran, y cuando intervienen, a veces

ya es demasiado tarde. Mira, hay mujeres de ésas que hasta han ido a la televisión a

denunciar malos tratos, golpizas, amenazas, hasta puñaladas, pidiendo protección, y

nada. Una vez vi a una que pronosticó que el hombre la iba a matar. ¡Y la mató! Y

nadie hizo nada por evitar que eso sucediera. A veces son exmaridos o exnovios

celosos o yo no sé, que no se conforman con que sus exparejas no quieran volver

con ellos o tengan nuevas parejas. Es una vergüenza, pero esta sociedad se ha

acostumbrado a eso.

En este país usted puede cometer infracciones, contravenciones, delitos, hurtos, robos,

asaltos, atracos, y cuenta con la oportunidad de salir de ellos totalmente impune o

cuando menos con una sanción que daría risa si no fuera una desvergüenza. ¿Cómo?

Pues muy fácil. Siga las siguientes orientaciones:

--Diga que ignoraba que lo que usted hizo está prohibido por la ley.

--Explique que usted no se explica cómo ha ocurrido eso, porque usted jamás...

--Alegue que es la primera vez que lo hace y que nunca más volverá a hacerlo.

--Jure que está arrepentido de su acto condenable y que pide perdón, porque, su

señoría, de verdad que me siento abochornado, se lo juro por mi santa madre, yo...

--Declare que usted está en el paro, que es padre de cuatro pequeños que no tienen

qué comer, que su esposa está enferma en cama, y que esto, y que lo otro, y...

--Búsquese un buen abogado (aunque sea el de oficio) que presente papeles nada

auténticos (el juez no se va a molestar en comprobar su veracidad) de que usted, en

el momento en que cometió su acto criminal no estaba conciente de lo que estaba

haciendo, porque usted padece de psicosis, de paranoia, de esquizofrenia, o mejor

de alcoholismo y drogadicción, que eso en este país es un atenuante (hablo en serio,

borracho y drogadicto son considerados ATENUANTES), de manera que el Señor Juez

sólo podrá condenarlo, en caso extremo, a un centro de rehabilitación del que saldrá

en muy poco tiempo por buen comportamiento y por haber demostrado su plena

disposición a reintegrarse en esta sociedad para servirla en el camino del bien y...

Eso, si lo capturan, claro, cosa que no siempre ocurre. ¿Ve qué fácil? Vamos, hombre,

anímese a delinquir. Si esto se está convirtiendo en el edén de los malos, hombre.

--¿La jungla de asfalto? Creo que ahora eres tú el que exagera, querido.

--Puede ser. Pero a juzgar por lo que leo en los periódicos... hay tipos que son detenidos

una y otra vez por atracar joyerías y los sueltan, los tipos siguen atracando joyerías y los

siguen soltando, y esto es un relajo. La gente no respeta las leyes.

--Porque las leyes no se hacen respetar, ahí es donde está el problema.

--Bueno, y a nosotros ¿qué demonios nos importa la ley ni el respeto a la ley? Mira, lo

nuestro es lo nuestro y no lo de los demás. Alberto Cortez lo cantó: “nosotros somos los

demás de los demás”.

--Bueno, ¿qué fue lo que encontraste en la biblioteca?

--Te lo voy a enseñar, espérate... aquí tengo el recorte.

--¿Te atreviste a romper un periódico de la biblioteca?

--¿Nunca has hecho algo así?

--Mejor enséñame el recorte, ladronzuelo. Un día te van a coger y... ¡qué vergüenza!

--Toma. Es un artículo de un periodista que se llama...bueno, como  se llame. Eso es

para que conozcas a los periodistas.

--A ver, a ver... ¡ah, no! ¿Más sobre la guerra de Iraq? No señor, no quiero oír ni leer una

sola palabra más sobre esa maldita guerra.

--Precisamente, Selene, para que te enteres de cómo se manipula la información sobre

la guerra, o sobre las guerras, porque hay muchas, aunque aquí se proteste solamente

por la de Iraq. Lee.

--Es de un tal Martín Quijano. Pero mejor dime de qué se trata, que no tengo mucho

tiempo.

--Nada, es una crítica, un enjuiciamiento que hace sobre los periódicos, como se merecen

según este periodista, y sin pelos en la pluma.

--¡Ah! Otra vez Isolina. Está bien, déjame el artículo, lo leeré después por no oírte la lengua.

Cuando regreses te daré mi opinión.

--Si Isolina te da un respiro.

--Veta a la... anda ya, ladrón de biliotecas. Ojalá te pesquen un buen día.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 5 de mayo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 16


Portero de finca, guarda nocturno de hostal, telefonista de contactos, recadero de

organizaciones, chico de los recados de empresas importantes, mozo de recolocación de

productos en hípers, guardia de seguridad del Metro, inspector de billetes de autobuses,

controlador de entradas y salidas de trenes de cercanías, viajante de medicinas,

correveidile de políticos locales, llevaitrae de pejes gordos, higienista de hospital,

mecanógrafo/ordenador de editoriales de tercera, telepizzero, entregador de bultos a

domicilio, corredor de apuestas, mesero de bar, cobrador de seguros, locutor de radio,

presentador de programas indecentes en televisión, cartero comercial, poeta de oficio

para revistas rosas, enhebrador de agujas en residencias geriátricas, damo de compañía

de ancianas de la cuarta edad, acompañante de enfermos ingresados solitarios, oficinista

de agencias de viajes, maletero de aeropuerto, buscador de objetos perdidos,

recaudador de impuestos, payaso de fiestas infantiles, veedor de museo, restaurador de

libros, oidor de ancianos parlanchines en residencias privadas, lector de tabaquería,

cuidador de párvulos, marcador de turnos en colas de cines, taquillero A, acomodador B,

limpiador de zapatos, anunciante de nuevos productos, hombre sandwich, repartidor de

propaganda, buzoneador, corredor de mudanzas, gestor de alquileres, envasador de

artículos de súper mercados, vendedor de pan de hornos grandes, cantador de lotería,

corresponsal de emisoras de radio, empaquetador de periódicos, disc jockey de

karaokes, alimentador de animales de circo, cocinero C, repostero D, catador de

chocolate, revisor de productos puestos a la venta, negro de escritores mediocres,

mecanógrafo de escritores imbéciles, solapero de best sellers, asegurador de clientes

nuevos, aprendiz de oficios rústicos, sembrador de patatas, recogedor de manzanas,

ordeñador de vacas locas, bañador de monos en el zoo, peinador de damas de copete,

peluquero de señoras no tan distinguidas, barbero de imberbes, detective privado súper

discreto, fotógrafo de famosetes de tercera, limpiador de cristales de coches, limosnero

de iglesia, orientador de modas, aspirante a político honrado, pregonero de fiestas

públicas, boyscout de obras infantiles, repasador de hojas de té, hojalatero, aprendiz de

fontanero, botones de hotel barriobajero, lanzador de aros, anunciante de compraventas,

tesorero de logias masónicas, monaguillo pueblerino, tarugo de teatro, rodante de

bastidores, halador de toros muertos, trasquilador de ovejas, campanero de parroquias,

motorista virtual, ayudante de la secretaria del jefe de despacho del alcalde de

Fuenteovejuna... etc. No es un chiste de mal gusto ni una manera de perder el tiempo ni

un lequeleque de protesta contra el desempleo ni una queja inútil ni el lamento de un

desesperado que ha perdido la esperanza de incorporarse al mundo laboral... ¡NOOO!

Porque el caso es que ya no estoy interesado en trabajar en nada, absolutamente en

nada, ni siquiera de Ministro del Ramo. Y porque además, si aquí a los cuarenta y cinco

cuesta trabajo, díganme ustedes a los que pasan de sesenta. Pero esta es una relación de

empleos a los que he intentado acceder llamando por teléfono, yendo en persona,

llenando formularios, solo, acompañado, en bajos, en altos, por la mañana, por la tarde,

esperando mi turno, mi llamada, mi examen, mi entrevista, mi ingreso, mi... y Nananina la

billetera. Pues al carajo, majo, que lo que es el Menda se cansó de hacer el bobo

buscando trabajo y se resignó a vivir con un subsidio ejercitando el noble arte del dolce

far niente como dice Alberto Sordi. O como decía, el pobre, que se jubiló de la vida y del

mundo de los vivos hace...

--¿Qué esperabas, hombre? ¿Qué los periodistas fueran objetivos, que dijeran la verdad

de lo que estaba sucediendo? Me cuesta admitir que a tu edad seas tan inocente.

--No lo soy, pero me asombra que en un país donde existen tan diversas opiniones todos

los periodistas simpaticen con un solo bando. Y óyeme... ahora que hablamos de eso,

¿te has dado cuenta de que nunca tocamos estos asuntos en nuestras conversaciones?

--Mejor no tocarlos, querido. La política me asquea, mejor hablar de flores, de niños

jugando en un parque, de música instrumental... ¿no te quejabas de que no encontrabas

esas cosas en la prensa y la radio? Y no digo en la tele, porque sería demasiado tonto

pedirle al olmo que nos diera peras.

El caso es que Selene no quiere creerme que yo haya rebasado las doscientas gestiones

de buscar empleo. Dice que si hubiera sido ella, a los ocho o diez intentos se hubiera

resignado a vivir desempleada toda la vida, y que Dios la proveería en caso de

necesidad extrema. ¡Dios la proveería! Lo que hay que oír.

--¿Y en qué tiempo has podido dedicarte a visitar tantos lugares en busca de empleo?

Porque el día, que yo sepa, sólo tiene veinticuatro horas, de las cuales supongo que

estarás durmiendo ocho y otras tantas en actividades imprescindibles como el aseo, en tu

caso las lecturas que me has dicho, el transporte, lo demás. ¿Cuánto te queda?

--No sabía que te gustaban las estadísticas, nenita. Pero así como suena, si lo crees o no,

allá tú con tu condena... es un dicho de mi tierra... o una canción... ya no sé ni dónde es

que la liebre da el salto.

--Donde menos se piensa, o sea, en la azotea, como tú llamas a la chola.

--Bueno, a la chola se le llama de diversas maneras. Esa es sólo una.

--Déjate de memeces, como también tú dices, que... ¡oh! Ya me estás contagiando con

tu manera de hablar y tus palabritas extrañas. Esto es increíble.

--Por cierto, rica, ya que tú tienes coche, ¿por qué no me llevas un fin de semana a

alguno de esos pueblos que tú dices que son tan bonitos?

--Oyeme una cosa, amiguito: si pretendes que yo me convierta en tu guía turística, o en tu

cicerona, estás más errado que el Corregidor de Villanueva de la Sierra.

--No te voy a preguntar quién es ése, porque me parece que lo acabas de inventar...

quizás para pagarme con la misma moneda, cosa que ya no se usa en la gente de bien...

como tú.

--Anda ya, hombre, anda ya... y hablando en serio, ¿por qué no me cuentas algo sobre

esas gestiones tuyas buscando trabajo? ¡Quién te hubiera visto! ¿Qué te decían? ¿Qué

respuestas te daban? Anda, hombre, cuéntame, para reírme un poco.

--Nada interesante me decían. Unas veces llenaba una solicitud, otras me entrevistaban,

otras me estrechaban la mano y me decían que me avisarían, y así. Increíble, ¿verdad?

Casi diez años dedicado a perder el tiempo en esos vanos intentos y nada, además de las

gestiones que he tenido que hacer para sobrevivir. Lo único que lamento es no haber

tenido más tiempo para convencerte de que rechazar mi oferta es una estupidez.

--¡Pero bueno! Oye, pero... contigo la verdad que...

--No lo digas: hay que tolerarme o... mandarme a la mierda.

--Bueno, bueno, vamos a dejarlo ahí. Y mira... es verdad que no te ofrecido mi coche. No

para hacer turismo, sino para algunas de tus gestiones, pero es que casi siempre lo tengo

en el taller, y cuando está disponible casi no lo uso. La gasolina está muy cara, yo casi no

puedo salir del hostal, y mis deseos de meterme en el vehículo y correr por ahí con esos

atascos... no vale la pena. Perdóname.

--No tengo nada que perdonarte, mujer. A mí tampoco me entusiasma mucho el coche.

Sólo que me gustaría conocer algo más que esta capital que ya me la conozco de

memoria, porque creo que no hay un puñetero rincón que yo no haya visitado. Por otra

parte, no es normal que la dueña del hostal donde se ha hospedado un hombre que

insiste en que lo acompañe a todas partes brinde su coche para pasear juntos como

dos tortolitos. Te comprendo y te exculpo.

--Pues no señor, ni me comprendas ni me exculpes. Y déjate de achacarme prejuicios que

no tengo. Eres imposible, imprevisible, sorprendente, cargoso, machacoso, insoportable, y

algo más, pero este fin de semana te voy a llevar a un pueblecito que da gusto mirarlo

desde una colina. Así que vete preparando.

--¡Selene! ¿No me estás tomando el pelo? No juegues con mis sentimientos.

--No seas cursi y prepárate. El sábado... ¿te parece bien? El sábado por la mañana y así

comemos allí.

--Yo...

--Tú nada. Pero no te ilusiones, ¿eh? Un viaje de amigos. Nada más que de amigos.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)